Tasha
Volví a otear en dirección a la carretera que llevaba a la pequeña playa, intentando distinguir en la oscuridad las luces de algún vehículo. Acababa de recibir un chivatazo hacía apenas 15 minutos, y prácticamente había volado para llegar hasta allí.
Había estudiado el lugar, había escogido la mejor posición, tenía todas las vías de escape preparadas, sólo necesitaba que aquellos desgraciados aparecieran, y volvieran a repetir el mismo ritual de otras veces. Esta vez su presa iba a escapar.
Las luces de un vehículo alto, probablemente un todo terreno, avanzaron por el agreste sendero, hasta detenerse cerca de la ensenada. Unos metros de escarpado descenso a pie, y llegarían a la pequeña y escondida playa. No eran tontos, sabían que la corriente allí era fuerte, y que la marea estaba bajando. Solo había que lanzar algo al agua allí, y la corriente se lo llevaría mar adentro. Lo habían hecho tantas veces… que estaban convencidos de que nadie sabía cómo lo hacían, porque la policía siquiera tenía una pista. ¿Cómo lo sabía yo?
4 meses antes……
La alarma del despertador sonó en la habitación, y yo estiré mi mano para apagarla. Encendí la luz de la mesilla de noche, y giré la cabeza hacia la cama de al lado. Seguía vacía. Había escuchado a Claire decir mi nombre, sonreírme y llamarme terremoto. Pero no había sido más que un sueño. Ella no había regresado. Hacía ya más de dos meses que ella se había ido con otra chica de la residencia de enfrente, y ninguna de ellas había vuelto. Solo era una entrevista de trabajo para un restaurante de a las afueras de Richmon. Algo con lo que sacar un poco de dinero para costearse los estudios. Yo la animé, porque si alguien había sido creado para atender al público, había sido ella. Atender mesas, recordar pedidos, sonreír a ricachones prepotentes… ella era perfecta. ¿Quién no le dejaría una suculenta propina, a una pelirroja de ojos verdes, piel blanca y pecosa, y sonrisa dulce?
Esperé su regreso con una botella de zumo recién exprimido en nuestra pequeña nevera. El zumo se avinagró esperando, porque ella nunca regresó. Tampoco lo hizo la otra chica. Presenté denuncia a la policía, pero no sirvió de nada. No me hicieron mucho caso, porque Claire era un poco… hippy la llamó ese calvo anoréxico que se hacía llamar detective. Solo me hicieron caso 20 días después, cuando la otra chica apareció flotando en una playa al otro lado de la bahía, en Paradise Cay.
Yo seguía pagando por su lado de la habitación, porque tenía la absurda esperanza de que ella regresaría, y porque no deseaba tener a una nueva compañera. Ella y yo habíamos estado juntas desde que llegué a esta universidad. Habíamos compartido tantas cosas, unas buenas, otras no tanto, y algunas malas. No sé, creí que dejar que otra persona ocupara su sitio era como traicionarla. Papá no preguntó por qué seguía pagando por la otra mitad de mi habitación, solo dijo que no estaba mal tenerla toda para mí. Pero… se equivocaba en parte. Me sentía sola. Claire, pese a sus defectos, que no lo eran, era una buena compañera de habitación, y mantenía ocupada mi cabeza cuando no estaba pensando en clases, o en Drake. El novio fantasma, lo llamaba ella, porque, salvo por algún pequeño vistazo cuando manteníamos nuestras conversaciones a distancia, ella nunca nos había visto juntos.
Metí la sudadera con capucha por mi cabeza, apreté los cordones de mis deportivas, y tomé mi teléfono, auriculares y llaves. No necesitaba más para salir a correr por el campus. Era mi rutina desde que llegué allí, una que Claire sufría, porque mi despertador la sobresaltaba cada mañana de lunes a viernes. Hay quién puede pensar, que después de la desaparición de Claire, hubiese tenido la precaución de cambiar mi hora de salir a correr, pero no lo hice. Hacerlo a aquellas horas de la mañana, me garantizaba el no encontrar coches ni gente estorbando, y las duchas libres y agua caliente cuando regresara.
Bajé las escaleras de las dos plantas con calma, y me detuve nada más atravesar la puerta exterior para cumplir con mi ritual. Auriculares en las orejas, capucha arriba, estiramientos, y comenzar con un ligero trote que aumentaría de velocidad nada más llegar a la esquina.
—Tasha. – aquella voz débil me hizo girar la cabeza hacia mi izquierda, y mirar hacia mis pies. La sorpresa casi me impidió reaccionar con celeridad, pero lo hice. Mis rodillas se clavaron en el suelo junto a ella, junto a Claire. Su pelo estaba húmedo y hecho un desastre, sus labios amoratados, su piel pálida, y no había rastro de su sonrisa, pero era ella.
