Andrey
El cartel que señalaba el lugar dónde me encontraba ponía administración central, y la sonrisa de Rachel estaba al otro lado del mostrador, esperando mis palabras.
—Buenos días. —Saludé educadamente.
—Hola, ¿en qué puedo ayudarte? —Sus dientes atraparon su labio inferior, mientras sus largas pestañas oscuras se movían lentamente. Podía imaginarme en qué tipo de ayuda estaba pensando en darme. ¿Importarme? Para nada, ese era un buen plus.
—¿Podrías indicarme por dónde queda el despacho del vicerrector Matheus? —Que fuera con una pregunta tan concreta pareció extrañarle. ¿Se pensaba que estaba allí por ella? Probablemente.
—Sí, claro. Subes a la tercera planta, sigues el pasillo de la derecha, y más o menos hacia la mitad está su departamento.
—Gracias. —No me moví.
—¿Necesitas algo más? —Aquella sonrisa cada vez me gustaba más.
—Sí. ¿Podrías darme un formulario de solicitud de matrícula para primer curso? —Podía pensar que era yo el que quería presentar la solicitud, o quizás creía que estaba rellenando la conversación que nos tenía a ambos uno frente al otro. Ella buscó en alguna estantería y trajo toda la documentación que tenía que rellenar. La puso frente a mí, y me explicó detalladamente no solo los requisitos que tenía que cumplir, sino todos los justificantes y copias que tenía que adjuntar. Cuando terminó su explicación, sus ojos volvieron a posarse sobre los míos. Eran oscuros, casi negros, con un brillo que los convertían en lo más sexy que había visto en la vida. Esta mujer sólo tenía que mirarte para desear buscar un cuarto privado donde poder encerrarte con ella.
—¿Tienes alguna duda o pregunta? –Me encantaba la manera en que ella se ajustaba a su papel.
—Sí. —Me incliné un poco más hacia ella, haciendo que mi cuerpo sobrepasara el mostrador unos centímetros más de lo recomendable. —¿Cómo una chica que va a partidas de póquer por las noches, acaba en una oficina por las mañanas? —Ella se encogió de hombros sin perder su sonrisa.
—De algo hay que vivir. Una administrativa a tiempo parcial no saca suficiente para pagar las facturas, así que tengo que pluri emplearme. —¿Lo de la otra noche era un trabajo?
—Pensé que estabas allí acompañando a tu… amigo. —No quería decir novio, porque no sabía el tipo de relación que tenía con Murat.
—Murat es mi primo. Me paga unos dólares por ponerme guapa y alegrar las partidas con mi presencia. —Ella sabía a lo que iba, sabía que era para que la miraran. Si no tenía ningún escrúpulo en que la utilizaran así, ¿sería capaz de hacer alguna gestión para incluir al chico de Viktor en la lista de admitidos? Tendría que tantear ese terreno.
—Entonces no rechazarás una invitación a cenar. —Ella sonrió, pero de una manera que me decía que esa idea había estado dando vueltas en su cabeza hacía tiempo.
—Si es para almorzar sí que aceptaría esa invitación. —Eso me decía dos cosas, primero que la chica estaba receptiva a un flirteo por mi parte, y segundo, que las partidas de Murat se desarrollaban cualquier día de la semana, y que era posible que llamara a su prima Rachel en cualquier momento para decirla “Ponte guapa, esta noche tienes que lucirte”.
—Entonces te llamaré, tengo tu número. —Su sonrisa perdió intensidad, al tiempo que sus ojos se ponían en blanco.
—Sí, claro. —Empezó a alejarse de mí, pero yo la retuve aferrando la mano que estaba sobre el mostrador.
—Si digo que te llamaré, es que voy a hacerlo. La mentira no va conmigo, mi miento ni tolero que me mientan. —Creo que la forma en que lo dije la impresionó. Algo que pretendía. Nada como un hombre de firmes principios para atraer a una chica lista, y estaba claro que ella lo era.
—De acuerdo. —Solté su mano, y ella la retiró lentamente. Bien, no quería que me tuviera miedo.
—Nos vemos. —Di un paso atrás, le di una de mis sonrisas matadoras, y desaparecí por el camino que ella me había indicado. Estaba bien eso del placer, pero no había que olvidar las obligaciones. Hora de buscar a mi vicerrector.
El despacho del vicerrector ejecutivo estaba justo donde Rachel había dicho, justo a la izquierda del pasillo. Supongo que tendría que haber concertado una cita, pero no tenía tiempo para eso, y tampoco quería que fuese algo oficial. Casi pegué la oreja a su puerta para comprobar si estaba fuera, o si estaba con alguien, al teléfono…. Escuché un estornudo, y luego silencio. Hora de actuar. Golpeé suavemente la puerta con los nudillos, y enseguida escuché el “adelante”. Seguro que no esperaba que yo estuviese al otro lado.
