Podían decir que la noche de Los Ángeles era fría, sobre todo si estabas mar adentro a varios kilómetros de la costa, pero eso era algo subjetivo. De donde yo venía, el frío era un compañero al que no podías despistar. Y no este frío, sino del de verdad. El norte es lo que tiene, y mi último destino había estado muy, muy al norte.
—Bonita, ¿verdad? – Slash se acomodó a mi lado de la barandilla para mirar las luces de la ciudad en nuestro horizonte.
—Es solo otra ciudad más. – Le respondí sin emoción.
—Pero es la ciudad del glamour. Dicen que si tienes suerte puedes toparte con alguna de esas estrellas de Hollywood tan famosas, incluso con Elizabeth Taylor.
—¿Ella es guapa? — Sus ojos me miraron sorprendidos.
—¿No me digas que lo la has visto en esa película de hace unos años? Cleopatra se llamaba. Está un poco madurita, pero no me importaría que ella fuese mi Sra. Robinson.
—No veo mucho cine. — Reconocí. Donde había estado no llegaba precisamente el cine americano, y tampoco es que ver películas estuviera en mi agenda.
—Pues estaba realmente sexy. No sabes lo que te has perdido. – Podía ver en su cabeza lo que realmente estaba pensando. Había pagado por mi pasaje hasta aquí desde Alaska, y eso indicaba que no quería venir por medios más convencionales. Ya era bastante sospechoso sin tener que añadir el detalle de que estaba descolgado de la cultura americana y sus estrellas de cine. Pero no se atrevería a decir nada, porque él sabía que el capitán tampoco estaba haciendo algo del todo legal. Si algo salía mal, solo tenía que acusarme de ser un polizón y librarse de todo el lío. Yo no era nada más que mercancía de contrabando que se podía arrojar por la borda si la cosa se ponía fea.
La sirena del buque sonó con fuerza, avisando a una embarcación cercana de que se estaba acercando demasiado, o puede que fuese el aviso al otro transporte para vendría a recogerme. Yo aproveché eso para hacer un gesto de despedida con la cabeza e irme a mi camarote. Ya tenía mi escaso equipaje preparado dentro de mi petate, así que solo lo tomaría, daría un último repaso a la habitación eliminando mi rastro, y me prepararía para desembarcar. Con lo fácil que era entrar en el país, no sabía como la gente se complicaba tanto para hacerlo.
Ya estaba preparado en la cubierta cuando la escala se descolgó por babor. Gracias a la luna llena podía ver la embarcación allí abajo, y al tipo que aferraba la maroma para que no se alejara de su posición. Nadie se despidió de mí, tampoco me importaba. Bajé aquella escalera y cambié de barco. En mi cabeza no estaba el hacer amigos, así que no tenía por qué dar conversación a nadie.
—¿Es la primera vez que vienes? – Miré al tipo que sujetaba el timón de la nave de recreo que me había recogido.
—No. Soy americano. – El tipo giró la cabeza hacia mí.
—¿Y no sería más fácil entrar por control de aduanas? – El tipo tenía que ser nuevo en esto. Primero, no se le da conversación al tipo que has recogido en mitad de ninguna parte. Y segundo, hay muchos motivos por los que una persona no quiere pasar por aduanas de los Estados Unidos, y no todos tienen que ver con ser un inmigrante ilegal.
—Hay personas a las que no quiero avisar de mi llegada. – El tipo asintió, pero antes de que me hiciera una pregunta más, le interrumpí. – Voy a hacer una meadita. – Me alejé de él y me fui a la parte de detrás. Le daría la espalda, aunque no dejaría de vigilarle. Una cosa es que no quisiera darle conversación, y otra muy distinta quedar a su merced. Aprendí hace tiempo que no hay que confiar en nadie, todos pueden tener un cuchillo que clavarte por la espalda. Aunque había personas que no necesitaban un arma para hacer daño. Y este tipo…Algo me decía que detrás de esa actitud afable había algo más…Miré hacia la caja que tenía a mis pies a mi izquierda, si se suponía que habíamos ido de pesca, esa debería haber sido nuestra recompensa del día. Podría haber pasado, salvo por una de las piezas que había en el recipiente. Probablemente el tipo no tenía di idea de lo que le habían colado en el pedido, pero allí había un pez de arrastre, esos no subían a la superficie a dejarse atrapar en un anzuelo, esos solo se conseguían con una red de pesca. Dudaba mucho que ese tipo fuera un pescador de embarcación de recreo, alguien a quién la ganancia de la pesca no le da para vivir y tiene que recurrir a estos ingresos poco lícitos, tampoco era un idiota con un carné de barco y que quería hacerse con dinero fácil. Las buenas opciones se escapaban, y solo dejaban las malas.
—Bueno, ya estamos llegando. – La mayoría de los amarres estaban llenos en el pequeño muelle, y nosotros nos dirigimos a uno en un extremo alejado de la salida. Otra persona quizás no habría visto gran cosa, solo un trozo de costa, pero yo apreciaba algunos detalles extra que me hicieron poner alerta. No era el silencio que solo rompían las olas y el motor de la embarcación, no era la falta de actividad en el perímetro, fue la oscuridad que parecía oprimir al acceso al embarcadero. Todo lo demás parecía medianamente iluminado, pero allí se notaba que faltaban un par de bombillas. Para una persona recelosa como yo, aquello era una señal de peligro.
—Voy a buscar tu dinero.
—Parece que tienes prisa por largarte. – Bromeó mientras me alejaba de su vista. Lo que ese idiota no sabía es que esa iba a ser la última vez que me viera. Ajusté mi petate a la espalda, solté por la borda uno de los flotadores de defensa del barco, y los seguí hacia el agua. Lo único que tenía que hacer, era mantenerme bien agarrado a la cuerda hasta que llegáramos al atraque, allí me soltaría antes de que comenzase las maniobras para atracar, y me deslizaría bajo las pasarelas de madera hasta encontrar el momento y lugar apropiados para salir de allí. Si mi intuición no se equivocaba, pronto no estaríamos solos.
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