Bruno
Cuando Phill dijo lo de la emergencia, enseguida me preocupé. Sabía sobre la enfermedad de Nika, y esa palabra me asustó. Ella caminaba por el precipicio cuando se trataba de su salud, pero tenía que reconocer, que con el tiempo, había aprendido a deslizarse sobre la cuerda floja con mucha elegancia. Era la mejor equilibrista que había visto. Uno no podía dejar de mirarla mientras ejecutaba su baile bajo los focos. Y es que ella era espectacular, no solo por fuera. Pero su aspecto era bueno, luego la emergencia no había sido con Nika.
Si, puede parecer que ella me gusta, y es cierto. Me gusta, y mucho, pero soy realista. ¿Qué podría ofrecerle un sencillo chico de ciudad, a una princesa como ella? No, princesa no, emperatriz. Sí, sabía de ese estúpido apodo que la habían puesto sus compañeros de universidad; la emperatriz de hielo. Pero esos idiotas no sabían mirar. Ella no era de hielo, solo… se esforzaba demasiado por ser perfecta. Lo sé, porque la había observado desde que éramos niños.
Y no, no tengo posibilidades, no todavía. Quizás, cuando termine mi contrato con el ejército, si encuentro un buen trabajo, pueda presentarme ante ella y decirle ¡Eh! ¿puedo invitarte a cenar? La llevaría a uno de esos restaurantes exquisitos, donde la gente como ella suele ir a menudo, e intentaría seducirla con… si Bruno, deja de soñar. No tienes nada que ofrecerle. Ella será siempre más refinada que tú, su familia tendrá más dinero, y le podrán ofrecer un futuro mejor del que tu jamás podrías darle. Mis pies volvieron a posarse en el suelo, cuando ella entró en el avión. Al menos esta vez no podría esconderme.
Nika tomó asiento al otro lado del pasillo, pero a mi altura. De esa manera, estaríamos juntos y separados al mismo tiempo. La puerta se cerró, y los motores empezaron a rugir.
—Si quieres dormir durante el viaje me parece bien. – ella se giró hacia mí para responderme. Sus ojos eran aún más hermosos de lo que me habían parecido hasta ese momento. Y su olor…el cielo tenía que oler así.
—Voy a comer algo. Mis energías están bajo mínimos. Pero puedes dormir tú, lo necesitarás. – ¿Y privarme de estar a solas con ella por primera vez?, ni de broma.
—Creo que te acompañaré, al menos por un rato. – su sonrisa. Ella podía iluminar toda una habitación si sonreía.
—Vale. – Los motores rugieron como abominaciones cuando nos elevaron del suelo. Cuando la luz de cinturones abrochados se pagó, me solté y me puse en pie.
—Voy a ver qué tienen en la cocina. – ella abrió su pequeño bolso, y sacó una de esas barritas de cereales.
—Estoy servida, gracias. –
—Eso no es una cena. –
—Pero es un sustituto a aceptable. –
—Déjame encontrarte algo. – le pedí. Ella abrió la mesa a su frente, y depositó la barrita encima.
—De acuerdo. – Como dije, ella sabía cómo encontrar el punto medio. Me había dado una oportunidad, pero no había guardado la barrita alimenticia, lo que decía que tampoco confiaba del todo de que lo consiguiera. Eso sí, lo adornó con una hermosa sonrisa.
Revisé en lo que se suponía que era la zona donde se guardaban los alimentos durante el vuelo, y por mucho que miré dentro de los armarios, lo único que encontré fueron sobrecitos de azúcar, café instantáneo, frutos secos, y galletitas envueltas individualmente. Por mucho que vendieran el glamour de los jets privados, a la hora de verdad se parecían demasiado a los vuelos comerciales. Lo único bueno, es que los asientos eran más grandes, y que no tienes que pasar por la cola de embarque.
Cuando regresé, ella observaba mis manos vacías casi con diversión. Pero yo nunca he sido de los que se rinden con facilidad. Así que avancé hasta llegar a mi mochila y la abrí, para sacar lo que iba a ser mi tentempié de camino a la base aérea de Edwards. Entiéndanme, es un trayecto de apenas 3 horas, pero se hace mortal cuando lo haces en transporte público. Tenía que tomar dos autobuses, para después de 6 horas de viaje, y una hora y media de espera en una parada, conseguiría llegar a mi destino. Si mis cálculos eran correctos, llegaría 20 minutos antes de mediodía, la hora tope para presentarme en la base. Solo rezaba porque el autobús de línea no sufriera un retraso, llámese pinchazo, fallo del motor…
Metí la mano, y saqué mis dos manzanas, mi sándwich tostado de jamón y queso, y mi barrita de chocolate. Todo bien guardado en su bolsa de plástico. Mi madre seguía cuidándome. Me giré hacia Nika, y puse la bolsa sobre la mesa.
—Creo que esto está mejor. – sus ojos se alzaron para mirarme. Pero me sentí incómodo, así que me senté en el lugar frente a ella.
—Pero es tu comida. – me encogí de hombros para quitarle importancia.
—Puedo comprar más de camino a la base. Además, mi madre estaría de acuerdo en que la comparta contigo. – ella pareció sopesarlo unos segundos.
