Drake
Tenía que hacerlo bien, así que busqué la forma de compensar a mi pequeña guerrera por mi falta de tacto en el pasado. Investigué bien, me colé en todas las conversaciones de las chicas de su curso, todo lo que cotilleaban en las redes sociales. Eso me facilitó el descubrir qué era lo que Tasha podría necesitar. No es que ellas fueran iguales que Tasha, pero sí he aprendido que los adolescentes de un mismo grupo, suelen tener los mismos estereotipos. No sé por qué se había creado un halo de chico duro a mi alrededor. Es ironía, porque estaba seguro que había transcendido cierta amenaza a ese desperdicio para la humanidad. Ahora, todas las chicas de su curso, fantaseaban con un chico rudo, de esos con moto, cazadora de cuero, pero dulce y atento con su chica. Así que, si eso era lo que las adolescentes querían, yo se lo regalaría a mi guerrera.
Fueron dos días solo para ella, pero todo tiene que terminarse. El domingo, ella fue a despedirme al aeropuerto. Viktor nos había enviado en uno de sus coches, y eso estaba bien, porque no querría a una Tasha de 16 conduciendo por Las Vegas. Lo malo es que una despedida no es lo mismo cuando tienes dos pares de ojos encima de ti en todo momento. Mi guerrera tenía escolta, y eso lo asumía.
—¿Volverás pronto? — Su voz sonó amortiguada sobre mi pecho haciéndome cosquillas.
—El viernes es la graduación de mi hermana, ¿te gustaría venir conmigo? — La vi fruncir el ceño.
—Yo tengo clase, señor universitario. — Sí, olvidaba eso. Puse lo ojos en blanco, y a cambio recibí un azote en el trasero. Miré a mi alrededor, comprobando que no habían visto eso. Hasta el momento, había tenido la precaución de no mostrar ese tipo de “actos” cariñosos delante de su familia, más que nada, por respeto. No me parecía bien que, de la noche a la mañana, encontraran al pequeño Drake morreando a su pequeña Tasha. Tenía que darles tiempo para acostumbrarse, aunque a mi chica parecía que no le hacía falta ese período de aclimatación.
—No seas mala, pueden vernos.
—¿Y qué? — protestó ella.
—¿Quieres que tu padre me corte en cachitos? — aquello la puso tensa.
—Lo siento, pero es culpa tuya por provocarme. — Puse mi mejor cara de inocente, la de “no tengo ni idea de esas peleas ilegales de las que me habla, señor agente”.
—¿Yo? — Ella me estrujó un poco más, y miró a ambos lados para cerciorarse de que nadie miraba, y después me besó, o al menos se puso de puntillas para que yo hiciera el resto del camino.
—¿Qué te parece si quedamos después? — sugirió.
—¿Te recojo y vienes a comer a casa con nosotros? — ella se mordió el labio.
—Nosotros también celebramos el fin de curso con una comida en familia. — Esto se iba a complicar más de lo que pensaba.
—Entonces nos veremos después de la comida. — sugerí.
—Claro. — Por megafonía avisaron de la salida de mi vuelo. Bajé la cabeza, y besé fugazmente sus labios.
—Tengo que irme. — Empecé a caminar de espaldas, y a despedirme con un gesto de la mano.
—Prometo esperar a que vuelvas. — Ella sonrió, y yo atesoré ese momento en mi memoria, porque eso era lo que me iba a mantener firme durante el tiempo que quedaba para completar mi plan. Ella no lo sabía aún, pero íbamos a vernos muy poco en estos próximos tres años. No solo era mi carrera, tenía un proyecto abierto que podía llevarme aún más lejos de donde estaba ahora, y no solo estaba hablando de unos kilómetros, sino de atravesar océanos. Pero tenía que cumplir una de las promesas que hice a Nika, y estaba muy cerca de cumplirla.
Subí a aquel avión con la esperanza de que mi Tasha cumpliera su promesa, porque era a lo único a lo que podía aferrarme. Venían los tiempos duros, pero traerían su recompensa. ¿Ella lo vería así?, Siempre había sido muy impetuosa. Lo quería todo y de inmediato. Ojalá no se rindiera.
