La tormenta lo engullía todo a nuestro alrededor, pero nosotros estábamos a salvo. No solo por los muros medio derruidos que protegían nuestras espaldas, sino por la densa y abrasiva cortina de arena que nos ocultaba. Había regulado la temperatura del aire que respirábamos, porque de no ser así, nos habríamos deshidratado con rapidez. Una aprende de sus errores; hay que conservar el agua.
—Tendremos que ponernos en marcha pronto, antes de que la tormenta cese. – Arsen estaba preocupado. Quería poner tanto terreno como fuese posible entre los hombres de Jabah y nosotros. Pero correr a través del desierto no era un buen plan de fuga, los dos lo sabíamos.
—Tranquilo, solo estamos esperando a que llegue el autobús. – La esperanza brilló en el rostro de mi chico, aunque en el de Sahira se reflejó una expresión de extrañeza.
Cerré los ojos y me concentré en buscar a Evan, su aura azul y brillante. Después de nuestro último contacto, traté de localizarlo en aquel árido desierto, y no fue difícil, era como venus, la estrella del alba, la más brillante. Podía ver como él y el resto de chicos avanzaban hacia nosotros a gran velocidad. Ventajas de ir en vehículo a motor y no estar en medio de la tormenta. Cuando se acercaron al perímetro de la misma, empecé a abrirles camino. En aquel momento, los satélites que orbitaban sobre nosotros estarían viendo una tormenta de arena con dos ojos que se acercaban peligrosamente.
Cuando el coche no pudo seguir avanzando por las irregularidades del terreno, muy cerca de las ruinas de la ciudad, decidí que era el momento de salir a su encuentro. Me puse en pie y mis dos acompañantes me imitaron. – Hora de ponernos en marcha. – caminamos entre las ruinas, esquivando los restos, mientras intentaba guiarme por mi estrella azul. Podía ver sus auras acercándose al otro lado del muro de arena. Estaba tan cerca, que la silueta real empezó a mezclarse con su aura azulada. – Ya están aquí. – previne a mis acompañantes.
El muro de arena se fue debilitando, hasta desaparecer, para mostrarnos al grupo de hombres al otro lado. No sé cómo sería encontrarse con un grupo de hombres del ejército, con sus uniformes de camuflaje, sus cascos, sus manos cargando pesadas armas… pero no tenían anda que envidiar a mi equipo. Y al frente de todos ellos, mi Evan. Su sonrisa creció al verme. Sí, no era por egoísmo, es que él sonreía para mí. Sus piernas corrieron hasta llegar a mí, para que sus brazos me envolvieran en un abrazo necesitado, impaciente, hambriento. ¡Señor!, cuanto había echado de menos su contacto.
Sus labios resecos tomaron mi boca con devoción, como si fueran la cura a su sed. Sí, vale, sé que soy la bruja del agua, pero no era por eso que me besaba, era por más, mucho más. Uno no comprende lo que es el auténtico amor, hasta que lo respira. Sus ojos se alimentaban de mí, mientras sus dedos acariciaban con delicadeza mi mejilla. Me sentía una preciosa pieza de fina porcelana, exquisita, valiosa.
—Te encontré. – susurró sobre mis labios.
—Te has tomado tu tiempo. – él me regaló una sonrisa, y sin previo aviso me alzó en sus brazos para hacerme girar. Los saludos efusivos y los abrazos de los chicos a un reaparecido Arsen, casi colapsaron el rugido de la arena a nuestro alrededor.
Estaba a punto de besar a Evan de nuevo, cuando sentí un extraño hormigueo en mi nuca. Unos dedos calientes estaban tocando mi hombro, pero no eran reales, eran…
—¡Muchacha!, ¿qué te ocurre? – gire mi cabeza hacia atrás, para encontrar a Sahira luchando por respirar, medio tendida en el suelo. Corrí hacia ella ara ayudarla, pero al tocarla, sentí una mágica ligadura tirando de ella. No, no era un toque como el que había sentido yo antes, era… algo diferente, como si estuviesen chupando con una pajita todo el relleno de un bollito de crema. Sus ojos me miraban con una mezcla de súplica y negación que me apretaron el corazón. Sentí la ira invadirme.
