Anker
Sobrecoge ver a un niño postrado en una cama de hospital. Aunque Pamina me asegurase que, con el coma inducido, no estuviese sufriendo. Cuando se lo llevaron para hacerle la resonancia magnética, no dejaron que Astrid lo acompañara. Sus ojos siguieron la cama hasta que esta desapareció dentro de uno de los ascensores. Tenía que concederle eso, se preocupaba mucho por su hijo, lo amaba. Es de hipócritas pensar que yo estaría en la misma situación, porque para mí, ese pequeño no era más que un desconocido. Como dice la abuela Mirna, el roce hace el cariño, y me gustaría llegar a eso, fuese mi hijo o no. Porque, ahora que había entrado en mi vida, no creo que le dejara irse. Fuera aparte de los errores que hubiese cometido su madre, el niño era una criatura inocente en todo esto.
—Voy al despacho del traumatólogo jefe. Me permiten ver los resultados de la resonancia desde allí. – me informó Pamina. Astrid la miraba con súplica, como si con ver esos resultados, pudiese cambiarlos a su antojo.
—Te esperaremos aquí. – Pamina asintió para mí, y deslizó una mano consoladora hacia Astrid. Sé que no fueron nada más que compañeras de habitación, así que ese gesto decía mucho. Pamina no le dio palabras de ánimo, solo le regaló una dulce y conocedora sonrisa. Había ocasiones en que las palabras sobraban.
—Tenemos tiempo para tomar un café en la cafetería. – había olido el café de la máquina de la sala de espera, y por muy malo que fuese el café de la cafetería, sería mucho mejor que ese. Astrid asintió para mí.
—De acuerdo. – cuando le pedí algo para comer, junto con su café, me sentí mucho mejor. Pero era momento de seguir con mi interrogatorio.
–¿Tienes alguien a quién avisar si el traslado es viable? – ella negó.
—Hace tres meses que no tengo trabajo, y … nuestra marcha no le importará a nadie. – Si, eso era lo que ella pensaba, pero no estaba tan seguro con respecto a eso. Estaba claro que el doctor Khan odiaba a Astrid, pero no al niño, con él no podía.
—Entonces solo tendrías que hacer un par de maletas, y estarías lista. –
—Más o menos. – torció la boca ligeramente, y sus ojos se perdieron en el vacío unos segundos, como si comprendiera que en su vida ya no había mucho más. Una casa que no era suya, un trabajo que no tenía, y un marido que nunca lo sería. Realmente estaba sola.
Seguramente podría ayudarla, tenderle una mano en estos momentos tan difíciles, y luego darle algo con lo que seguir adelante. Y si el niño resultaba ser mío… a él no le faltaría nada, ni si quiera un padre de verdad. Si tenía mi sangre, era un Vasiliev, y la familia era lo primero para nosotros. Recibí un mensaje en mi teléfono. Lo abrí para comprobar que era de la empresa de equipamiento sanitario. Ya estaban en el avión instalando todo el equipo.
—¿Y tú? – alcé la vista hacia Astrid.
—¿Yo? –
—Sí. Supongo que terminaste la carrera. – señaló mi chaqueta, como si el llevar ropa de ejecutivo fuese indicativo de que me había ido bien. Así era, pero… no creía que fuese solo por sana curiosidad. – Parece que te ha ido bien. – metí el teléfono de nuevo en mi bolsillo.
—Supongo que sí. – su cara parecía pedir más información. Uff, mujeres. – Trabajo en una aseguradora médica. – sus ojos brillaron con entendimiento.
—Así que trabajas para la compañía que va a hacer el traslado de Tyler. –
—Así es. –
—Pamina también, ¿verdad? –
—Si te refieres al hecho de que esté aquí, no es ese el motivo. ¿Tú la llamaste a ella primero, recuerdas? Ella se ofreció para venir aquí y verle, porque Tyler sería su sobrino. – Realmente los dos trabajábamos para el mismo jefe, la familia Vasiliev, pero eso no tenía por qué decírselo.
—Ah, vaya. Creí … –
—Se suponía que solo necesitas costear la operación de Tyler. Pamina quería saber cómo se encontraba el niño, de que recibiera la mejor atención médica. Después de valorar la situación, pensó que las posibilidades de Tyler aumentaban si ella se encargaba de la operación, y si esta se desarrollaba con el equipo más moderno disponible, como el que tiene el Altare Salutem Hospital de Las Vegas. –
—He oído hablar de él a otros médicos, y fue a través del hospital que conseguí contactar con ella. – esa historia quería conocerla.
