Dany
Tengo la respuesta del mensaje que le mandé a mi madre hace más de media hora, no esperaba que me contestase tan pronto, apenas son las 10 de la mañana de un día de fiesta, y conociéndola se habrá quedado a ver la televisión hasta las tantas.
—Ten cuidado. —Vale, avisada mi madre de que no llegaré a casa hasta mañana por la tarde, puedo centrarme en el resto. No quiero que se preocupe por mí, seguro que estaré bien.
Mi trasero rebota en el asiento, lo que me hace mirar el paisaje exterior. Acabamos de atravesar la entrada a la fábrica, y eso que ha hecho saltar mi culo ha sido el carril de la puerta corredera.
—El camión ya está aquí. —dice Alex mientras nos dirige hacia los muelles de descarga.
Aparcamos a su lado. Nada más abrir la puerta maldigo mientras aprieto los dientes. Este vestido es demasiado fino para no sentir el frío que hace, y las medias no vienen precisamente con calefacción integrada. Me siento tentada a dar unos golpecitos al suelo con los pies, pero en el estado que tengo mi tobillo no es la mejor idea.
—Te sigue molestando. —Alex no lo ha preguntado, me mira como si estuviese seguro.
—Antiinflamatorios, una venda compresiva y reposo, no necesito más. —No es la primera torcedura que me hago, y tampoco será la última.
—Te conseguiré todo eso en cuanto salgamos de aquí. —me promete.
—Tranquilo, tengo de todo en mi taquilla. —Soy una chica preparada para lo que sea, o eso quiero pensar. Alex me mira con los ojos entrecerrados, como desconfiando.
—De acuerdo.
—Que bien que ya estáis aquí. Tu tío Oscar ha traído ropa para que te cambies. —Saluda el jefe a su hijo. No creo que sus ojeras sean por haber estado de fiesta la noche anterior. Me da pena que un hombre mayor como él tenga que seguir tirando de la empresa de esta manera. Aunque pensándolo bien, al final es el joven el que está tratando de solucionar el problema. —¿Estás bien, Dany? —me pregunta. Se acaba de dar cuenta de que cojeo un poco. No quiero preocuparle.
—Son los zapatos, nada más. —Muevo la mano para quitarle importancia.
Me voy al vestuario que tenemos junto al almacén, y me pongo la ropa de trabajo de esta zona. Al menos no tengo que pasar por todas las medidas higiénicas porque estamos en la zona de almacenes y carga. En mi taquilla tengo ropa de trabajo más gruesa y apropiada para el frío que hace en esta zona; pantalones, botas, calcetines gorditos, camiseta de manga larga, jersey y un anorak de esos gordos. Me queda un poco grande, pero es que mi talla es un poco difícil de conseguir en este tipo de ropa. Parece que las chicas no somos mucho de hacer trabajos pesados.
Antes de ponerme el calcetín en el tobillo dolorido, me pongo una tobillera que tenía guardaba de la última vez. No está muy limpia, pero prefiero oler mal a que me duela. Con esto, el calcetín grueso y las botas de trabajo, el tobillo estará inmovilizado todo el tiempo, solo tengo que procurar que esté en alto el mayor tiempo posible. No tengo antiinflamatorios, aunque supongo que podemos encontrar una farmacia de guardia de camino y comprar algunos para el viaje.
Cuando regreso al muelle de carga, me encuentro con el jefe intentando ayudar a Alex a cargar el camión, mientras el tío Oscar trata de guiarles dentro del camión. No están haciendo un buen trabajo, se nota que no tienen ni idea de cómo se maneja el equipo.
—Deja que lo haga yo. —Alex me cede el transpaleta con alivio.
En un periquete meto el primer palé, solo me quedan otros tres y termino. Lo aseguro con la ayuda de Oscar. El hombre se nota que entiende de carga y de camiones, pero sus manos ya no tienen la fuerza y destreza que debía tener en otro tiempo, así que es Alex el que emplea la fuerza bruta para estirar las correas de sujeción tanto como es posible.
En poco más de media hora hemos terminado de cargar el camión, ya está listo para el viaje.
—¿Llevas los albaranes? —Le pregunta el jefe a su hijo.
—Aquí. —Levanta la tablilla donde están sujetos.
—¿Dinero para el viaje? —vuelve a preguntar.
—Llevo tarjetas. —Alex se señala el bolsillo de la cazadora.
