Nika
¿Dónde demonios guardaban estos tipos los botiquines? Nunca me preocupé de saber esas cosas. A lo más que presté atención, era a las indicaciones que daba la azafata antes de despegar. Eso de “estas son las puertas de emergencia, los chalecos salvavidas se ponen así, y las mascarillas se ajustan de esta manera”. Pero ya que estaba metida en esto, era momento de buscarme la vida. O me ponía a rebuscar entre todo lo que había desperdigado dentro de la cabina, o… preguntaba directamente. Me dirigí a la cabina y asomé la cabeza. Si la cabina de pasajeros tenía mala pinta, la del piloto no tenía mejor aspecto. Parecía una hamburguesa de metal.
—Hola, soy Verónika. ¿Podría decirme dónde se guarda el botiquín? – el piloto giró la cabeza hacia mí.
—Hay uno bajo el asiento del copiloto. –
—Gracias. – me incliné y saqué la cajita. Me pareció grosero dejarle solo ahora que tenía lo que quería, así que me quedé con él mientras rebuscaba algo. – No conozco su nombre. – él alzó la vista hacia mí.
—Soy Bart Landon. – me tendió la mano y yo la estreché.
—Verónika Vasiliev. – le vi fruncir el ceño.
—Pensé que era hija de la señora Hendrik, se parecen tanto. –
—Bueno, somos familia. –
—Ya me parecía a mí. De lejos las había confundido. – no me lo habían dicho antes. Y no sabía si calificarlo como elogio, así que cambié de tema.
—¿Tiene alguna herida que necesite que le revise? – alcé el bote desinfectante para enfatizar mi pregunta. Él realizó una exploración visual de sí mismo antes de responder.
—Creo que no, gracias. Atienda al otro muchacho. – asentí hacia él.
—Lo haré. – estaba a punto de cerrar el botiquín y retirarme, cuando vi algo que el hombre agradecería. Era uno de esos paquetitos que tenían una de esas sábanas metálicas con las que se cubría a los heridos en los accidentes. Seguro que han visto más de una. Por un lado son doradas y por otro plateadas. No sabía porque lado había que taparle, pero menos mal que venían las instrucciones en el exterior. La extendí y le cubrí con ella.
—Gracias. – le di una sonrisa.
—De nada. Si necesita algo, solo tiene que dar un grito. – él asintió, y tomé eso como mi billete de salida.
Estaba regresando a la cabina de pasajeros, cuando tropecé con mi bolso. Entonces mi cerebro empezó a funcionar, botiquín, teléfono. Me incliné para rebuscar allí dentro, y lo que encontré estaba muerto. No, no era una rata, un pájaro o siquiera una cucaracha, era mi teléfono. Lo otro no lo habría tocado ni drogada. La pantalla estaba más allá de fragmentada, y el botón de encendido ya no funcionaba. Genial, ya no tenía forma de comprobar mi estado de un solo vistazo. Glucosa en sangre, sí, pero nada de tensión arterial, ritmo cardíaco, saturación de oxígeno, recomendaciones de actividad, de ingesta de calorías… no me había dado cuenta de lo enganchada que estaba a esa aplicación hasta qué me la habían arrebatado. La vida era más fácil con ella, al menos la mía, y sobre todo, me daba más tranquilidad.
Perder aquella herramienta, me hacía regresar a los tiempos en que controlaba a todas horas mis niveles de azúcar en sangre. Toqué la pantalla, para ver el nivel de glucosa que tenía en aquel momento. Un poco bajo para haber comido hacía poco, pero bien podía ser por el nivel de estrés que había experimentado hacía un momento. Solo esperaba que nos vinieran a rescatar pronto, porque tenía que comer pronto para recuperar azúcares.
—¿Se ha roto? – la voz de Bruno llegó a mi derecha.
—Me temo que sí. ¿Qué tal te ha ido fuera? –
—Las buenas noticias es que no parece que haya fuga de combustible. – Cuando te decían eso de buenas noticias, es que también había una parte negativa.
—¿Y las malas? – Bruno puso cara de pillo inocente.
—No vamos a salir de aquí volando. – puse los ojos en blanco y traté de reprimir una risa.
—Muy gracioso. – pero tenía que reconocer que me había hecho reír, y en esta situación, eso era casi un milagro.
