Anker
Así que Astrid le dijo a Khan que Tyler era suyo, por eso lo reconoció en la partida de nacimiento. Me concentré en el resto de la conversación, porque aquel regalo de Sam no tenía desperdicio.
—¿La embarazaste? Vaya, creí que eso no pasaba por accidente en pleno siglo 21. – sí, eso, tu pincha en la herida. Si se cabrea, seguro que suelta más datos.
—A mí me lo vas a contar. Soy ginecólogo, sé todo lo que hay que saber sobre anticonceptivos. Pero también sé que el único método 100% fiable es la abstinencia sexual. Ni siquiera el preservativo es infalible. –
—También está el aborto. Problema solucionado. –
—Ella es anti aborto. Casi se volvió histérica cuando se lo propuse. Además, estaba el hecho de que mi mujer y yo no conseguíamos tener un niño. Niñas, solo concebíamos niñas. ¿Y si ella trae un niño?, pensé. Y lo trajo. La primera ecografía en la que vi el sexo del bebé… casi me vuelvo loco de contento. Y ella lo sabía. –
—¿Te chantajeó con eso? – el doctor hizo una pausa antes de contestar.
—No. La muy zorra es muy lista. Me manipuló para que acabara divorciándome de mi mujer, pero lo hizo sin presionarme. Tejió una maldita tela de araña a mi alrededor. Palabras dulces, ambiente familiar. Llegó un momento en que me sentí mejor con ella que en mi propio hogar. No me bastó con pasar un día a la semana con ella y el pequeño, quería más, pero para eso, no me valía con pasarla una manutención. Ella quería que me casara con ella, quería atraparme. Y casi lo consigue. –
—Conseguiste escapar a tiempo. –
—Sí, esa puta intentó colocarme el hijo de otro. El único motivo para casarme con ella era mi hijo, y ella lo sabía. Pero lo descubrí. El cielo me envió una señal, y le hice caso. Me sometí a una prueba de paternidad, y dio negativo. – Pruebas, eso era lo que yo necesitaba para creerla. Él se fio de Astrid, y salió escaldado. ¿Me buscó a mi porque él salió corriendo?
—Menos mal que te deshiciste de ella. –
—Lo teníamos todo preparado… – empezó a divagar Amul. – Ella dejó el trabajo hacía tres meses para centrarse en los preparativos de la boda. La compré una casa bonita que estaba decorando para nosotros…, me preparaba tostadas para desayunar y zumo de naranja recién exprimido…era un desastre con la plancha, por eso habíamos hablado de contratar una asistenta… Iba a tratarla como una reina, porque ella erala madre de mi heredero, del que perpetuaría mi apellido, mi sangre… y todo era mentira. – escuché el golpe del vidrio sobre la mesa cuando debió de terminar su bebida.
—¿Otro trago? – preguntó Sam. Supuse que debió hacer la seña al camarero para que volviese a llenar el vaso del pobre doctor.
—¿Y sabes lo peor?, que quiero a ese niño. 9 años creyendo que era mi hijo… ¿cómo podría odiarle?… Pero cuando llegó la prueba de paternidad… ¿sabes? Le dije a ella que se fuese al infierno… que se fueran los dos, que no quería volver a saber nada de ninguno de los dos… Que se buscara otra baca que ordeñar, porque no iba a pagar un centavo más a una mentirosa… Le…le dije que iba a borrar a Tyler de mi seguro médico… – escuché los sollozos del hombre. – Pero no lo hice ¿cómo podría hacerle eso a Tyler?… él…él no tiene la culpa de… – los sollozos se hicieron más fuertes, y un segundo más tarde parecieron amortiguados por algo. Podía imaginarme la escena. El pobre hombre estaba llorando sobre la barra del bar, donde había ido a ahogar en alcohol sus penas. Donde había ido a olvidar el daño que Astrid le había hecho. El pobre doctor no era una mala persona, solo había sido engañado. Su delito fue engañar a su esposa con otra mujer, y el karma le devolvió el mal que había hecho.
—¿Vas a comerte eso? – no era Sam el que me lo preguntaba, sino Pamina. Ella había dejado mi teléfono frente a mí, y estaba mirando mi postre con glotonería.
—No, puedes quedártelo. – me sonrió y se lanzó sobre mi yogurt.
