Éramos cinco personas mirando a nuestro alrededor como si no nos atreviésemos a tocar nada, pero tarde o temprano había que hacerlo. Lo difícil era empezar.
—¿Qué vamos a hacer con todo esto? —Se atrevió a preguntar Owen.
—No lo sé. —confesó Palm. Estaban perdidos, por fortuna yo tenía experiencia.
—La gente normalmente dona la ropa, salvo alguna prenda vintage, no suele haber en los armarios nada que sea moderno. —Avalon se giró hacia mí.
—Vintage y viejo es lo mismo. —Sonreí por su apreciación.
—No exactamente. —me acerque a uno de los cajones donde sabía que Petra guardaba un pañuelo de seda de esos que estaban de moda otra vez. —Esto es vintage. —Después saqué una camiseta de algodón con un bordado de gatitos. —Y esto es viejo. —Las cejas de Avalon se alzaron sorprendidas y curiosas.
—Ah, ahora entiendo. —se acercó al armario y curioseó entre la ropa colgada —Pues todo esto me parece viejo. —Sonreí ante su apreciación.
—Es que lo es, Petra no era de gastarse el dinero en ropa cara, ella buscaba comodidad. —Igualita que yo. De no ser por los zapatos y el vestido formal que me obligaban a llevar en la residencia por cuestión de imagen, yo iría todo el día en pantalones vaqueros y zapatillas deportivas.
—¿Eso es lo que creo que es? —Palm señaló una pequeña vasija en la estantería más cercana a la cama.
—Petra decía que así no dormía sola. —Dentro de aquel recipiente estaban las cenizas de su esposo, el abuelo de Palm.
—Materia y energía… Me parece que ya sé lo que tenemos que hacer, el abuelo se viene con nosotros. —Estiró la mano para coger la urna, pero se le adelantó su marido. Es bueno tener a un hombre alto en casa, y visto todo lo que teníamos que transportar, también fuerte. Y ya puestos, nosotros contábamos con dos. Y lo siento, creo en la igualdad de oportunidades para ambos géneros, pero tienen que reconocer que si hay que hacer esfuerzo físico… Es mejor que lo haga otro más fuerte que tú. Con papá y mis hermanos en casa, yo siempre he sido una princesa, quizás por eso me independicé tan pronto, para aprender a hacerlo todo por mí misma.
—¿Y esta caminadora? —preguntó Owen. Y no, no era como esas máquinas que venden en la teletienda para los abuelos, esta era una auténtica máquina de gimnasio; grande, profesional y a todas luces fuera del alcance de un sencillo jubilado. Pero todo lo que Petra necesitaba Palm se encargaba de conseguírselo, y nada de cosas baratas, sino lo mejorcito del mercado. El dinero era para estas cosas, no para caprichos tontos, sino para cosas necesarias en las que no había que escatimar gastos, aunque… si yo fuese rica me compraría un retrete de esos japoneses, sí, ya saben, de los que te lanzan un chorrito de agua a esa parte cuando has terminado.
—No vamos a llevárnosla a Chicago. —decretó Alex.
—¿Puedo haceros una sugerencia? —Palm y Alex se giraron hacia mí intrigados.
—Habla. —ordenó Alex.
—Todo lo que no queráis llevaros podríais donarlo al centro cívico, seguro que allí le dan una segunda vida. Y estás cosas… bueno, se podrían sortear para conseguir fondos para el centro. Una caminadora no es un elemento de primera necesidad, pero sí que se puede sacar algo de dinero con el que comprar alimentos, ropa… ese tipo de cosas que la gente de escasos recursos puede necesitar.
—Me parece una idea estupenda. —dijo Palm mientras sonreía.
—Seguro que a la abuela le habría gustado eso. —Avalon parecía estar buscando a Petra en la cama vacía en medio de la habitación.
—Ve haciendo una lista con todo lo que está en la habitación y no pertenece a la residencia. No pienso dejar nada a lo que puedan sacarle el jugo. —La voz de Palm sonó dura, como si de alguna manera se estuviese tomando su particular venganza por mi despido del centro.