La mirada de Mathews estaba sobre mí en el momento que atravesé la puerta. Su expresión mostraba sorpresa, pero pude apreciar cómo pasó de ser porque no me reconocía como una de las personas que podían pasar por aquí, a darse cuenta de que realmente sí que me recordaba. ¿qué le voy a hacer? Dudo que en su camino se cruzaran muchas personas con mi aspecto, y la mayor parte de culpa de ello eran los ojos que había heredado de mi padre.
—¿Qué… qué puedo hacer por usted? —Dudo que Mathews fuese así de amable con la visita de cualquier desconocido. Él no transigiría con la intromisión de foráneos en su departamento, y mucho menos si esas personas eran un don nadie. Yo podría serlo, pero para él no.
—Siento la intromisión, vicerrector Mathews. —acababa de confirmarle que sabía perfectamente dónde estaba, y que había venido precisamente buscándole a él. Aquella visita no era un accidente, no me había perdido.
—No tiene una cita conmigo, ¿verdad? —El pobre tipo intentaba demostrar que era una persona importante y ocupada.
—No, no he creído oportuno que quede constancia de esta reunión. —Su espalda se tensó. Sus ojos se abrieron un poco más. Esas y otras pistas me dijeron que había un ligero temor a lo que pudiera hacerle. Sabía que ganaba dinero golpeando a otro hombre, sabía que me movía en el mundo del underground, el de las apuestas ilegales. ¿Vendría a cobrar alguna deuda pendiente? ¿O quizás había roto alguna de las reglas de este particular mundo oculto?
—¿Qué… qué es lo que quiere de mí? —Me senté educadamente frente a él, cruzando muna pierna por encima de la otra, como todo un gentleman.
—Solo que me asesore, señor Mathews. —Sus cejas se alzaron sorprendidas, aunque el color todavía no regresó a su cara.
—¿Sobre qué? —El temor no había abandonado todavía su voz.
—Verá. Tengo un amigo que quiere ingresar como estudiante en esta prestigiosa universidad, pero teme que su expediente académico no sea suficiente para ser aceptado. —Entonces el tipo dejó de lado el miedo, aquel era su terreno, uno donde él tenía el poder. La fusta había cambiado de mano, o eso pensaba él.
—Comprendo. Y ha pensado que quizás una recomendación por mi parte le ayudaría a mejorar sus opciones. —Cruzó sus manos sobre su escritorio, adoptando esa postura de académico importante.
—¿Estoy equivocado? —Él sonrió.
—Sí y no.
—¿Puede concretar un poco más? —Él tipo estaba en su salsa.
—Evidentemente una carta de recomendación mía facilitaría ese ingreso, pero para escribirla necesitaría…—No le dejé terminar la frase, era el momento de demostrarle que él no tenía el control aquí.
—¿Un aliciente? Creo que puedo darle un par de ellos. —Cambié la pierna que estaba encima, para que fuera su compañera la que tomara el protagonismo. El tipo pareció advertir la manera que mis brazos se movieron, cómo mis bíceps se tensaron. El tipo tragó saliva algo nervioso. Sí, seguro que en su cabeza se estaban formando unas cuantas formas de persuasión. No necesitaba amenazarle con ninguna de ellas, nada mejor que su imaginación para encontrar la que mejor funcionaría.
—Eh… Sí, supongo que podrá encontrarlos, señor…—Dejó la respuesta en el aire. Seguro que él me conocía como “el ruso”, ese era mi apodo dentro del cuadrilátero, cuando lo había, claro. Pero no estaba de más conocer mi nombre para hacer una denuncia a la policía, si es que se atrevía a hacerla.
—No necesita mi apellido. A fin de cuentas, su recomendación no va a ir a mi nombre. —Aquello lo desconcertó como un gancho de izquierda.
—No es para usted. —Creo que mi sonrisa se acercó mucho a la de papá.
—Creo que vamos a hacer una cadena de favores, señor Mathews, usted me lo hace a mí, yo se la hago a ese chico, y así los dos nos ganaremos unos puntos para cuando vayamos al cielo. En el fondo somos buenas personas, ¿verdad? —Pero cuando es el diablo el que te dice esas cosas… Y no, yo no era papá, pero era su hijo, el hijo del diablo. Mmmm, creo que había oído ese nombre alguna que otra vez cuando peleaba.
—¿Y a nombre de quién ha de ir esa carta? —Levanté los formularios que me había dado Rachel.
—En cuanto tenga toda la documentación se la entregaré personalmente. Usted vaya redactándola y deje el nombre en blanco.
—De acuerdo. —No iba a dejarle decir más, porque ya me estaba poniendo en pie.
—Se la enviaré, y antes de que lo pregunte, sabrá quién se la envía, no le quepa duda. Y señor Mathews.
—¿Sí?
—Lo veré en mi próxima pelea. Seguro que está en primera fila. —El tipo tragó saliva, quizás pensó que era una amenaza. Mejor.
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