Bruno
Había llenado mi mochila con todo lo que encontré en el avión, botellas de agua, galletitas… No era mucho, y tuvimos que dejar algo para el piloto, pero nos serviría hasta que llegáramos a la civilización.
Abrí los ojos antes de que los primeros rayos de luz asomaran por encima de la copa de los árboles. Mi primera acción, fue girar la cabeza para buscar a Nika. Y ahí la encontré, en el mismo lugar que la había dejado la noche anterior. Estaba hecha un ovillo en uno de los asientos reclinables de la primera fila. Aun habiéndonos estrellado de frente, los primeros lugares de la cabina de pasajeros eran los que menos daños tenían.
No me moví, solo la observé unos segundos. Parecía uno de esos duendes de los bosques, etérea, irreal. De los que tienes miedo que desaparezcan si te oyen acercarte. Finalmente vencí mi miedo, y me puse en pie con sigilo, me acerqué a ella, y como un enfermo obsesivo me incliné para oler el aroma que impregnaba su pelo. Seguía oliendo a cielo.
No pude evitar que una sonrisa estúpida apareciese en mi cara, recordando la noche anterior. Bueno, no toda la noche, sino ese momento en que ella se empeñó en hacer de enfermera.
—Estate quieto. – como si fuese fácil que tu piel no gritara, cuando pasaban una de esas gasas impregnadas en alcohol. Escocía, y mucho. El que no me quejase como un bebé de 4 años, no quería decir que controlara cada respuesta automática de las partes de mí implicadas en aquella pequeña tortura.
—Escuece. – protesté infantilmente. Ella puso su cara seria, sin apartar su vista de su trabajo, lo que me permitía a mí observarla con total impunidad.
—No seas quejica. – pero la siguiente vez que pasó el alcohol por la herida, sopló sobre ella como hacían las mamás. Sus labios se fruncieron de una manera deliciosamente tentadora, que daban ganas que tomarlos y besarlos como merecían. —Voy a colocar un par de Steri-strip en esa brecha, así que será mejor que no te muevas, si no quieres ir con una marca en la frente como la de Harry Potter.
—Bueno, a las chicas puede parecerles sexy. – Alcé las cejas de forma sugestiva, causándome un buen escozor allí donde estaba la herida. Ella frunció sus cejas como cualquier enfermera con poca paciencia.
—¿Qué tal si se lo preguntamos a tu madre? – Ella sí que sabía cómo quitarle la tontería a uno, sin necesidad de ponerle una mano encima.
—Mejor no. – Me quedé quieto como una estatua de piedra, dejando que ella pegara y estirara los strips de sutura hasta estar satisfecha con su trabajo.
No es que fuese una nenaza que no puede de soportar que le hagan un poquito de daño, pero me costó un triunfo mantener mi culo quieto, y no digamos mantener mi mente fría. Ver aquella rosada punta de su lengua asomar entre sus labios, me estaba encendiendo como una bengala de rescate. Tenía que reconocerlo, ella causaba en mí mucho más efecto de lo que estaba dispuesto a reconocer. Ya no era solo un adolescente al que le atraían todas las chicas guapas. Ahora era un hombre, que se estaba dando cuenta de que esta mujer en particular podía convertirse en su perdición.
—Ya está. – No había terminado la frase, cuando estaba sacando mi trasero de allí.
—Bien. Será mejor que busquemos algo para pasar la noche. ¿Encontraste alguna manta? – Centrarme en la supervivencia era lo único que podría sacar los pensamientos sucios de mi cabeza.
—No. Solo una de esas láminas que se usan para mantener el calor. Se la puse al piloto. Parecía que él iba a necesitarla más que nosotros. – tuve que estar de acuerdo con ella, pero eso no sería suficiente para pasar la noche. Seguro que tenía una chaqueta en algún lugar de la cabina. Aunque fuese un piloto de Miami, estos tipos eran muy de guardar una imagen.
Nika se pasó los brazos inconscientemente por sus brazos. Ella si que no estaba preparada para pasar la noche en un bosque, aunque lo hiciésemos dentro de un avión. El pobre aparato tenía más agujeros que un queso gruyer, así que no era de extrañar que ya sintiera el frío y la humedad penetrando en sus huesos. Así que hice lo que tenía que hacer. Saqué la sudadera de algodón de mi mochila, y se la di.
