Cuando papá regresaba de algún viaje, verle de nuevo en casa me hacía feliz, pero en esta ocasión, encontrarle saliendo de la ducha me devolvió la vida.
—¡Papá! —Corrí hacia él para saltarle encima. Sus brazos estuvieron rápidos para atraparme. Ya no era tan pequeña como para que me levantara para poder besar su mejilla, pero tampoco era tan mayor como para no necesitar besarle. Le había echado de menos, y mucho más a hora.
—Hola pequeña. —Estaba a punto de avasallarle con todo lo que rondaba mi cabeza, cuando advertí un gran apósito sanitario cubriendo parte de su pecho derecho.
—¿Qué te ha pasado ahí? — Él sacudió la cabeza quitándole importancia.
—Me hice un tatuaje. —Bueno, aquello no era malo. En otro momento habría tenido curiosidad por saber qué se dibujó papá ahí, pero había otras prioridades en mi cabeza.
—¿Sabes lo que ocurrió con Mateo? ¿puedes arreglarlo? —La sonrisa de su cara se borró, para dejar en su lugar aquella expresión seria que papá ponía cuando se trataba de sus negocios.
—Ya tengo algunas entrevistas para ponerme al día con ello. Pero quiero que entiendas una cosa. — me tomó por los hombros para que prestase mucha atención. —Tarde o temprano todos tenemos que pagar por nuestras acciones, y lo que ha hecho Mateo tiene graves consecuencias.
—Sé que ha matado a un hombre, pero hay mucha gente que lo hace y no la condenan a la inyección letal por ello. —Tenía que entenderlo, papá era mi única esperanza, la caballería, Superman, él podía con todo.
—Haré lo que pueda, cariño, lo sabes. —Más que saberlo contaba con ello.
—¡Papá! —Un pequeño gamo saltó por mi costado para ocupar mi puesto en los brazos de papá.
—Eh, campeón. —Papá elevó a Viktor en sus brazos para que sus caras estuviesen a la misma altura. ¿Es que este niño no dormía? Se suponía que yo me había levantado antes porque no quería pillar todo el alboroto que se organizaba en casa por las mañanas.
—¿Me has traído algo de Rusia? —Vale, no se acordaba de recoger sus juguetes, pero del país al que había ido papá sí. Como si él fuese continuamente a ese sitio.
—Ve a mirar en mi maleta, quizás encuentres algo. —Prácticamente se tiró hacia el suelo para salir corriendo en busca de su tesoro. En su camino esquivó a mamá, y supe que nuestro tiempo a solas se había acabado, ya no podríamos hablar más sobre el asunto de Mateo.
—Me parece que se acabó la paz. —Mamá le sonrió a papá de una manera que me hizo sentir incómoda. ¿Se creían que me engañaban? Ya tenía trece años, y si antes era demasiado inocente para entender algunas de sus costumbres, ahora las entendía demasiado bien. A ver, podía comprender que necesitasen darse un buen beso de despedida, pero eso de hacer esas… cosas de pareja nada más reencontrarse…¡Puaj!, es que ya sé porqué mamá no hacía más que tener hijos. Es que era regresar de cualquier viaje, y nada más entrar por la puerta se buscaban una excusa para desaparecer por un buen rato. ¡Ja!, deshacer la maleta, a otra con ese cuento.
—Somos Vasiliev, cariño. Nosotros siempre estamos en pie de guerra. —Papá estrechó a mamá contra su cuerpo y le dio un beso, pero tardaban demasiado en separarse.
—Vale ya. —Les interrumpí. Ellos rieron y se separaron.
—Voy a vestirme, hay mucho que hacer.
—Acabas de llegar, Yuri. —Papá ya se estaba alejando por el pasillo, cuando giró la cabeza para responderla con una sonrisa.
—El diablo nunca duerme. —Mamá negó con la cabeza sin dejar de sonreír.
—Voy a preparar el desayuno. Y Lena,—giré la cabeza para mirarla a la cara—será mejor que te des prisa en el baño, hoy me parece que no vas a tener tanto tiempo para tus cosas. —Y como su hubiese sido invocado, el primer jinete del apocalipsis llegó trotando, o más bien el segundo esta vez, Viktor le había ganado la partida a Andrey esta vez.
—¡Papá!, ¿qué me has traído? —Entró como una exhalación en el cuarto de mis padres, donde Viktor ya estaba organizando un buen escándalo saltando sobre la cama.
Niños, ellos eran ajenos a todos los problemas de la casa, eran demasiado pequeños para darse cuenta, o para que les importara. Pero eso ya no me ocurría a mí. Con rapidez utilicé el baño para mis cosas, y salí de allí en cuanto mamá empezó a gritar órdenes. Era la hora de ponerse en marcha. En unos minutos llegaría Estella, y entre las dos, pondrían a esos tres hombrecillos verdes en su lugar, es decir, listos para ir al colegio.
Desayuné a toda velocidad, y cogí mis cosas para ir a clase. Ese día tenía una buena noticia que darle a Geil. ¿Qué por qué no salí corriendo antes que nada? Porque mamá es un sargento infranqueable, no me habría dejado salir de casa sin hacer antes todo lo que tenía que hacer. El orden era lo único que conseguía que todo funcionase como una máquina bien engrasada.
Mientras abría la puerta de la casa de Geil, no podía contener las ganas de tenerlo frente mí para darle la notica que sabía le animaría. Le encontré sentado en su cocina, desayunando una triste taza de cacao con galletas. Ese no era un desayuno completo, al menos era lo que decía mamá. Pero ya me encargaría de que comiese algo más a la hora del almuerzo.
—¡Geil, Geil!, mi padre ha regresado. —Su cara se giró hacia mí, pero no encontré la reacción que esperaba.
—Bien. —Estaba demasiado… ¿apático era la palabra?
—¿No entiendes?, papá se encargará de todo. —Él asintió, se levantó de la mesa y llevó la taza sucia para limpiarla y ponerla a escurrir.
—Será mejor que vayamos a clase. —Pasó por mi lado para recoger sus cosas, y después esperó junto a la puerta hasta que yo salí de la vivienda. No le entendía, mi padre acababa de llegar, si había alguna manera de ayudar al suyo, él la encontraría. Yo estaba convencida de que la respuesta a sus plegarias había llegado, pero él no. Que yo no hiciese otra cosa que repetírselo no acabaría convenciéndolo, tenía que verlo él mismo. Así que no insistí más, pasé a su lado y me dispuse a ir a clase con él.
Pero que no quisiera insistir con Geil no quería decir que lo olvidara. En la próxima oportunidad en que tuviese a mi padre cerca, saltaría sobre él para ver qué había conseguido. Sí, lo sé, soy una impaciente, pero siempre he sido así, no voy a cambiar a hora.
Cuando salimos del edificio, di una última mirada por si veía a mi padre, y así fue. Él salía vestido con un traje impecable, de esos que le hacían parecer un tipo rico e importante, alguien diferente al que era siempre, pero que según me dijo, era importante llevar esa apariencia para que los tipos trajeados e importantes le trataran como un igual. Eso no era posible, papá era más importante que ellos. Él hacía que los tipos trajeados le mirasen con respeto, aunque no llevase ese tipo de ropa encima.
Patrick estaba esperando con la puerta del coche abierta para él. Subió dentro, y después lo hizo Patrick en el asiento de delante. Sí, eso es lo que hacían los tipos ricos, hacer que otros les llevaran donde querían ir.
Desde ese instante, sentí como si me hubiesen quitando una enorme piedra de la espalda. Papá estaba en casa, papá se encargaría de todo.
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