—¿Allí te dieron su teléfono? – conocía el protocolo de confidencialidad del hospital, no se daban datos personales de los trabajadores a desconocidos. Una de las normas del hospital era que la privacidad era primordial, tanto de los pacientes como del personal. Si se hacía algún tipo de publicidad al respecto, era por un acuerdo tácito de ambas partes, y con el único objetivo de captar clientes.
Ya, lo sé, teníamos muchos, todos los trabajadores de las empresas Vasiliev tenían un seguro médico con nuestra aseguradora, y el hospital de referencia era el Altare Salutem. Además de clientes remitidos por algunas de las otras “familias” de Las Vegas, y no me refiero a heridas de bala, cuchilladas y ese tipo de cosas. ¿Dónde creen que se sentiría más seguro un jefazo de cualquier mafia?, exacto, en nuestra zona VIP. Además, era una manera de blanquear su dinero, devolviéndoselo en servicios médicos. Y nos iba bien, muy bien de hecho. La publicidad era más bien para mantener una imagen de normalidad hacia el exterior, y para captar pacientes normales. Había que mantener ocupado al excelente equipo médico que habíamos formado.
—Llamé al colegio de médicos, y les pedí información sobre Pamina Hendrick. Si de algo estaba segura, es de que ella terminaría su carrera. Me dijeron que se había cambiado el apellido, pero el número de colegiado médico es siempre el mismo. El chico de administración la localizó en el Altare Salutem Hospital de Las Vegas. Así que solo tuve que llamar desde el hospital, identificarme como enfermera y explicarles que necesita contactar urgentemente con ella. Creo que insistí tanto, que la pobre administrativa me dio su teléfono personal para que contactara con ella. El resto ya lo sabes. – Algo sencillo. Lo que me llevaba a pensar, ¿por qué no lo había hecho antes? Sí, vale, Pamina estuvo ilocalizable en el ejército durante al menos 5 años, pero ¿Y los otros 5? Deja de darle vueltas, Anker. Ella probablemente ya había rehecho su vida en ese tiempo, y localizar al padre de su hijo no sería importante.
El enorme reloj colgado en la pared de la cafería decía que había pasado media hora, tiempo suficiente para que la resonancia hubiese terminado.
—Será mejor que regresemos a la habitación. Seguramente ya tengamos noticias. – Astrid afirmó y se levantó de su asiento. Dejé un billete sobre la barra, y caminé detrás de ella hacia la UCI de pediatría.
Cuando llegamos, encontramos el puesto de Tyler aún vacío, así que esperamos en el pasillo su regreso. 20 minutos después, la puerta de ascensor se abrió, pero los que salieron de allí no eran Tyler y su cama, sino Pamina, el doctor Stark, y un hombre mayor, que también llevaba bata de médico. Sus caras eran serias, pero la que me preocupó era la de Pamina. La conocía demasiado bien, estaba impaciente por ponerse en marcha. Era de las que no podía estarse quieta mientras veía acercarse la acción, y los dedos de su mano golpeteaban nerviosamente su muslo, era como una especie de precalentamiento para ella. Cuando llegaron hasta nosotros, el primero en hablar fue el doctor Stark.
—Entremos a la sala de médicos. – aquello no me gustaba. Cuando nos sentamos alrededor de la mesa, sentí como Astrid cogió mi mano fuertemente. Necesitaba mi apoyo, y yo iba a dárselo. Estaba aquí para ayudar al pequeño. Todos lo estábamos. Stark empezó a desgranar el resultado de la resonancia magnética.
—El hematoma subdural no ha mermado. Mantiene su tamaño. –Astrid se lanzó a preguntar.
—¿La medicación no ha funcionado? Pamina miró a ambos médicos, y con su permiso explicó lo que realmente ocurría.
—No es que no estén ayudando a reabsorber el hematoma, es que hay una pequeña hemorragia activa que sigue nutriéndolo. – Hemorragia activa, eso sí que sonaba feo.
—Hay que operar, ya. –concluyó Stark en vez de Pamina.