Decir que estaba nerviosa cuando llegué a casa era decir poco. Pero al igual que ocurría siempre, Geil no se contagiaba de mi excitación, él permanecía tranquilo, aunque esta vez estaba casi rozando la apatía, o casi ni eso, se había convertido en un robot, alguien que hacía sus tareas de forma mecánica sin ningún sentimiento.
Al pasar por delante de la carnicería, eché un vistazo dentro. Distinguía a Zory despachando a los clientes, lo que hacía suponer que otra persona estuviese preparando la carne dentro, y que uno de los hombres de papá estuviese sentado en su puesto de vigilancia junto a la puerta, significaba que alguien importante estaba dentro. Papá era esa persona, estaba segura.
—Voy a entrar a la carnicería. —Geil asintió hacia mí, y empezó a caminar hacia el portal. Yo corrí dentro, atravesando toda la tienda, hasta llegar a la trastienda. Como esperaba, había alguien allí, pero no la persona que deseaba encontrar. Un fuerte machetazo sobre el enorme taco de madera me hizo volver a un dato que había pasado por alto, el hombre que había matado Mateo era su hermano.
—Creí que papá estaría aquí. —Otro machetazo que partió un enorme hueso de vaca, precedió a la respuesta de mamá.
—No, todavía no ha regresado. —Con metódica precisión volvió a posicionar el hueso y le asestó otro golpe, haciendo de algunas esquirlas saltaran cerca de mí.
Verla con la mirada concentrada en su trabajo, alejada del resto del mundo, me hizo darme cuenta de que había sido una ciega egoísta. Solo había pensado en Geil, en lo que suponía para él todo este asunto. Pero no me había parado a pensar en lo que significaba para mamá, a fin de cuentas, Mateo había matado a su hermano. No era un desconocido, así que la habría afectado de alguna manera, daba igual la historia que hubiese detrás.
—¿Tú como estás? —Dejé mis libros a un lado y me acomodé en un taburete cercano para prestarle atención. Ella detuvo el golpeteo un par de segundos, observando algún punto más allá del hueso con el que estaba trabajando, y después volvió a machacarlo con fuerza.
—¿Qué has escuchado? —Mamá no era tonta, que yo hiciese esa pregunta significaba que sabía algo más, algo que no debía saber. Hacerme la despistada a estas alturas no serviría de nada, no con mamá.
—Que el hombre que ha muerto era familiar tuyo. —El cuchillo descendió una vez más con una fuerza mayor a las anteriores, partiendo el trozo de hueso y quedándose clavado en la madera. Su cabeza se alzó un segundo después hacia mí, pero no estaba enfadada.
—Esta costumbre tuya de escuchar a hurtadillas te pasará factura algún día. —Torció el gesto y empezó a limpiarse las manos en un paño que colgaba de las cintas de su delantal.
—¿Y bien? —la apremié. Sus manos se apoyaron sobre la madera y me afrontó directamente.
—Supongo que ya eres lo suficiente mayor como para entender toda la historia, y sobre todo entenderla.
—Lo soy. —le aseguré.
—Si se han atrevido a venir hasta aquí, también se les puede ocurrir acercarse a otros miembros de mi familia. —entendía que ese otro miembro era yo.
—¿Crees que intentarán lastimarme? —Ella hizo un gesto extraño, como de “no tengo ni idea ni me importa”.
—Tu escucha y después judga por ti misma.
—De acuerdo. —Y me preparé para la narración de mamá.
