Geil
—¿De verdad que no podemos hacer nada para que no vuelvan a pegarlo? —Pregunté a Yuri nada más salir de la sala. Él miró de reojo al policía que estaba cerrando la puerta, y que después nos guiaría de nuevo hacia la salida.
—Nada me gustaría más que esto no volviese repetirse, pero eso no está en mi mano. Debemos confiar en que aquí dentro averigüen lo que ha ocurrido y castiguen al culpable. A fin de cuentas, a los encargados de mantener el orden aquí dentro les pagan por hacerlo. —El agente cerró la puerta a nuestras espaldas y la aseguró. No dijo nada, y nosotros tampoco, solo seguimos caminando, regresando hacia el exterior, por el mismo camino que tomamos al venir allí.
Cuando abandonamos las instalaciones, sentí la mano de Yuri a mi espalda. ¿Habría notado que mi cuerpo todavía temblaba? No me gustaba ver a papá así, y a él no le gustaba dejarme solo. Pero le convencí de que no era así, los dos lo hicimos.
—No te preocupes, estará bien.
—Yo no estoy tan seguro, ya has visto como estaba su cara. —Giré el rostro hacia él, para encontrar una extraña sonrisa en su cara.
—Algo me dice que no volverá a ocurrir. —Y esa simple frase me dijo mucho más de lo que parecía. ¿Estaba empezando a entender el lenguaje oculto de los adultos? Porque si era así, había entendido que Yuri iba a encargarse de que no le lastimaran. ¿Habría tenido algo que ver aquello que me dijo delante del agente que caminó a nuestro lado? ¿Era un mensaje para él? Podía ser algo ilegal, pero rezaba para que fuese real.
Poco a poco la vida volvió a ser como antes, salvo por el hecho de que papá no estaba en casa. Su cama seguía vacía, su ropa sin usar en el armario, pero por lo demás, todo seguía igual. El tiempo pasaba, y cuando podía, Yuri me iba informando de algunos detalles sobre la estancia de mi padre en prisión. Y otros los iba descubriendo yo solo, o era Yuri el que em dejaba pistas para que yo las encontrase. Como aquel periódico olvidado sobre la mesa de la cocina, en el que aparecía la muerte de otro preso en la cárcel donde se encontraba recluido mi padre. Por la forma en que me miró Yuri, intuí que él había tenido algo que ver. ¿Habían castigado a aquel que le hizo daño? Si era así, ahora todos sabrían que no debían meterse con él, porque el precio por hacerlo iba a ser muy alto. Y eso me aterró y gustó a partes iguales. Me aterró porque estaba descubriendo hasta dónde llegaban los tentáculos de Yuri Vasiliev, y me gustó porque sabía que había utilizado ese poder para proteger a mi padre. Como él dijo, los Vasiliev cuidan de la familia.
El día del juicio llegó, y como buen hijo, estuve allí, sentado en uno de los bancos. No había vuelto a verle desde aquel día, y puedo decir que lo vi mejor. No había marcas en su cara, caminaba más estirado, y el traje que llevaba puesto le hacía parecer más… no sabría cómo definirlo, ¿menos asesino?
La mano de Lena sostenía con fuerza la mía, y yo lo agradecí enormemente, sobre todo cuando el juez informó de que el juicio había terminado. No entendí realmente lo que aquello significaba, porque no habían hecho más que llegar él y los abogados de su despacho. Luego me dijeron que habían llegado a un acuerdo la fiscalía y la defensa. Papá pasaría 25 años en prisión por el crimen que había cometido.
No es que tuviese muchas esperanzas de que lo dejaran libre, pero alguna quedaba. Aquella sentencia era la señal definitiva de que mi vida de antes nunca regresaría, o al menos mi padre. 25 años. Mi padre tenía 43 años, 25 años querían decir que quedaría libre con 68 años, puede que antes si le conmutaban parte de la pena por buena conducta.
Mi padre iba a perderse toda la vida, la suya y la mía. No iba a ver como conseguía una beca e iba a la universidad, no iba a ver como me casaba y tenía hijos, no vería crecer a sus nietos…Se iba a perder todo eso. ¿De verdad había merecido la pena dejarse llevar por un ataque de locura?
