Kiril
Después de que Sheila pusiera la máquina esa a hacer mi zumo, se fue directa a la puerta para girar el cartelito de abierto. Era la hora de apertura del local y había que ponerse a trabajar. Me quedé el primero de la fila, esperando a que ella regresara detrás del mostrador.
—Bueno, ¿y de qué van a ser hoy las magdalenas? —Había en su sonrisa un poco de mofa, porque ella no acababa de creerse que ninguna de esas dos piezas de bollería fuese para mí. ¿Se pensaba que me las llevaba para comérmelas lejos de su mirada? Yo diría que sí.
—A Luka le gustan las de pepitas de chocolate. Para Adrik la que sea que no lleve semillas o mezclas raras, ya le conoces. —La ceja de Sheila se alzó de forma arrogante, como diciendo, te has trabajado la respuesta, pero aun así no me engañas.
Ella se estiró para coger una bolsa de papel, la abrió y con unas pinzas de metal cogió dos magdalenas para meterlas dentro. No se complicó la vida, como siempre, metió las dos iguales. Luego enrolló la parte de arriba de la bolsa para cerrarla y me la tendió.
—¿Algo más? —Yo negué con la cabeza.
—No. —Cogí la mochila, la abrí y metí el paquete dentro con cuidado. Esto de los mini compartimentos interiores estaba bien, porque así las cosas no se golpeaban entre sí. Y si no saben de lo que hablo, traten de ir corriendo por ahí con un par de magdalenas en una mochila. Si no van bien sujetas, cuando las sacas tienes comida de pájaros, ya saben, migas. Guapo y gracioso, lo tengo todo.
Saqué mi teléfono y pagué por todo. Luego metí el aparato en el bolsillo de mi sudadera y esperé a que mi batido estuviese listo. El primer cliente atravesó la puerta en ese momento, lo vi por el reflejo en una superficie brillante detrás de Sheila. Ella se apresuró a colocar la bandeja de magdalenas en el lugar que la correspondía, y después puso su sonrisa comercial. Al menos no era una de esas falsas.
—Buenos días ¿qué desea?
—Un expreso doble con leche y sacarina, y una magdalena de chocolate. —No solo era el pedido, si no la voz que lo acompañaba lo que me hizo apretar la mandíbula, el mismo cretino de la otra vez, y ya puestos, el de todos los días. Al menos no volvió a hacerse el gracioso con lo de pedirle el teléfono, pero sí que le lanzaba miraditas y esas otras artimañas para ligar que ya no usaría ni mi padre.
—Enseguida. —Puso el pedido del café a hacerse, y mientras se llenaba la taza terminó de preparar el mío. Lo metió en uno de esos vasos de plástico con tapa y pajita y me lo tendió.
—Aquí tienes. —Me sonrió al entregarme el zumo, pero no lo hizo como a los demás, yo al menos podía ver la complicidad en ello. A mí me conocía de verdad, capullo. Al menos es lo que traté de decirle al de detrás de mí mientras me iba.
Me senté en mi lugar de siempre, controlando a la gente que entraba, compraba y salía. Los que se sentaban dentro a tomar su café, los que lo hacían fuera, y los que se iban caminando a su destino mientras se lo iban tomando. A fuerza de venir todos los días a la misma hora, uno acaba reconociendo a la gente habitual y sus costumbres. Como aquel gilipollas, que ahora se sentaba en una mesa del interior con su amigo, y no se iba hasta que Sheila pasaba a recoger las mesas.
Pero ella era lista, así que esperaba a que no hubiese nadie en la cafetería para hacerlo. Tampoco esperaba ociosa a que el idiota se marchara a sus quehaceres. Limpiaba la batidora, recargaba la máquina de café, limpiaba algún filtro…Al final la hora se le echaba encima al cretino y tenía que irse sin poder cruzar una palabra con Sheila. Bien, al menos a este le teníamos controlado. Tenía que encontrar la manera de destripar la vida del repartidor nuevo de esa mañana, si el tío Viktor me prestaría unos minutos los servicios de Boby… Aunque… Cogí mi teléfono y empecé a teclear con rapidez.
