Grigor
El Total Training era lo que necesitaba para comprobar cuál era mi forma física. Me hice el recorrido tres veces, intentando superarme en cada pista, en cada máquina, cada equipo, un poco más. Eran las 10 de la mañana cuando mi cuerpo dijo que había tenido suficiente, necesitaba un descanso. Así que me pasé por la máquina dispensadora de la entrada para coger una bebida y algo de comer. No había mucha variedad, pero era mejor que la comida de presidio.
Según comprobé, mi taquilla seguía allí, esperándome, nadie se había atrevido a sacar nada de allí dentro, así que recogí una toalla para darme una ducha. La ropa me quedaba pequeña, así que tendría que subir al nido del águila a tomar algo prestado del armario de Sokol. Lo bueno de que fuese tan pronto, es que podía ir por allí envuelto en una toalla sin escandalizar a nadie.
—¡Aaaaaahhhhhh! —O eso pensaba. —¡Policía, policía! —La pobre mujer salió gritando hacia la recepción.
—¿Grigor? —Mi cabeza giró hacia el nido del águila, donde encontré a un Sokol despeinado y en calzoncillos asomado a la barandilla. —¡Señora Rodríguez!, tranquila, es mi socio. No tiene que llamar a nadie. —Busqué con la mirada a la pobre mujer que se había detenido a una distancia prudencial, temerosa de que le fuese a hacer algo este depravado medio desnudo, y al mismo tiempo curiosa por conocer a su otro jefe.
—Hola, soy Grigor Vasiliev. —Saludé con la cabeza, porque dudaba mucho de que estuviese preparada para que me acercara a estrecharle la mano.
—Oh, “el padrino”. —Ella se acercó a mí, con los ojos muy abiertos, mientras apretaba un trapo en sus manos. No sé quién estaba más incómodo en ese momento, si ella o yo, pero aun así, ella decidió que debía acercarse.
—Será mejor que te pongas algo encima. —Sokol me alcanzó en ese momento, lanzándome una camiseta a la cara. Verle a él así, con unos pantalones cortos con bolsillos, tampoco es que fuese muy correcto.
—¿Tienes algo ahí arriba para que no vaya haciendo el BraveHeart? —Sokol alzó una ceja hacia mí. Evidentemente ya no teníamos la misma talla, pero un calzoncillo apretado era mucho mejor que ir con las bolas en plan escoces. Sobre todo si la toalla se caía y esa pobre mujer se encontraba con mi culo desnudo.
—Sírvete tú mismo, yo me llevaré a la señora Rodríguez a la cocina a ver si tenemos tilas. —Pero ella tenía algo que decir antes de que me fuera. Se acercó valientemente a mí y me tomó las manos.
—Señor Grigor, gracias. —Las sacudió un par de veces mientras me sonreía con agradecimiento y después se deshizo de Sokol. —Estoy bien, tengo que trabajar.
—Bueno, supongo que no necesitamos esa tila. Veamos qué encontramos para tapar este mono peludo. —Seguí su fugaz mirada hacia mis piernas. Si, tenía pelos en ellas, casi los mismo que tenía antes de entrar en prisión, así que no debía de sorprenderle.
—Ten cuidado con lo que dices, este mono podría patearte el culo. —Sokol me dio una sonrisa traviesa mientras enganchaba su pie al estribo del elevador.
—Subiré primero, no quiero verte las bolas por un descuido.
En otras circunstancias habría esperado a que la cuerda dejara de moverse hacia arriba para tomar mi turno de subida, pero esta vez no lo hice, tenía frío. Así que aferré el siguiente enganche con una mano y dejé que tiraran de mí. Cuando llegué arriba, Sokol se estaba girando para supervisar mi subida, lo que no esperaba es que yo ya estuviese casi allí.
—Wow, si que estás impaciente. Sabes que eso que has hecho es peligroso ¿verdad? — Solo tuve que trepar un par de metros de cuerda con mis manos para alcanzar el nivel. Él se apartó de la plataforma para dejar que mis pies se posaran en ella.
—A estas alturas ya podías haber puesto algo más seguro. —Él se rascó la nuca.
