Sheila
No iba a salir bien, sencillamente era imposible. En cuanto nos vieron entrar, el tipo que iba a ocuparse de mi venta sonrió más de lo debido, se le notaba a la legua que sabía que iba a colocarme lo que fuera. Era mala idea, sabía que lo era en el mismo momento que Adrik se apuntó a venir con nosotros. Una chica y un chico era algo que podía pasar por normal, pero con tres…
—Buenas tardes, ¿puedo ayudaros? —No es que la pregunta fuese dirigida a alguien en concreto, pero estaba claro que no iba hacia mí. ¡Machista!
—Sí, nuestra prima necesita un coche. —Ese fue Adrik, como siempre llevando la iniciativa.
—¿Y en qué estaba pensando? —Otra vez pasando de mí. ¡Eh!, estoy aquí. Por lo menos no pases de mí como si no estuviera.
—Algo pequeño y que no consuma mucho. —¿Ves? Estoy aquí y se hablar. Sus ojos se posaron sobre mí en ese momento.
—Los Toyota tienen un alto calificativo en fiabilidad. Por eso estamos aquí. —Y ese era Luka, dejando claro porqué me habían arrastrado precisamente a este concesionario.
El vendedor esperó a que Kiril dijera algo, pero fue el único que no abrió la boca. Así que sencillamente activó su modo comercial y nos dirigió hacia lo que él pensaba que era lo que necesitaba. Pero ya estaba preparada para decirle que no, al menos eso era lo que Kiril había planteado. No debía quedarme con la primera opción porque jamás sería la buena, al menos para mí.
Les costó 15 minutos estudiar y decidir todas las opciones. Hasta que los números se impusieron y me convencieron de que necesitaba algo que no me diera muchos problemas y que tuviese un mantenimiento sencillo. Ni que yo tuviese que cambiarle el aceite al coche. Solo necesitaba que me dijeran cuando era la revisión y lo llevaría al taller, así de sencillo.
No voy a detallar lo que pasó allí, baste con decir que salí con menos dinero en mi hucha, y un coche con el que los llevé a todos hasta el campus. Sí, había que ver la cara de todos ellos mientras era yo la que estaba detrás del volante. Podían decir que no estaban asustados, que confiaban en mí, pero las manos de Adrik estuvieron aferrando la manilla de la puerta todo el viaje. Sólo con pensar en que lo tenía acongojado, me hizo sonreír todo el camino de vuelta. Ya podían pesar que era porque tenía coche nuevo, que no era por eso, bueno, un poco de eso también.
No pude contener la risa cuando los vi bajar a todos del coche, como si alguno se hubiese tirado un pedo de esos mega tóxicos. Yo aguanté un poquito más, me saqué una foto y se la envié a Jade, junto con la noticia de que iría el sábado a verla. Ya podía ir pasándome su localización para meterla en el navegador del teléfono.
Luego salí del coche, y me despedí de mis… ¿primos? Mejor los llamaba chicos. Ya había tenido bastante…. “mi prima” cuando avasallaron al pobre vendedor. Y sí, tenía que darle a Jade la razón; cuando Luka se ponía intenso realmente la gente daba un paso atrás. Bueno, es que creo que los tres apabullaron al pobre hombre. Casi podía imaginarlo yendo a la oficina a llorar cuando salimos por la puerta del concesionario. ¿Por qué todos los hombres de esta familia eran tan… tan… intensos?
Kiril
En casa del abuelo solíamos hablar en ruso, aunque el mejor dominaba el idioma de nosotros tres era Luka. Como decía, solíamos hablar en ruso y adquirimos esa costumbre de hacerlo entre nosotros cuando no queríamos que las personas a nuestro alrededor se enterasen de lo que decíamos. Lo pusimos en práctica con ese vendedor de tres al cuarto. Al pobre se le encogieron las pelotas cuando nos escuchó. Creo que se pensaba que éramos de alguna banda de esas de albanokosovares, ya saben, de las que tienen mala fama.
Me estoy enrollando. Como decía, solíamos hablar en ruso cuando no queríamos que nos entendieran, y es lo que hicimos nada más salir del coche. Mientras esperábamos a que Sheila saliera de su recién estrenado vehículo, los chicos y yo empezamos a intercambiar información.
—Traté de mirar lo que había dentro pero no lo averigüé. —confesé. Cuando esa chica quería esconder algo no había manera, se convertía en una ostra.
—Estás perdiendo facultades, Kiril. —se mofó de mi Adrik. ¡Ja!, como si él lo hubiese tenido más fácil.
