Dafne
Otra fuerte mordida laceró la carne de mi pie, haciéndome contener un grito dentro de mi boca. El dolor se extendió por toda la pierna, ateriendo todo mi cuerpo. Sentía las uñas clavándose en mis manos de tan fuerte que apretaba los puños. Las lágrimas corriendo por mi rostro sin control, el sabor a sangre en mi moca porque mordía mis labios con demasiada fuerza. Pero no gritaría, eso no podía hacerlo, porque si escapaba un pequeño sonido de mi garganta, llegarían más y más golpes.
—No volverás a fallar. —Escuché el silbido de la vara regresando a por más.
Los dedos de mis pies se contrajeron en respuesta, pero antes de que sintiese el siguiente golpe me senté en la cama. Solo era un sueño, esta vez solo fue un sueño.
Saqué las piernas de debajo de las sábanas para que mis pies descalzos sintieran el frío del suelo de linóleo. Nada, ni frío ni calor, solo lo que alcanzaban a notar mis dedos, porque la planta hacía ya tiempo que estaba insensible. Había tanto tejido cicatricial allí, que parecía que caminaba sobre una gruesa suela de corcho.
¿Por qué nos castigaban precisamente allí? Si quieres conservar la belleza de tus creaciones no puedes dejar huellas sobre ellas, y si lo haces, deberán estar en un lugar donde no se vean. Si un hombre o mujer me veía completamente desnuda, la única parte que quedaría oculta a su vista sería la planta de los pies. Y si además le sumábamos la sensibilidad que le otorgaban los millones de terminaciones nerviosas que se concentran en tan pequeño espacio, lo convierten en el lugar perfecto para castigar a aquellos que no cumplen con lo que les has ordenado. Y no, ellos nunca sugerían, nunca pedían, siempre han sido órdenes.
Respiré profundamente antes de ponerme en pie, dolería un poco al principio, pero después me acostumbraría. ¿Pasar horas interminables de pie con una bandeja en las manos? Una vez que me pongo en marcha podría andar kilómetros descalza, mis pies sangrarían pero yo no notaría nada, al menos que se lastimaran mis dedos, entonces sí. Ya dije que era un monstruo, aunque a simple vista no lo parezca. Y lo peor no está en el exterior.
Lo primero, comprobar que mi uniforme estaba seco, lo segundo, desayunar, lo tercero, planchar. Después solo tenía que hacer mi cama, ducharme, y esperar a que llegaran las 10 de la mañana. Lo de hacer la cama después de desayunar era una pequeña rebeldía que me guardaba por vivir fuera de la constante observación de madre, al menos aquí nadie controlaría el momento en que hacía mis tareas.
Eran las 9:30 cuando ya tenía mi uniforme en mi mochila bien doblado para que no se arrugase, toda la casa recogida, y mi pelo seco y atado en un pulcro moño en mi nuca. El teléfono tenía la batería cargada a tope, y había revisado y borrado todos mis mensajes comprometedores. Podía esperar esa media hora viendo la televisión, pero no era algo que hiciese normalmente, así que simplemente me senté en una silla, y esperé a que llegase la hora mirando por la ventana. Controlar el tránsito habitual, intentar adivinar lo que haría la gente normal que pasaba ante mis ojos me ayudaba a mantener mi olfato en forma. Alguien que iba al trabajo sin muchas ganas, un ama de casa cansada de pelear con los niños, la abuela a quién no le alcanza la pensión para gastos superfluos como unos zapatos nuevos… Se podían averiguar muchas cosas observando a las personas.
5 minutos antes de la hora ya estaba bajando las escaleras para quedarme en la acera esperando la llegada de Grigor. Quizás tendría algo que añadir a mi informe antes de que Ivan consiguiera tener más datos sobre él. Cuando vi llegar su coche en la distancia, no me costó sonreír. Su compañía estaba siendo más agradable de lo que esperaba.
—¿Lista para el paseo? —Nada más entrar en el coche me golpeó un olor muy agradable, seguramente era su colonia.
—Por supuesto. —¡Qué pregunta! ¿Iba a estar yo aquí esperando si no quisiera ir con él?
—Hoy no te has puesto el uniforme. —Me dio una mirada rápida, sin apartar la vista de la carretera.
—Mejor no me arriesgo. —No iba a decirle que solía ser una persona que no cometía dos veces el mismo error. Eso podría sonarle…mal.
—¿No has pensado en cambiar de trabajo?
—¿Cambiar de trabajo? —Sabía que quería llegar a alguna parte, era una pregunta poco frecuente.
—Sí, ya sabes. Algo con lo que no estés a expensas de la generosidad de otras personas.
—Si la alternativa es una cadena de comida rápida; no, gracias. Los uniformes son una mierda, llegas a casa apestando a fritanga, el pelo sucio, muchas horas, poco sueldo, y además los encargados suelen ser unos idiotas. Donde estoy ahora al menos llego a casa sin sentirme un trozo de pollo frito. —Eso le hizo reír.