—Sí, bueno. A las chicas las traigo por el paseo turístico. —Señaló con la mirada la plataforma de acceso.
—Tampoco eso es muy seguro. —Una caída desde aquí arriba sería casi seguro mortal.
—A las chicas les gusta un poco de emoción, lo justo para sentirse vivas. —El olor a sudor rancio me golpeó nada más entrar en la estancia. Olía peor que en una celda.
—¡Joder! ¿Y las traes aquí? No sé cómo no vomitan. —Sokol se encogió de hombros mientras abría un cajón para sacar algo de ropa.
—Hasta el momento no me ha ido mal. —En otras palabras, había “mojado su patata en esa salsa”.
—Ya.
En dos minutos me había puesto el calzoncillo, los calcetines, unos pantalones cargo y una camiseta con el anagrama de La palestra. Sokol tenía un montón de ellas amontonadas aún en su plástico. Seguramente sería publicidad, pero aquel no era el mejor lugar para tenerlas.
—¿Esto no estaría mejor en el almacén de abajo? —Él se rascó la nuca.
—Sí, bueno, es que desaparecían con demasiada rapidez. —Eso me hizo levantar una ceja hacia él.
—¿Nos están robando? —Sokol se había adecentado mejor, con una camiseta igual a la mía, mientras daba por concluida la visita a su cueva. Lo siento, esto no era el nido del águila, se parecía más a la cueva del oso.
—Robar no, pero sí que uno de los chicos las repartía demasiado alegremente. —Enganchó el pie en la cuerda y accionó el botón de descenso. Como la vez anterior, yo no esperé a mi turno.
—¿Hablaste con él para aclararlo? —Sokol no alzó la cabeza para contestarme.
—Precisamente hoy iba a hacerlo. En cuanto llegue. —Se apartó de la cuerda para esperar a yo descendiera. No lo hice, solo me descendí una brazada y después me dejé caer amortiguando el golpe con mis piernas. Era poco más de un metro de altura, una nimiedad.
—Así no se lleva un negocio, Sokol. —Sus ojos me decían que sabía que estaba mal, pero que no tenía ganas de hacer más.
—Ya, bueno. Ahora que estás aquí podrás arreglarlo tú.
Solo tuve que dedicarle un tiempo a pensarlo. Sokol ya no estaba tan ilusionado como antes con nuestro proyecto, estaba cansado. Aunque las instalaciones estaban cuidadas, la parte que a él le tocaba parecía desatendida. Su apartamento, el márquetin…y tampoco le apetecía lidiar con los empleados. Necesitaba algo que lo animara, algo que le devolviera la ilusión, y ya de paso, una mano firme que le tirase de las orejas y le hiciera ponerse las pilas.
—Esperaba más de ti, Sokol. —Él bajó la cabeza arrepentido.
—Sí, bueno. Para mí tampoco esto fue un camino de rosas. —Lo cogí del brazo y lo detuve.
—Necesitas sacar todo lo que llevas dentro, así que mejor empiezas ahora. —Lo obligué a sentarse en la primera superficie que encontré, y me paré frente a él con los brazos cruzados, Que supiera que de esta no se iba a librar.
—¿Sabes lo que es estar aquí metido noche y día? Llevo 6 años sin saber lo que es tomarme unos días libres. Algunos de los chicos se fueron, porque la noticia de que estabas en prisión parecía incomodarles, como si manchara también su reputación.
—Pero las cifras de ingresos han subido.
—Ya, porque el morbo atrae también a la gente. Lo que hemos ganado en clientes lo hemos perdido en confianza de nuestros empleados. Llevo un año tratando de encontrar a alguien para la recepción, pero se piensan que esto es un trampolín para sus propios negocios. —Aquello me preocupó.
—Explícate.
—A uno lo descubrí trapicheando con sustancias anabolizantes, el último regalaba camisetas y material de promoción a sus amigos… —Sokol evitó mirarme hasta ese momento—Tuve que despedirla, Grigor.
—¿A quién?
—A la madre de Alba. —Alba.
—¿Alba, la hija de Rodríguez? —Él tragó saliva.
