¿Quién no firmaría algo como lo que tenía delante? Las condiciones no solo eran mejores, sino que no tenía que aguantar a Livingston. Y las coberturas ni si quiera las había mirado completamente. Tenía un buen seguro médico, dental, servicio legal y un montón de cosas más con las que no contaba. Seguramente habría alguna trampa, las compañías sanitarias no eran tan transparentes, y no se la jugaban por sus empleados, pero algo me decía que mi nueva empresa no era peor que la que había dejado atrás.
—Aquí tiene. —Le tendí a la subdirectora la tablet con ambos documentos firmados.
—Bien. Le enviaré una copia a su correo. Y ahora, ya que vamos a trabajar juntos, creo que podemos tutearnos, doctor ¿puedo llamarle Leo?
—Me parece perfecto.
—Yo soy Amy, pero si quieres conservar tus dedos fe una pieza, será mejor que me llames señora Costas. No creo que quieras tener problemas con mi marido.
—¿Es celoso? —pregunté algo intrigado, aunque no mucho. No pensaba acercarme a esa mujer con semejante amenaza.
—Digamos que no le gusta que la gente se tome demasiadas confianzas conmigo, al menos aquí en el trabajo, y sobre todo con personas que acabamos de conocer. —Estaba confundido.
—No entiendo.
—Es el director. —Aquella información sí que me sorprendió.
—Ah, eso. ¿Puedo preguntarte algo, subdirectora Costas? —Ella sonrió afable.
—¿Quieres saber si la doctora Costas y yo somos familia? —¿Podría leer mi mente?
—Pues sí, me parece demasiada coincidencia. Costas no es un apellido muy común.
—Somos cuñadas.
—Eso lo aclara. —No quería profundizar más. Mi curiosidad se saciaría a medida que pasara el tiempo. Un hospital es una fábrica de cuchicheos, al menos entre el personal.
—Te acompañaré a tu despacho y te enseñaré todo esto.
—Perfecto.
Mientras la seguía, mis pies iban flotando. No solo tenía el trabajo, sino que iba a tomar posesión de un despacho. En San Francisco no tenía nada de eso, solo una taquilla para cambiarme en los vestuarios comunes. ¿Sería demasiado vengativo el enviarles algunas fotos a mis antiguos compañeros? Quería hacer rabiar a Livingston, y sabía que haciéndole ver que yo tenía más que él sería fácil. Un despacho. Aquí sí que tenían recursos. No corras, Leo, posiblemente sería compartido, o tal vez sería la consulta donde atendería a mis pacientes.
Amy entró en una oficina que estaba en la pared de enfrente, para dejar la tablet sobre el escritorio.
—Si me necesitas, solo tienes que marcar mi extensión—me enseñó el teléfono que llevaba en su mano —Es más fácil que localizarme en mi despacho. —Señaló su espalda, donde distinguí la placa con su nombre.
—Lo tendré en cuenta.
Bajamos una planta en ascensor, algo que yo no habría hecho, porque me gusta moverme por el hospital, soy de los que usan las escaleras.
—A la derecha está administración, a la izquierda los despachos médicos. —señaló Amy.
—¿Todos los médicos tienen despacho? —Ella me devolvió un gesto sorprendido.
—¡No!, solo los directores de cada departamento. —Aquello me desconcertó.
—¿Y yo voy a tener un despacho aquí?
—Hasta ahora no teníamos un departamento específico para cardiología infantil, lo asumía cardiología general, es decir, la de adultos. Eres el primero de la especialidad, así que tendrás que asumir todo el peso tú solo. Sé que es pedirte demasiado, pero sabemos que podrás asumir el reto. —Se detuvo frente a una puerta para abrirla, estaba claro que habíamos llegado.
—¿Es aquí? —pregunté sorprendido. Todo esto me mantenía en un constante estado de estupefacción, no podía creerlo.
—Es un poco aséptico, pero puedes decorarlo como mejor te parezca. Vas a pasar mucho tiempo aquí. —cogió una caja que estaba sobre la mesa y me la tendió— Esta es tu tablet, para que puedas desplazarle por el hospital con tu propio ordenador. Sí tengo que decirte, que si lo sacas del recinto dejará de estar conectada con el servidor central, por lo que no podrás acceder a los historiales de tus pacientes. Es por seguridad.
—Entiendo. —Abrí la caja para encontrar un terminal portátil de última generación, ya metido en su funda protectora.
—El ordenador está sin proteger, por lo que te pedirá una clave en cuanto lo enciendas.
—De acuerdo. —Antes de terminar mi frase, una llamada sonó en el teléfono de Amy.
