Anker
Sentí las uñas de Astrid clavarse en mi mano. Pero no me quejé, sabía lo que sentía, el miedo que daban esas palabras. Sostuve su mano con fuerza, intentando transmitirle el apoyo que necesitaba. No estaría sola en esto. Estábamos juntos.
—Hay dos alternativas. O operan a Tyler aquí, o permites que le traslade inmediatamente a Las Vegas. Tenemos un avión medicalizado esperando en la pista de despegue. Algo más de una hora de viaje, y Tyler estará en un quirófano del Altare. – Pamina fue directa. Ese era el plan, y Astrid ya había dicho que trasladaría a Tyler, ahora sólo tenía que dar el paso.
—Tú decides. – la miré directamente, intentando transmitirle confianza. Ella lo meditó un minuto, pero finalmente tomó una decisión.
—De acuerdo. –
—Bien, entonces será mejor que nos pongamos en marcha. Prepararemos a Tyler para el traslado ahora mismo. – Pamina se puso en pie, como un general dirigiendo a sus ejércitos.
—Nosotros iremos a recoger un par de maletas de tu casa, e iremos directamente al avión. – transmití nuestra parte del plan a Astrid. Ella se puso en pie y yo la seguí.
Antes de salir rumbo a su casa, Astrid quiso ver a su hijo, así que pasamos por su box para darle un último beso antes de que todo el mundo se pusiera en marcha. Fue rápido, porque no teníamos mucho tiempo. Cuando Pamina se ponía en modo militar, todos se imbuían de esa energía que ella desprendía.
—¿Queda lejos la casa? – le pregunté a Astrid, ella, negó.
—Apenas 20 minutos hacia el este. – Bien, estaba de camino al aeropuerto.
Sé que tener un coche con conductor esperando parece algo pretencioso, pero no le di importancia hasta que Astrid abrió los ojos sorprendida. Pero fue lista y no dijo nada, mejor, porque así yo no tenía que responder.
Llegamos a la dirección que nos facilitó; una zona residencial de casas unifamiliares, de esas con un pequeño jardín delante de la entrada, verjas blancas, aceras anchas, y bicicletas y juguetes de niños dispersos sobre el césped. Parecía un sito tranquilo, seguro, en el que vivía gente de un poder adquisitivo medio alto.
Nada más detenerse el coche frente a una casa de dos plantas, Astrid saltó del coche con celeridad. La vi detener su paso cuando llegó cerca de la entrada, demasiado pronto para alcanzar la puerta. Casi la había alcanzado, cuando ella sacudió su cabeza y continuó caminando. Abrió la puerta y entró. Yo tardé un rato en seguirla, porque tenía curiosidad por saber qué era lo que la había descentrado. Y ahí estaba, una bicicleta infantil. Algo me decía que era importante. Entonces caí; no había preguntado cómo Tyler había acabado en una cama de hospital con un golpe en la cabeza. Inspeccioné a mi alrededor, para encontrar algunos ojos curiosos observando. Sí, es lo malo de este tipo de zonas, que había amas de casa a las que les gustaba el drama en vivo y en directo, en otras palabras, cotillas y fisgonas. Me habría gustado hacerles algunas preguntas, pero no podía desaprovechar la oportunidad de entrar en la casa y curiosear.
La casa estaba medio amueblada, incluso algunas piezas tenían el embalaje protector. Me acerqué a la cocina, y abrí algunos armarios. Se puede saber mucho de una persona por lo que hay en su cocina. La nevera estaba medio vacía. Algo de leche y fruta, y un embalaje de comida para llevar. Lo que había dentro parecía comida como la que hacen las abuelas; un guiso que debió oler bien hacía 5 días. Así que el doctor Amul pensaba que tenía una mujercita de su casa, que cocinaba, atendía su casa, y hasta hacía tres meses trabajaba en el mismo hospital que él. Pero aquella comida…me acerqué al cubo de basura, y como pensaba, había más recipientes como ese. A Astrid le gustaba la comida casera, pero no era de las que guisaba. ¿Las habría pedido porque no tenía tiempo para cocinar? ¿Por qué no sabía? ¿o porque era su forma de aparentar algo que no era?
