Grigor
Cuando dejé de nuevo a Dafne en el restaurante para el servicio de cenas, tenía claro una cosa, iba a volver a verla. Intercambiamos teléfonos y nos despedimos con un “nos vemos”. Nada formal, nada incómodo, aunque sí que me habría gustado acercarme lo suficiente para besar su mejilla.
Intenté que me permitiera llevar su chaleco a una tintorería, pero ella dijo que tenía uno de repuesto en su taquilla. En su trabajo la imagen era importante, así que tenían una camisa y un chaleco a mano por si ocurría un accidente. Eso me tranquilizó, porque no quería ser el causante de problemas en su trabajo. Pero me dejó un poco contrariado, porque me habría gustado tener una excusa para volver a verla pronto.
—Tienes cara de haber triunfado. —Ese fue el saludo de Sokol cuando le encontré en la palestra. Bueno, más bien él me encontró a mí, porque yo llegaba un poco distraído.
—Tengo su número. —él torció la boca.
—Espero que sea el de verdad, porque si no lo es ya sabes lo que significa. —Sí, lo sabía, que ella no quería volver a saber nada de mí. Me ocurrió una vez, y entendí perfectamente por qué la chica lo hizo, realmente fui un idiota. La juventud, la inexperiencia, todo se alió para que cometiese la peor cagada de la historia.
—Sería un poco estúpido darme un teléfono falso. Sé donde trabaja. —Sokol me pasó un arnés que estaba revisando para que lo colocara en su gancho. Así éramos nosotros, de los que no podían tener las manos quietas.
—Pero puede hacerlo, para que te des cuenta de que no quiere volver a verte por allí. Solo un idiota o un acosador no pillaría la indirecta.
—No soy ninguna de las dos cosas. —Tomé otro de los arneses del montón y me puse a quitar los nudos antes de colgarlo en un soporte libre.
—No sé, un poco de cara de idiota sí que traes. —se mofó de mí.
—Te fastidia porque soy más guapo que tú. —Y así empezamos esa eterna pelea que a ninguno de los dos nos preocupaba ganar.
Después de un rato de despotricar el uno sobre las cualidades del otro, sin apartar la sonrisa de la cara, decidimos que había llegado el momento de abordar temas serios. Así que nos retiramos de las zonas de recreo, donde la gente seguía con sus rutinas de entrenamiento o de evaluación de capacidades, para situarnos en una zona apartada de las gradas donde podíamos controlar todas las instalaciones y tener al mismo tiempo un poco de privacidad.
—Lo de los tutores fue una buena idea, pero necesitamos a alguien más. Francis no es suficiente. —Francis era un estudiante apasionado por la escalada, que trabajaba en la palestra los fines de semana. Él conseguía un dinero, y nosotros cubríamos el turno de mañanas.
Entre semana, como abríamos de 12 de la mañana a 10 de la noche, básicamente nos apañábamos solos. Los fines de semana, ampliábamos el horario de desde las 8 de la mañana. y no, no cerrábamos ningún día, porque las instalaciones estaban siempre llenas. No queríamos que se sobrecargaran, sino darles a los usuarios un ambiente animado pero relajado. Era lo más parecido a estar en la montaña; sin música, sin agobios, tú contra los retos de la naturaleza. Eso para aquellos que usaban las zonas de escalada, para los que necesitaban soltar más adrenalina, estaban las zonas de competición, aunque realmente todo lo era. Y la reina de la palestra era LA PISTA, sí, con mayúsculas. ¿Han oído hablar de la pista de obstáculos que tiene que hacer los militares en sus entrenamientos? Pues esto era algo parecido, solo que con un toque más urbano. La pista estaba compuesta por una sucesión de pruebas, entre las que estaban algunas de habilidades con armas, desde su montaje y posterior uso sobre una diana, escalada, parkour, y rapel.
Lo mejor de La pista, era el gran panel suspendido bajo la oficina, donde quedaban marcados los tiempos y los ejecutores de los mismos. Algo así como el ranking de los video juegos. Que tu nombre estuviera en uno de los ránquines de las pruebas o disciplinas era algo a lo que todos nuestros usuarios aspiraban, pero conseguir alcanzar la gloria en La pista, estaba al alcance de unos pocos. E indiscutiblemente, el que copaba la cabeza era Sokol, yo nunca pasé del 5º puesto.
¿Por qué éramos tan pocos trabajadores en el negocio? Pues porque casi todo estaba mecanizado. Las cuerdas de seguridad eran gestionadas por máquinas que controlaban el ascenso, y que jamás se verían desbordadas por el peso o fuerza de caída de ninguno de nuestros usuarios. Incluso las más peligrosas tenían un dispositivo de redes de seguridad retráctiles, que se activaban cuando el escalador alcanzaba los dos metros de altura. A partir de esa altura, se consideraba que una caída podía causar lesiones importantes. Un esguince podía asumirse, un hueso roto o algo más grave ya no.
