Dafne
Ivan no se movió de su sitio, no le hacía falta, seguramente nos había seguido todo el camino, y una vez sospechó hacia dónde nos dirigíamos, se adelanto para esperarme dentro. Así Grigor, si decidía quedarse a vigilar hasta que atravesase mi puerta, no vería a nadie entrando detrás de mí, porque ya estaría dentro. Era lo malo de estos viejos edificios, que podías ver quién entraba y salía desde la misma calle. Pero tenían su porqué, si el gran Viktor Vasiliev decidía investigar a una camarera cotilla, mi vida sería un libro abierto para él, o al menos debía creerlo así.
—¿Ese es el chico? —Como suponía, él nos había visto, seguramente incluso estuvo observando por la ventanilla para ver si se ponía cariñoso. Por fortuna él no era celoso, con nuestro trabajo no podía serlo.
—Sí. Tengo una foto aquí. —Para no dejar señales digitales, lo único que tenía que hacer era dejar que le sacara una foto a la pantalla, así no dejaría rastro.
—Me pondré con ello de inmediato. ¿Qué tal con el rey negro? —Así era como le había bautizado madre, y así era como todos nos referíamos a él, más que nada por si alguien escuchaba.
—Difícil. Es complicado acercarse sin que se dé cuenta.
—Pero entregaste el mensaje. —Era una confirmación que necesitaba.
—Sí. De no ser por el chico que lo mantuvo distraído unos segundos, no habría podido pasarlo. —Ivan lo meditó. Podía oír lo que había en su cabeza.
—Entonces será mejor que te pegues a él, quizás sea la mejor oportunidad que podamos encontrar. —Asentí hacia él confirmando la recepción de la orden. No, no era una sugerencia, aquí todo eran órdenes, y había que cumplirlas.
—Todavía no entiendo por qué madre quiere ponerlos sobre aviso. —Mientras hablábamos, yo iba realizando las tareas que haría nada más llegar a casa si estuviese sola; quitarme la ropa, ponerla a lavar, preparar algo de cena… Luego me comería lo que hubiese preparado y me metería a la cama. No, nada de ducha, se suponía que tenía que dar una apariencia de vida no solo modesta, sino algo precaria, porque los Vasiliev tenían un patrón en el que debía encajar. Según madre, ellos sentían especial predilección por mujeres bonitas, luchadoras y con carencias económicas. La primera de ellas la tenía, la segunda me la inculcaron, aunque no como los Vasiliev esperaban, y la tercera se podía fingir.
—Ella tiene un plan, vorobey, solo tienes que saber eso. —Ivan sonrió como si conociera esa parte que ninguno de ellos quería decirme.
Yo no era más que un peón en aquella enorme partida de ajedrez, quizás si me posicionase bien llegaría a ser un alfil, con más movilidad sobre el tablero. Ivan era el caballo, y madre, sin lugar a dudas, era la reina, una reina roja. Por eso dibujé esa corona de la reina del ajedrez sobre el anagrama del hotel Vasiliev, para que supiera que iban a destronar al rey. Madre tenía una estrategia en mente, y no se detendría hasta conseguir un jaque mate. Ella era así, implacable.
—Solo quería un poco más de información, solo eso. —Abrí el bote de yogur con fruta y metí la cuchara dentro, no quería que creyese que me moría por saber más, pero era así.
—A veces, demasiada información no es buena. —Ivan se puso en pie y se dispuso a salir de la casa como si hubiese terminado lo que tenía que hacer allí.
A veces tenía ganas de atarlo al sofá y sacarle toda la información a golpes. Sabía lo que había que hacer, aunque todavía no tuviese un estómago fuerte para hacerlo. Él decía que con el tiempo me endurecería, que no todos teníamos un talento innato para causar dolor al prójimo. Todavía no entiendo por qué ella me escogió para esta misión, solo decía que era algo personal, y que yo era la mejor candidata para hacerlo.
Cuando la lavadora terminó con el programa corto, saqué mi uniforme y lo tendí para que secara. Por la mañana lo plancharía. Una ventaja tener una lavadora en el apartamento, pero era demasiado pedir que también tuviese secadora.
