Dafne
Debo reconocer que todavía estaba un poco impresionada con todo lo que Grigor me había enseñado. Verle caminar mientras me mostraba todas las instalaciones, me dejó claro que él era el encargado de todo aquello, o más bien, lo eran él y su primo.
Me mostró las taquillas de los socios, las de los pases de día, las duchas, el cuarto de la limpieza, y por último, el lugar donde estaría mi puesto, una especie de mini mostrador junto a la puerta de acceso, desde el que no solo quedaba en el paso de la gente que entraba por la puerta principal, sino que podía ver el interior de la nave. Tenía un terminal donde se podía ver el equipo que estaba ocupado, los enganches, las pistas, las reservas… Estaba todo digitalizado y mecanizado. Entendía perfectamente como podían llevarlo solo dos personas, porque el sistema que usaban era sencillo pero efectivo.
Ahora bien, debían de necesitar algo de ayuda, porque solo con las horas que estaban allí metidos ya sobrepasaban el cupo promedio de cualquier empleado. Ni que el negocio fuera suyo.
—Pedido especial para el señor Vasiliev. —Escuchar aquello de boca del chef me hizo regresar al presente con una fuerte bofetada.
Normalmente Viktor Vasiliev no estaba en su castillo a la hora de la cena. Era de ese tipo de hombre que cenaba en casa con su familia. Así que hiciese un pedido de comida para entregar a estas horas, solo quería decir que había algo que lo mantendría en su castillo parte o toda la noche. ¿Habría encontrado la nota?
—Yo lo llevo fuera. —Cogí el paquete con una mano, mientras con la otra ya estaba sacando el gusano de mi bolsillo. Para evitar sorpresas, lo inserté en el exterior del paquete, justó en el pliegue de la unión de la bolsa de papel. Si no mirabas la parte de abajo, no lo verías.
—¿Es el pedido del señor Vasiliev? —Si que estaba impaciente Sony por hacer el recado. No sabría decir si era por la propina, o por que quería caerle bien al gran hombre.
—Sí, aquí lo tienes. —Casi me arrancó la bolsa de los dedos, no por la brusquedad, sino por la velocidad. Y después solo vi su espalda. ¿Dolida? No, ahí iba mi mula acarreando no solo el pedido del rey ruso, sino que llevaba mi propio añadido.
De regreso a la cocina, tecleé el mensaje que Ivan llevaba mucho tiempo esperando.
—Gusano en camino. —Antes de pasar por delante del metre, escondí el teléfono en mi bolsillo.
La noche pasó rápida, no porque hubiese muchos clientes, sino porque mi cabeza estaba dándole vueltas a la propuesta de Grigor. No en si debía aceptarla o no, sino en la manera que iba a presentársela a Ivan para que él la viera con buenos ojos. Sí, me atraía y mucho el poder dejar de lado el restaurante, ya había conseguido todo lo que se podía, al menos según mi punto de vista. Pero yo no era la que decidía, yo solo cumplía órdenes.
Cuando terminé mi turno, no pude irme de allí sin hacer lo que a todo novato le tocaba; rellenar las cámaras. ¿En qué consistía?, pues en llenar con botellas del almacén las cámaras frigoríficas de la barra del bar, así los refrescos estarían fríos para los clientes de la mañana. Una labor tediosa, sobre todo cuando lo único que tenías era ganas de irte a casa. Y eso no era todo, también me tocaba fregar detrás de la barra. Y menos mal que el resto del local lo limpiaban profesionales.
Era un poco más tarde de mi hora de salida habitual, cuando atravesaba la puerta de personal del Crystals. Dentro hacía tiempo que no quedaban clientes, y casi todos los negocios estaban ya cerrados. No esperaba encontrarme con nadie, o tal vez sí, el caso es que él estaba otra vez allí. Y eso me hizo sonreír.
—¿Esto se va a convertir en una costumbre? Por que te advierto que puedo llegar a acostumbrarme —Él me sonrió de esa manera dulce, mientras con su pie se impulsaba en la barandilla para enderezarse del todo.
—Solo estoy ganando puntos, o eso espero. —Empezamos a caminar juntos hacia el aparcamiento del centro. Siempre estaba abierto unas horas más, precisamente para que los trabajadores que salían tarde pudiesen dejar su coche allí.