—¿Podrías pedirle a tu madre que nos eche un cable? —envié el mensaje y esperé a que Luka respondiese. La Tía Sara no era Boby, pero tenía el equipo a mano y sabía utilizarlo.
—¿Qué necesitas? —Respondió enseguida. Alcé la vista para controlar el flujo de gente en la cola y al cretino de la mesa frente a mí.
—Esta mañana llegó un repartidor nuevo, y me pareció demasiado simpático con nuestra prima. —Éramos chicos, los dos entendíamos de qué estaba hablando.
—¿Celoso? —¡¿Qué?! ¿a qué venía a hora eso?
—Se supone que tenemos que cuidar de ella, no dejar que ningún cretino se le acerque demasiado. —Idiota. A mí me daba igual con quién saliera ella, tan solo quería asegurarme que era buena persona, no alguien que pudiese hacerle daño.
—Vale, no muerdas. Te digo algo en un par de minutos. —¿Morder? Parecía mentira que no me conociera, si yo muerdo hago sangre, o mejor mando a Adrik, o a él. ¡¿Qué?! A Adrik le gustan más las peleas que a mí, y Luka es de las que las termina con contundencia, yo solo soy el que se mueve más rápido.
—¿No vas un poco tarde? —Alcé los ojos del teléfono para ver a Sheila junto a mí. Instintivamente revisé a mi alrededor, para comprobar que realmente no quedaba nadie más que yo.
—¡Mierda! —Salté de mi asiento, pero antes de largarme, recordé que se suponía que yo estaba allí por mi licuado de frutas, así que cogí el vaso y lo vacié de un único y largo trago. Recogí lo que quedó alrededor de mi boca con la lengua antes de despedirme.
—Hasta mañana. —Mi cabeza se inclinó por inercia para darle un beso de despedida, de igual manera a como hacía con mi madre, mi hermana, pero menos mal que me detuve a tiempo, porque con Sheila yo no hacía eso. Las prisas me habían confundido.
Salí de la cafetería como un maldito rayo, apenas un pequeño trote para calentar antes de lanzarme de nuevo a una buena velocidad. Tenía que ponerme una maldita alarma también para que me avisara cuando tenía que irme. Puede que las magdalenas de los chicos llegaran hoy un poco… golpeadas.
Sheila
Cuando terminé con el último de la cola me puse a recoger y limpiar, como siempre. El pesado de todos los días hoy parecía que se había rendido pronto, así que decidí recoger las mesas. Mi sorpresa fue encontrar a Kiril absorto en su teléfono, parecía que no se había dado cuenta de la hora que era, y ni siquiera se había bebido su zumo. Así que me acerqué.
—¿No vas un poco tarde? —Sus ojos se alzaron algo intrigados hacia mí, hasta que revisó el local y se dio cuenta de que estaba algo vacío.
—¡Mierda! —Cogió el vaso para vaciarlo tan deprisa como pudo. Su lengua salió rápidamente para rebañar los restos de la comisura de su boca, enviando una descarga eléctrica por todo mi cuerpo. ¿Qué demonios había pasado? Aquel gesto inocente me había parecido la cosa más provocativa y sexy que había visto en años. Es que me habían entrado ganas de… ¿Iba a besarme? ¡Dios, sí!, pero no, él mismo me hizo la cobra y salió pitando.
Tuve que sentarme para que mis débiles rodillas no me fallaran antes de poner mi trasero a salvo. ¡Señor!, había sido… Mi corazón todavía estaba latiendo como un loco dentro de mi pecho. ¡Mierda! ¡Sí!, me habría encantado que esos labios me besaran, me habría encantado probar el sabor de ese zumo en su boca. ¿Qué me estaba ocurriendo? Reconócelo Sheila, Kiril nunca dejó de ser ese dios vikingo que viste por primera vez en las pistas de atletismo. No solo me gustaba sino que… ¡Oh, mierda! No podía ser…
Seguir leyendo