Si hay un apelativo que nunca podría ir unido al nombre de Leo era cobarde. Tomó mi mano y se presentó frente a todos con la cabeza bien alta. Ni siquiera tembló cuando le presenté a mis progenitores y eso que mi padre le dedicó su mirada más amenazadora. No necesitaba ser un hombre para entenderla; “como hagas llorar a mi niña, te cortaré las piernas”. Llorar, lo que se dice llorar no lo haría, pero gritar… Uf, cada vez que me llevaba al orgasmo.
—Así que este es el hombre. —susurró mi madre a mi derecha.
—¿El hombre? —A estas alturas era una estupidez hacerse la tonta, pero quería saber dónde había oído mi madre hablar de Leo y yo, o mejor dicho, de que teníamos una relación.
—Tu hermano me contó lo que pasó en La Palestra el otro día. Estábamos todos tan preocupados por la pequeña Alma, que apenas reparamos en que el doctorcito había ido allí contigo. —Me sonrió de esa manera que decía “una madre se da cuenta de que ocurre algo con ese tipo de detalles”.
—Sí, bueno. Quería conocer el lugar en el que aprendí defensa personal. —Me di cuenta de mi error al decir la última palabra de la frase. Se suponía que yo no hacía esas cosas, no al menos sin la supervisión de mi padre. Según él decía, mi madre le robó 10 años de vida cuando se puso en una situación peligrosa por saber defenderse, y aunque esa historia corría entre la familia como una hazaña mítica sobre el valor y destreza de mi madre, mi padre prefería no tener que volver a vivir algo parecido en su vida, y menos con su hija. Menos mal que mi hermano Sokol no tenía la misma opinión, y creo que Drake tampoco, porque me guardó el secreto.
—Hoy en día una chica tiene que saber defenderse. —El apoyo de mi madre no me sorprendió. —Pero tampoco queremos que te arriesgues por cosas que no merecen la pena. —Justo es lo que yo pensé cuando aquel tipo nos asaltó en el aparcamiento del hospital. Creo que Leo aprendió la lección, y la próxima vez no hará ninguna tontería. Todo se puede reemplazar, menos la vida. La herida de su abdomen será un perpetuo recordatorio que espero lo mantenga a salvo.
—Vamos Leo, tienes que demostrar que estás a la altura. —lo retó Drake, con un vaso de vodka en la mano. ¿Cómo sabía que era ese licor? En las cenas familiares el vodka con miel es como la marca de la casa. Las botellas corren por la mesa con alegría, y se vacían en un suspiro. Y no es solo cosa de hombres, la prima Tasha tenía incluso más tolerancia que alguno de los chicos. A mi hermano Sokol lo tumbó en más de una ocasión.
—No soy mucho de beber. —reconoció mi chico, pero no rechazó el vaso de licor.
—Vamos, de un trago. —le animó mi hermano. Menos mal que habíamos cenado contundentemente, porque un trago como aquel podría dejar en la cuerda floja a cualquiera, incluso sacarle del juego. Solo esperaba que el alcohol tardase en llegar a su riego sanguíneo lo suficiente como para superar la prueba.
Leo imitó a Drake, vertiendo todo el contenido en su boca y tragándolo de una sola vez. Sabía que su garganta estaría abrasando en aquel instante, pero no mostró síntomas de asfixia. No sé por qué eso me hizo sentir orgullosa de él. Tragar alcohol de esa manera no era algo que encontrase fascinante en un hombre.
—Está fuerte. —Su voz sonó algo tomada, pero no perjudicada, no sé si me entienden.
—¿Otro? —ofreció Drake.
—Venga. —aceptó Leo.
Tres vasos después, Leo todavía seguía en pie, sorprendiéndonos a todos.
—Confiesa. —Le acorraló directamente mi hermano. —No es la primera vez que bebes algo como esto.
—Huracán Erik hace tres años, en Ecuador. Estuve una semana en un hospital de campaña en mitad de la nada. Entre operaciones de urgencia, y luchas a brazo partido contra mosquitos del tamaño de palomas, lo único que teníamos para caer inconscientes y poder dormir era el aguardiente. Sí, dejaba una resaca del infierno, pero teníamos analgésicos para el dolor de cabeza, y café tan cargado que se podía untar en la tostada. La parte que recuerdo de esos días fue genial. —Decir que nos dejó con la boca abierta era quedarse corto, y él solo sonreía como si nada.
—Me gusta este tío. —Estupendo, había seducido a mi hermano pequeño.
—Estás lleno de sorpresas. —reconocí. Él solo se encogió de hombros, como si no fuese nada el tener historias como esa para amenizar una cena familiar.
—Sienta bien el contarlas en voz alta, sin miedo a aburrir a los oyentes. —Una historia como esa nunca sería aburrida. ¡Diablos!, a todos nos encantaría escuchar más de esas anécdotas, incluso mucho más detalladas. No solo tenía curiosidad como médico, sino como persona. Leo había vivido tantas aventuras…
Para alguien que su única experiencia de ese tipo había sido ir a la universidad, conocer a alguien que había recorrido tanto mundo y visto tantas cosas era lo más cerca que podía estar de esas vivencias. ¿Envidia? Por supuesto que lo envidiaba, y mucho.
—Espero que me cuentes más de esas aventuras tuyas. —le pedí.
—Te contaré todo lo que quieras, no tengo nada que esconder. —No sé si alguno de los presentes en la cena familiar podría decir lo mismo. Incluso mis padres se guardaban algunos secretos que ellos calificaban como cosas no importantes, sobre todo cuando alguna vez les preguntaba sobre como se conocieron. ¿De verdad no se habían dado cuenta de que las fechas no encajaban? Su boda, el momento de cuando se conocieron, la adopción de mi hermano Drake.
No sabía lo cerca que estaba de necesitar ese tipo de respuestas, aunque no fue en la fiesta cuando me urgía pedirlas, sino unos días más tarde.
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