Diego
¿Qué apellido era Daro? ¿Noruego? No podía dejar de mirar la fotografía que le había sacado al documento del chico para enviárselo a la gestoría que me llevaba todo el papeleo. Daro. La verdad, es que sus ojos sí que eran claros y también el pelo era arrubiado, pero no parecía noruego.
—Dijiste que no todo era fuerza, Diego. —Alcé la vista para topar con la cara enfadada de la pequeña listilla. No quería tener una discusión con ella, pero estaba claro que no iba a poder escapar. Odio cuando se creen que pueden dirigir mi negocio.
—Para hacer lo que tú haces tal vez no, pero no puedes negar que no te entusiasma cargar con neumáticos de aquí para allá. —Su cabeza se inclinó en un leve asentimiento, antes de adentrarse del todo en mi despacho. No, no iba a poder escapar de esta conversación.
—Así que lo vas a contratar como mulo de carga. —Su culo se acomodó en la silla frente a mí.
—¿Le has visto arrancar la puerta de esa Ford? ¡Es todo fuerza bruta! —Ella puso los ojos en blanco.
—Hay máquinas para hacer eso, Diego.
—Ya, pero son caras, se estropean, y en lo que las preparas para hacer el trabajo, un hombre fuerte ya lo ha hecho. —Su mirada de bruja me dijo que sabía lo que había en mi cabeza.
—Lo tendrás trabajando aquí hasta que se rompa la espalda, o algo parecido, y después lo echarás a la calle como hiciste con Cio. —Todavía estaba enfadada por ello, pero tenía que entender que ella no era la que jefa, y que tampoco tenía que inmiscuirse en mis decisiones. Pero tampoco podía cabrearla, porque podía largarse y dejarme tirado, y la puñetera Bruja del Este era muy buena en lo suyo. Había tenido una suerte endemoniada a conseguir que trabajase aquí.
¿Quién lo iba a decir? El viejo polaco no solo me vendió el negocio cuando se jubiló, sino que estuvo encantado que dejase a su nieta jugar con mis coches. Cuando me di cuenta de que podía irse a otro sitio a trabajar, la contraté para no perderla. Pero la enana esta se creía que como el negocio antes fue de su abuelo, ahora tenía algún tipo de poder aquí.
—Despedí a Cio porque se pasó de la raya. Una cosa es que deje a vuestros amigos que usen el aparcamiento trasero para hacer sus pequeñas reparaciones en sus autos, y otra muy distinta el que se use la maquinaria y el material del taller para hacerlo. Cio usó aceite lubricante sin permiso, y por eso…—La Bruja me interrumpió.
—¡Te lo pagó nada más cogerlo! —protestó con energía. Esta niñata no entendía.
—¿Crees que dejar unos billetes sobre mi mesa me compensa? Contaba con ese bidón, cuando le dije al cliente que su coche estaría listo a la mañana siguiente, tenía en mi almacén un bidón de lubricante con el que cambiar el suyo, pero por la mañana no tenía el aceite. Tuve que enviar a uno de mis mecánicos a comprar otro bidón, hacerlo a toda prisa, y aún así, hacer esperar al cliente porque no había podido cumplir con mi compromiso. Se trata de confianza, Josephine. Yo perdí la de ese cliente al no cumplir con mi palabra, mi reputación resultó dañada, y el tiempo de trabajo de la persona que tuve que enviar a hacer ese recado, no se empleó en hacer lo que tenía en su hoja de trabajo. Así que no te atrevas a decir que no perdí dinero ese día, porque perdí mucho más. —Decir su nombre completo era para que entendiera que esto era una regañina.
—Buf. —Solo pudo soltar el aire por esa boca, porque no tenía como defender eso. Yo tenía razón, y ella lo sabía.
—Mi taller no es un autoservicio, es un negocio, y de que siga a flote dependen muchas familias, no solo la mía, sino la del resto de mis empleados. ¿Cio cargaría con la responsabilidad de alimentar de la familia de Mack, de Rober o de Snake? —La Bruja movió la cabeza sin apartar la mirada de mi mesa. No podía negar la realidad, por mucho que tratase de defender a su amigo.
