Drake
—Buenos días, papá. – me senté en la barra de desayuno, y estiré la mano para acercarme el tarro de miel. Estaba abriendo la tapa, cuando mi padre ya me estaba tendiendo una cucharilla limpia.
–Así que… noche de juerga. – me dijo con una sonrisa. Levantarme tarde y con unas leves ojeras, eran bastante respuesta a eso, pero él quería algo más.
—Fiesta de graduación de Tasha y Nika. – sus cejas se alzaron.
—Pero si tienen apenas 16. ¿No se supone que eso se hace en el último curso? – cuando papá se rascaba la nuca de aquella manera, es que estaba perdido en el tema.
—Es un centro privado, papá. Ya sabes que les gusta hacer fiestas de esas a todas horas. La de Jade es la semana que viene. – metí un poco de miel en mi boca, y la saboreé lentamente. Ese manjar solo podía encontrarlo en casa.
—Es solo una ceremonia de graduación, Drake. Diplomas, fotos, esas cosas, nada de fiestas. Por eso me sorprendió que tu madre me dijera esta mañana que estabas aquí. Te has adelantado una semana, o al menos eso parecía. – él metió otra cucharilla en el tarro de miel, y sacó su propia dosis. Éramos unos cochinos, pero ¿qué le íbamos a hacer? En casa todos metíamos la cuchara allí dentro.
—Regresaré para la graduación de Jade, lo prometo. – la cuchara de papá se quedó unos segundos congelada en el aire, hasta que continuó su camino.
—Tu madre estaba ilusionada con que te ibas a quedar esta semana en casa. – no había reproche en su voz, aunque si una pizca de esperanza.
—Tengo un examen el martes y otro el jueves. Los finales de curso son así. – él asintió. Sabía que nadie podía meterme más presión que yo mismo para hacer las cosas bien.
—Y ¿qué tal va todo? Quiero decir ¿necesitas dinero? – otra vez con ese tema.
—Ya sabes que no papá. Pero si lo necesitaría…- ya estaba acostumbrado a que se preocuparan, pero ellos no podían evitarlo. Otros podrían necesitar dinero para cursar sus estudios en la universidad, pero las becas que había obtenido con mis buenas notas, se encargaban de cubrir la mayor parte.
—Ya sé, ya sé. Sabes que no voy a preguntar sobre tus chanchullos. Pero… es que los billetes de avión son caros. – él no quería preguntar, porque se suponía que eran formas no legales de conseguir ingresos extras. Él pensaba que hacía reparaciones de equipos informáticos por ahí, que no era mentira, pero lo que no sabía, era que me sacaba más dinero con las peleas ilegales. Aun así, había formas más sencillas de conseguir vuelos gratis.
–Tengo muchos puntos en la tarjeta de viajes. – una vez le expliqué, que acumulaba millas para volar en distintas aerolíneas, y que podía conseguir vuelos gratis de esa manera. Lo que no sabía, era que alguien con mis habilidades, podía obtener esas millas sin necesidad de acumular puntos en ninguna tarjeta. Me explico, no es más que un pequeño contador escondido en un servidor, solo tenía que llegar a él, y cargar mi tarjeta al máximo. O escoger un vuelo, piratear la base de datos, y hacerme con alguno de los asientos libres antes de que lo comprase otra persona. Normalmente en primera clase siempre había algún asiento libre. Legal no era, podría ir a la cárcel si me pillaban, pero… ¿qué es la vida sin un poco de riesgo? Además, no iban a pillarme. Tenía mis propios troyanos en sus sistemas informáticos. Si notaban algo raro, yo ya estaría librándome de todas las posibles pistas que hubiese podido dejar. Cero, no sabrían ni que había pasado por allí. Así que pillarme… imposible. Soy así de bueno.
—Vale. Algún día, cuando tengas muchos, quizás te la pida prestada. A tu madre y a tus hermanos les encantó ese viaje que ganamos a Disneyland, y me gustaría llevarles a Miami, a ver a mi hermana y algunos amigos. – esa era otra cosa que se podía conseguir cuando eras un estupendo hacker informático, vacaciones para la familia. A papá no le gustaba mendigar una plaza en el avión de la familia Vasiliev, cuando esta iba a Miami, pero era casi una ley que fuera así. Pero, la verdad, es que no se viajaba allí tanto como quisiera, y tampoco la tía Irina venía a Las Vegas con tanta asiduidad.
—Seguro que puedo encontrar una buena oferta. Viajando en grupo, con dos menores y reservando con antelación, se pueden conseguir muchos descuentos. – Bla, bla, bla…solo tenía que hablar con Viktor para encontrar alguna fecha en que Serg esté menos ocupado, y del resto me encargaba yo personalmente.
