La puerta de la sala de curas no se cerró como debería, por eso la puerta quedó un poco entreabierta. Gracias a eso, pudimos escuchar lo que ocurría al otro lado.
—Si he ido a buscarte precisamente a ti, era para que te encargases personalmente de atender esa herida. —le recriminó la doctora Sokolov.
—Soy dermatólogo, no traumatólogo. —le recordó él.
—Un dermatólogo que ha pasado una rotación por urgencias. Puedes suturar mucho mejor que cualquier enfermera, y hacer que esos puntos ni se noten cuando estén curados. A fin de cuentas, la piel es tu especialidad. ¿O quizás es que se te ha olvidado como se hace? Desde que juegas con las maquinitas de Drake ya ni te manchas las manos.
La enfermera que iba a suturarme estaba preparando el material; la anestesia local, las grapas, apósitos. Y aunque lo hacía con metódica diligencia, no podía dejar de apreciar lo incómoda que le hacía sentir aquella situación. ¿Estábamos presenciando una discusión de enamorados? A mi más bien me parecía que entre ellos dos había una relación personal algo tensa.
—¿Te preocupa que le dejen una fea cicatriz en la cabeza? La va a tapar el pelo. No te preocupes, no va a perder su atractivo. —¿El doctor Dia Angello me veía como una amenaza?
—¿No puedes ver más lejos de tu nariz? Es un médico nuevo al que me han encargado enseñar todo esto. ¿Qué crees que estará pensando en este momento? Pues te lo voy a decir; vaya una mierda de compañeros que no se preocupan por mí. ¿A qué hospital he venido a trabajar? —Ella tenía razón en una cosa, me habría sentido más seguro en manos de un especialista. Si no podía ser alguien de traumatología acostumbrado a heridas, un dermatólogo que ha pasado por urgencias me servía también.
—Está bien atendido. —Le reprochó él. Sentí el primer pinchazo de la anestesia sobre mi cuero cabelludo. La enfermera no es que tuviese buen pulso precisamente, toda esta situación le estaba poniendo nerviosa y afectaba a su trabajo.
—Tienes razón, no sé por qué pensé que eras la mejor opción estando tan cerca. —El duende de ojos verdes disparaba flechas envenenadas.
—Patrice es mejor opción que tú, doctora Sokolov. —dijo su título con recochineo. El italiano también disparaba a matar. ¡Espera!, él también tenía los ojos verdes, de otra tonalidad, pero del mismo color. ¿Serían familia? ¿Hermanos? Eso explicaría mucho.
¿Por qué me daba la impresión de que en este hospital había demasiados lazos familiares? Esto no parecía muy profesional, porque daba la sensación de que las contrataciones se realizaban de una manera poco profesional. Para, Leo, quizás te estás precipitando en tus suposiciones.
—Soy muy consciente de que yo haría un trabajo pésimo, por eso te fui a buscar a ti, cretino. Pero tienes razón, es mejor que lo atienda Patrice, ella no lo verá como una amenaza. —¿Yo una amenaza?
—No me siento amenazado por él. —protestó Di Angello.
—Ah, ¿no? Si fuera una mujer ya estarías ahí dentro atendiéndolo personalmente. —Ahora entendía lo de la amenaza. Era un hombre que podía competir con él por la atención de las mujeres del hospital.
—Eres… Eres… ¡Arg!
La puerta se abrió con brusquedad, dejando paso a un irritado doctor Di Angello.
—Yo me encargo, Patrice. —Ella apartó sus manos de mi cabeza, para mi alivio. Aunque no sé, ahora llegaba un médico visiblemente cabreado.
—¿Qué tal si esperamos a que la anestesia haga efecto? —le sugerí, mientras detenía el avance de sus manos hacia mi herida.
—Has oído lo de ahí afuera, ¿verdad? —Creo que mi expresión ya se lo confirmó, porque suspiró.
—No quiero meterme en lo que sea que hay entre vosotros, pero…
—No hay nada. —Di Angello alzó el montón desafiante. De donde yo venía, a eso lo llamábamos ‘tensión sexual no resuelta’, pero allá ellos.
—Di Angello, ¿no tendrás algo que ver con el procedimiento Vasiliev-Di Angello? —Tenía que ser así. ¿Cuántos Di Angello trabajaban en el Hospital Altare y eran especialistas en dermatología?
