Era demasiado tarde para ir a cualquier otra parte, e incluso puede que para hacer una visita formal, pero tampoco es que tuviese muchas más alternativas. Podía ir a dormir a un motel, pero no quería demorar aquella visita más tiempo de lo necesario. Si algo recordaba, era que Jacob se acostaba tarde. A parte del trabajo en su oficina, solía atender a sus propios clientes en casa. No que le hicieran visitas, esas eran pocas, pero sí que se dedicaba a cuadrar sus cuentas un par de horas después de la cena. Solo esperaba que durante este tiempo fuera, sus costumbres no hubiesen cambiado mucho.
Así que nada más llegar a Las Vegas, bajé del autobús y me puse en camino. No pude escapar de mi admiradora, pero no me entretuve cuando ella insistió en darme las gracias. No quise parecer un malagradecido, pero sí que fui bastante frío y seco.
Tomé un taxi y le di la dirección al conductor. Mientras viajaba en el asiento de atrás, no puede evitar recordar como era antes Las Vegas. No es que hubiese cambiado mucho en estos 4 años que había estado fuera, lo básico seguía igual, pero sí que lo habían hecho las personas. No solo era su ropa, sino su forma de mirarte, su actitud. Quizás fuesen imaginaciones mías, o tal vez era yo el que los veía de otra manera. Ya no era un niño asomando la cabeza en la parte oscura de la ciudad, ahora era un adulto que sabía como moverse entre la gente mala porque era uno de ellos. Antes ni siquiera era un amateur, ahora era un profesional que jugaba en las grandes ligas, y estaba llegando para unirme a un nuevo equipo, el mío.
Después de pagar la carrera, me quedé absorto unos segundos contemplando el portal de mi vieja vivienda. Parecía igual, quizás un poco más vieja la madera de la puerta. Tomé aire y di un paso hacia delante. Seguía siendo fácil abrir aquella vieja cerradura sin tener la llave, algo que me vino de perlas cuando salía a hacer mis fechorías nocturnas y no quería llevar una llave que pudiese perder. Atravesé la puerta y la cerré con cuidado. Con lo primero que tropecé en la oscuridad fue la puerta de mi casa. No podía decir que no lo fuera, aunque hubiese estado fuera todo este tiempo, ese sería siempre mi casa, el lugar donde crecí, el lugar donde iba a dormir cada noche, el lugar en el que me sentía seguro, el lugar que compartí con mis hermanos.
Pero era demasiado tarde para ponerme sensible con eso. Encendí la luz y empecé a subir las escaleras, debía acudir a mi primera cita, aunque no estuviese programada. Después de llamar al timbre esperé. Alguien miró por esa curiosa mirilla que estaba frente a mí y preguntó.
—¿Quién es? – Aquella voz no la había olvidado.
—Ruth, soy yo, Yuri, Yuri Vasiliev. – Pude ver la confusión en aquellos retazos de ojo, luego la sorpresa, y un segundo más tarde el cerrojo se abría para mí
—¿Yuri? – Había en su pregunta tanta incredulidad como en su rostro. Sonreí para ella, como había hecho cientos de veces, recordando el pastel de calabaza que tanto me gustaba y ella cocinaba pensando en mí.
—Sé que he cambiado mucho, pero sigo siendo yo. – Su mirada finalmente pareció reconocerme debajo de aquel aspecto adulto, y sus brazos se lanzaron sobre mi para apretarme en un fuerte abrazo, aunque no me lo pareció tanto. Puede que fuese porque yo ya no era un niño, o puede que los años que a mí me había fortalecido a ella la hubiesen debilitado.
—¡Oh, Dios mío! Creí…creí… – Sabía cuales eran las palabras que no se atrevía a decir. Pensaba que no volvería a verme. Quizás porque estuviese muerto, quizás no creyese la mentira que seguramente inventó su marido para enmascarar mi desaparición. Sentí sus sollozos sobre mi pecho, también algo de humedad que empapaba mi camisa. Mi mano instintivamente fue hasta su espalda para acariciarla consoladoramente. Ella era de las pocas que aún merecía ese poco de cariño que aún me quedaba para dar.