—Disculpa. ¿Sí? …Bajo enseguida. —colgó y me volvió a prestar atención— Siento tener que irme, pero me reclaman. Enviaré a alguien para que te haga el tour por el hospital. —Estaba a punto de irse cuando se giró nuevamente hacia mi—Tienes los horarios y turnos en una carpeta en ambas terminales, cualquier pregunta que tengas el asistente virtual puede resolverla. —Y después se fue, dejándome solo en mi nuevo despacho.
Empecé a curiosear las estanterías y luego revisé en los cajones. No estaban tan vacío como pensaba; había bolígrafos, cuadernos, clips… Abrí sesión en mi terminal, y como soy un desastre con las contraseñas, saqué el cuaderno y un bolígrafo para apuntarla. La mala suerte quiso que el bolígrafo cayese bajo la mesa. Me agaché, pero era complicado llegar, era más fácil por el otro lado. Así que rodeé mi mesa y me agaché para cogerlo.
—¿Puedo ayudarle?
—¡Ouch! —Alcé la cabeza con demasiada rapidez, que sumado al mal cálculo de las distancias en el lugar en el que em encontraba, dieron como resultado un buen golpe de mi cabeza contra el tablero. La mesa era maciza, porque me mareé por el testarazo, lo que me obligó a sentarme bruscamente en el suelo.
—¿Está bien? —Mi visión no estaba muy enfocada, pero pude ver un duende de increíbles ojos verdes revoloteando a mi alrededor. ¿Tan fuerte había sido el golpe que tenía visiones?
—Dame un minuto. —Traté de levantarme, pero de no ser por unos brazos tremendamente fuertes, no habría conseguido hacerlo.
—Siéntese aquí. —Definitivamente el golpe había sido tremendo, porque la voz pasaba de masculina a femenina constantemente.
—Déjeme ver. —Los ojos verdes flotaron ante mis ojos para desaparecer, luego sentí pinchazos en mi cabeza.
—¡Ouch! —me quejé.
—Está sangrando. Será mejor que lo llevemos a la sala de curas. —dijo la voz femenina.
—Enseguida, doctora. —dijo la voz masculina. ¿El duende era bipolar? ¿doctora? —Vamos, caballero. Apóyese en mí. —No es que yo sea un flojo, pero tengo que reconocer que ese… Vale, empezaba a ver mejor. El tipo que me estaba sujetando parecía llevar algún tipo de uniforme. ¿Sería alguien de seguridad? Bien, mi cabeza estaba funcionando de nuevo.
A medida que avanzábamos por el pasillo me iba despejando. El tipo de seguridad me sostenía fuertemente por el brazo derecho, mientras alguien caminaba detrás de mí sujetando algo en mi coronilla. Escocía y me palpitaba. Soy médico, no necesitaba muchas más pistas para saber que me había hecho una buena brecha ahí atrás.
Pude ver como una enfermera nos abría una puerta para que entrásemos. Mientras me acercaban a la camilla, noté que había un intercambio de puestos en la persona que sujetaba mi cabeza.
—Voy a buscar al doctor Di Angello. Mantenlo limpio. —La enfermera asintió.
—Tommy, sujeta aquí. Voy a cambiar el pañuelo por unas gasas limpias. —El hombre de seguridad, Tommy, sujetó el apósito contra mi cabeza, de una manera más brusca de lo que era necesario.
—¡Ouch! —me quejé.
—Voy a limpiar un poco la herida, sentirá algo fresco. —La enfermera había cubierto mi ropa para no mancharla, y con cuidado fue vertiendo suero en la herida para limpiarla.
—Veamos qué tenemos. —Un médico de más o menos mi edad entró en la habitación, y fue directo a inspeccionar la herida. —Soy el doctor Di Angello. —se presentó.
—Doctor Kingsdale. —correspondí.
—No me suena su nombre. —Dijo mientras toqueteaba mi cuero cabelludo.
—Es el nuevo cardiólogo, de pediatría. —dijo una conocida voz femenina a mis espaldas.
—Vaya. Pues te diría que bienvenido, pero está claro que no has entrado con buen pie, o en este caso, cabeza. —se quitó los guantes con un chasquido. —No parece que tengas nada serio. Unos puntos de sutura y como nuevo. ¿Te encargas de ello Patrice? —La enfermera asintió.
—Por supuesto, doctor Di Angello. —Me sonrió de una forma un poco ¿interesada puede ser la palabra?
—Esperaré fuera. Si te sientes bien, puede que todavía te interese ese tour por el Hospital. —La mujer a mi espalda se colocó frente a mí, y fue cuando me di cuenta de que el duende era una mujer real. Sus ojos eran de un verde tan intenso que parecían piedras de Jade. —Soy la doctora Sokolov. —Me tendió la mano mientras sonreía. Debía de seguir aturdido, porque sus labios me parecieron de caramelo, hechos para ser lamidos. Cerré los ojos un segundo, tratando de apartar esos extraños pensamientos de mi aturdida cabeza.
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