Yuri nos sacó del juzgado en el mismo instante en que la gente que estaba sentada en los bancos del otro extremo empezase a gritar y protestar. No estuve muy pendiente de lo que decían, porque aquello se volvió una locura. Amenazas, insultos, incluso puede que algún desmayo. Puedo entenderlos, ellos habían perdido a un ser querido, alguien que nunca recuperarían. El precio que mi padre pagase por esa muerte nunca sería suficiente.
—Geil, ¿estás bien? —Giré la cabeza hacia una preocupada Lena.
—Sí, tan solo estaba haciendo los cálculos en mi cabeza. —Volví al cuaderno en el que estábamos trabajando, repasando los deberes de matemáticas que ella tenía paras ese día.
—Pues parecía que estabas mucho más lejos. ¿Otra vez pensando en tu padre? —A ella no podía engañarla, me conocía demasiado bien.
—No puedo esconderte nada. —Le sonreí con las escasas fuerzas que me quedaban para hacerlo.
—Pues entonces no lo hagas. —Su sonrisa me iluminó como los rayos del sol de medio día, haciéndome sonreír un poco más. Solo ella podía conseguir eso. No podía explicarlo, Lena me hacía esforzarme más.
—Lo intentaré.
—Vamos a terminar esto, quiero ir a comprar un helado, y tu me vas a acompañar. —Sabía que ella lo hacía más por obligarme a salir de casa que porque a ella la apeteciese. ¿Cómo iba yo a decirle que no?
—Vale, pero invito yo. —Esa era otra, Yuri me daba una pequeña paga por hacer algunas tareas de la carnicería, como ayudar a fregar los suelos, sacar la basura… Decía que necesitaba dinero en mi bolsillo para no tener que ir mendigando como un niño. Yo le dije que no quería limosnas, y él dijo que no iba a dármelas, que tendría que ganármelo. Y me pareció bien. Nada como saber que puedo trabajar y valerme por mi mismo sin que ellos estén pendientes de mí como si fuese un inútil. Eso es lo que decía papá, el trabajo dignifica al hombre. Salvo que los Vasiliev me pagaban un pequeño estipendio por ello.
Llevé a Lena a una heladería un poco más lejos de lo habitual. Había escuchado a algunos compañeros de clase hablar sobre los batidos tan estupendos que preparaban, y pensé que a ella le gustarían.
—¿De qué quieres el batido? —Sus ojos inquietos escudriñaban todo el expositor buscando un sabor para escoger. Sus dientes mordisqueaban su labio inferior de una forma…todo lo opuesto a infantil.
—¡Eh!, griego. Te has traído tu novia. —Solo con escuchar la voz de ese cretino sabía que la tarde iba a arruinarse. No debí traerla hasta aquí, tenía que haber previsto que podía coincidir con ese idiota de Bert.
—Rosenbaum. Hoy te han dado el día libre en el circo. —No sé donde escuché que la mejor defensa era el ataque, así que no esperé a que él empezase a meterse conmigo, sobre todo porque no estaba solo. De todas las personas del mundo, estaba con la que no quería que me viera como un patético perdedor.
—¿Quién es tu amiga? —Típica pregunta de un estúpido engreído que mira siempre a las chicas de los cursos superiores, porque según él, son menos crías que con las que se encuentra cada día.
—No te importa. —Interpuse mi cuerpo entre él y Lena. No permitiría que se le acercase.
—Yo creo que sí, tiene unos ojos preciosos. —Pero no la miraba precisamente a esa parte de su anatomía, sino lo que había de cuello para abajo. Lena debió de notar mi incomodidad, porque posó su mano sobre su brazo.
—Tranquilo Geil. —Bert dio un paso más adelante, intentando acercarse más a Lena.
—Sí, tranquilo griego, solo quiero que me la presentes. —Mis puños se cerraron en aquel instante, dispuestos a salir en dirección a su cara.
—No creo que necesites saber mi nombre, pero sí te voy a decir el suyo. Se llama Stan. —El dedo de Lena señaló sobre su hombro, sin cerciorarse de que allí había alguien, pero lo había. Un tipo grande, fuerte, con cara de pocos amigos, que hizo que Bert tragara saliva, nervioso, y diera un paso atrás.
—Tranquilo Stan, yo ya me iba. —Y eso hizo, largarse, y detrás de él el séquito de adoradores de aquel estúpido.
Debería haberme sentido bien, me había librado de aquel cretino, Lena estaba segura a mi lado. Pero no era así, me sentía una mierda. ¿Por qué? Porque Stan no tenía que haber sido el que le hiciese salir corriendo, debía haber sido yo.
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