La verdad, llevo aquí más de 15 minutos, tengo sueño, la ropa empapada, pero ninguna gana de irme. No sé, me siento a gusto aquí, con Marcos y Dany.
El timbre de la puerta principal resuena por todo el muelle, haciendo que Dany corra hacia el comunicador que está sobre la mesa de control. Ya saben, ese sitio donde el encargado vigila que toda la mercancía salga en los camiones que tiene que salir, y donde se anota lo que llega y quién lo ha traído.
—Ese es nuestro camión. —Marcos abandona su paquete de Navidad, y se apresura a coger un transpaleta con la que cargar los palés.
La persiana metálica de mi derecha empieza a elevarse, accionada por Dany. Antes de que esté arriba del todo, puedo ver la parte trasera de un camión que está maniobrando para pegarse al muelle de carga.
—Bom dia. —La cabeza de un hombre aparece cerca del camión. No sé dónde demonios se apoya, pero de un salto entra en el muelle de carga. Tengo que reconocer que está ágil.
—Bom dia Carliños, ¿como vai? —Vaya, es una sorpresa esta mujer, habla portugués.
—Tenho frio —dice frotándose las manos.
—Enseguida cargamos y vuelves a la cabina de tu camión, seguro que está más calentita que aquí. —Dany ya está abriendo la puerta trasera del vehículo, mientras Marcos va arrastrando el primer palé.
—Obrigado.
Da gusto verlos trabajar, están tan coordinados, que parece que lo han hecho infinidad de veces. Seguramente porque sea así. Carliños ata los palés para que no se muevan dentro de la caja del camión, ayudado por Dany. Otra sorpresa, a esta mujer no se le resiste nada, es una todo terreno. Ellos hablan con soltura mientras realizan todas las tareas, y antes de darme cuenta, el camión está listo para irse, lo que me recuerda que yo hace tiempo que también me tenía que haber ido.
—Y ahí va. Todavía recuerdo cuando cargábamos camiones enteros con carbón. —El tono de Marcos es algo melancólico al decirlo.
—Ya no se lleva lo del carbón dulce, Marcos. Las tradiciones decaen. Ahora se estilan cosas más modernas —le recuerda Dany mientras anota en el parte la salida de la mercancía, la matrícula del camión y la hora. Carliños estampa su firma después y se despide.
—Bom Natal. —El camión ruge al alejarse, aunque la lluvia enseguida enmascara el sonido del motor mientras se aleja.
—Yo también tengo que irme. Gracias por el café. —Dejo la taza en la mesa, odiándome por no poder limpiarla. Soy un poco cuadriculado con algunas cosas.
—No me importa que te quedes un ratito más, todavía me quedan dos horas para terminar el turno —dice Marcos mientras controlaba la hora en el enorme reloj de la pared.
—No te quejes, tienes a Charly —le recuerda Dany. Espera, ¿se estaba riendo de él? Pero qué traviesa.
—Ja, ja —dice Marcos sin pizca de gracia en su voz—.Tiene una conversación de lo más interesante.
—Pues Charly y yo nos lo pasamos genial cuando estamos juntos. —Dany acaricia la peluda cabeza del can. No sé si entendería de lo que hablaba ella, pero lanza un fuerte ladrido.
Si no recuerdo mal, el perro nunca sale de la fábrica, es el único que está aquí de forma permanente, incluso cuando no hay vigilante. ¿Qué haría cuando se queda solo? A la zona de fabricación seguro que no entra, porque tiene unas medidas higiénicas muy estrictas; no queremos pelos de perro en ninguno de nuestros productos.
—Eso es porque tú eres un poco rara. —Vaya, Marcos le devuelve la puñalada a Dany, pero lo hace con una enorme sonrisa. Estos dos deben de conocerse hace mucho tiempo, está claro que son amigos.
—Pero aun así me quieres. —Buena respuesta.
Me fui de allí escuchándolos hablar de esa manera. La verdad es que, si yo trabajase en la fábrica, me encantaría estar rodeado de un ambiente como este.
—Espera, te subo el portón. —Dany ya está pulsando el interruptor para que la persiana metálica suba y así yo pueda irme de allí.