—Solo le veo dos opciones. O nos colamos en su habitación para descubrirlo, o la seguimos hasta que vuelva a encontrarse con ese tipo de nuevo. Quizás vuelvan a quedar en esa cafetería. —sopesé ambas opciones. Pero las dos eran igual de malas.
—No sé si eso es muy ético. Se supone que tenemos que cuidar de ella, protegerla, no violar su intimidad. No podemos invadir su privacidad de esa manera escudándonos en que es por su bien. —Al menos era lo que a mí me parecía. Adrik fue el que respondió a eso con un encogimiento de hombros.
—Todo vale en el amor y en la guerra. —Sí, esa era una máxima que podía aplicarse a nuestra familia, nosotros siempre estábamos alertas, porque la guerra, o algo parecido, nos acechaba constantemente. Al menos es lo que decía el tío Viktor. Un poco neurótico, lo sé.
—Kiril tiene razón. Ella no es el enemigo. —Luka había captado mi punto.
—¿Entonces qué propones, lumbreras? —Así era Adrik, si tumbabas el plan, automáticamente tenías que encontrar una alternativa.
—De momento vamos a pedirle al tío Viktor que nos envíe un localizador para su coche. —Y Luka era el especialista en encontrarlas, o al menos en buscar algo para ir haciendo mientras tanto.
Por el rabillo del ojo seguíamos controlando el camino de Sheila. Había entrado en su residencia, y por lo que decía el rastreador de mi teléfono, ya debía haber entrado en su habitación. Todo bien.
—Bueno, la gallina está en el gallinero. ¿Vamos a ver las instalaciones deportivas? —Adrik remarcó aquella sugerencia con una palmada.
No le dimos más vueltas al asunto, al menos hasta el día siguiente, cuando el localizador del teléfono de Sheila regresó al mismo café por la mañana. Esto de que esté en mitad de tu entrenamiento matutino y que entre una alarma a tu teléfono como que no es bueno para los que sufren del corazón. Los terminales de los tres recibieron el mismo aviso, Sheila estaba abandonando su residencia y no iba precisamente a las aulas.
Nos pusimos en movimiento como locos, porque la señal se alejaba con rapidez. ¡Maldita sea!, ¿por qué no pensamos en conseguirnos también nosotros un transporte? Creo que lo dije en voz alta porque Adrik contestó a mi pregunta.
—Tenemos que hacernos con un coche, y a ser posible rápido. —Estaba de acuerdo con él, porque ella en ese momento nos sacaba una gran ventaja. Un taxi tardaría en llegar a tiempo, por suerte la señal se detuvo cerca de aquella maldita cafetería.
—Voy a conseguir un taxi. —Luka ya estaba haciendo una llamada para pedirlo. Yo no podía esperar tanto sin hacer nada. Le lancé mi bosa de deporte a Adrik y empecé a correr hacia la salida.
—El que llegue primero que mande un aviso al resto. —Una suerte que ya llevaba un rato ejercitando mi cuerpo, porque habría sido una locura lanzarme a una carrera como aquella sin el calentamiento adecuado.
Sí, corrí, porque era todo lo que tenía en ese momento, porque era mejor que quedarse parado en la acera esperando impaciente un taxi, y porque necesitaba utilizar toda aquella adrenalina que esa chica había metido en un segundo en mi sistema.
Con el teléfono en mi mano busqué una ruta a pie que me llevaría hasta ella lo más rápido posible. Un corredor podía atravesar parques, zonas ajardinadas, incluso edificios, recortando de esta manera varios metros a su recorrido, a veces eran una docena, otras eran cientos, y por la distancia a la que estaba esa maldita cafetería, esta vez me vendrían de perla que fueran algunos kilómetros.
¿Por qué esta desgraciada tenía que ir a una cita a las 6 y cuarto de la mañana? ¿No había una mejor hora para quedar con… con…? Con quien fuese ese idiota. ¿Es que no era capaz de ver que la gente normal no quedaba a estas horas? Vale, si quieres hacer algo malo y que no haya testigos lo mejor es hacerlo a altas horas de la noche, cuando no había nadie en las calles. Pero es que a esas horas de la mañana tampoco había muchos transeúntes que digamos. Solo los cuatro locos como nosotros que hacían deporte antes de ir a clase.
Mientras corría hacia mi destino, no podía dejar de pensar que Sheila iba a ser un grano en el culo más grande que Adrik, mucho más grande.
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