Andrey
El teléfono estaba sonando, y era el bueno, por eso salté de la cama como un rayo para contestar. Podía ser papá, podían ser problemas, podía… Él identificador de llamadas me dio el nombre del que estaba al otro lado: Viktor. Sí, seguro que eran problemas, pero no de los que yo había imaginado.
—Dime. —Distraídamente miré el reloj en mi muñeca. ¿Qué hacía mi hermano despierto a esas horas? Aunque la pregunta era… El despertador empezó a sonar como un loco en ese preciso instante. Si esta fuera una película de miedo, tendría que estar buscando papel higiénico, por lo de cagarse, ya me entienden.
—Necesito que me hagas un favor. —Bien, no era nada grave.
Alex se encargó de apagar aquel estruendo. Se puso en pie con los ojos más cerrados que abiertos, para ponerse a buscar su ropa de deporte. A estas horas, empezaba nuestra rutina de entrenamiento. Nada como salir a correr con una compañía que era capaz de seguirte el ritmo. El chico se lo estaba tomando en serio, quería ser tan bueno como yo, o al menos tener mi misma resistencia y fuerza física.
—¿No es un poco temprano para ti? —Los músculos de mi cuello habían perdido la tensión de hacía un momento.
—Lo mismo que para ti, pero supongo que tanto tú como yo todavía seguimos con la misma rutina que nos inculcó papá. —Éramos unos críos cuando papá se puso a enseñarnos a pelear. Él decía que quería que supiéramos defendernos, pero enseguida nos dimos cuenta que era más que eso. Estableció unas rutinas que aún de adultos seguíamos conservando. Hay quién las llamaba disciplina militar, nosotros las llamábamos costumbre. Correr unos kilómetros, una sesión de entrenamiento, ducha y luego a empezar el día como la gente normal, en nuestro caso ir a clase.
—Al grano, Viktor. —Escuché como cambió la modulación de su voz. El idiota de mi hermano se estaba riendo.
—Eres tú el que ha empezado a divagar.
—Vale, ¿qué es lo que quieres? —nunca me había pedido nada, al menos no desde que él tuvo la charla de los 15 con papá.
—Sabes que el próximo curso iré para allá, y me gustaría llevar a un amigo conmigo. —Aquello me sorprendió.
—¿Un amigo? —Normalmente la gente se preparaba para ir a la universidad por sus propios medios, no esperaba a que un amigo le solucionara ese tipo de cosas.
—Verás, no es que sus calificaciones sean demasiado buenas, y digamos que ha esperado un par de años en decidirse a dar el paso…—Aquella vacilación me decía que había algo más que eso, algo en lo que Viktor estaba más que implicado. Pero podía estar todo el día intentando sonsacarle, que él no diría nada.
—Quieres conseguirle una plaza para el próximo año, aunque lo más seguro es que no le acepten.
—Me vas entendiendo.
—Lo que pides es muy complicado.
—No has dicho imposible. —Maldito Viktor, él siempre estaba detrás del detalle. No, no era imposible, si tenías los contactos necesarios en los lugares precisos.
—Saldrá caro. —Es lo que tenían los favores, nadie daba nada gratis.
—Que no sea mucho, tengo que pagarlo yo. —Aquel dato me daba una pista más. Viktor era el que estaba removiendo todo esto, no era una petición de su amigo.
—Veré qué puedo hacer.
—Esperaré tu llamada. —Cerré la comunicación y terminé de atarme los cordones de las zapatillas. Hora de ponernos en marcha.
—¿Tú hermano tampoco duerme? —preguntó Alex mientras me tendía una botella de agua.
—No, es cosa de familia. —Alex sacudió la cabeza mientras aparecía su sonrisa ladeada.
—Sois unos puñeteros espartanos. —Alex lo había entendido, no necesitaba explicarle más.
