El tráfico estaba demasiado congestionado, seguramente cuando llegase hasta la oficina de Emil la comida estaría casi fría. Una llamada entró en ese momento a mi teléfono, y por el indicador que aparecía en el salpicadero de mi coche era la persona a la que iba camino de alimentar.
—Ya estoy en camino, y llevo tu postre.
—La rata acaba de activar su teléfono. —Mi sonrisa desapareció. Era momento de dejar al Owen risueño de lado y dejar que el profesional tomase el control.
—¿Cuál de ellos? —Teníamos que seguirles la pista a tres, y cada uno se movía por una zona diferente, por eso nos estaba costando encontrar a ese tipo.
—El de la zona vieja. —Le di un vistazo a los edificios a mi alrededor, tratando de ubicarme.
—Puedo estar allí en 12 minutos. —Me metí en el carril de mi izquierda sin apenas tiempo para avisar al coche que venía detrás. Me gané una fuerte pitada, pero no hubo ningún roce.
—Demasiado tiempo, sabes que los teléfonos no suelen estar activos más de 7 minutos. —Hice un cambio brusco de calle, ganándome otra pitada. Solo esperaba no cruzarme con una patrulla de la policía.
—Tu encárgate de las cámaras de tráfico, y yo me encargaré de llegar a tiempo de identificarle. —Pisé el acelerador tanto como pude, pero no fue mucho. Como dije, el tráfico era como arenas movedizas; imposible salir de allí una vez que estabas dentro.
—He pasado el aviso a los rastreadores de la zona, seguro que alguno puede llegar antes. —Aquellas palabras me hicieron apretar los dientes, ese tipo era mío, mi responsabilidad, y no me gustaba demasiado que otro le atrapase antes que yo. Vale, era solo una identificación, luego habría que investigarle y destripar su vida al detalle, pero…Llevaba demasiado tiempo en esto como para dejar que otro hiciese lo que esta vez me tocaba a mí.
—Mándame la localización de su señal, quizás pueda alcanzarle. —La consola digital de mi vehículo mostró un mapa de rastreo, algo que se instalo en algunos vehículos con la posibilidad de vincular Google Maps con nuestro teléfono. Una aplicación muy útil que cierto amigo de la familia había conseguido. No quería preguntar de dónde ni como, pero me lo imaginaba.
—Tengo respuesta, uno de los rastreadores está cerca de la zona. —Me tragué las ganas de soltar una palabrota, pero Emil no tenía la culpa de mi frustración. Tenía que agradecer que uno de los nuestros pudiese interceptarlo, daba igual quién fuese, este era un trabajo en equipo. Pero eso no impediría que yo también estuviese allí.
—Yo también estoy llegando. —Un par de calles y estaría cerca, muy cerca… —¡Mierda! —Un loco en moto me sobrepasó en ese momento, haciendo que mis pelotas ascendiesen hasta la garganta. ¿Y yo era el de la conducción temeraria? Siempre había alguien que estaba peor de la cabeza.
Casa de Ryder
Papá estaba frito, tan drogado, que se había quedado dormido en el sofá y no se había dado cuenta de que yo acababa de llegar a casa.
Dejé la bolsa con la medicación sobre la mesita a su lado, cuando un mensaje hizo vibrar su teléfono. Normalmente yo no habría curioseado, pero ya que estaba allí en ese momento, no pude evitar fijarme en la alerta que parpadeaba. Código naranja. Tenía mucha curiosidad por saber qué era lo que significaba, más que nada, porque cuando a mi padre le dispararon sabía que se movilizaron todos los recursos para dar con el tipo que lo hizo. Como dijo papá “la familia cuidaba de la familia”. Puede que no se tratase de algo muy importante, pero si había llegado una alarma al teléfono de mi padre, era porque necesitaban hombres.
Con cuidado tomé el teléfono y lo desbloqueé, primera lección que aprendí: como desbloquear los teléfonos de mis padres. Culpen al colegio y su manía de mandar avisos cuando no asistía a clase. Si no quería problemas con ellos, tenía que deshacerme de ellos. Mientras las notas que llegasen a casa fuesen buenas, no tenían que enterarse de las travesuras de su retoño.