—No, en serio. La vegetación por aquí es muy espesa, y un rescate en helicóptero sería imposible. – Eso complicaba las cosas para el pobre hombre atrapado en la cabina de pilotaje.
—¿Y cómo vamos a sacar de aquí al piloto? – No pensaba dejarle solo. Bruno tomó y soltó el aire pesadamente.
—Este no es un vuelo regular, por lo que las autoridades aéreas tardarán en darse cuenta de que hemos desaparecido. Los primeros en darse cuenta y dar la alarma, serían las personas que nos esperan en nuestro destino. Mi hora tope de entrada es mañana a mediodía en la base aérea de Edwars, y dudo mucho que les dé por pensar que viajo en un avión privado que no ha llegado a su destino. ¿Tú avisaste de tu llegada? – tanto tiempo siendo independiente, que no se me ocurrió avisar en casa de que iba para allá. Si habría sido hacía 4 años….
—Con todo el jaleo del hospital, y las prisas, no recordé hacerlo. Pero se supone que el avión tiene un plan de vuelo que cumplir, lo echarán en falta ¿verdad? – él era piloto, tendría que saber de esas cosas.
—El plan de vuelo marca los horarios, la altitud, la ruta… queda registrado nuestro paso por los espacios aéreos con radar por los que tenemos que pasar. Si alcanzamos el de Dallas, puede que se registrara nuestra desaparición del radar, con lo que tendrían nuestro último punto de referencia. Pero si no llegamos a alcanzarlo, para ellos hemos desaparecido entre nuestro último contacto y el que no hemos alcanzado. La zona de búsqueda se agranda. De todas maneras, antes de activar la alarma, se intenta contactar con la aeronave, porque nos podríamos haber retrasado por cualquier contratiempo, incluso desviado de nuestra ruta inicial. No seríamos los primeros en quedarnos atrapados en algún aeropuerto porque no podemos despegar, o que sufren algún percance durante el vuelo, que nos obliga a cambiar de ruta. – Cómo pensaba, él sí que estaba enterado de estas cosas.
—Así que, tardarán en darse cuenta de que hemos desaparecido, y puede que no sepan dónde estamos. –
—Cuando activen la alarma, se guiarán por la señal que envía el transpondedor del avión. Aunque no seríamos los primeros en desaparecer si dejar pistas. – aquella franqueza me golpeó con dureza.
—No me estás animando mucho. – Bruno se acercó más a mí, y fijó sus ojos sobre los míos. Su mano tomó mi brazo para dar fuerza con aquel contacto sus palabras.
—Escúchame. No permitiré que te ocurra nada malo. – me aparté de él y me abracé a mí misma. No quería mirarle cuando me dijera una mentira. Porque seguro que lo haría para tranquilizarme.
—Recolectaré cualquier cosa que pueda servirnos de entre los restos, y mañana al amanecer nos pondremos en marcha. – aquello me hizo mirarle extrañada.
—¿Quieres que nos pongamos a jugar a los excursionistas, después de sufrir un accidente aéreo? – Papá siempre me decía que, en una situación de peligro, solo tenía que llamarle y esperar a que llegara. Se suponía que tenía un maldito localizador insertado en alguna parte de mi cuerpo, para evitar que un secuestrador pudiese quitármelo. Solo tenía que pedir ayuda y esperar a que la caballería llegase. Pero Bruno me estaba diciendo que eso no era lo que íbamos a hacer. Él quería que nos lanzáramos a explorar un bosque, sin equipo ni ropas adecuadas.
—No podrán rescatarnos por aire, cualquier partida de rescate llegará por tierra, y si nosotros hacemos la mitad del viaje, nos encontrarán antes. Al igual que nosotros, tendrán que esperar a que haya luz natural para emprender el viaje. Mi sugerencia es que descansemos todo lo que podamos, y después salgamos en busca de la ayuda. – No me gustaba la idea, pero eso no quería decir que no fuese la correcta. Así que tendría que hacerlo.
—De acuerdo. –
—Bien. Fuera no hay nada que pueda servirnos, así que revisaré el interior. Tu descansa. Cuando llegue el momento te avisaré para irnos. –
—Vale. Pero cierra la puerta, no quiero que me muerda algún bicho. – Odio las ratas, cucarachas y todas esas alimañas que corren salvajes por esos sitios. No querría servirle de comida a ninguna de ellas.
—Lo haré, no te preocupes. – él me sonrió, y yo me sentí mejor.
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