Cuando me acosté en la cama, simplemente me tapé entera con la colcha. Solo dejaba sitio para poder oír lo que ocurría a mi alrededor porque no quería que me sorprendieran. Alguien que no conociera mi historia pensaría que tengo miedo a que me piquen los mosquitos, o que soy una friolera, pero no se acercaría ni de lejos. No soy lo que soy por elección propia, yo no tuve una infancia como las del resto, yo no decidí mi destino. No soy normal, nada en mí lo es. No tengo salvación, tampoco la busco, porque ya es demasiado tarde, y porque para mí no hay alternativas.
Grigor
Las luces de la casa estaban apagadas, seguramente ya todos estarían en la cama. Normal, mis padres tenían que madrugar para ir a trabajar. Pero sospechaba que ambos tendrían un ojo abierto esperando a que regresara, sobre todo mamá. Ella no quería reconocerlo, pero estaba aferrándose a mí con desesperación, porque con Luka en la universidad, yo era el único pequeño al que podía achuchar, aunque le pasara mucho más que la cabeza en altura.
Como sospechaba, sobre la mesa de la cocina tenía un plato cubierto, seguramente con mi cena. Podría sencillamente comérmelo frío, pero sabía que ellos dos estarían esperando escuchar el microondas en funcionamiento, así que les di lo que querían. Aunque no debió ser suficiente, porque apenas estaba metiendo el primer bocado entre mis dientes, cuando papá apareció frente a mí. Como siempre, llevaba solo la parte de abajo del pijama, y no necesitaba imaginar donde estaba la otra parte, seguro que mamá la llevaba encima.
—Hoy llegas más tarde de lo habitual. ¿Todo bien en la palestra? —Le seguí con la mirada mientras iba a uno de los armarios para coger un vaso que llenar de agua.
—Si, todo va bien. —Sabía que esperaba algo más, pero no me forzaría. Ya había asumido que me había convertido en alguien independiente, alguien que toma decisiones empresariales, que resuelve sus propios problemas, que sabe salir solo adelante.
Era un Vasiliev con todas las consecuencias, tal y como se esperaba de mí. Desde el día en que tuve mi gran charla de iniciación, comprendí que la mejor manera de no ser una carga era hacerme autosuficiente. Contaba con ellos si lo necesitaba, pero ellos también sabían que estaba a su disposición para lo que necesitasen. Como desde que decidí seguir con mi educación de forma telemática. En ese momento en que tomé la decisión, mis padres ya sabían que no era una idea loca, que había sido estudiada, valorada y aceptada. Pero no lo hice solo por Sokol, porque teníamos un proyecto de negocio con buenas expectativas, sino por mamá. Tenerme en casa le haría más fácil el asumir que su hijo de 17 había dado el salto a la universidad un año antes de lo que esperaba.
Mi plan, era que el próximo año Sokol y yo nos mudaríamos definitivamente a la palestra. Solo un lugar para dormir, y tendríamos todo lo necesario para irnos de casa y no fracasar. Si todo seguía igual, y las previsiones económicas así lo avalaban, podríamos incluso dar un paso más grande. Pero eso ya llegaría, de momento daríamos los pasos de uno en uno. De momento nos centraríamos en dejarles ver que podíamos ser jóvenes, pero teníamos las ideas claras, y una visión de futuro bien calculada. En otras palabras, le daríamos tranquilidad a la familia.
—Y en tu trabajo, ¿todo bien? —Era mi manera de decirle ¡Eh!, soy un adulto que también se preocupa por ti. Papá sonrió ligeramente pillando mi indirecta.
—Nada que deba preocuparte, al menos de momento. —Su manera de decirlo me dijo que algo ocurría, pero que ya se estaban aplicando las medidas necesarias para solucionarlo. Eso me dio tranquilidad, pero no dejaría de prepararme por si acaso era necesario entrar al campo de juego.
—Vale. Entonces vete a la cama a dormir. —Papá sacudió la cabeza, aclaró el vaso y lo dejó a escurrir.
—Buenas noches.
—Que descanses. —Para mí era importante que me viese como un adulto, era más que un juego. Ser un genio de las matemáticas a veces complicaba las cosas, aunque otras las facilitase.