—Yo había pensado en un ambiente más saludable. —Aquello llamó mucho mi atención, es más, me descolocó aquella palabra.
—¿Saludable?
—Da la casualidad de que en mi empresa están buscando una recepcionista, y está claro que tu estás a costumbrada a tratar con clientes. —¿Me estaba ofreciendo un trabajo? Bueno, me estaba diciendo que podía cambiar el que tenía. Había dicho “mi empresa”. Si trabajaba en el mismo lugar que él, y más siendo recepcionista, le tendría muy controlado, y a su primo también, porque trabajaban juntos. Tendría que comentarlo con Ivan y valorarlo. ¿En qué empresa trabajarían? Menos mal que estaba a punto de descubrirlo.
—Me ha costado conseguir lo que tengo. Tendría que valorarlo. —Nunca hay que cerrar una puerta. Él asintió conforme.
—No hay prisa. Quizás podrías probar unas horas y así tener una base con la que hacer esa valoración. —Me lo estaba poniendo demasiado fácil. Realmente estaba interesado en que trabajase con él.
—Todo puede estudiarse, pero ya te digo que sería complicado ajustar horarios. —No ponérselo fácil haría que mostrase hasta dónde llegaba su interés.
—Aquí es.
Estábamos en las afueras de la ciudad, aunque no demasiado. Y por lo que parecía, ante mis ojos estaba una enorme nave industrial, de esas que se construyeron como hace 40 años. La carretera parecía pavimentada hacía relativamente poco, y al otro lado había la estructura de un edificio que parecía a medio construir. Uno esperaría un lugar de esos medio atrapados por el desierto, arena, polvo seco… Pero no, la zona tenía pinta de ser transitada con frecuencia.
Bajamos del coche para acercarnos a una puerta lateral del edificio, de esas que parecen de servicio; puerta metálica, y cerradura con código numérico. Sobre el marco había un pequeño foco para iluminar en la noche. Grigor posicionó el índice en la pequeña pantalla, se escuchó un pitido y después pulsó un único dígito. Fue demasiado rápido para que lo viera bien, y tampoco se escuchó el típico bip, bip cuando presionas una tecla. Una cerradura rara; o era muy vieja y tenía truco, o el mecanismo era más sofisticado de lo que parecía. ¿Comprobación de huella dactilar y preaviso a los sensores de alarma que se esperaba un invitado? Era posible.
Como esperaba, era una nave industrial enorme, con grandes ventanales en la parte superior que dejaban entrar raudales de luz natural. Había focos de iluminación artificial, pero estaba claro que con la luz exterior no se iban a usar mucho. Parecía limpia, aunque había maquinaria industrial esparcida por toda la superficie sin ningún tipo de orden.
—¿Qué te parece? —Pues que no tenía ni idea de lo que fabricaban aquí. Había cuerdas colgando por algunos enganches, marcas de pintura de distintos colores esparcidos por todas partes… Parecía que la estaban desmantelando, aunque lo único que parecía nuevo era un enorme panel en el extremo superior, que podría usarse como yumbo visión o algo así.
—¿Y qué dices que fabricáis aquí? —Grigor sonrió al tiempo que sacudía la cabeza y me tendía la mano para que la tomara.
—Necesitas un punto de vista diferente. —Me dejé guiar por él. Subimos unas gradas a un lateral, y cuando estuvimos arriba, me hizo girarme para ver todo desde allí. ¡¿Qué demonios era eso?!
—Bienvenida a La palestra, la pista cerrada de deportes extremos más grande del país, casi que podría decir que del planeta, pero no he viajado lo suficiente como para confirmar eso.
Me dejó sin palabras, literal, y eso, para una persona que había visto y vivido casi de todo, era un gran logro. Entonces lo vi. Los rocódromos de distintos niveles en la pared de la izquierda, con las cuerdas de sujeción ancladas a poleas que terminaban en enormes máquinas de retén de pesos. Unas colchonetas dispersas en el suelo junto a algunas máquinas, dejaban claro que las señalizaciones delimitaban pistas para…
—A la derecha, al fondo parkour, en el centro tienes la pista de los gladiadores, en la pared de la izquierda el rocódromo, y ocupando el centro, las dos pistas americanas, la básica y la superior, también llamada la pista.
Me había equivocado. Aquel era un negocio enorme, y por el número de taquillas que corrían la pared de la derecha, debía estar muy concurrido, porque habían tenido que ampliar el número de ellas, y lo decía porque era evidente que había modelos más nuevos a los anteriores.
¿Quién había sido el loco como para crear algo así? Supongo que el mismo que contrató a dos chicos de 17 y 18 años para llevar el negocio. Fuese quién fuese no solo pensó a lo grande, sino que había acertado, o al menos eso decía el buen estado de las instalaciones. Tenía ganas de conocer al genio detrás de todo esto.
Seguir leyendo