¿Una tinaja o…qué…?
—Es un ánfora. – intenté cuadrar la imagen estilizada que tenía en mi memoria, pero no encajaba, salvo que sí se parecía a la forma que el medallón tenía grabada en relieve. Un ánfora más regordeta, con la boca ancha. No podía negarlo, eran idénticas.
—¿Puedo… puedo verlo mejor? – Argus sacó la cadena de su cuello para acercar más la pieza hacia mí. Mis dedos pasaron por la superficie con respeto. Su tacto era… de alguna manera familiar, no sé cómo explicarlo mejor.
—Era tuyo. Me encantaría devolvértelo, pero por ahora eso no es posible. – volvió a colocar la cadena alrededor de su cuello, metiendo el medallón dentro de su camisa. Ocultándolo de mí, y de todos.
—¿Por qué? – quise saber.
—Digamos que ha sido un préstamo que debo devolver. –
—¿A quién? – Argus me sonrió de forma triste.
—Haces demasiadas preguntas. –
—Pregúntale a tu “señora” si quiere algo de comer. – Argus y yo volvimos el rostro hacia Schullz, que nos miraba desde el asiento delantero del acompañante. – Vamos a recoger algo de comida de camino al punto de encuentro. – Argus se volvió hacia mí.
—¿Quieres comer algo?, tenemos un largo camino por delante. –
—Lo que sea, menos pescado. – odio el pescado. ¿Tendría eso algo que ver con ser una ninfa del agua?, por lo de no comerme a mis “amigos” marinos digo yo.
—¿Qué ha dicho tu diosa? – se mofó Schullz. Argus arrugó el entrecejo, pero aun así contestó.
—Nada de pescado. – apuntó.
—Que tiquismiquis nos ha salido. – se volvió hacia delante, dándonos la espalda, mientras hablaba con el conductor. Cuando regresé mi atención hacia Argus, encontré su mirada fija sobre mí.
—No te ha entendido. – me dijo.
—Pues he hablado bastante claro. – las cejas de Argus se unieron aún más, como si estuviese concentrado.
—Tu alemán es bueno, yo tampoco entiendo de que se queja. –
—¿Alemán?, estamos hablando en español. – sus cejas se alzaron sorprendidas. Aunque después pareció encontrar una respuesta. Aferró el medallón sobre su ropa y me miró.
—Esa Sibila… tenía razón. –
—¿La Sibila?, ¿Qué dijo? –
—Que esto me uniría a ti, o acercaría ya sabes cómo hablan. –
—¿Quieres decir que nos entendemos por causa del medallón? –
—De alguna manera sí. –
No sabía si decirle que no solo podía entenderle a él, sino que había pasado por alto que había entendido a Schullz y a los otros hombres cuando hablaban, y ellos no llevaban el medallón. Tampoco lo portaba yo, así que… Agh sólo tenía claro que ese chisme tenía algún tipo de influencia sobre mí. Yo les entendía a ellos, y el que lo portaba me entendía a mí. Hechos, es lo único que podía constatar, las causas… solo eran especulaciones.
Argus empezó a manipular su teléfono. Por el movimiento de sus dedos parecía que estaba enviando un mensaje. ¿Estaría mandándole a esa tal Agneta la prueba de que había tomado con su cámara? Tenía toda la pinta. La respuesta no tardó mucho en llegar. Argus la estudió un par de segundos y después se volvió hacia Schullz para informarle.
—Tenemos órdenes. – Schullz revisó el mensaje en el teléfono de Argus y asintió con la cabeza.
—Bien. – después se puso a trabajar con su propio terminal.
—¿Qué sucede? – pregunté.
—Nos vamos de viaje. – no quise decirle que ya estábamos en ello, pero…
—¿A dónde? – Argus me sonrió. –
—A visitar al oráculo. –
—¿A la Sibila? – Argus asintió hacia mí.
—Eso es. Ahora que estás aquí, tenemos que restablecer tus dones. – Evan dijo que necesitaba beber de mis aguas para conseguir eso, pero si Argus no lo sabía, quizás podría convertirse en una ventaja.
—¿Puedo hacerte algunas preguntas? –
—Parece que es lo único que sabes hacer. – pero no lo dijo enfadado, sino divertido.