—Ponte esto, te abrigará. – ella alzó una ceja hacia mí, no por el acto galante, sino por el tamaño de la prenda. Sí, soy un tipo grande. Mi ropa le daría dos vueltas a su cuerpo, y aún así le sobraría. Pero eso era bueno, porque podría taparse casi entera.
Mientras ella se metía dentro de mi ropa, yo aproveché para ir a revisar al piloto. Encontré su chaqueta, le cubrí con ella, y me cercioré de que tenía líquidos y alimentos cerca. Cuando regresé a la parte de atrás, me encontré con la imagen que guardaría en mi memoria para las largas esperas. Nika, mi emperatriz de hielo, acurrucada en un asiento, metida dentro de mi sudadera.
Era retorcido pensar en esto, pero… de alguna manera, ella estaría durmiendo conmigo, en mis brazos, envuelta por mi olor. Sacudí mi cabeza para apartar eso de mi mente. Después busqué un lugar para pasar la noche, y me abracé para no perder calor. Habría sido mejor dormir juntos y compartir nuestro calor, pero no pensaba decirle eso, más que nada, porque … ¡Agh!, duérmete de una vez y deja de pensar en ella.
Y eso hice. Dormir, o intentarlo, porque estuve abriendo un ojo cada vez que escuchaba un ruido extraño. Y reconozcámoslo, a la gente acostumbrada a la civilización, los sonidos de la naturaleza son todos nuevos.
Estiré mi mano y toqué su hombro para sacudirlo ligeramente. Me partía el corazón despertarla, porque realmente estaba sumida en un sueño profundo. Pero lo hacía por ella, porque tenía que alejarla de allí, del peligro.
—Nika, ya ha amanecido. – verla moverse perezosamente puso una sonrisa tonta en mi cara. Era como un gatito dormilón, que se tomaba su tiempo para estirarse.
—Hola. Te diría buenos días, pero tengo la espalda destrozada, los dedos de los pies congelados, y me duele la cabeza como si anoche hubiese bebido dos barriles de cerveza. – Escuché toda aquella parrafada, mientras estiraba los brazos sobre su cabeza. Fue divertido, hasta que sus pechos se alzaron como globos aerostáticos. No es que se apreciara demasiado bien debajo de la enorme prenda que le había prestado, pero me la he puesto suficientes veces como para saber qué podía provocar aquellas protuberancias, y no eran unos pectorales súper desarrollados.
—Iré a comprobar al piloto. Saca algo de la mochila para que podamos ir comiendo, y pongámonos en marcha. – Ella me miró contrariada.
—¿No tenemos si quiera tiempo de desayunar sentados? – no quería decirle que un segundo podía significar la diferencia entre seguir vivos o muertos, así que intenté darle una razón menos drástica.
—No tenemos un minuto que perder. Tu necesitas comida, y pronto el piloto necesitará ayuda médica. Cuando antes encontremos ayuda, antes acabará esta pesadilla. – sus ojos se agrandaron cuando le recordé que había alguien que estaba en peor situación que nosotros dos.
—Pero, él parece estar bien, solo tiene el pie atrapado. –
—Según avance el tiempo, la extremidad encarcelada se irá hinchando, con la inactividad física su cuerpo perderá calor. Su piel irá perdiendo sensibilidad y no notará si se corta con cualquier movimiento que intente hacer para estar más cómodo. Si se corta en esa pierna, puede desangrarse lentamente sin darse cuenta. Pero eso no es lo peor, la hipotermia es contra lo que tiene que luchar. – Era algo similar a lo que ocurre con la gente que cae al mar. Puede morir ahogada, bien porque no sabe nadar, por agotamiento o por que sufre un calambre en alguna de sus extremidades. Pero por mucho que luchen, en unas horas el mar les habrá ido robando el calor, y habrán muerto de frío. “La muerte dulce” le llaman, porque no te das cuenta de que te vas muriendo a medida que te vas quedando dormido.
—Vaya. ¿En el ejército os enseñan todo eso? –
—Mi padre es bombero de rescate. Esas cosas las aprendí de él. –
—Bueno, entonces… pongámonos en marcha. – iba a quitarse la sudadera, cuando la detuve.
—No, déjatela. La temperatura en el bosque es más baja a la que estas acostumbrada en Miami. – era una manera de decirle que no llevaba ropa muy apropiada para una larga caminata campo a través.
—Vale. – Entonces solo necesito ir al baño, y podemos irnos. – Asentí y la di espacio mientras me despedía del piloto. Era hora de ponerse en marcha.
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