De camino a las cocheras de la empresa del tío Óscar, pienso en todo lo sucedido con Marcos y Dany, en las posibilidades que se me ofrecen solo con estar con ellos. Trabajar a su lado puede facilitarme el conocer a todos los empleados de una manera que me llevaría tiempo hacer de otra manera. Soy un hombre que ve las oportunidades y las atrapa para no dejarlas escapar, y esta no será diferente, pero tengo que encontrar la manera de hacerlo sin que se sientan utilizados.
Nada más a travesar la puerta de las cocheras, encuentro a César revisando una hoja de ruta sobre una tablilla. ¿Que cómo sé lo que hace? Pues de la misma manera que sabía lo que apuntaba Dany en la suya; soy un hombre al que le gusta conocer todos los detalles del negocio, y los formularios son parte de eso. Además de que tengo una muy buena memoria.
—No tienes buena cara. —César ser ríe de mí. —Eso te pasa porque no estás acostumbrado a madrugar.
—Tú tampoco, lo que me hace preguntarme ¿qué haces aquí tan pronto? —Camino hacia él mientras me quito los guantes. Tengo que firmar el parte de entrega del vehículo, y con guantes es difícil hacer que el bolígrafo dibuje una firma elegante.
—Cena de familia, ¿recuerdas? Si quiero dejarlo todo listo antes de mediodía tengo que arañarle algunas horas al reloj. —Frunzo el ceño confundido.
—Es una cena, no una comida. —Esa toca mañana, pensé.
—Con Natalia de siete meses, ¿a quién crees que le va a tocar ir a recoger la tarta? Tengo que ir a la pastelería antes de que cierren, recoger el pedido, llevarlo a casa, preparar las medias noches, rellenar los volovanes, ponerlos en bandejas, ducharme, ponerme guapo, y llegar a casa de la abuela antes de que Lucas se haga con el mando a distancia de la tele.
—Sí que estás ocupado. —Me he cansado solo con escuchar lo que tiene que hacer. ¿La vida de casado es así? Desde que César se casó con Natalia, su vida ya no es igual a la que tenía antes. Antes de ella, su vida era… como la mía. ¡Mierda!, el matrimonio es la esclavitud.
—¿Y por qué no encargas a otro que haga los volovanes esos? Cómpralo todo hecho, seguro que los venden en alguna parte. —César pone los ojos en blanco.
—¿No eres tú el que se pone morado de lechazo todos los años? ¿Qué te parece si le quitamos trabajo a la abuela y lo encargamos? Seguro que en algún asador nos hacen precio.
—No fastidies. —Sé dónde quiere llegar. La abuela asa el lechado de una manera perfecta, en ningún restaurante he comido un asado mejor que el suyo. Está claro, como lo que se hace en casa no se encuentra en ninguna otra parte.
—Pues eso. ¿A ti no te han encargado nada? —pregunta Cesar mientras apunta la salida de otro camión. Sí que hay movimiento hoy en la empresa de reparto.
—No. —Cesar hace un gesto extraño con los labios.
—Normal, nosotros no somos como papá y el abuelo, somos unos inútiles para la comida. Si no fuera por el relleno tan rico que prepara Natalia, a mí tampoco me habrían encargado nada. —No estoy de acuerdo.
—De todas maneras, tendrías que ir por la tarta. —César ladea la cabeza.
—Eso es verdad. Tú podrías estirarte e ir a comprar el turrón.
—Lo compré el mes pasado. Ya está en casa de la abuela. —César bufa.
—Pero qué suerte tienes. ¡Claro!, como eres el único soltero. —Tengo que pararlo antes de que tome ese camino.
—Me voy a casa, que te diviertas —le digo mientras me alejo y me despido con un gesto de la mano.
Me acerco hasta mi coche, me quito el chaquetón empapado, y entro para sentarme detrás del volante. Lo acaricio con reverencia. Me costó conseguir el modelo que quería con los extras que me gustaban, pero ha merecido la pena. Sentado en mi asiento de cuero, mi trasero pronto se calentará con la calefacción integrada. Sé que el dinero no da la felicidad, pero en este momento estoy feliz por no ser pobre. Y soltero, porque si tengo que compartir con otra persona mi sueldo, no podría comprarme estos caprichos. No, el matrimonio no es para mí.
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