—¿Qué hizo que abandonaras al resto? – su rostro perdió todo rastro de diversión, pero no era enfado, sino… pesar.
—Es una larga historia. – Miré a nuestro alrededor.
—Bueno, supongo que tenemos tiempo. – Argus esbozó una triste sonrisa hacia mí.
—Sí, supongo que sí. –
—¿Y bien? – él inspiró profundamente y se preparó para comenzar su narración.
—Bueno, creo que todas las historias empiezan igual. Me enamoré de una mujer, hasta el punto de desear compartir toda mi vida con ella. El problema surgió cuando me di cuenta de que ella envejecería mientras yo permanecería joven. La vería morir, y eso es algo que no quería afrontar, así que pensé en la única solución posible. –
—¿Qué ella también bebiera de la fuente de la juventud? – lo siento, me negaba a llamarla mi fuente, pero si concedía la eterna juventud le quedaba mejor ese nombre.
—Exacto. El problema vino cuando traté de llevarla hasta ti. –
—¿Qué pasó? – Argus se acomodó mejor en el suelo junto a mí.
—Estábamos en 1939, ella era alemana y la guerra estaba a punto de estallar. No tengo que contarte lo que ocurría en esa época con los judíos, lo que costaba sacarlos del país. Podría haber intentado llevármela, pero ella nunca habría salido de allí sin su familia. –
—Vaya. – ¿Qué más podía decir?, aquello tenía toda la pinta de ser un drama.
—El caso es que en mi desesperación cometí el error de confiar en quién no debía para salir de allí. No voy a cansarte con detalles, solo diré que al final acabamos en tu fuente mi chica, su familia, yo, y un pequeño destacamento alemán. – mis manos se unieron como si me dispusiera a rezar, porque, en cierta manera, ya estaba rogando porque esa historia terminase bien, aunque ya sabía que no iba a ser así.
—¿Y qué ocurrió? –
—Que el oficial al mando tenía otros planes para nosotros. – tenía miedo de preguntar, pero como Argus decía, soy una mujer que no puede vivir sin hacerlo.
—¿Ella…ella murió? –
—No allí. Tampoco sobrevivieron al viaje el resto de su familia, pero lo peor, es que conseguí que te mataran. – mis ojos se abrieron como platos.
—¡¿Qué?! – sus ojos apesadumbrados no se atrevían a mirarme.
—Fue mi culpa, mi señora, fue mi culpa. – pude ver una lágrima rodando por su mejilla.
—Y si te aliaste con mala gente en aquella ocasión y salió mal, ¿por qué ahora estás haciendo lo mismo? – su rostro se giró hacia mí.
—Porque juré hacer lo que fuera para arreglar todo aquello, y ellos son los que tenían todas las piezas para conseguir mi objetivo. – apretó el medallón a través de su camisa, y entonces comprendí. El medallón, ellos tenían en su poder el medallón. ¿Cuáles eran las otras piezas?, ¿la Sibila?
Nos quedamos en silencio, el seguramente intentando recuperarse de los amargos recuerdos, yo volviendo a colocar todas las piezas del puzle en mi cabeza. Según la historia de Argus, había vivido durante la 2ª guerra mundial, y ya era adulto entonces. Si me fiaba de su aspecto, entre 45 o 48, eso me decía que realmente envejecían de forma diferente, más lenta, o que mentía. ¿Qué por qué me estaba inclinando cada vez más hacia el lado de creerles?, pues por algunos detalles que tampoco conseguía entender, como que un medallón me hiciera comprender el alemán. Inglés, latín, español y punto. Alemán… ni en sueños.
Volví mi atención sobre Argus. Podía haberle dado un respiro, pero seguiría preguntando, porque en aquel momento, era la única fuente de la que conseguiría información, y parecía que era más accesible que el enigmático Evan. Recordarlo me hizo sentir preocupación, ¿se habría recuperado de la caída?, ¿sanaría también despacio o lo haría deprisa? Me sentía mal por no creerle desde un principio, pero había que entender que su historia era increíble. Bueno, nuestra historia. Cada vez estaba más convencida de que era verdad, al menos su parte.
Seguir leyendo