Drake
Boby y yo siempre sabíamos lo que el otro necesitaba, éramos un equipo, aunque trabajábamos uno bien lejos del otro. Es lo que tiene trabajar con equipos informáticos, que tus compañeros pueden estar repartidos por todo el planeta.
Él preparó para mí un completo equipo de vigilancia aérea, algunos sensores de calor… vamos, lo que cualquier equipo s.w.a.t. mataría por tener. Y, por si se lo preguntan, no, el tipo no escapó. Anker se encargó de molerle el cuerpo, pero su castigo no había terminado. Por lo que averigüé, le tenían un “viaje” preparado.
Lo bueno de todo, es que me dejaron muy cerca de mi siguiente destino. Alquilé un coche, reservé una habitación de motel, y me dispuse a dormir tanto como pude. Al día siguiente, me quedaban por recorrer unos cuantos kilómetros.
Cerré los ojos y me quedé dormido en un suspiro. Estaba agotado, pero no me detendría hasta llegar a ella. Más de año y medio sin poder tocarla, conformándome con largas conversaciones por videoconferencia. Era duro, pero casi podía rozar el final con la punta de los dedos. La última vez que hablé con ella, fue después de atrapar al tipo ese. Y no, no le dije que estaba en el país, quería que fuese una sorpresa. Tendría que revisar dónde estaba mi chica para presentarme frente a ella y decirle “Estoy aquí”. Traía un pequeño amuleto de jade, que compré en china para ella, y me moría por ponerlo en su cuello. Decían que traía suerte, “buen futuro” me aseguró el monje.
Imaginar mis dedos colocando la delicada pieza en su esbelto cuello… uf, me estaba llevando por caminos que no había recorrido en….
—Años, dilo pequeño Dragón. Desde que la besaste en aquella fiesta, te has convertido en un puñetero monje. – me recriminó esa vocecilla interior.
—Ni en sueños me dejas en paz. –
—Porque ni en sueños eres capaz de tener sexo con ella. – me reprochó.
—Me niego a mancillar nuestra primera vez. – sí, lo reconozco, después de 3 años de relación, se podría decir que habríamos llegado a dar ese paso. Pues no, y no era por falta de ganas. Lo que ocurre, es que, al principio mis visitas eran más largas, pero quería darle su tiempo. Olvidar la mala experiencia con aquel gilipollas, madurar… lo que fuera. Luego, a medida que la relación se asentó, mis asuntos me obligaron a distanciar considerablemente nuestros encuentros personales, y tampoco era plan de aterrizar y lanzarnos el uno sobre el otro como dos hienas. Y ya, el colmo, fue hace año y medio, cuando viajé a Asia. Pero tenía que hacerlo, era una gran oportunidad que no podía dejar pasar. Gracias a ello, perfeccioné mi dispositivo, conseguí miniaturizarlo, y pasar por todos los controles antes de lanzarlo al mercado. Sí, traía un jugoso contrato en el bolsillo. Uno que me permitiría establecerme como hombre de negocios respetable, uno que les haría sentirse orgullosos a mis padres, y que me permitiría darles una buena vida, de forma abierta y honrada. Nada de trampas para ellos. Y lo mejor, conseguir que millones de personas, la primera de ellas Nika, tuviese acceso a esa tecnología que haría su vida más sencilla.
—Sé lo que estás haciendo. – me aguijoneó mi demonio interior.
—Ah, ¿sí? –
—Distrayendo tu mente para evitar tener sueños sucios con ella. – me acusó.
—Está funcionando. – me sentí orgulloso.
—Dio el salto al sexo con 16, y ahora tiene 19. ¿Crees que ella no tiene sueños sucios? – buen punto.
—Espero que sean conmigo. – sonreí.
—De eso yo no estaría tan seguro. – no me gustó.
—¿Qué quieres decir? – era absurdo preguntarse eso a mí subconsciente, porque ya sabía la respuesta.
—Está en la universidad, ¿recuerdas? Territorio libre para explorar. ¿Olvidaste cómo aprendiste tú todo lo que sabes sobre la materia? – no, recuerdo mi primera vez. No es que estuviese mis hormonas estuviesen demasiado “necesitadas”, pero con 16, explorar ese mundo me pareció una buena idea. Sobre todo, porque tenía que aprender. Sí, las relaciones sexuales fueron una materia importante. Satisfacer a una mujer, sobre todo a una con el carácter de Tasha, iba a ser crucial. Si yo no era bueno cumpliendo con esa parte de la relación, perdería uno de los pilares que la sustentan. Y sí, eso lo averigüé en la universidad.
Con 13 años, me convertí, sin pretenderlo, en la mascota de un grupo de chicas. Ellas pensaron que no solo no era peligroso, sino que podía ayudarlas con sus materias. Al principio no creí sacar nada ventajoso de ello, hasta que las oí hablar abiertamente sobre chicos. Que sí que mono, que abdominales, que culito… daban poca importancia a la inteligencia, aunque sí que pensaban en tener un marido con un buen trabajo, para formar una familia con una buena base económica. La universidad era un campo fértil para la experimentación, el descubrimiento, y, sobre todo, para buscar al chico perfecto. Y sí, si eran buenos en la cama, se conseguían muchos puntos.