Casi tres años después….
Drake
Prácticamente llevaba tres días metido en un avión. China, India, y por fin EEUU, pero no directo a Las Vegas, sino a Miami. ¿Por qué a esa ciudad? Porque Nika estaba allí. Ella estudiaba Emprendimiento Empresarial en la universidad de Miami, en Coral Gables, y yo mejor que nadie sabía por qué se había ido tan lejos de casa. No era porque fuese una de las mejores del país, sino que estaba lejos de casa. Quién lo diría, Nika, que había estado siempre tan protegida en Las Vegas, había decidido salir de la asfixiante manta protectora de sus padres. Miami era lo más lejos que le permitieron ir.
Estuve con ella unas horas, pero fueron suficientes para hacerla entrega de mi regalo. Todavía era un secreto, ella no quería decírselo a la familia, antes deseaba comprobar que realmente funcionaba tal y como yo decía. Y la entiendo. Había pasado dos años esperando un milagro que no acababa de llegar, un milagro que ningún médico podía darle. Yo no podía curarla, pero al menos esperaba darle una calidad de vida como las del resto de las personas. Primero fue aquella aplicación para el teléfono, con la que podía controlar su alimentación, y saber si sus niveles de glucosa eran correctos de antemano. Mi nuevo regalo, había convertido en obsoleto aquel juego de niños.
Cuando la vi despedirse de mi a través de la cristalera, me sentí feliz de ver aquella pulsera en su muñeca, la misma que yo había llevado conmigo el último año. ¿Quién mejor que yo para servir de conejillo de indias? Funcionaba, el maldito trasto funcionaba, y ella tendría que aprender a aceptar eso. ¿Libre? Ella no era libre de su enfermedad, pero había conseguido una correa para su cuello mucho más larga.
Cuando llegué al aeropuerto, me sorprendió encontrar a Viktor esperándome. No es que se le escaparan muchas cosas, pero su manera de sonreírme me decía que no estaba allí para una visita de cortesía.
—¿Qué tal el viaje? — Tomó la maltratada maleta de mis manos, y empezó a caminar a mi lado. Tenía que preguntar cómo había podido entrar a esa parte del aeropuerto. Bueno, era Viktor, tampoco es que me sorprendiera.
—Largo. — Dormir en un avión no es lo mismo que hacerlo en una cama de verdad, por muy bonito que te dibujen las cabinas VIP.
—Entonces puede que estés demasiado cansado, como para ayudarnos a cazar a un asesino. — Aquella última palabra llamó mi atención.
—¿Qué tipo de asesino? — Había comprendido hacía tiempo que no todo el que mata es un asesino, aunque a todos se les encasilla en la misma categoría.
—El que asfixia en su propia cama a mujeres con alzhéimer. — Sí, ese era el tipo de asesino al que había que sacar de las calles. Yo separaba entre el que mata por deber, por pasión o por cuestión de supervivencia. Ese tipo era de los que no tenía compasión con alguien indefenso. Los que asesinan a niños, a gente que agacha la cabeza ante tu presencia, lo hacen por placer, y esos animales no deberían existir. ¡Qué digo!, incluso los animales tienen más ética que ese tipo de degenerados. Todo el que disfruta con el dolor ajeno está enfermo, y es mucho peor si además disfruta infringiendo ese sufrimiento.
—Estoy dentro. — Sabía hacía tiempo que los Vasiliev no mataban si no era para defenderse, e incluso esa solución era la última carta. Y mentirme, Viktor no necesitaba mentir, había aprendido eso hacía tiempo. Pero, a lo que mi cabeza estaba dando vueltas, era si esto era algún tipo de prueba para saber si yo era digno de entrar completamente en los asuntos de la familia. ¿Quería saber si yo era el apropiado para Tasha? A mi padre no le dejaron entrar de esa manera, prefirieron protegerle de la parte oscura de su mundo. Si Viktor abría esa puerta para mí…es que necesitaba no solo conocer el nivel de mi compromiso y lealtad con la familia, sino de qué pasta estaba hecho. No iba a decepcionarle.
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