—Tienes que echar gasolina Diesel en la primera gasolina que encuentres. —Le dice Oscar mientras Alex se dirige a la cabina por la puerta del conductor. Con rapidez, o con la que me permite mi pie pocho, me acerco a la cabina por el lado del acompañante, y trepo para ocupar mi sitio, justo a tiempo para escuchar la explicación de Oscar. —El GPS te marcará la ruta, las estaciones de servicio, las áreas de descanso y a cuantos kilómetros te queda hasta las siguientes. Vigila bien eso no te vayas a quedar sin gasolina o te saltes el descanso. La Guardia Civil controla mucho eso. —Señala un contador a uno de los lados del volante. Seguro que ese chisme le avisa cuando tenga que parar.
—Lo tengo.
—Ten cuidado y no corras, tienes tiempo de sobra para llegar a la hora. Tu céntrate en llegar. —dice Oscar preocupado.
—Cuidaré del camión, tío, no te preocupes. —Socar le da una palmada en el hombro y se baja del camión. La puerta se cierra y Alex arranca. —Bueno, ¿estás lista? —asiento y él empieza a soltar el embrague, con tan mala suerte que el motor se ahoga haciendo esos típicos trompicones antes de apagarse.
—Ops. —suelto mientras trato de agarrarme a cualquier parte. Le miro con recelo. —¿De verdad sabes conducir esto? —pregunto sin mucha confianza. Madre mía, ¿dónde me he metido?
—Tranquila, solo lo tengo que pillarle el truco. Hace un tiempo que no conduzco camiones como este. —Espero que no me esté engañando, porque no quiero tenerme que encontrar en la situación de tener que hacer una llamada al jefe para decirle que han metido entre rejas a su hijo, o peor, que hemos tenido un accidente.
No soy de santos ni esas cosas, pero me santiguo con rapidez como hace Matilde, la de envoltorios. Alex arranca el motor otra vez, y esta vez sí avanzamos sin contratiempos. Miro por el espejo retrovisor a las personas que dejamos en el muelle. Ellos no están más convencidos que yo de que Alex sepa lo que hace, pero según me ha explicado, no tenemos otra. Así que allá voy, a la aventura el primer día del año.
Seguramente a quién se pregunte ¿para qué demonios estoy yo subida en el camión? Pues sencillo, soy el seguro de viaje. Si le doy conversación, él no se duerme, si tiene dudas que surgen sobre la marcha, yo seré la que busque las soluciones junto con San Google y mi teléfono. Y si no conseguimos hacer que esta misión tenga éxito, el jefe ya tiene a quién echar la culpa y despedirme. Eso último no creo que ocurra, porque les puedo demandar por hacerme trabajar medio inválida en mi día libre.
Después de parar en una farmacia y comprar drogas para mi palpitante pie, y de llenar el depósito de combustible, ponemos rumbo a Barcelona. Si tengo que buscarle algo bueno a todo esto, es que puedo recostarme sobre la puerta y estirar mi pie pocho en ese enorme asiento que tiene todos los camiones. El calorcillo, el traqueteo y las drogas pueden conmigo, y sé que me quedo dormida antes de que…
—Dany. —Noto que me sacuden en el hombro.
—¿Qué? —miro a mi alrededor algo sobresaltada, y totalmente desubicada.
—Te he traído algo para comer. No puedes tomarte la siguiente pastilla con el estómago vacío. —Cojo el paquete que me tiende sin entender qué demonios ha pasado. Es de noche, estamos aparcados cerca de otros camiones, y siento que mi espalda me odia.
—¿Dónde estamos?
—Más o menos a dos horas de nuestro destino. —señala el GPS con su dedo. Me fijo mejor, y efectivamente es lo que dice. Aunque no quiera decírmelo, sé lo que significa.
—He dormido durante todo el viaje. —Alex se encoge de hombros.
—Lo necesitabas. —Abre un paquete y le pega un buen mordisco al bocadillo que está dentro. Mi estómago ruje. Esta visto que TODO mi cuerpo me odia.
—Lo siento, soy un acompañante de mierda. Se suponía que tenía que haberte dado conversación. —Abro el paquete e imito el gesto de Alex, devorando mi comida con ansia.
—Entretenido sí que me has tenido. —dice antes de pegar otro mordisco.
—No me digas que hablo en sueños. —Eso me horroriza, porque no tengo ni idea de lo que habrá soltado mi boquita.
—Peor, roncas.
—¡¿Qué?!, ¡yo no ronco. —digo ofendida. Alex empieza a reírse sin control. Este hombre me vuelve loca. Pega otro mordisco, y después de tragar…
—Sí que roncas. —Lo amenazo con la mirada mientras muerdo otra vez mi bocata. Menos mal que me lo he pasado durmiendo casi todo el viaje, no tengo claro si no le habría asesinado a mitad de camino.