31 años después…
No suelo tener mucho tiempo para contemplar el paisaje urbano a través de la ventana, pero precisamente ese día era diferente. Mi rutina había cambiado, dándome un tiempo extra que necesitaba usar para pensar, o mejor dicho, para vaciar mi cabeza de todo lo que la había saturado la noche anterior. Si de algo estaba seguro, es que dormir en el sofá podía haber sido malo para mi espalda, pero bueno para centrarme y aclarar mis ideas.
—Bueno, pues creo que está casi todo. —Giré la cabeza para encontrar a Maryorie junto a una enorme maleta.
—Pasaré después de mi turno a recoger lo que falta. —Mis palabras la desconcertaron.
—Solo es un descanso, Leo. Hasta que tú y yo aclaremos nuestras ideas. Cuando hayas reflexionado, volverás. —Eso es lo que esperaba ella, pero se equivocaba. El sofá y yo habíamos tomado una decisión. Ella era demasiado tóxica para mí.
—Ya. —Avancé hacia ella para tomar la maleta y empezar a empujarla hacia la salida.
—Puede parecer drástico, pero los dos lo necesitamos.
No dije nada, solo salí del apartamento arrastrando mis cosas, o al menos parte de ellas. ¿Qué pensaría Maryorie que era lo que necesitaba para estos ‘días de descanso’? Según ella, necesitábamos un par de días lejos el uno del otro, o más bien, yo viviendo en un hotel, hasta que me diese cuenta de lo que me estaba perdiendo y volviese a su lado con el rabo entre las piernas. Y esa expresión tenía doble sentido, porque no solo quería que me humillase como un perro que baja la cabeza y se somete a sus deseos, sino que pensaba que lo conseguiría por lo bueno que era el sexo entre nosotros. Tenía que reconocer que era la mejor parte de nuestra relación, porque ella era realmente buena en la cama. Creo que habíamos aguantado tanto tiempo precisamente por eso.
Pero una relación no puede basarse solo en eso, más que nada, porque no estaba dispuesto a hipotecar el resto de mi vida por algo que tarde o temprano acabaría pasando una vez a la semana, tal vez una vez al mes. Pero además, esa misma noche el sofá y yo habíamos llegado a más conclusiones, como el hecho de que no querría formar una familia con ella. Tengo 30 años, es un paso que daré tarde o temprano. Tampoco quería renunciar a seguir ayudando a la gente. Gastar mis pocos días de vacaciones con médicos sin fronteras me ayudaba a llenar ese hueco en mi corazón que solo la ayuda al prójimo puede cubrir.
Mi madre siempre me inculcó la predisposición a ayudar a aquellos que lo necesitan. Siendo cardiólogo en un hospital privado, puedo ayudar a gente enferma, pero si no soy yo pueden permitirse pagar a otro, o que su seguro lo haga. Donde me lleva médicos sin fronteras hay pocas alternativas de conseguir ayuda.
Maryorie quería que nuestras siguientes vacaciones las pasáramos en un hotel de lujo donde descansar y dejarnos mimar. Necesito descanso, pero puedo pasar sin algunas de esas cosas, y tampoco necesito que sean dos semanas completas, me aburriría al tercer día.
La peor parte de esta separación iba a ser tener que encontrármela en el hospital, porque ella formaba parte de la oficina de administración y recursos humanos, y disfrutaba paseándose por los pasillos mirando a todo el personal por encima del hombro. Ella cobraba más, y podía despedirlos si le daba la gana. Al principio pensé que esa última frase la dijo como broma, pero ahora sabía que era verdad.
Mientras bajaba en el ascensor no podía pensar en otra cosa; mujeres, qué manera de complicarnos la vida con ellas. ¿No existiría un lugar donde pudiésemos vivir sin preocuparnos de ellas?
Un mensaje llegó a mi teléfono, y al mirar comprobé que se trataba de una tal Avalon avión. Avalon, Avalon… ¡Ah!, ya recordaba. Fue una chica muy agradable con la que coincidí en un viaje de vuelta al país. Ella fue muy agradable. Habíamos intercambiado nuestros teléfonos, pero pareció una formalidad más que una realidad, al menos hasta ahora.
Abrí el mensaje. Quizás estaba en la ciudad y quería tomar ese café que teníamos pendiente. Pues no, no era así.
—El Altare Hospital de Las Vegas está buscando un cardiólogo. —Su mensaje fue directo al grano.