—¡Ah!, casi lo olvido. Teresa me dijo que el doctor Khan había pedido unos días de asuntos propios. No sé, pero creo que algo sabe que no se atreve a decirme. Parece que todo el personal del hospital esconde algo. Es como esos secretos a voces, ¿sabes?, nadie debería saberlo, pero todo el mundo lo sabe, salvo la gente que no está en el círculo. –
—Como nosotros. – señalé. Pamina chupeteó la cucharilla antes de responder.
—Exacto. –
—Dijiste Teresa, ¿verdad? – preguntó Sam.
—Ahá. – confirmó Pamina.
—Bien. Mañana intentaré averiguar de qué se trata. – no quería anticiparme, pero suponía que tenía algo que ver con cierta prueba de paternidad, un hombre dolido… y enfadado, muy enfadado.
—¿Ya hiciste todo el pedido? – extendí la mano para comprobar mi teléfono. Pamina asintió.
—Sí. – comprobé la orden de confirmación, y guardé los datos de contactos para comunicar con la empresa al día siguiente. Tenían un servicio de instalación que también contraté. Alcé la vista para encontrar a Pamina mirando embelesada el envase del yogurt vacío.
—¿Quieres que te pida otro? – ella alzó la cabeza y negó para mí.
—No. Si no empiezo a controlarme, me pondré como un zepelín. – sonreí por esa última frase. Las mujeres y sus miedos a engordar y no verse hermosas. Y si no eran las grasas, eran las arrugas. Ellas se hacían viejas, nosotros madurábamos. Eso decía mi madre, sobre todo para que mi padre la hiciese alguna carantoña. Pero yo no creo eso. Sí, el físico es lo que primero llama la atención, pero si no tiene un interior acorde con la parte exterior, pierden su encanto. Pamina era hermosa por fuera, pero tenía un interior que superaba esa parte. Era un poco arisca a veces, pero eso la hacía más interesante, palabras de mi hermano.
Mi teléfono empezó a sonar en ese momento, y nada más ver el nombre de Viktor en la pantalla, me puse en alerta. Seguro que llamaba para pedirme un informe de situación.
—Hola, Viktor. –
—Vas a trasladar al niño a Las Vegas, ¿verdad? – ¿cómo…?, ¡joder!, acabo de realizar la transacción, y él se entera. Tenía que hablar con Boby, y decirle que no sea tan eficaz. Seguro que tenía un chivato puesto en mi tarjeta de crédito, y con todo este asunto, la mejor forma de tener al tío Viktor al tanto de todo es espiar hasta el GPS de nuestro teléfono. Así es como el tío Viktor acuñó su famosa frase “quiero saber hasta cuantos pedos se tira antes de cagar”. Un clásico que todos sus empleados conocíamos. Me puse en pie, hice un gesto a Pamina y Sam para indicarles que saldría a la terraza para tener aquella conversación.
—Es la opción que tiene más peso. Pamina cree que tenemos mejor equipo en el Altare que aquí. –
—Yo también lo pienso, o al menos así debería ser. Hemos invertido mucho dinero en ese hospital para que sea un referente nacional. –
—En equipo técnico y humano lo es, sé hacer mi trabajo. –
—Ya, como si Pamina no te chivara todo lo que hay que mejorar. – Sí, nada mejor que escuchar a los profesionales competentes para mejorar.
—Todos tenemos a nuestro niño bonito. Saluda a Boby de mi parte. – Así le dejaba claro que sabía que él hacía lo mismo con Boby.
—Tema aparte. ¿Hablaste con la madre? – directo a lo importante.
—Sí. No quiero presionarla demasiado, es un mal momento. – escuché el silencio al otro lado de la línea durante unos segundos. Eso era síntoma de que Viktor estaba pensando en algo.
—No hay prisa. Lo primero es el niño. De todas formas, Boy sigue trabajando en ello. –
—Te mantendré informado si surge algo fuera de lo normal. – en otras palabras, seguiría el procedimiento habitual, y si algo se escapaba del camino, llamaría a la caballería.
—Bien. Entonces me voy a charlar con tu prima. –
—¿Ya ha liado alguna? – esa era Tasha, una adolescente Vasiliev. Hermosa, inteligente y con ganas de comerse el mundo, pero a nuestra manera. Es decir, problemas.
—Problemas de chicos, voy a ver si consigo que me diga algo. – ahí no supe qué decir. Mi experiencia estaba del otro lado.
—Mañana hablamos. –
—Cuídate. –
—Siempre. –