Abrí uno de los armarios. Cereales para el desayuno, una caja con chocolate, a todas luces infantiles, y otra de esos integrales para cuidar la línea. Así que las tortitas y zumo recién exprimido que comentaba el doctor Khan… sólo debía ocurrir cuando él estaba presente. Cuándo él estaba en la casa, ¿era día de fiesta? Escuché una de las maderas de las escaleras crujir, así que tomé un vaso y lo llevé al grifo para llenarlo de agua. Estaba bebiendo cuando la voz de Astrid llegó a mi espalda.
—Ya estoy lista. – a su lado había dos maletas, una grande y una pequeña.
—Estupendo. Entonces vámonos. – Aclaré el vaso y o dejé en la encimera. Después tomé ambas y empecé a caminar hacia la salida. Por el diseño del estampado de la maleta pequeña, supe que esa era la de Tyler. Supuse que no habría más, porque alguien no lleva una maleta tan grande, a menos que piense estar mucho tiempo fuera de casa. Y sí, la había llenado a conciencia. Tal vez el no estar atada a nada aquí, la había llevado a pensar que no volvería. Yo no se lo había comentado, lo de quedarse en Las Vegas, quiero decir, pero si ella pensaba así, era trabajo que me ahorraría. Estábamos casi listos para subir al coche, cuando mi teléfono vibró. Acababa de recibir un mensaje.
—Vaya, casi lo olvido. – dio Astrid. – Enseguida vuelvo. – salió corriendo de nuevo hacia la casa y yo aproveché para ver aquel mensaje. Era del laboratorio de análisis, mis resultados estaban listos. Leí ansioso todo el mensaje, hasta llegar al resultado. 99,4% de probabilidades de ser el padre. Traducción, Tyler era mi hijo. Buena, al menos esta vez Astrid si acertó con el padre. Es lo que pasa cuando tienes relaciones con dos hombres a la vez, que es difícil saber es el padre. Ella apostó y perdió la primera vez.
Padre, era padre. De un niño que estaba llamando a las puertas de la muerte, pero no le dejaría atravesar esa puerta. Antes quería seguir en su vida, ahora él estaría en la de toda nuestra familia, porque llevaba mi sangre, porque era un Vasiliev. Al nombrar el apellido de la familia, recordé algo. Busqué en la lista de contactos y llamé. Cuando contestaron al segundo toque lo solté.
—Dime. –
—La prueba de paternidad ha dado positivo, Tyler es mi hijo. –
—Lo sabía. – respondió Viktor al otro lado. ¿Había algo que se le escapara a este hombre? ¿Había mandado a Boby piratear el sistema del laboratorio para enterarse el primero? No me sorprendería.
—Pues podrías habérmelo dicho antes, así me habría ahorrado el dinero de la prueba. – ¿captaron la ironía?
—Tenía una casi seguridad de que así era, pero nada es tan concluyente como una prueba de paternidad. – Eso tenía que saberlo.
—¿Y cómo demonios podías estar casi seguro de ello? – Viktor dejó escapar el aire.
—Por las fotos. –
—¿Las fotos? –
—Soy más viejo que tú, ¿recuerdas? Te he visto crecer, y ese niño… Tyler… sois como dos gotas de agua a esa edad. Sí, vale, tu nunca fuiste tan rubio, pero tenéis los mismos ojos, la misma sonrisa, incluso tiene tus orejas. –
—¿En serio? – Viktor rio ligeramente al otro lado de la línea.
—Sólo tienes que pedirle fotos de cuando eras niño a tu madre. Y ya de paso… decirle que es abuela. –
—Sí, querría haberlo hecho en persona, pero supongo que tendré que hacerlo durante el viaje de vuelta. Si yo estuviese en su lugar, querría saberlo antes de que metieran a mi nieto a un quirófano para una operación como la que va a pasar Tyler. –
—Es lo correcto. – me apoyó Viktor. Astrid apareció por las escaleras con un juguete en sus manos. – Tengo que colgar. –
—Cuídate. – cerré la comunicación, a tiempo para ayudar a Astrid a subir al coche.
—No podía dejarlo aquí. Cuando Tyler despierte, seguro que preguntará por él. – miré el trozo de plástico. ¿Optimus Prime? ¡¿qué?! Me vi todas las películas de los Transformers, reconocería ese robot medio camión en cualquier parte.
—Será mejor que pisemos el acelerador. No quiero que se retrasen por nuestra culpa. – esas palabras iban más bien dirigidas a nuestro conductor que a ella. Aun así, Astrid asintió, se abrochó el cinturón y aferró el juguete con fuerza.
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