Tenía la excusa perfecta para llamarla. Necesita saber más de aquella información, y de paso, podría charlar con alguien interesante, alguien que me hiciera olvidar por unos momentos toda la situación por la que estaba pasando, que sacara de mi cabeza a Maryory y sus manipulaciones.
Metí el equipaje en el maletero del coche, y una vez fuera, ya de camino al hospital donde pronto empezaría mi turno, busqué su número y llamé con el dispositivo de manos libres activado.
—¿Leo? —preguntó.
—Me alegra saber que no me has olvidado.
—No podría hacerlo, tengo buena memoria.
—Mejor que la mía, por lo que veo. —Había sido ella la que había pensado en mí, la que recordaba que era cardiólogo.
—Supongo que quieras saber más sobre el puesto.
—También quería charlar contigo, saber cómo te trata la vida. —Y escuchar su agradable voz. Sería tan fácil enamorarse de Avalon…
—Pues odio a mi novio cuando nuestro bebé me hace vomitar por las mañanas, pero por lo demás puedo decir que la vida me trata bien. —Todas mis esperanzas se desvanecieron. Pero me alegraba por ella, de verdad. Merecía ser feliz.
—Me alegro por ti. —Quizás mi voz no sonó tan risueña como antes.
—Verás, he oído que necesitan un especialista en cardiología infantil, y recordé que era tu especialidad.
—Y lo sigue siendo.
—Creo que sería una gran oportunidad, e incluso podría conseguirte una entrevista si quisieras. —¿Podría interesarme?
Rebusqué en mi memoria lo que sabía de aquel hospital. Era un referente a nivel nacional en traumatología, y habían desarrollado una nueva técnica para el trasplante de piel que había revolucionado todo lo conocido hasta el momento. Los clubs deportivos mandaban allí a sus deportistas con lesiones graves, y había escuchado maravillas sobre las reconstrucciones en quemados.
—Déjame que lo medite. Te diré algo.
—Todavía no es del dominio público, así que no creo que encuentres demasiada información que consultar al respecto. —Ella sabía que lo investigaría.
—Te prometo que en mi primer descanso te llamaré para decirte algo.
—Oh, ¿te pillo trabajando? —preguntó preocupada.
—No, pero empiezo mi turno en unos minutos. ¿Me darías unas horas de cortesía para pensarlo?
—Claro. No creo que un día o dos suponga mucha diferencia.
—Gracias.
—Oh, debo dejarte. Tengo un pene que sacar del horno. —Sacudí mi cabeza tratando de darle sentido a lo que había escuchado, seguramente había oído mal. ¿Un pene? Sería unas galletas. (En inglés, pene se llama vulgarmente cock, y galleta se dice cookie)
Puede que llegase a mi planta con el tiempo un poco justo, pero uno no puede luchar con los ascensores cuando todos se alían en su contra.
—¡Kingsdale! —El grito del doctor Livingstone no estaba destinado a avergonzarme delante del resto, sino a hacerme ver que él era el que tenía el poder allí. Nunca le ha bastado con ser el jefe de planta, ni el director del servicio de cardiología. Él siempre ha querido demostrar que los demás son inferiores, y que es él el que decide lo que va a ser de ti, tu futuro. Por eso todos le temen, porque creen que sus trabajos dependen de Livingstone.
—Doctor Livingston. —respondí con educación.
—Llegar a su hora es respetar a sus compañeros y a sus pacientes. Y hacerlo antes demuestra su dedicación y entrega a este trabajo. —Ya, y sobre todo te encadena al hospital como si fueses un mueble más. La esclavitud se abolió el siglo pasado. Lo único bueno era el sueldo, pero eso no les daba carta blanca para anular mi vida fuera del edificio.
Podía imaginar que esta actitud de mi jefe se debía más a una pretensión de ascender un escalón más, y formar parte del consejo de administración del Hospital. En resumen, más poder. Ojalá pudiese mandarles a él y a este hospital a paseo, ojalá… Palpé el teléfono en mi bolsillo. Si conseguía ese trabajo en el Altare, no me importaría cobrar menos. Si los compañeros de trabajo eran menos tóxicos, para mí eran suficiente. Además, lo que me retenía en la ciudad había desaparecido. Adiós Livingstone, adiós Maryorie. Hola nueva oportunidad.
En un descuido de Livingston tecleé un mensaje para Avalon.
—Consígueme esa entrevista, para hoy mejor que para mañana. —¿Ganas de irme? Como si toda la ciudad estuviese en llamas.
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