—¿Tanto quieres que vaya a trabajar a tu empresa? —Tenía que tirarle de la lengua. Y ahí estaba, ese pequeño sonrojo que me revelaba la inocencia que aún conservaba.
—A estas alturas ya tendrías que saber que eso no es lo que realmente quiero. —Ahí estaba mi oportunidad.
—¿Y qué es lo que quieres? —Su rostro pareció ponerse un poco más serio.
—Conocernos mejor. —En ese momento llegamos al coche. Antes de abrir mi puerta, le lancé la bomba.
—Ah, vaya. Y yo que creía que lo que querías era salir conmigo. —Lo vi, sus ojos sorprendidos cuando le dije que le había pillado claramente sus intenciones. ¡Era tan transparente e inocente!
—¿Y eso es malo? —Al menos tenía que reconocer que pensaba réplicas con rapidez. Abrí la puerta con una sonrisa y me metí en el vehículo.
—No he dicho que lo sea. —Él rápidamente ocupó su sitio a mi lado.
—Entonces ¿saldrías conmigo? En una cita quiero decir. —Esperó esperanzado mi respuesta. Realmente le tenía interesado.
—¿Y como llamas a esto? —Estábamos en su coche, los dos solos. A mí me parecía obvio.
—No, me refiero a algo planificado, a salir por ahí a divertirnos, no sé, como el otro día, a comer, tomar un refresco, al cine, lo que tú quieras.
—¿Con nuestros horarios? Creo que lo único que podemos permitirnos es desayunar, porque es lo único que podremos hacer sin prisa, sin bostezar, y sin estar constantemente mirando el reloj. —Él me sonrió de esa manera dulce suya antes de poner en marcha el coche.
—A mí me sirve. —Y así es como el chico consiguió su cita, o la conseguiría, y yo obtenía una llave para acceder a algunas puertas del rey Vasiliev. Al menos, una de ellas.
Esta vez, antes de salir del coche deposité un beso en su mejilla.
—Gracias por traerme. —Él no aprovechó mi cercanía para conseguir más, simplemente sonrió agradecido.
—¿Y mi cita? —Solo necesité una mirada a mi apartamento para saber que nos estaban observado desde mi ventana.
—Mañana te lo diré.
—Entonces hasta mañana.
Caminé con el mismo ritmo de cada noche, sin prisa pero tampoco con calma. Un paseo que no evidenciaba la tensión que llevaba dentro. Desde hacía un tiempo, hablar con Ivan ya no era tan agradable como antes. En el pasado, que él estuviese cerca podía traerme un buen momento, pero hacía tiempo que esos ratos ya no se repetían. Y no era solo por la misión, en otros había momentos en que buscaba mi compañía, aunque estuviésemos en mitad de un operativo. Si es verdad que esta vez no era una misión corta, era un trabajo más inmersivo de lo que estaba acostumbrada. La gran prueba la llamaba él. Si superaba esta misión con éxito, conseguiría más libertad de operación, madre confiaría más en mí, y quizás…
—Le tienes comiendo de tu mano. —Ese fue su saludo nada más cerrar la puerta.
—Es joven e impresionable. —Ivan se acercó a mí en la oscuridad, para tomar mi barbilla con cariño, sin apartar sus ojos de mí. La penumbra no me permitía verlos, pero sabía que me taladraban como si intentara atravesar mi alma.
—No te subestimes, vorobey. Eres joven, hermosa y muy inteligente. Seducirías a cualquier hombre si te lo propusieras. —Ese era el caso, eso no era algo que me gustara, y él lo sabía. Me separé de él, porque no me sentía cómoda, aunque fingí que era para continuar con mi rutina. Encendí la luz, dejé mis cosas y empecé a prepararme algo de cena.
—Tengo noticias que contarte, y puede que te interese la propuesta que el chico me ha hecho. —Su sonrisa me dijo que estaba dispuesto a saltar sobre cualquier información que yo le facilitase como si fuera un filete sangrante. Y sí, eso le gustaba, porque era un tigre hambriento al que la sangre le abría el apetito.
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