—Más mami, más. – volví a meter la mano en la bañera donde estaba remojando a mi pequeño terremoto, para volver a crear docenas de burbujas que la harían reír de nuevo.
—Un día de estos va a conseguir copiarte, y tendremos un problema con tu madre. – Evan avanzó hacia nuestra niña con una enorme toalla en sus manos. No nos estaba riñendo, él nunca lo haría. Pero tenía razón, un día de estos, mi pequeña empezaría a canalizar la magia de su elemento, y no habría manera de contenerla.
—Todavía es muy pequeña, Evan, tiene solo tres años. – le recordé.
—¿A qué edad empezaste tú? – intenté recordar mi primera vida, aquel preciso momento en que descubrí que podía hacer cosas que el resto de los niños no podían.
—Creo que sobre los 6 o 7 años, no recuerdo bien. –
—Entonces no tenemos mucho tiempo para prepararnos. – sí, lo sabía. Habíamos hablado sobre ello cantidad de veces. Quería que mi hija tuviese una vida normal, con las experiencias que tenían cualquier otro niño. Ir al colegio, hacer amigos… pero no podríamos dar ese salto hasta que ella no fuera consciente de su poder, pudiese controlarlo, y lo más importante, tuviese muy clara la responsabilidad que implicaba poseerlo y utilizarlo.
Habíamos tomado la decisión de vivir en un país donde podríamos educarla en casa, hasta el momento en que el colegio fuese un lugar seguro, para el resto de niños y para ella.
—Bueno, eso podemos dejarlo para mañana. Ahora vamos a cenar con los abuelos y el tío, ¿de acuerdo Deva? – mi pequeña estiró los brazos para aferrar el cuello de su papi, mientras él la llevaba hacia nuestra habitación, al tiempo que asentía con la cabeza. Dudo mucho que entendiera lo que su padre y yo teníamos que hacer para protegerla, solo esperaba que de mayor lo comprendiera.
Seguro que se preguntan cómo nos aventuramos a tener una hija con todo lo que suponía ser alguien como yo, de escapar de aquellos que deseaban aprovecharse de mi don. Bien, la única respuesta que puedo dar es ¿por qué no? El mundo necesita más brujas del agua.