Algunas piedras salpicaron cerca de mis pies, y al girarme, advertí que todas las personas que estaban en lo alto de la ciudad, estaban alcanzándonos. Evan y los chicos estaban tomando posiciones para controlar a los hombres de Jabah, y Namir encabezaba la pequeña comitiva de magos que se acercaban hasta mí. Los ojos de Namir no podían apartarse de la etérea y espectralmente luminosa figura de mi abuelo.
—Es… es… ¿qué ha ocurrido? – consiguió preguntar Namir. Puede ver como las figuras de papá y mamá estaban detrás del abuelo, pero no tenían tanta definición a como los había visto antes, parecían algo más emborronadas. – ¿Quiénes…? ¿sois espectros? –
—Seguro que sabes cómo se llaman esos lugares donde converge el mundo terrenal con el mundo de los espíritus. – le dijo el abuelo con una sonrisa.
–Por-portales. – respondió Namir vacilante. Parecía un niño examinándose ante su profesor.
—Eso es. – le confirmó el abuelo. – Y seguro que sabes que existen tres mundos, el mágico, donde retornan los seres mágicos cuando abandonan el mundo terrenal, el mundo de los espíritus, donde retornan las almas de los seres no mágicos, y el terrenal, en el que todos los seres adquieren una forma material que les permite interactuar entre ellos. – Namir tragó saliva.
—No, no lo sabía. Creía que solo había dos mundos: el terrenal y el de los espíritus. – el abuelo puso los ojos en blanco. Pude percibir el “Pero ¿qué les enseñan a los magos hoy en día?”
—Bueno, el caso, es que, allí donde convergen dos de los mundos, se les llama portales, pero el punto donde convergen los tres, podríamos llamarlo como el súper portal o algo así. Abrir uno de esos portales, permitiendo el flujo de energía y el contacto entre sus distintos moradores, solo es posible concentrando a los 4 elementos. Y eso es lo que acabas de hacer tú, Victoria, has concentrado los 4 elementos mágicos dentro de ti, abriendo ese súper portal, comunicando todos los mundos por un breve instante. – ¿Breve?, volví el rostro hacia mis padres, para ver como acababan de desaparecer ante mis ojos, no sin antes dejar una cálida caricia en mi mejilla como despedida. Puede sentir su amor antes de alejarse.
—Abuelo… – empecé a decir, pero su titilante imagen alzó la mano para silenciarme, porque tenía poco tiempo para desperdiciar. Sentí la piel de mi cara hormiguear allí donde sus dedos me acariciaban con adoración.
—Eres un ser excepcional, cariño. Lo supe en el mismo momento en que ese joven vino a buscarte. Lo de hoy… solo me da una pista más de hasta dónde. –
—¿Qué quieres decir? – su imagen empezó a desvanecerse.
—Nadie es cómo tú, cariño. Sólo alguien con tu corazón podría serlo. –
—Abuelo. – alcé la mano para intentar retenerlo.
—Tú has salvado su vida, yo cuidaré de su alma. – y desapareció, como un destello fugaz en la noche.
La energía que había inundado mi cuerpo minutos antes empezó a abandonarme, como los animales que huyen de un incendio en la sabana. Antes de darme cuenta, mis piernas se estaban doblando. Pero no caí, los brazos de Evan estaban allí para sostenerme.
—Te tengo. – la luz del sol empezó a golpear nuestras caras, y fue en ese momento, cuando todos levantamos nuestros ojos hacia arriba para descubrir como las nubes negras estaban desapareciendo rápidamente, hasta convertirse en pequeños retazos de algodón que no pudieron luchar contra el sol del desierto. Los restos del agua que humedecía la arena, las ropas, se evaporaron con rapidez, arrastrando al cielo la poca energía mágica del agua que quedaba en aquel lugar.
—Llévame a casa. – sus ojos azul profundo me sonrieron.
—Donde quieras, mi amor. – y aunque parezca que se estaba convirtiendo en una mala costumbre en mi vida, perdí la consciencia. Pero esta vez, sabía que todo estaba bien, él me cuidaría.
No recuerdo el camino por el desierto, aunque mi dolorida espalda me sugiere que así fue. No recuerdo el baño con el que retiraron el sudor, la arena y la suciedad de mi cuerpo, pero mi limpia y oxigenada piel era la muestra viviente de ello. No recuerdo haber dormido durante mucho tiempo, pero Evan se encargó de decirme que tres días no era demasiado, si tenía que recuperarme de algo tan demoledor como lo que había sucedido. Tampoco recuerdo que Namir y Sahira se fueran, pero no despedirme de ellos era el precio que debía pagar si quería abandonar el país sin hacer frente a represalias de la familia Al-Qasimi. A fin de cuentas, casi mato a uno de sus príncipes.
Lo primero que recuerdo es el estruendoso sonido de los motores del avión a mi alrededor, la mano de Evan sujetando la mía, y la agradable sensación de dejar atrás mi cautiverio. Solo tenía un mal sabor de boca, y era precisamente el haber dejado atrás la vida de un amigo.
—Buenos días, mi ninfa. – su sonrisa me recibió con dulzura.
—Hola. – me acerqué más a su cuerpo para acurrucarme mejor contra su pecho. Sus brazos se ajustaron para facilitarme el acceso.
—¿Cómo te encuentras? –
—Supongo que bien. – Evan sabía el motivo por el que estaba abatida.
—Él encontró la manera de liberarse de su carga. –
—Lo sé, pero es triste. – sus labios depositaron un suave beso sobre mi frente.
—Piensa que tu abuelo cuidará de él. No encontrará mejor guía del mundo de las almas. – Tántalo. Al abuelo se le acumulaba el trabajo. Ojalá él también encontrase algún día la ocasión para liberarse de su carga. Todos merecemos una segunda oportunidad.
—Oh, vaya. Tengo que llamar a la familia. Demasiados días sin saber de mí. – Evan me tendió el teléfono que llevaba en su bolsillo.
—Aterrizaremos en 20 minutos, así que puedes ir pensando lo que vas a decirles. – conociendo a mi prima, lo primero que me soltaría por esa boquita suya sería “Eso sí que son vacaciones, prima. Has desconectado de todo, hasta de la familia”. Bendita ignorancia. Pero debía mantenerles así, al margen de todo lo que ocurría en mi vida, porque, aunque les quisiera con todo mi corazón, ya no podrían formar parte de ella como lo habían estado haciendo hasta el momento. Alcé la cabeza para hacer una inspección ocular de las personas que viajaban en el avión. Uno a uno, encontré a los chicos, a Irene… y comprendí que ahora ellos serían mi nueva familia, la única con la que podría compartir lo que era realmente, lo que sería mi auténtica vida, nuestras vidas.
—Sabes que no podría vivir sin ti, ¿verdad? – Evan y sus momentos oportunos para decir las cosas. Soy fan de Star Wars, así que, como dijo Han Solo…
—Lo sé. – y lo besé.
Juntos, para siempre. Evan y yo. El resto podían acompañarnos.
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