—Tú eres el especialista en estas cosas. – asentí hacía él. Sí, más de lo que él pensaba.
—Wow, ¡te has hecho un tatuaje! – sentí como me estrangulaban con mi propia camiseta, cuando mi hermano Sokol tiró de ella para poder ver un poco más de tinta sobre mi piel. – Papá, ¿Cuándo podré hacerme uno cómo ese? Es chulo. – Esperé la respuesta de nuestro padre con la misma expectación, porque me moría por saber por dónde se iba a escapar. Me crucé de brazos sobre el pecho, y esperé con los ojos entrecerrados hacia él.
—Cuando saques todo sobresalientes y tengas 18, como tu hermano. – alcé una ceja hacia él, buena respuesta. Con 11 recién cumplidos, se aseguraba unos 7 años sin uno de estos en el cuerpo de su hijo pequeño. Mi padre metió la cucharilla en su boca, y sabía que no sonreía solo porque estuviese rica la miel.
—Hola, cariño. – Sentí el suave tacto de la mano de mi madre sobre la espalda, e incliné mi mejilla hacia ella para recibir mi beso. Sí, sé lo que piensan, soy demasiado mayor para estas cosas. Pues he de decir algo con respecto a eso, nunca se es demasiado mayor para recibir un buen achuchón de tu madre, nunca. La Abracé, y metí mi cabeza en el hueco de su cuello. Sus manos acariciaron mi pelo como siempre. Esa sensación, era lo mejor de la vida. Noté como mi camiseta era levantada desde debajo de mi espalda.
—Quiero verlo, ¿me lo dejas ver? – Sokol intentaba meter su cabeza bajo la tela. Así que mi madre tuvo que terminar el abrazo y dejar que quitase mi camiseta para mostrarle. – ¡Wow!, ¡que pasada! Es un dragón, ¿verdad? – mis ojos se encontraron con los de mi padre. Los dos sabíamos lo que significaba mi tatuaje, y los dos sabíamos por qué estaba precisamente en ese lugar.
Mi padre biológico no es el hombre que admiro y está frente a mí, la mitad de mi carga genética pertenece a un hombre que casi destroza la vida de mi padre en el pasado. Eso no me lo dijo él, yo lo averigüé. Pero no todo queda ahí. Constantin Jrushchov, ese es el nombre de la bestia, aquel que rivaliza con la propia Bratva en Moscú, al único al que tienen miedo, porque tiene poder, y ningún escrúpulo. Apuestas, peleas, drogas, prostitución… él lo controla todo en la gran ciudad.
Yo solo fui uno esos desechables errores que cometió con una joven a la que deslumbró, una de muchas. Seguro que no era su único bastardo, pero yo era diferente. ¿Por qué?, porque la familia que me acogió en su seno, consiguió escapar de él, y nadie hacia eso. Constantin Jrushchov te desechaba cuando ya no servías, pero nadie escapaba de él, salvo mi padre. Y eso no solo era malo para su imagen, malo para aquellos que esperaban un pequeño rayo de esperanza para sublevarse, sino que era malo para su ego.
La familia Vasiliev, concretamente Viktor Vasiliev, obró un golpe maestro, que debilitó a Jrushchov, una trampa de la que salió con las manos limpias, un golpe del que tardó más de 12 años en recuperarse, y del que no sospecha que fue intencionado. Ahora es fuerte de nuevo, y puede que quiera saldar antiguas deudas, y si descubre que yo soy su hijo, podría utilizarme como arma.
Por eso he borrado de mi cuerpo la única prueba que él podría descubrir, la única que le diría que soy su hijo. Ambos compartimos una particular marca de nacimiento, los dos en el cuello, aunque no en el mismo lugar. Una cabeza de dragón, una cabeza que yo he ocultado con tinta, pero que mis padres y yo sabemos que está ahí.
¿Por qué cubrirla? Pues porque después de mi primera pelea clandestina, descubrí que tomaban grabaciones. Y seguramente una pelea de mala muerte en EEUU no llegue a verse en Rusia, más difícil es que llegue a verla Jrushchov, pero si lo hace, no descubrirá en mi piel la marca que compartimos. Para Constantin Jrushchov, yo no soy nadie, salvo el hijo de Serguey Sokolov, el hombre que escapó de sus garras. Y ese es el motivo por el que aprendí a luchar desde los 10 años, porque si él se acerca a mi familia, yo los defenderé con mis propios puños.
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