—Sí, soy uno de los creadores del protocolo para inserción de piel reconstruida, aunque esa no es la palabra que yo escogería. —Suspiré aliviado. Estaba claro que había conseguido encontrar un tema que lo alejaría de la causa de su estado de alteración.
—Nunca creí que conocería a uno de los precursores de un sistema tan revolucionario. Has dado un paso enorme en técnicas quirúrgicas. —El pecho se le hinchó con orgullo.
—Bueno, yo solo aporté la parte médica, la tecnológica es de Drake, bueno, del ingeniero Vasiliev. —Algo de eso había leído, pero no solo quería saber más, sino que me permitiría entablar una relación cordial con la persona que me iba a coser el cuero cabelludo. Ya saben, hay que tener amigos hasta en el infierno.
—Me encantaría estar presente en la próxima intervención. ¿Crees que podrías invitarme? —solicité.
—Veré que puedo hacer. Ahora vamos a ver si esto está listo para coser. —Verle tomar la alternativa a las grapas metálicas me hizo sentir mejor, mucho mejor.
Tenía que reconocer que Di Angello tenía unas manos delicadas, no sentí un solo tirón, y eso no era mérito solo de la anestesia.
—Listo. No creo que te quede una gran marca. ¿Puedo preguntar cómo te la has hecho?
—Traté de domar la mesa de mi nuevo escritorio. —No quería darle muchos más detalles, para mí fue algo bochornoso.
Como miembro del cuerpo de médicos sin fronteras he prestado servicio en lugares que no llegaban a calificarse ni de aceptables, en zonas con conflictos abiertos, y soportado todo tipo de dificultades e inclemencias, incluso los trayectos a algunos centros de asistencia podrían llamárseles peligrosos. Pero nunca había sufrido un percance que hubiese necesitado asistencia médica. Y voy y me hago una brecha con una mesa en mi propio despacho. Sencillamente humillante.
—Uf, esas son las peores. —dijo con una sonrisa.
—Bueno—dije mientras me ponía en pie—, ya que mi despacho y tu consulta no están muy lejos, ¿qué te parece si te invito a un café? Así te agradezco la asistencia. —señalé con mi dedo el lugar que ahora cubría un pequeño apósito.
—No te has leído el dosier de trabajadores, ¿verdad? —Aquello me extrañó.
—Pues todavía no he tenido tiempo. ¿Por qué lo dices?
—Tenemos cuenta abierta en la cafetería, y no hace falta pagarla. —Me guiñó un ojo al decirlo.
—¿La comida y los cafés están incluidos?
—Mientras estés de servicio, sí.
—Vaya, eso está muy bien. —Pero que muy bien, pensé. Esto no lo hacían en el resto de hospitales. Con razón todo el mundo quería trabajar aquí.
—El Altare es un hospital de categoría, cuida de su personal, siempre y cuando su personal cuide al hospital.
—¿Qué quiere decir eso?
—Que no te pases con lo que pidas en la cafetería, el hospital asume el gasto, siempre y cuando no te excedas con tus consumiciones. En otras palabras, que no vivas solo con lo que comes aquí, ya me entiendes. —Vale, consumo moderado y normal, nada de darme atracones.
—Lo tengo.
—Bien, cuando quieras tomar ese café, mi extensión es la C16. —Alzó su teléfono.
—C16. —repetí.
Al final Di Angelo no parecía mala persona. Estaba claro que lo que le sacaba de quicio era el duende de ojos verdes.
—Por cierto, me llamo Hugo. —Me tendió la mano para que la estrechase.
—Leo.
—Si quieres un consejo, mantén la distancia con la víbora—señaló hacia el exterior—. Según como tenga el día puede morder. —Definitivamente tenía que entrarme si ellos dos tenían o habían tenido, confiaba más en lo segundo, una relación.
Lo primero que hice nada más salir por la puerta fue buscar a la doctora Sokolov, mi duende de ojos verdes, y la víbora de Hugo. La encontré revisando algo en su teléfono.
—Doctora Sokolov, estoy listo para ese tour. —Ella asintió con una sonrisa.
—Muy bien, vamos entonces. Y no hace falta que me llames doctora Sokolov, puedes llamarme Jade. —Jade, repetí en mi mente. Quién le puso el nombre no le dio muchas vueltas. Jade. Realmente le pegaba. Sus ojos eran de jade, solo esperaba que la gema que tenía delante no se convirtiese en un dragón, como esos que esculpían los chinos en la piedra preciosa de su mismo nombre; Jade.
Seguir leyendo