—SOMOS, pequeño saltamontes. —No tengo ni idea de por qué le había llamado eso. Lo escuché a uno de los profesores, y desde entonces no lo he olvidado. Alguien me explicó de quera de una vieja serie de los 70, una sobre un monje luchador que recorre el país como un héroe anónimo. El caso es que me pareció curioso que el maestro llamara así a su alumno, y como daba el caso de que me había convertido de alguna manera en tutor deportivo de Alex, me pareció que usarlo no estaba mal. Ahora bien, lo de pequeño… no encajaba con Alex. Él era un tipo grande, más que yo, y no es que yo fuera un enclenque.
—Sí, maestro. —Y el muy cretino me hizo el saludo ese del puño, como hacen los luchadores de artes marciales. Al menos teníamos el mismo sentido del humor.
—Será mejor que nos pongamos en marcha, mi hermanito me puso tarea.
—Tengo ganas de conocerlo. —Le había contado a Alex que mi hermano Viktor vendría el próximo curso a estudiar a Berkley. Creo que tenía ganas de dejar de ser el pequeño del grupo.
—Ten cuidado con lo que deseas. —Si Viktor seguía con la progresión que llevaba en mi ausencia de casa, estaba seguro que sería una pieza de cuidado.
Corrimos nuestros 10 kilómetros, entrenamos durante hora y media, nos duchamos, y después cada uno se fue a su facultad. Alex y yo estábamos cursando materias diferente. Yo derecho y él empresariales.
Desde que lo tomé bajo mi ala, el muchacho había mejorado con sus calificaciones. No solo le había incluido en mi rutina deportiva, sino también le había inculcado mis hábitos de estudio. Yo tenía un objetivo claro, y aunque él todavía necesitaba madurar un poco más, ya se estaba dando cuenta de que perder el tiempo no sería bueno para su futuro. Aunque no podía apartarle del todo de la diversión. Por mucho que yo intentara hacerle ver que se podía disfrutar y cumplir con tus obligaciones, él se empeñaba en buscar sus propios límites de resistencia, como si descubrir qué cerveza te tumbaría fuera parte del temario universitario básico. Estaba claro que Alex había sido uno de esos chicos a los que le habían dado todo lo que quería, demasiado mimado, tanto como para no tener que hacer frente a ninguna responsabilidad. Eso le causaría problemas en un futuro.
Como estaba diciendo, tenía tarea que hacer. Para conseguir esa plaza para el amigo de mi hermano, tenía que ir directamente al único contacto que tenía en la universidad. Aunque bueno, yo no lo llamaría contacto. Era una carta comodín que estaba guardando para utilizar en una ocasión especial. No es que me gustara usarla para algo como esto, pero uno hacía todo lo que fuera por la familia. ¿cuál era esa carta? Nada más y nada menos que el decano de la universidad. Sí, lo sé, apunto alto, pero era al único que podía llamémoslo extorsionar. ¿Cómo? Pues era algo sencillo. Su puesto era político, en otras palabras, no eran solo sus méritos los que le habían puesto allí, sino su imagen pública, sus contactos con gente importante… Todo eso podía venirse abajo si se descubría lo que yo sabía. Y no era otra cosa que el decano era asiduo de las peleas clandestinas.
Alguna vez peleé en el circuito estudiantil, pero los oponentes eran pocos y se movía poco dinero. Cuando destacas, los promotores, como el gordo, enseguida te ofrecen participar en peleas con bolsas más jugosas. Entré en el circuito de San José. Nada como el dinero de los ricos tecnológicos para animar las apuestas. Y entre ellos, vestido con ropa menos formal a la que suele utilizar en el campus, estaba el vicerrector ejecutivo Mathews. Su cara me sonó la primera vez que lo vi, sabía que lo había visto en alguna parte, pero no fue hasta que entré a la página de la universidad a hacer un trámite, que no lo reconocí. Allí estaba, mi carta ganadora, o mejor dicho, la carta de admisión del amigo de mi hermano Viktor.
Estaba entrando en la zona de administración, guiándome por las indicaciones para llegar al despacho del decano, cuando en una de las oficinas encontré un rostro familia. De todos los lugares del mundo, donde menos pensaba que podría encontrar a Rachel era detrás de un escritorio.
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