Código Naranja; localización y marcaje de objetivo, prioridad 1. Eso me sonaba. Papá contaba aventuras sobre perseguir a los malos en su moto, colocarles un dispositivo de rastreo en los bajos del coche mientras estaba en marcha, y después largarse sin que el tipo se diese cuenta. La adrenalina empezó a fluir en mi cuerpo ante la expectativa de entrar en esa aventura. El objetivo parecía no estar demasiado lejos, se movía a un par de manzanas de casa. Esperé un minuto, pero parecía que todavía no llegaba una confirmación de ir tras de él. Me mordí el labio con ansiedad mientras observaba a mi padre, estaba K.O., no se enteraría. Abrí el chat y escribí “voy para allá”.
Le di un último vistazo, si ocurría lo mismo que las últimas veces, estaría así al menos una hora, no se daría cuenta. Con paso rápido me acerqué al garaje, me acerqué a la vieja moto de papá y la meneé para cerciorarme de que tenía combustible en el depósito. No estaba lleno a rebosar pero me serviría. Me estiré para coger su cazadora de motero, y por supuesto, el casco bien tapado en la estantería. Hacía tiempo que no lo usaba, pero siempre estaba cargado por si acaso, o al menos eso decía; uno nunca sabe cuando lo va a necesitar. No me engañaba, aunque ahora tuviese un puesto menos expuesto, más tranquilo, papá todavía soñaba con los viejos tiempos. Como tenía ahora la pierna era algo que no se podía permitir, al menos al nivel de antes. Recordar el motivo por el que seguía medicándose me hizo apretar los dientes. Sí, era su trabajo, pero eso no implicaba que me gustase que le disparasen.
Revisé la carga de la batería del casco, estaba a tope. Me lo coloqué en la cabeza, y nada más bajar la visera apareció la señal de vinculación de dispositivos. Ya de niña me parecía alucinante cuando papá me lo ponía, pero ahora que sabía que la cosa iba en serio… Tomé un par de dispositivos de rastreo, que estaban bien guardados en su caja. Los metí en el bolsillo de la cazadora. No pude aguantar más, cerré la cremallera y empujé la moto para sacarla del garaje sin hacer ruido. El mecanismo de la puerta era una cosa, podía justificarlo diciendo que había acortado por ahí para salir, pero el ruido de la moto… Eso sería más complicado de explicar. Algún vecino podría irle con el cuento a mi madre, y me pillarían infraganti.
Hice rodar la moto hasta la carretera, allí me subí sobre ella, solté el freno, y dejé que la gravedad nos llevase calle abajo. Cuando estuve a buena distancia, arranqué la máquina y nos lancé hacia el objetivo que marcaba el monitor integrado en mi casco. Era como tener el monitor de un ordenador dándome información, mientras la imagen de fondo era lo que tenía delante de mis ojos. Casi me faltó gritar de júbilo al sentir el aire colándose por el cuello y las mangas. Si esto se volvía a repetir, tendría que hacerme con algo de mi talla.
Zigzagueé entre el tráfico, sorteando los vehículos que avanzaban lentamente por la carretera. Ellos podían ir más cómodos allí dentro, pero no tenían mi libertad. El punto que parpadeaba en el monitor me indicaba que el objetivo estaba cerca, pero había un aviso de que podía perderse su pista con rapidez, así que le di gas y me lancé como una posesa a devorar asfalto.
No me detuve hasta que tuve al objetivo a la vista, según el marcador digital, el tipo estaba dentro de un viejo coche de color oscuro; demasiado común como para diferenciarlo de los cientos o miles de coches iguales que habría en la ciudad.
Con disimulo me acerqué por el exterior, como si buscase el mejor hueco para colarme entre el tráfico, me agaché a revisar algo de mi bota, y con esa excusa coloqué el dispositivo en un lugar del interior de la carrocería donde sabía que no se le ocurriría mirar y que aguantaría un pequeño choque.
Hecho mi trabajo, pasé de largo y me alejé hasta doblar a una calle lateral. Me detuve allí, para observarlo pasar. Saqué el teléfono y escribí “marcado”. Poco después la señal del mapa cambió de rojo a azul. No sabía lo que significaba, pero seguía moviéndose, así que supuse que esa era mi señal para desaparecer.
Pues papá tenía razón, esto era excitante y divertido. No me importaría repetir.
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