La casa era pequeña, o al menos eso parecía desde el exterior, pero era un laberinto en sí misma. Pasé dos veces por delante de la misma habitación mientras intentaba encontrar la sala donde me separé de Argus, pero me fue imposible. Estaba dando mi tercera vuelta cuando escuché una dulce voz femenina llegar a mi desde una puerta abierta.
—¿No encuentras lo que buscas, tesoro? – asomé la cabeza dentro para encontrar a una mujer muy mayor, tal vez 75, que estaba sentada junto a una mesa camilla, acariciando la cabeza de un gato negro que ronroneaba complacido.
—Creo que me he perdido. – la anciana tendió su mano para señalarme la silla frente a la suya. Tenía una tetera junto a ella, y una taza, medio llena de infusión, a su frente.
—Entonces será mejor que esperes a que te encuentren. – me acomodé frente a ella y su adorable sonrisa. El gato sobre sus rodillas movía su cabeza para salir al encuentro de cada caricia. Todo parecía tan, no sé, idílico. – ¿Has venido a consultar a la pitonisa? –
—A la Sibila. Argus está con ella. – La anciana alzó una mano arrugada como para quitarle importancia.
—Sibila, pitonisa, adivina. Qué más da el nombre. Mi hija les dirá lo que necesitan saber. – ¿Su hija?
—¿Usted cree? –
—Pequeña, no es por presumir, pero lo lleva en la sangre. ¿Una taza de té? – ¿Quería decirme que ella también era una adivina? Miré el juego de platillo y taza frente a mí. Extraño, no lo había notado antes. En fin. La mano de la anciana seguía acariciando rítmica y pausadamente la cabeza del encantado felino.
—Eh, sí, claro. –
—No solemos recibir muchas visitas, ¿verdad Isidoro? – el gato maulló en respuesta, pero no dejó de mover su cabeza en busca de la siguiente caricia.
—¿Usted…usted también era una Sibila, o pitonisa? – me atreví a preguntar, y después le di un sorbo a mi taza de té. Estaba rico, y extrañamente caliente, como si lo acabaran de servir en aquel instante para nosotras.
—Bueno, así no es como me llamaban antes, pero supongo que podría decirse que sí, entre otras cosas, claro. –
—¿Otras cosas? – volví a tomar otro sorbo de mi te mientras esperaba la respuesta.
—Verás, la clarividencia o don de la premonición no es que sea mi fuerte, pero ha sido lo que ha dado de comer a nuestra familia desde… uf, difícil de decir cuál de mis antepasados fue la primera. – ¿Familia de Sibilas?
—¿Eso se hereda? – quise saber. Ella sonrió un poquito más.
—Ser bruja es algo de lo que no se pueda escapar, aunque eso le cueste entenderlo a mi nieta. –
—¿Bruja? – esta mujer me estaba enredando. ¿No había dicho que era clarividente? –
—Sí, pequeña. Desde que vine a este mundo. Un don que se ha transmitido generación a generación en mi familia, desde que el mundo es mundo. – vaya, tomé otro sorbo de mi te mientras asimilaba aquello. Bruja. Bueno, ya que estaba dentro de este saco de seres sobrenaturales, una bruja no se me hacía raro. –
—¿Y dice que su nieta no va a seguir con la tradición? – la anciana sonrió cuando mencioné a su nieta.
—Es una testaruda, como su madre. Pero terminará aceptando lo que es, como todas lo hicimos en su momento. – Vaya. La anciana levantó su taza y bebió, gesto que imité. Ella arrugó su nariz ante el sabor. ¿Se le habría enfriado?, posiblemente, con tanta conversación… – Ummm, le falta algo. – La vi mover su nariz arriba y abajo un par de veces, y luego volver a beber. Su expresión volvió a ser la de antes. – Mucho mejor. Ah, qué modales los míos. – Volvió a menear su nariz, y volvió a tomar de su taza. No entendí qué quería decir con ello, así que bebí de mi propia taza. El sabor había cambiado, tenía algo…
—Sabe…-
—Cointreau. Los franceses saben hacer bien algunas cosas, además de cortar cabezas. – ¿Ella había echado licor a mi taza?, pero si no… miré de nuevo sobre la mesa, para encontrar una pequeña botella de ese licor junto a la tetera. ¿Había estado todo ese tiempo ahí?, ¿pero cómo…? Su sonrisa cálida me decía que ella había hecho algo, algo como… ¿Bruja? Estaba empezando a creer que aquella dulce anciana era mucho más de lo que parecía, alguien con…
—¿Usted a…? –
—Está mejor así, ¿verdad? – miré mi taza, llena hasta la mitad, y aún caliente, como si no hubiese bebido casi todo su contenido ya. Podía luchar contra ello, negar la evidencia, pero pensé ¿qué mal está haciendo?, exacto, ninguno. Así que me encogí de hombros y volví a beber bajo su dulce mirada.
—Sí, mucho mejor. –
—Así que ¿no tienes preguntas que hacerme? – alcé las cejas hacia ella, ¿preguntas?, ¡porras!, claro que tenía preguntas, docenas de ellas. Y si ella era clarividente…
—La otra, la ninfa, ¿me hará desaparecer a mí? – ella dejó su taza sobre su platillo sin dejar de lado su perenne sonrisa.