Así es como confeccioné mi lista de requisitos para conquistar a Tasha. Yo tenía muy claro a quién quería en mi vida, solo necesitaba convencerla a ella de que yo era perfecto. Mi objetivo era conseguir lo que cualquiera de ellas querría en cualquier chico.
Punto uno; un buen físico. Eso lo tenía casi conseguido, solo necesitaba que la madre naturaleza hiciese su trabajo, y transformara el cuerpo de un niño en el de un hombre. Como dije, desde los 10 años practicaba la lucha, para defender a mi familia, y mi padre me ayudó con ello, no a pelear, sino a estar preparado para defenderme. Como dijo, ser un niño listo, me había llevado a estudiar con niños más mayores que yo, y eso podría traerme problemas. Pero si sabía defenderme, me dejarían en paz. Interioricé sus enseñanzas, sus pautas de entrenamiento y alimentación, las mismas que él aprendió siendo un niño, que lo llevó al equipo olímpico de gimnasia masculina. La rutina era dura, y sacrificada, pero tenía sus recompensas. ¿músculos?, podía ir tachando eso.
Punto dos; ser guapo o tractivo. Era lo único que podía agradecerles a mis progenitores. Conseguí algunas fotos de ellos, y con ello pude hacerme una idea de qué heredé de cada uno de ellos. Soy unos centímetros más alto que Jrushchov, supongo que debido a la buena alimentación que recibí desde niño. Mi pelo es rubio oscuro, él lo tiene más claro. Pero mis ojos no son suyos, esos se los debo a mi madre, grises. Creo que mis facciones les resultan agradables a las chicas, pero está visto, que, si las acompañas con unos buenos abdominales, ganas los puntos que faltan.
Punto tres; con 21 tengo tres carreras universitarias, lo que me garantizaba encontrar un buen trabajo. No contaba con que la enfermedad de Nika, me abriera la puerta grande en el mundo empresarial, así que creo que lo de “proveedor familiar” está cubierto. Aunque, pensando en Tasha, encontrar un buen trabajo no sería tan importante, como ser uno de los mejores hombres de su padre. Tampoco quería que eso me condicionara, porque, de alguna manera, si ella no deseaba permanecer en la parte oscura de los negocios familiares, yo tendría que conseguir triunfar fuera de ellos, y eso estaba. Tenía algunos proyectos abiertos, gracias a las puertas que me había abierto Nika, bueno, su enfermedad. El mundo de la sanidad podía repercutir grandes beneficios, si es que tenías algo que todos querían. Desarrollar ese tipo de productos llevaba su tiempo e inversión, pero, cuando tenías un cerebro como el mío, y tantos conocimientos, era un desperdicio no ponerlos a trabajar. Ganar dinero, y ayudar a la gente, era un directriz que no estaba mal.
Punto cuatro; el sexo. Convertirme en un experto podría haber estado bien, pero tuve que aplazar mi enriquecimiento personal en esa materia, porque las prácticas quedaron suspendidas cuando di aquel paso. Besar a Tasha, declarar mis sentimientos hacia ella, marcaron la diferencia. Dejé de aprender “para” ella, para pasar a aprender “con” ella. Me quedaba mucho por aprender, es cierto, pero esperaba que ese camino lo recorriéramos juntos en el futuro. La cuestión era, ¿habría ella esperado a que yo estuviese disponible? ¿o se habría lanzado a explorar ella sola? Eso lo averiguaría pronto. Y no me importaba si ella lo había hecho, había aceptado hacía mucho tiempo, que la mama tal y como era, malas decisiones incluidas.
Quizás era el momento de tener sueños eróticos con mi chica, porque, a partir de mi regreso a su vida, los impedimentos para dar ese paso habían quedado atrás. Decidido, iba a dejar de contenerme, y dejaría que nuestras necesidades tomaran el control. Estaba dispuesto para el sexo con ella, si es que ella lo estaba.
Dejé que mis recuerdos me llevaran hacia una de mis experiencias sexuales, aquella que decían sería de las más excitantes. Con 17 años, en Massachusetts, a mitad de mi primer año allí, tuve mi primer… ¿”menage a troi” sería la palabra adecuada? Éramos tres; dos chicas, una lesbiana y una bisexual, y por supuesto, yo. Al principio me quedé mirando cómo se lo montaban, anotando en mi cabeza qué tipo de caricias eran las que una mujer sabía que excitarían y complacerían más a otra. Nada como que el enemigo te muestre sus puntos débiles. Y luego, me arrastraron a participar, indicándome cómo y qué querían que hiciera. Y así fue como aprendí en qué era buena la anatomía masculina. Sí, aprendí mucho esos días. ¡Ah!, sí, no lo dije. TJ, que así se llamaba la bisexual, se convirtió en mi maestra en esos mundos por digamos… 3 meses. Así que supongo que aprendí bastantes cosas. Y sí, lo pasé bien, pero no lo hice pensando en mi propio placer, si no en el que conseguiría darle a Tasha. Es un poco retorcido decir que me acosté con otras mujeres para hacerla feliz a ella, pero se podría decir que es la verdad.
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