—No sé, Lena. —Geil seguía sentado en su cama, con la mirada perdida en ninguna parte.
—Piénsalo Geil. Es una oportunidad para ver a tu padre. Quién sabe cuándo podrás tener otra.
—Es que… —No pudo continuar.
—Piensa en él, Geil. Necesita saber que estás bien, que no debe preocuparse de ti, que nosotros estamos contigo para lo que necesites. —Sus ojos se torcieron hacia mí.
—Está bien. Iré. —en otra circunstancia habría saltado sobre él para abrazarle, pero esta vez no fue así. Solo extendí mi mano y acaricié su brazo.
—Solo tiene que saber, que pase lo que pase, estaremos siempre aquí. —Él me dio una triste sonrisa. No quería que el momento se volviese incómodo, así que golpeé mis muslos y me puse en pie con energía. —Bueno, será mejor que vayamos a comer. Si no nos damos prisa, Andrey sería capaz de dejarnos sin nada.
—Está creciendo. —le defendió Geil. No sé qué le pasaba a Geil con mis hermanos, que siempre trataba de protegerlos. ¿Se sentiría como el hermano mayor? Supongo que sí, los había visto crecer.
En la cocina de mi casa, ya estaban todos sentados a la mesa, bueno, mis hermanos estaban comiendo, mientras papá trataba de meter la cuchara de puré de calabaza en la boca de Nikolay.
—Sentaros a la mesa. —Ordenó Estella. Obedecimos, ocupando los dos lugares que nos habían dejado libres.
—Papá, Geil irá contigo. —Papá asintió con la cabeza sin apartar la mirada de su complicada tarea. Nikita era de esos bebes que no había manera de hacer que comiese. A este paso se iba a quedar canijo.
—Muy bien. Te avisaré cuando me confirmen la cita. —Geil asintió, aunque papá no le estuviese mirando.
Comimos en silencio, bueno, el que permiten tres niños a la mesa de 9, 5 y un año, y después fuimos a mi habitación para hacer los deberes. ¿Hacerlos en el salón? Sí, la mesa es más grande y es más cómodo, pero es difícil concentrarse cuando mis hermanos andan correteando por allí constantemente. No volvimos a hablar más del tema, hasta que dos días después de la vista preliminar papá le dijo a Geil que irían a ver a su padre al día siguiente.
Geil
No sé lo que sentiría mi padre cuando lo trajeron aquí, pero caminar por los fríos pasillos de la penitenciaría hacían que mi cuerpo se estremeciera de frío. No podía imaginarme lo que sentirían toda aquella gente que estaba allí encerrada, yo lo estaba pasando mal y solo iba de visita.
—Tienes que mostrarte fuerte, Geil. Si los demás notan que tienes miedo, saltarán sobre ti para hacerte botar sobre tus pies tan solo para divertirse. —Yuri caminaba a mi lado, con la entereza de alguien que es fuerte, alguien que sabe que no pueden hacerle daño, o al menos lo parecía. Si yo estuviera en su lugar, no me gustaría nada estar metido entre esas paredes, aunque fuese solo por unos momentos. Sabía que tenía algunos negocios poco legales, al menos es lo que me decía papá, que tuviese cuidado con los hombres que trabajaban para el ruso, que me mantuviese alejado de ellos, porque no eran trigo limpio.
—Aquí solo hay policías. —Volví a mirar a los tipos que custodiaban la puerta que dejábamos atrás, con sus ojos sobre nosotros, como si fuésemos tan delincuentes como los tipos allí encerrados.
—Esos son los peores. —Arrugué el entrecejo hacia él.
—¿Por qué lo dices? —A mi me parecía que esos hombres uniformados estaban allí para protegernos, para evitar que nada nos ocurriese. Igual que sus compañeros hacían en la ciudad.
—Hay personas buenas y malas, Geil, llevar un uniforme no te convierte en un santo, y sé de lo que hablo. —Yuri no era de los que mentía, no necesitaba hacerlo, o al menos yo nunca le pillé en ninguna. ¿Por eso se había convertido en un hombre que tenía asuntos fuera de la ley? ¿Porque tuvo una mala experiencia con algún policía?
—Pero no nos va a pasar nada aquí. —Decirlo era una cosa, y sentirlo era otra. Porque cada vez que miraba los ojos de alguno de aquellos tipos, sentía que había algo extraño morder mis huesos. Lo único que me hacía sentirme seguro era la presencia de Yuri, él no dejaría que me hicieran nada.