—El colchón podríamos dejarlo aquí, ya está usado y dudo que pudiesen venderlo. Además, seguro que el nuevo residente agradece un buen lugar donde dormir. —Sé lo que un mal colchón puede hacerle a la espalda de una persona, y la gente mayor ya tienen suficientes achaques como para añadirle otro problema más.
—Y la televisión no tiene enchufe, el cable está pegado a un agujero en la pared. —Owen salió de detrás del aparato mientras daba la información. La sonrisa traviesa de su padre advertía de su implicación en ese hecho.
—Un apaño que tuvimos que hacer cuando se la colocamos. Lo que sí tendrás que quitar es el dispositivo encajado en la parte de arriba. —Señaló algo, parecía una de esas pequeñas cámaras web de los ordenadores viejos. Owen entrecerró los ojos y asintió.
—Me encargaré de ello. —su padre asintió conforme. No sé porqué a la mayoría de los hombres les gusta meter la mano en las cosas eléctricas. Todo lo que pueda ser desmontado en piezas, que lleve la palabra máquina en su manual de instrucciones, o que funcione con electricidad o gasolina, ellos tienen que meter la mano. ¿Será algo genético?
—¿Hay que avisar al centro cívico? ¿o cómo se hacen estas cosas? —Palm me preguntó directamente como si yo supiera de antemano la respuesta. Colaboraba de vez en cuando allí, pero no estaba tan al día como podía estarlo mi tía María.
—Llamaré a mi tía, ella seguro que sabe cómo hay que hacerlo.
—Perfecto.
Empecé a rebuscar entre los contactos de mi teléfono hasta que encontré su número. Ella respondió al tercer toque.
—Hola Bianca.
—Hola tía. La señora Bennett ha fallecido, y los Bowman quieren donar muchas de sus cosas al centro cívico para darles una segunda vida.
—Seguro que tú se lo has sugerido. —Ella me conocía bien. —Podéis traer las cosas a mi casa, así haré una primera criba y las agruparé con lo que tengo preparado para llevar este fin de semana. Solemos preparar las cosas antes de llevarlas para que así no pasen demasiado tiempo en el centro. Con todo esto de las ONG que no lo son tanto el pillaje está a la orden del día, así que no dejamos las cosas mucho tiempo en el almacén del centro, allí es fácil saltarse las medidas de seguridad. —En otras palabras, había personas que robaban la ropa que otros necesitaban para vendérselas a estas ONG que la reciclaban con fines lucrativos. En el mundo había demasiados lobos con piel de cordero. Lo que daría por encontrarme corderos con piel de lobos, tal vez así nos fuese mejor.
—Estamos recogiendo en este momento, ¿podemos llevarlo dentro de un rato?
—Por mí perfecto, me media hora llegaré a casa y me pondré a hacer hueco en el salón para lo que traigáis.
—Si es una molestia podemos llevarlo nosotros al centro cívico.
—No seas tonta, tu no te preocupes. El tío Tonny me ayudará a colocarlo todo en el garaje cuando llegue.
—Vale, entonces se lo diré a los Bowman. Y prepara un hueco grande, hay objetos que ocupan mucho.
—Deja que yo me preocupe de eso.
Después de colgar la llamada regresé a la habitación, de donde me había ido para tener un poco de privacidad. Pero antes de entrar vi la caminadora, íbamos a necesitar más vehículos de transporte para llevar todo eso. ¿A quién conocía con un coche grande en el que poder meter ese monstruo? La primera persona que me vino a la cabeza fue Gabi y su monovolumen. Así que la llamé también a ella.
—Hola Bianca.
—¿Me podrías prestar tu coche?
—¿Se acabó rompiendo esa chatarra descolorida? —Mi coche no estaba tan mal.
—No, es que necesito llevar algunas cosas a casa de la tía María para que las lleve al centro cívico.
—Vale, te dejo mi coche, incluso te haré de chofer, pero no pienso cargar con ninguna caja, para eso búscate unos cuantos tipos fuertes. —Así era Gabi, disfrazándola de egoísmo superficial me había dado más de lo que le había pedido. Yo solo quería un coche, pero había conseguido alguien que lo condujese.
—No te preocupes, ya tengo a dos tipos fuertes para eso.
—Bien, ¿dónde tengo que ir?
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