—¿Yuri? – Los ojos demasiado abiertos de Jacob me miraban desde detrás de sus caídas gafas, todavía decidiendo si era verdad lo que estaba viendo, quizás pensando que ya no tenía escapatoria si quería huir. Eso tendría que descubrirlo con el tiempo.
—Hola Jacob. – No era el momento de hacerle ver que tenía mis recelos sobre él, así que sonreí y le tendí mi mano libre para que la estrechara.
—Seguro que tienes hambre, anda pasa a cenar algo. – Ruth seguía igual que siempre, pensaba que seguía siendo un niño que estaba creciendo, al que se hacía feliz alimentándolo. De momento dejaría que lo creyera.
—Me encantaría, gracias. – Jacob cerró la puerta a mis espaldas, mientras Ruth tiraba de mi brazo hacia el comedor.
—Quita todo esto, Jacob. Esta noche tenemos un invitado. – Ruth prácticamente me sentó en una de las sillas, y después me quitó el petate del hombro para ponerlo junto a la pared, donde no estorbara.
—Ya voy mujer. – Ellos dos seguían igual.
—Voy a calentarte algo de carne que quedó de medio día. Ahora eres más grande y necesitarás comer más. – Ruth iba hablando mientras iba hacia la cocina, creo que más para ella que para mí. Cuando Jacob terminó de despejar la mesa, extendió un mantel, puso un cubierto y un vaso frente a mí, y se sentó en su lugar de siempre, donde sus ojos podían estudiarme con detenimiento.
—Y dime, ¿cuándo has llegado a la ciudad? – Cruzó los brazos sobre la mesa esperando mi respuesta.
—Acabo de llegar como quién dice. De la estación de autobuses tomé un taxi para venir a casa. – Él podía pensar que me estaba estudiando, pero era yo el que no perdía detalle que cualquier pequeño detalle. – Por que todavía tengo una casa a la que volver, ¿verdad? – Sí, mi pregunta tenía doble sentido. No solo me estaba refiriendo al apartamento que mis hermanos y yo habíamos ocupado desde que era un niño, el que quedaba en la planta baja y que él prometió cuidar hasta mi regreso. Sino al hogar que él y su mujer se ofrecieron a darme desde el momento que me quedé sin más familia.
Ruth me alimentaba, se preocupaba por mantenerme limpio y aseado, pero cuando se dieron cuenta de que las normas en cuanto a horarios de entrada y salida no iban conmigo, decidieron dejarme seguir viviendo en mi apartamento, aunque pasara por su casa a comer y recoger mi ropa limpia. Casi me sentía como uno de esos chicos que se iban de casa, pero que seguían yendo a casa de mami, para no comer todos los días comida de esa que te ponían en un recipiente de cartón en un restaurante chino.
—Nadie a entrado en tu apartamento desde que te fuiste. – Esa era una buena noticia, pero debía confirmarla.
—Entonces me instalaré ahí esta misma noche. – Jacob asintió. Todavía quería seguir manteniendo mis problemas lejos de su casa, y no le culpaba por ello. Ruth llegó en aquel momento con un plato lleno hasta el borde de comida humeante. Enseguida noté como Jacob casi salta de la silla para ir en su ayuda.
—Aquí está.
—Tenías que haberme avisado, Ruth. Yo lo habría traído. — Ella sacudió la mano en el aire para quitarle importancia.
—Tonterías, todavía puedo llevar un plato de carne guisada. No estoy tan inútil como el médico y tú os empeñáis en hacerme sentir. —La mirada de Jacob en aquel momento me dijo que era la propia Ruth la que se negaba a ver su propia enfermedad. Pero el necio era el mismo Jacob, porque no veía que sentirse útil era lo que le daba a su mujer la fuerza para seguir adelante.
—Huele delicioso. – Sacar una gran sonrisa de la cara de Ruth acabó con cualquier duda que tuve sobre venir aquí. Ella merecía cualquier alegría que pudiese darle, aunque fuese pequeña.
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