—Llegaron algunos pandilleros de su viejo barrio, les dejaba entrar a las instalaciones sin pagar, como si fueran siempre invitados de cortesía. Y no era buena gente, Grigor, amedrentaban a algunos de los socios. Y luego estaba el hecho de que no hacía bien su trabajo, desatendía la recepción, se ponía a tontear con algunos chicos… Al principio parecía ir bien, pero el último año… El asunto se torció hasta límites que no podía asumir. Lo intenté Grigor, de verdad que lo intenté con ella, pero… —Me senté a su lado para de alguna manera transmitirle mi apoyo.
—Hiciste bien Sokol. Si era dañina para el negocio no podías mantenerla aquí. —Sus ojos me miraron tristes.
—Pero me pediste que les diera trabajo a ella y a la abuela de la niña, que necesitabas cuidar de ellas porque… —No le dejé continuar. Sabía lo que estaba ocurriendo. Se culpaba por no haber podido hacer lo que le pedí.
—Tranquilo, no fue culpa tuya. Te conozco, y sé que no fue por capricho. —Sus hombros se relajaron.
—Fue culpa mía, Grigor. Yo… yo la rechacé tantas veces…
—¿Qué quieres decir? —Su mirada volvió a esquivarme.
—No sé cómo, pero confundió amabilidad con otra cosa. Se pensó que me gustaba y trató de… de… ¡Argh!, esa tipa quería cazarme, Grigor, se la veía a la legua. —Una trepadora. Seguramente, al no poder conseguir un hombre que la mantuviese, regresó a la seguridad de aquellos que sabía si cuidarían de ella. Su vieja banda. Y ya saben lo que dicen, puedes sacar a la chica de la banda, pero no a la banda de la chica.
—¿Y la abuela? ¿Te ha dado problemas? —No quería que ella también se aprovechase de Sokol. Una cosa es que fuese mi responsabilidad cuidar de esa niña, y otra muy distinta que le hiciera cargar con ella a Sokol.
—No, ella es todo lo contrario. Trabaja como ninguna, se esfuerza en ir más a allá de lo que la pides. Es una persona responsable y trabajadora. —Bien, al menos había una parte buena. —Sé que se encarga del cuidado de Alba, porque su madre casi ha desaparecido de sus vidas. Vive con un tipo del barrio, y vuelve de vez en cuando para ver a la pequeña y buscar algo de dinero. Soledad le da algo y ella desaparece de sus vidas durante unos meses. —Me daba pena de ambas, abuela y nieta.
—Me llamó “el padrino”, ¿tú sabes algo de eso? —Sokol sonrió.
—Cada cumpleaños y en Navidades le has hecho regalos y dado el aguinaldo a la pequeña Alba.
—¿Yo? —Sokol sonrió travieso.
—Dijiste que querías cuidar de la pequeña, así que estuve pendiente de que “hicieras” esas cosas. Con el tiempo, la abuela empezó a llamarte “el padrino”. —Los dos conocíamos esa palabra española “padrino”. —Y me alegro de que estés aquí, porque la próxima te toca a ti. —Sentí un golpe en mi brazo mientras se levantaba.
—Eh, eh. Yo no tengo ni idea. Además, tú conoces mucho mejor que yo lo que le gusta a la niña. —El brillo en sus ojos me decía que se había encariñado con la pequeña. Casi que apostaría a que yo no era su único “padrino”.
—Es lo que hay. —No necesitaba enredarme con eso ahora, antes tenía cosas que hacer, borrar algunas de esa lista de pendientes.
—¿Y si nos lo jugamos? —Los ojos de Sokol me miraron entrecerrados.
—A qué te refieres.
—Si gano te encargas este año de hacerlo tú, si pierdo te daré dos semanas de vacaciones. —Aquello le interesó, y mucho.
—Vale, pero escojo yo. —Sabía lo que iba a sugerir antes de que abriese la boca.
—Me parece justo.
—Vale, pues prepárate. La pista será la que decida. —Él sonrió satisfecho, como si acabase de derrotarme. Pero no contaba con algo, en esta ocasión, todo iba a ser diferente, porque yo ya no era el Grigor de antes.
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