Y no, nunca tuvimos una demanda, porque el tío Andrey confeccionó unos contratos tipo para eximirnos de toda responsabilidad una vez el usuario decidía poner un pie en la zona de pruebas, que era básicamente desde la puerta de la calle hacia dentro. Si te patinabas en la ducha, era tu problema, no el nuestro. Alguno intentó colarnos una demanda por responsabilidad fingiendo una lesión, pero nuestro equipo legal era insuperable. ¡A ver quién intentaba estafar a Andrey Vasiliev! Resultado, dos intentos, ninguna victoria. Ahora, según entrabas, tenías que leerte y firmar el contrato de exención de responsabilidades.
Y lo de los tutores, no eran más que algunos usuarios, sobre todo fanáticos de su deporte, que conseguían una reducción del 50% en su cuota de socio a cambio de ayudar a otros usuarios con el equipo, las técnicas… Ellos disfrutaban adiestrando a otros sobre el tema que les apasionaba, y además conseguían practicar su actividad favorita a un precio razonable. Sustituir una escalada en una montaña real por la palestra no es que fuese lo mismo, pero era un entrenamiento económico y completo. Para un escalador, o para cualquiera de nuestros usuarios, mantener la forma física era primordial.
—Hay un par de chicos a los que podríamos ofrecerles el puesto de supervisores. —Sokol no necesitó pensarlo mucho, seguramente porque tenía en la cabeza lo mismo que yo, o casi.
—Podríamos proponérselo la próxima vez que pasen por aquí. Eso nos descargará de mucho trabajo. —Pero había otra idea que había marinado en mi cabeza en el camino de regreso del Crystals, pero no sabía si Sokol la recibiría bien, a fin de cuentas, era demasiado precipitada.
—También necesitamos a alguien que se encargue de la recepción. No podemos estar corriendo de aquí para allá cada vez que llega un usuario nuevo, y tampoco podemos hacerle esperar a ser atendido. —Sokol se pellizcó el labio inferior. Ese gesto lo repetía inconscientemente cada vez que se ponía a pensar.
—El acceso electrónico con los pases nos había librado de eso. Pero tienes razón. No es lo mismo que un dispensador de tiques de diga las normas, a que una persona te oriente sobre lo que hay dentro y como se usa.
—Había pensado en poner a un recepcionista en la entrada que se encargue de eso. Además, se encargaría de ayudar cuando los asuntos menos importantes, como cerrar una ducha si se atasca, recargar los dispensadores de bebida y comida, resolver las dudas de los usuarios, acceder al botiquín de primeros auxilios para heridas y cortes pequeños…
—Ya, lo pillo, un chico para todo. —Y ese era el punto al que quería llegar.
—O chica. —los ojos de Sokol fueron rápidamente hacia mí, al tiempo que su sonrisa aparecía. Había captado la idea.
—¿Quieres que tu chica trabaje con nosotros? —Puse los ojos en blanco.
—No es mi chica.
—Pero te gustaría. —No había manera de ocultarle nada.
—Las propinas del restaurante pueden estar bien, pero no es lo mismo que un suelto fijo. —Al menos Dafne y yo charlamos sobre ello. Es difícil hacer las cuentas cuando no sabes de cuanto puedes disponer cada mes, y el sueldo base no es que fuese para tirar cohetes. Las propinas son de lo que vive todo camarero. Y por mucha sonrisa que utilizase Dafne, no siempre conseguía que fueran buenas. Odio a los ricos y su falta de consideración. Exigen más que nadie, pero luego son unos tacaños a la hora de pagar.
—Ya, y una cara bonita ayudará a que muchos den el paso para convertirse en socios. —Eso me escoció un poco, porque no me gustaba que se metieran a otros hombres en la ecuación.
—Podría comentárselo a ver que la parecería el cambio. —Sokol me dio una palmada en la espalda antes de ponerse en pie. Uno de los pitidos de alarma llegó hasta nosotros. Algo había dejado de funcionar, o se había a tascado, o cualquier cosa de esas.
—No te dejes obnubilar por una cara bonita, Grigor. Puede que no sirva para esto. —Ella no solo era una cara bonita, sabía tratar a los clientes, y tenía el suficiente equilibrio para no tirarte la comida encima. Si le sumábamos buena memoria y maña con las manos, teníamos a nuestra candidata.
Yo el jefe de Dafne. Uf, eso puso a mi sangre a correr como si tuviese un perro rabioso detrás de mí intentando hincarme el diente. No, espera, eso era malo, y tener a Dafne aquí no lo sería, pero sí que me pondría igual de excitado, no sexualmente, bueno, un poquito sí.
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