—¡Claire!, ¿qué…? – no me atreví a preguntar más, porque el resto de ella decía mucho más de lo que su derrotada voz podría. Estaba descalza, sus ropas elegantemente provocativas rasgadas y mojadas, y una extraña sustancia manchando su escotada camisa oscura. Podía reconocer aquel olor en cualquier parte, aquella textura adherida a la tela… era sangre. Alcé con cuidado la tela pegada a su clavícula, para confirmar lo que sospechaba, estaba herida, y por lo que parecía, era una herida de bala. Ella se quejó cuando tiré de la tela que había empezado a pegarse, pero no hizo demasiado ruido. Era como si temiese que la oyeran. Tomé su brazo ileso y lo pasé por mi cuello para ponerla en pie.
—Duele. – se quejó.
—Lo sé, tesoro. Pero tenemos que llevarte a la habitación. Apoya tu peso sobre mí. – Ella gimió por el dolor y el esfuerzo, pero nadie la escuchó salvo yo. Regla número uno, si vas a hacer algo malo, que nadie te pille. Por inercia ya había revisado nuestro alrededor, buscando miradas indiscretas, testigos… lo que fuera que pudiese dejar rastro de que nos habíamos visto. Nadie, todo estaba desierto, y si no me equivocaba, el equipo de limpieza sería el primero en aparecer dentro de media hora. Así que tenía el camino libre.
No solía tomar el ascensor, porque eran solo dos plantas, y aquel trasto tenía más años que mis padres, pero nos metí allí dentro sin pensarlo. Claire casi no podía caminar, no le quedaban fuerzas. Cayó como una piedra sobre su cama, que estaba pulcramente hecha, como ella la dejó, y yo aproveché para cerrar la puerta con pestillo. No quería que nos interrumpieran. La gente no solía llamar a mi puerta con mucha frecuencia, y mucho menos entrar en la habitación sin permiso, pero no podía arriesgarme que hoy decidieran saltarse esas costumbres.
Regla número dos; ten siempre a mano un botiquín bien surtido. Nunca se sabe cuándo lo vas a necesitar. Vendas, desinfectante, suturas… mamá se encargó de prepararlo para mí, y papá lo cumplimentó con alguna cosilla más. Siempre pensé que eran unos neuróticos exagerados, pero en ese momento, les agradecí por su previsión. Saqué todas las toallas del armario, y una bolsa de plástico que usábamos para la ropa sucia. Claire parecía un hada, pero le olían los pies como cosa mala por culpa de esas deportivas de piel que no se podían lavar. Así que precintábamos sus calcetines sucios en recipientes herméticos. Tomé un par de bolsas y las extendí sobre el colchón bajo Claire, y después procedí con la operación. Nunca entendí para qué narices papá me enseñaba aquellas malditas cosas, pero ahora sabía que me había preparado para este tipo de situaciones toda mi vida. No era cirujano, pero sabía lo que tenía que hacer.
Primero, meter calmantes en ese cuerpo, y de paso suero. Había perdido mucha sangre, y necesitaba recuperar fluidos con rapidez. Gracias hospital general y todas las series en las que aparecían los paramédicos haciendo su trabajo. Me puse unos guantes de látex, preparé la intravenosa, limpié el flexo del codo, palpé en busca de una vena que pinchar, y metí la aguja. Comprobé que había acertado, y abrí el flujo de suero. Luego metí el calmante y me dispuse a atacar esa herida. Mientras retiraba la tela, Claire gemía cada vez que la movía, pero cuando levanté su cuerpo para comprobar si había agujero de salida, ya no escuché nada. Los calmantes y el agotamiento la habían sumido en la inconsciencia, porque su pulso seguía estando allí. Y sí, había agujero de salida. La bala no estaba dentro.
No tenía ni idea de cuánto tiempo había pasado desde que la dispararon, pero por la humedad del pelo, y de ropa, supuse que no había sido hacía poco, tal vez tres horas. Supuse que la bala no había dañado alguna arteria, porque el agua y el tiempo, habrían derivado en un sangrado más profuso, y, por consiguiente, ella estaría ya muerta. Así que procedí a coser la herida y a tratarla como lo haría un médico. Sí, sabía más o menos como hacerlo, no es que lo hubiese hecho. Vi unos cuantos vídeos de cómo lo hacía Pamina, cuando estaba en esa época en la que no sabía qué quería estudiar. Así que intenté guiarme por esos recuerdos.
Cuando terminé de colocar los apósitos para tapar la herida, comprobé las constantes de Claire. Respiración fuerte, ritmo estable, y segunda bolsa de suero en su sitio. Recogí toda la ropa mojada, las toallas manchadas de sangre, y me quité mi ropa de deporte que no estaba en mejor situación. Lo metí todo en una gran bolsa de basura, y la escondí dentro del armario. Me puse algo decente encima, y me preparé para ir a buscar más suministros médicos, y algo de comida para que ella recuperara fuerzas. Calculé el tiempo que podía estar fuera, y no perdí tiempo.
Nada más salir de la habitación, ya estaba haciendo una llamada. Había meditado mucho sobre a quién llamar, porque no pensaba irme de allí hasta que los culpables pagaran por lo que habían hecho. Si llamaba a mi padre… ya estaría metida en un avión camino a Las Vegas. Mamá, tres pares de lo mismo. Sólo había una persona que sabía no me iba a fallar…
—Tía Lena, necesito tu ayuda. –
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