—Eso es lo que nuestra parte racional sabe, pero si escuchas un chasquido que no esperas, saltarás como un gamo asustado. —Él sabía perfectamente cómo me sentía. —Lo único que tienes que hacer, es darle el control de tu cuerpo a esa parte racional que hay en tu cabeza.
—Eso es fácil decirlo. —Sabía que yo sería ese gamo en la primera ocasión.
—Es todo cuestión de práctica. —El rostro de Yuri parecía esculpido en piedra, como si nada le alterase. Una imagen muy diferente a la que yo conocía de él. ¿Estaría haciendo él eso que me estaba aconsejando? ¿Estaba dejando que su parte racional tomase el control?
El último agente nos esperaba frente a unas puertas diferentes. Al otro lado, una mesa y varias sillas a ambos lados. Una de ellas estaba ocupada por un hombre vestido de naranja, un hombre con la espalda demasiado encorvada, como si llevara sobre ella más peso del que podía cargar. Ese hombre era mi padre.
Su cara se levantó hacia nosotros, y fue entonces cuando pude ver lo que habían hecho con ella. Tenía un ojo amoratado, la nariz hinchada y un algodón metido en una de las fosas nasales.
—¡Papá! —Noté como sus ojos se volvieron acuosos, conteniendo algunas lágrimas. Papá no lloraba.
—Geil. —Sus manos se alzaron hacia mí, pero no pudieron abrazarme porque estaban sujetas por unas esposas de metal. No me importó, yo podía abrazarle a él. —¿Cómo estás?
—No papá, ¿qué te ha ocurrido a ti? —Él se encogió de hombros al tiempo que volvía a sentarse en su silla. Yo me acomodé en la que estaba frete a él, al otro lado.
—La vida aquí es algo diferente, solo me estoy aclimatando. —Sus ojos volaron hacia Yuri un segundo, para volver de nuevo hacia mí.
—Si te agreden tienes que denunciarlo. —Le pedí. Él sonrió desganado.
—Las cosas no funcionan así aquí, Geil. —Otra vez sus ojos se fueron hacia Yuri. ¿Le estaría pidiendo ayuda? ¿O tal vez le estaba acusando de algo? Yuri podía tener un gran negocio en Las Vegas, pero dudaba mucho de que pudiese hacer algo allí dentro. Eso era la cárcel.
—¿Necesitas que te consiga algo? Pasta de dientes, ropa interior, cigarrillos… —Se ofreció Yuri.
—Mi abogado ya dijo que tu te estás encargando de pagar sus honorarios, con eso es suficiente. Gracias. —Los ojos de papá se entrecerraron sobre Yuri, como si ese gracias no fuera auténtico.
—No tienes porqué dármelas, somo socios. Tú harías lo mismo por mí. —Conocía a mi padre, yo no estaría tan seguro de ello. No era la primera vez que le escuché decir que le gustaría que la carnicería fuese de nuevo totalmente suya, ser el único que diera las órdenes allí. Algo me decía que habría aprovechado que Yuri estaría en prisión para conseguirlo. Nunca he dicho que mi padre fuese perfecto, pero aun así lo quiero.
—Claro que sí. —sus ojos volvieron de nuevo hacia mí—¿Tienes todo lo que necesitas?
—Sí, no te preocupes. Los Vasiliev están cuidando de que no me falte nada. —No podía señalar solo a una persona entre ellos, porque realmente era toda la familia la que se estaba volcando en ello; Yuri con el abogado de papá, Mirna con mi ropa y mi comida, y Lena preocupándose por mí en todo momento, acompañándome, dándome ánimos.
—¿De verdad? —Sus ojos volvieron a entrecerrarse hacia Yuri. Sentó como su mano se apoyaba en mi hombro, intentando transmitirle a mi padre que realmente él estaba allí para mí.
—Sabes que tú y Geil sois como de la familia, y yo cuido de los míos. Es lo que hacen los Vasiliev, cuidar de la familia. —Papá asintió lentamente.
Puede que todavía sea muy joven para entender a los adultos, pero algo me decía que ellos dos estaban manteniendo una conversación diferente a la que yo estaba escuchando. Muchos años compartiendo negocio conseguían ese tipo de comunicación entre ellos.
Seguir leyendo