—No tengas miedo, pequeña. Muchas almas vuelven al mundo después de haberlo dejado, la tuya es una de ellas, solo eso. La única diferencia, es que él fue a buscarte para traerte de vuelta. – ¿él? ¿Aquello estaba relacionado con las palabras de Arión? “Él volvería a bajar a los infiernos por ti”.
—¿Quiere decir…? – ella asintió.
—Esa historia es suya, yo no puedo contártela, y tampoco este es el momento. –
—Pero necesito saber. Me han arrastrado hasta aquí para recuperar unos dones que no entiendo. Yo no soy una ninfa, pero quieren que vuelva a serlo. –
—Ninfas, sibilas, estos griegos y su manía de ponerle nombre a todo. –
—¿Qué quiere decir? –
—Que siempre ha habido personas que han tenido que clasificar de alguna manera lo que se escapaba de su entendimiento. Aunque no me quejo, es mejor ser una ninfa en la Grecia clásica, que una bruja en plena edad media europea. –
—¿Quiere decir que yo, que la que era antes, era una bruja? ¿Así, como usted? –
—Lo que trato de explicarte, es que, desde los albores del hombre, siempre han existido seres que han conectado con fuerzas no visibles para el resto. Han sabido canalizarlas, usarlas, doblegarlas a sus caprichos. Llámalos brujas, magos, ninfas, seres sobrenaturales. Que tu “yo” ancestral fuese uno de esos bendecidos no es algo imposible. El explicar por qué o como llegaste a serlo es lo complicado. Pero esa tampoco es una historia que me toque transmitirte, eso lo descubrirás tu misma cuando llegue el momento. – Una idea extraña surgió en mi cabeza.
—¿Cuándo beba de las aguas y recupere mis dones? – ella sonrió y volvió a beber de su taza de té.
—Preguntas, preguntas. Es una joven muy curiosa, ¿verdad Isidoro? – el gato volvió a maullar.
—Entonces, ¿es cierto que soy la reencarnación de esa Nero lo que sea? –
—En esta vida, hay algunas almas que se entrelazan de tal manera que es casi imposible de separar. Como las raíces de dos árboles que crecen juntos. Si tratas de separarlos, uno o ambos morirán, porque sus raíces están tan entrelazadas, tan unidas, que casi son una sola. El amor, el auténtico amor es el causante de todo eso, pequeña. – ¿A qué venía eso ahora? –
—¿Qué…? –
—¿Crees que él no sería capaz de reconocer tu alma entre cientos? No sólo lo hizo, si no que obró el milagro que te trajo de vuelta al mundo de los vivos. El milagro que todos esos hombres necesitan, porque sus almas están buscando esa raíz a la que enredarse, y tú eres lo que necesitan para llegar a ella. –
—¿Qué quiere decir? –
—Que eres su segunda oportunidad, pequeña. Te necesitan, más de lo que piensan. Pero eso, querida mía, tendrás que averiguarlo tú misma. – el gato saltó de sus rodillas para salir disparado hacia la puerta.
—Pero…-
—Lo siento pequeña, se nos acabó el tiempo. – una joven, la misma que salió al llamado del hombre del coche, apareció en el umbral de la puerta, seguida por el gato.
—Abuela, llevo un rato buscándote. Tienes que tomarte tu medicación. – la anciana recibió al gato de nuevo en sus rodillas, mientras acomodaba su sonrisa afable de nuevo en su rostro.
—Solo estaba charlando con esta joven tan agradable, Irene. ¿Te apetece una taza de té? – miré de nuevo la mesa, donde un nuevo servicio se había materializado, ahora estaba casi segura de eso, junto a la otra silla libre en la mesa, que tampoco estaba allí antes.
—No tengo tiempo para esas cosas, solo he venido a traerte tu medicación. Tengo que regresar con el libro de cuentas. – le tendió un par de pastillas a la anciana, que ella tomó y empezó a meter en su boca, para después tragarlas con un par de sorbos de su té. – No habrás vuelto a poner licor dentro, ¿verdad? – mis ojos buscaron la botella de Cointreau, pero esta ya no estaba sobre la mesa.
—Sabes que el médico me lo prohibió. –
—¿Y cuando has hecho tu caso al médico? – le recriminó la joven mientras ella recogía la tetera para llevársela de allí en una pequeña bandeja.
—No me gusta ese sabiondo. – se inclinó hacia mí para decirme.
—No creo que a ninguna bruja le gusten. – no, estaba claro que las brujas debían tener sus propios métodos para esas cosas.
—Seguro que te está diciendo que no te entiende. Son extranjeros, abuela. Sabes que no entienden el griego, solo ese señor que está con mamá. – miré a la anciana, la cual me sonreía, mientras sostenía entre sus manos un medallón que colgaba de su cuello. Un medallón con el anagrama de… ¿un sol? Así que por eso podíamos entendernos, ella tenía un medallón con “poderes”, como el que yo tenía en su tiempo, y que ahora estaba en manos de Argus. Esta mujer… tenía que volver a tener una charla con ella.
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