—De acuerdo. – cedió finalmente. Pero ella tuvo que imponer sus condiciones. Cogió su bolso, y volcó su contenido sobre la mesa. – Compartamos. – Apartó todo lo que había comestible y lo juntó a mi bolsa. Así era Nika, podía no ganar una batalla, pero jamás la perdería.
Abrí la bolsa, y saqué una manzana, la puse frente a ella. Luego tomé la otra, y la puse en mi lugar. Ella hizo lo mismo con sus barritas de cereales. Luego le llegó el turno al sándwich.
Yo tomé mi manzana y le di un mordisco, ella mordió el sándwich. La vi masticar un par de segundos, hasta que me di cuenta de algo. Me puse en pie para regresar a la cocina del avión. Ella no preguntó dónde iba, tan solo me siguió con sus atentos ojos. Cuando regresé con las dos pequeñas botellas de agua y las servilletas, ella me sonrió.
—Estás en todo. – me dijo.
—Lo intento. – Comimos en silencio, al menos hasta que terminamos con la mitad de la comida. Entonces, ella rompió el educado silencio.
—Hace años que nos conocemos, pero siento que no sé casi nada de ti. –
—¿Qué quieres saber? – me habría muerto por escuchar un todo, quiero saberlo todo de ti. Pero ella no lo dijo.
—Lo que tú quieras contarme. – ella era tan diplomática. Nunca traspasaba la barrera personal, esperaba que fuese la otra persona quién lo hiciera. Pero yo sabía cómo devolverle esa pelota.
—Si me dices lo que sabes, me ahorrarás el tener que repetirlo. – ella asintió lentamente, sabía que podía jugar a este juego tan bien como ella si me lo proponía.
—Veamos. Tu madre es enfermera, y tu padre bombero. Tienes un hermano gemelo y una hermana más pequeña. Te gusta el baloncesto, porque siempre te he visto lanzando canastas, en el aro que hay en el cobertizo de la casa de los Castillo. Y si no recuerdo mal, eres el que más tiempo aguanta la respiración debajo del agua, porque tu madre se puso histérica cuando no te vio en chapotear en la piscina con el resto. – que ella recordara aquellos detalles me sorprendió y gustó a partes iguales. Al parecer, no había sido tan invisible para ella como pensaba en un principio.
—Recuerdo esa tarde. Lo que me extraña es que lo hagas tú. ¿Qué teníamos? ¿10 años? – sus ojos brillaron cuando recordó.
—Yo tenía 8 años, y lo recuerdo, porque era el tercer cumpleaños de Victoria, y el tío Viktor estuvo muy pesado con acudir a esa fiesta. Ya sabes que es su ahijada, y se perdió su anterior cumpleaños. Así que estuvo planeando ese viaje durante semanas. –
—Vaya, tienes buena memoria. – ella amplió su preciosa sonrisa.
—Eso dice mi madre. Bueno, ¿qué me falta para completar el rompecabezas? – me encantaba eso de convertirme en un desafío para ella, porque sabía que era de las que disfrutaba con un buen reto. Pero se lo pondría fácil.
—Siempre he sido un chico listo. Sacaba buenas notas, así que no me costó conseguir entrar en el ejército. Lo peor fue convencer a mi padre para que firmara la autorización, porque todavía no tenía los 18. Mamá es la que peor lo lleva, pero llegamos a un acuerdo, ella prometía no preocuparse, si yo cuidaba de volver de una pieza a casa. –
—Parece un buen acuerdo. –
—Lástima que ninguno de los dos seamos capaces de cumplirlo. – sus cejas se alzaron sorprendidas.
—¿Qué quieres decir? – quiso saber.
—Ella no puede evitar preocuparse cuando salgo a una misión, así que procuro no decirle nada hasta que regreso. – Nika se dio cuenta de que faltaba algo.
—¿Y tú? ¿Cómo la has incumplido? – le lancé una traviesa sonrisa mientras levantaba la manga de mi camiseta, para mostrarle la cicatriz de mi bíceps izquierdo.
—Cuatro puntos. Intenté asegurar la carga mientras sobrevolábamos territorio hostil. – no iba a contarle toda la historia. El fuego antiaéreo casi nos derriba en aquella ocasión, y yo fui lanzado contra el fuselaje del aparato de transporte. El intenté era porque quedé inconsciente por el golpe, y otro tuvo que terminar el trabajo por mí. Pero eso nunca se lo diría, ni a mi madre, ni a ella.
—¿Por qué te alistaste tan joven? – ella había notado que oculté la cicatriz rápidamente, no quería más preguntas sobre el tema.
—Porque no quería ser una carga para mis padres. Si me alistaba en el ejército, no tendrían que preocuparse por mi futuro. –
—Una decisión muy madura para alguien tan joven. – cogí la chocolatina que estaba sobre la mesa, y la abrí para ella. Nika la cogió sin darse cuenta, ya que estaba más centrada en mis palabras que en mis actos.
—No me des más mérito del que tengo. – noté como ella acabó el chocolate con rapidez. Si no recordaba mal, era su pequeña perdición. Pero no debía dejarla darse cuenta de que se había comido todo el chocolate, no al menos delante de mí, porque se sentiría avergonzada por ello. Y a ella no le gustaba que los demás supieran que no podía controlarse
—Traeré más agua. – me puse en pie, y me escabullí por el pasillo.
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