—No, tienes razón. —Sabía que la estaba costado un triunfo dar su brazo a torcer.
—Hazte un favor a ti misma, Jos, no vuelvas a dejarte atrapar por un niñato egoísta que solo piensa en su ombligo. —Todos sabíamos que ellos dos mantenían una relación, pero esto no era la policía o el ejército, no podía prohibirles que tontearan mientras hicieran su trabajo.
Sacudí mi cabeza, esto no habría ocurrido si todos mis empleados fuesen hombres. Sabía que tenerla aquí era un problema con los más jóvenes, pero tenía que conseguir que ella se apartase de ellos, así evitaría ese tipo de problemas. Tenerla en mi nómina era bueno para el negocio, el problema era la atracción que esos niñatos sentían por ella. Una mecánica joven, guapa y muy buena. Los que la habíamos visto crecer no pensaríamos en ella de esa manera, pero ya con Curtis tuve que tomar medidas, porque un tipo de 32 no podía mirar de aquella manera a una chica de 17. Me costó un buen mecánico, pero había merecido la pena por conservarla a ella. Esa bruja tenía un maldito don, podía saber qué andaba mal en cualquier coche solo con escucharlo unos minutos.
—Lo tendré en cuenta. —Se puso en pie con la expresión endurecida. Odiaba hacer de padre con ella, pero tenía que mantener el orden en mi taller, y a ella a toda costa en su puesto de trabajo. Ella había conseguido que muchos clientes no llevasen sus autos a otro sitio, porque estaban más que contentos con nuestro trabajo. Que un mecánico de con tu problema y lo soluciones, hace que los clientes vuelvan, incluso que te recomienden.
Cuando me quedé nuevamente solo en mi oficina, volví al lugar donde estaba antes de la interrupción. Daro, el nuevo chico. Joven, inexperto, pero le ponía ganas. Ojalá no me causase problemas, porque necesitaba a alguien que hiciese sin rechistar el trabajo pesado y tedioso que el resto trataba de eludir, como el cambiar las cubiertas de los neumáticos. No solo era cuestión de saber usar la maldita máquina, sino que había que ser fuerte y mañoso para hacerlo bien y rápido.
Solo esperaba que Jos lo mantuviese alejado de su corazón, y solo había una manera de comprobar si nuestra charla había surtido efecto. Tenía que ponerlos a trabajar juntos. Si ella conseguía mantenerlo en su sitio, podía respirar tranquilo. Si el chico caía en la tentación de seducir a la Bruja del Este, tendría que ponerle en su sitio. Y si eso tampoco funcionaba, siempre podía despedirle.
Owen
—Ya estoy dentro. —Tener informado al jefe era algo que debía hacerse.
—¿Cómo te ha ido? —Sabía que no se refería al trabajo de mecánico.
—Tengo algunas fotos que he enviado a Emil. Supongo que las cotejará con los registros de empleados del taller, así podremos hacer una primera criba. —Si el tipo era bueno escondiéndose, quizás fuese porque no quería ser reconocido. Encajar cada foto con una identidad ayudaba a desentrañar su vida. Como decía esa máxima de todo soldado “conoce a tu enemigo”. Ahora solo era una rata escurridiza, una rata anónima, pero tenía que cambiar eso.
—Bien. Antes de que regrese a Miami supongo que tendrá algo. —No es que me molestase que nuestro experto informático pasase la mayor parte de su tiempo en otro estado, hoy en día con todos los avances tecnológicos, podía hacer su trabajo igual de bien en un lugar que en otro. Tan solo… Yo soy más como mi padre, me gusta el contacto personal.
—Emil dijo que fue Ryder quién marcó a nuestro hombre. De verdad, tienes que pagarle un plus a ese hombre. Ni de baja deja de lado el trabajo. —Emil revisó las imágenes, aquella moto era inconfundible. Y yo pensando que estaba loco cuando me sobrepasó. No tenía ni idea de cuánto. Se suponía que estaba de baja por el asunto de la pierna, y aún así, se subió a su máquina y cumplió con su cometido. Al que le llamase viejo o acabado acababa de cerrarle la boca.
—Lo haré, no te preocupes.
Seguir leyendo