No necesitaba que me explicaran lo que estaba ocurriendo, ni quién lo estaba provocando. Podía reconocer aquel contacto, yo lo había sentido sobre mí no hacía mucho tiempo. Pero esta vez era diferente, esta vez sabía a lo que me enfrentaba, y, sobre todo, podía hacerle frente. No puedo explicar cómo ocurrió, solo que cogí esa cuerda con fuerza, y la rompí, convirtiéndola en aire. Aire. Creé un escudo de aire a nuestro alrededor, que mantuviese ese dañino contacto de fuego lejos de nosotros. Jabah no podría alcanzarnos, no esta vez.
—¿Estás bien? – Eryx ayudó a Sahira a ponerse en pie, al tiempo que ella asentía y me miraba.
—¿Cómo…? –podía entender su desconcierto. No solo la había liberado del control de Jabah, sino que aquel vínculo que como sierva siempre había mantenido, ahora ya no existía. Libre, a todas luces, ella era ahora libre.
—No lo sé, pero lo he hecho, ¿verdad? – ella asintió hacia mí. La arena a nuestro alrededor de repente cayó violentamente hacia el suelo, mostrando el paisaje exterior que nos rodeaba. Habíamos perdido nuestra protección.
—Es aquí. – giré rápidamente el rostro para localizar el origen de aquella voz femenina que recordaba; Irene, la nieta de Romina.
—¿Aquí? – se me adelantó a preguntar Angell. Ella asintió haca él, mientras giraba su rostro a nuestro alrededor, reconociendo todo el paisaje que nos rodeaba. Estaba claro que la persona que los había estado ayudando desde un principio, la de la visión, había sido ella.
—Arena roja. – Irene alzó el rostro hacia el cielo, como buscando algo allí, la pieza que completara su visión. Aquellos dedos llameantes intentaron acercarse a mí de nuevo, pero el escudo de aire le impedía hacerlo.
—Se acerca. – podía sentirlo, él se movía, venía hacia nosotros. Alcé el “vuelo” para que mi visión sobrevolara la zona, buscando el rastro de Jabah. Y lo encontré, en el único coche que la tormenta no había inutilizado. Venía hacia nosotros, aunque no tan deprisa como lo hacía al principio del viaje, porque ahora no quedaba rastro de la carretera que debían seguir.
—Entonces será mejor que nos preparemos. – sentenció Evan. Los chicos, todos ellos, asintieron decididos. Estaban dispuestos a todo por protegerme, todos ellos. Incluso Sahira. La única que parecía asustada era Irene, aunque no intentaba demostrarlo. Podía ver su aura inmaculada brillando como el oro, pero con un claro parpadeo. No sabía cómo utilizar su magia, no sabía cómo canalizar su poder, pero, aun así, había dejado la seguridad de su hogar, se había unido a unos desconocidos en una cruzada que no entendía, y había asumido que su lugar estaba allí, aunque no lo quisiera. El miedo no la detendría de seguir adelante.
—Busquemos un emplazamiento en un lugar alto, así tendremos algo de ventaja. – Los ojos de todos se volvieron hacia la ciudad en ruinas, donde en un montículo elevado, sobresalían los restos de lo que una vez fue un palacio.
Tomé aire profundamente. No había marcha atrás. Así que tenía que hacer como ellos, prepararme. Pero a diferencia de mis chicos, yo usaría mis propias armas.
Cuando alcanzamos la cima unos minutos después, Evan y los chicos tomaron posiciones, prepararon sus equipos. Sahira ayudó a reconstruir algunos muros, e Irene se quedó en una esquina procurando no estorbar. Miré las tierras a nuestro alrededor, y después me concentré en detectar la presencia de Jabah entre las pequeñas dunas. Y allí estaba, ardiendo como un pozo de petróleo en llamas. Estaba desesperado por alcanzarme, pero mucho más enfadado, porque no solo había perdido su control sobre Sahira, sino que sabía que yo no estaba sola en mi huida.
La confrontación sería violenta esta vez, porque yo iba a presentar batalla. Él podría estar en su territorio, donde era fuerte, pero yo contaba con la fuerza de dos elementos a mi favor, elementos que estaba convocando para unirse como uno solo contra él. Otro intento de alcanzarme a mi espalda me hizo volver mi atención hacia mi retaguardia. Y lo que encontré no parecía bueno. Otra columna de arena se elevaba al paso de un nuevo convoy. Refuerzos, Jabah era de los que siempre buscaba aliados para no agotar sus fuerzas, magos a los que drenar para conseguir una victoria. Y aquel que viajaba en ese vehículo era fuerte, podía sentirlo, como podía percibir que lo conocía, su aura era familiar, era…Namir.
Seguir leyendo