—Mis padres salieron de rusia cuando mi madre estaba embarazada de mi hermano Misha, no sé como lo consiguieron, tampoco pregunté mucho. Recorrieron toda Europa intentando encontrar un lugar donde poder asentarse, pero no fue fácil. Al final consiguieron un visado como refugiados aquí en Estados Unidos, y gracias a una asociación de refugiados de su país consiguieron adaptarse y empezar a construir su hogar. Hasta ahí todo es muy bucólico, salvo que no es tan bonito como parece. Cuando mis padres llegaron a Las Vegas atraídos por las ofertas de trabajo, tenían ya 5 hijos y una más en camino. Yo era la quinta. Pasamos muchas necesidades, porque solo mis padres podían trabajar y traer dinero a casa para alimentarnos, así que, en cuanto mis hermanos tuvieron edad suficiente, los pusieron a trabajar. La ley de mi padre era simple, si comías, tenías que ganarte el sustento. Y como venían de una familia de campo, no había una edad para ser demasiado joven para trabajar. Con 11 años me enviaron de interina a la casa de unos extraños, para realizar las labores del hogar. A ellos no les importaba lo que tuviese que hacer, mientras entrase dinero en casa. Tuve suerte de que al dueño de la casa le gustaran las chicas y no las niñas, porque si no mi experiencia habría sido diferente.
—Mamá, yo…—Tenía un nudo en la garganta, porque me imaginaba las cosas por las que habría tenido que pasar. Pero ella alzó la mano, indicando que no la interrumpiese, y siguió narrando.
—Encontrar el trabajo aquí en la carnicería me dio la oportunidad de hacerme independiente, ellos se molestaron porque no les llegaba más dinero a casa, pero pensaron que les compensaba perderlo si a cambio no tenían que alimentar a dos bocas más. —Ella y yo.
—¿Dónde estaba papá? —me atreví a preguntar. Él nunca nos habría dejado solas, él… ¿Y si yo no era su hija? Yuri llegó a nuestras vidas cuando yo era muy pequeña, y aunque me trataba como si fuera su hija, podía no serlo. Aquello me estrujó el estómago convirtiéndolo en una pasa arrugada.
—Apenas nos dio tiempo a concebirte, cuando se lo llevaron a Rusia. Tardó cuatro años en conseguir regresar. Para él fue una sorpresa encontrarte, pero desde entonces se ha preocupado en compensar todo el tiempo que no pudo estar con nosotras. Pero eso no es lo que te estaba contando.
—Tu familia. —Ese era el tema que tenía que retomar. Ella asintió.
—Prácticamente me echaron de casa cuando se enteraron de que estaba embarazada, así que rompimos nuestra relación.
—¿Ninguno de tus 6 hermanos se puso en contacto contigo desde entonces?
—7 hermanos, y no, ninguno ha tratado de comunicarse conmigo directamente, hasta ahora. —Algo me decía que ahí estaba uno de los problemas que mantenía a mi madre en aquel estado.
—¿Ahora? —Ella asintió.
—Anna ha venido esta mañana a la carnicería, es la tercera entre mis hermanos. —Escucharla hablar así de ella le quitada todo rasgo de afectividad que podría haber tenido.
—Saben que Mateo tiene algo que ver con nosotros. —Mamá asintió.
—Me acusó de no darle a la familia lo que le corresponde, de permitir que uno de mis lacayos matara a Ivan.
—Y tú le dijiste que eso no era así. —Ella negó con la cabeza.
—Anna no quería escuchar, solo ha venido a soltar su ira sobre mí, a castigarme por la muerte de Ivan, y sobre todo a llorar porque ahora el resto de la familia tendrá que hacerse cargo de su esposa y sus hijos. Me ha exigido que les compense por su pérdida, pues para ellos yo soy la que debe hacerlo.
—Pero tú no tienes la culpa, ellos…
—Ellos solo son unos egoístas que solo piensan en sí mismos. —La voz de papá llegó a nosotros mientras se acercaba con pasos lentos. Odiaba que hiciera eso, aparecer en silencio sin darte pistas de que él había estado escuchando todo. Entiéndanme, soy una adolescente, tengo secretos.
—Yuri. —Los ojos de mamá lo miraron con esperanza, pero al mismo tiempo había una pregunta en ellos.
—Sabía que acabarían causando problemas, pero pensé que los tenía controlados hasta ahora. —Aquello hizo saltar las alarmas de mamá.
—Explícate. —Papá se metió las manos en los bolsillos del pantalón. Aquello me decía que no le gustaba decir lo que quería saber mamá, pero lo haría. Yo me aferré con fuerza a mi taburete, porque iba a formar parte de uno de los secretos de papá, un secreto de familia.
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