He corrido por alcanzar una medalla, he corrido para conseguir una beca, pero nunca me preocupó conseguir mi meta, porque sabía que a otros les importaba más que a mí. Correr era solo una manera de unirme al viento, soltar toda esa energía que me desbordaba, y además encontrar ese instante de libertad que necesitaba. Primero fue diversión, luego se convirtió en necesidad, y hoy es una costumbre que me es imposible erradicar.
Al igual que un yonqui enganchado a la adrenalina, yo necesito correr para evadirme de lo que soy, de la responsabilidad que significa ser yo mismo. No reniego de ser un Vasiliev, pero a veces me abruma el convertirme en lo que ellos esperan de mí. Papá no descansa nunca, siempre está pendiente de todos, de la familia, velando por nuestra seguridad, necesidades e intereses. Y he ahí el problema, todos tienen muy claro en qué o en quién piensan convertirse, yo todavía estoy perdido.
Pero eso ahora no importa. Todo lo que he aprendido, todo lo que ellos me han enseñado, no servirá de nada si no llego a tiempo. Por eso siento como me arden las piernas, por eso mis pulmones están a punto de colapsar. Estoy yendo más allá de lo que he ido nunca, porque si fracaso, ella caerá.
No puedo perder a ninguno de la familia, y aunque ella solo lo sea por accidente, es la más importante de todos ellos. Porque no podría seguir adelante sin verla cada día, sin escuchar su voz, sin hacer que su ceño se frunza cuando la enfado, sin oler el aroma de las magdalenas que impregna su pelo por las mañanas. No puedo permitir que desaparezca de mi vida antes de haberla besado, porque ahora ya es demasiado tarde para seguir fingiendo que no deseo hacerlo.
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