Gabi
Escuché el gritito de Nika cuando Bruno la alzó en sus brazos. Ella rápidamente le quitó la máscara para besarlo. ¿Estaban todos allí? Giré el cuello para ver como Gloria devoraba la boca de su marido japonés. Los gritos de las mujeres de la sala rivalizaban con los de la tía Cari, ella conocía a Bruno, ella no entendía, pero lo estaba haciendo poco a poco. Los chicos de la haka eran los nuestros, bueno, de ellas, de Nika, de Gloria, y… de Tasha.
—¿Cómo sabías que él era Bruno?, somos casi idénticos. —Hugo se había arrodillado al extremo del escenario para quitarse la máscara y hacer esa pregunta a Nika. Ella sonrió divertida, al tiempo que sus manos acariciaban la cabeza de su marido. Sus miradas estaban enganchadas, como si hubiese un conocimiento profundo de los secretos que guardaba cada uno en su interior. Eso lanzó una lanza de envidia directa a mi estómago.
—Para mí no lo sois. —¡Mierda!, no podía seguir mirándolos. No hacían otra cosa que recordarme que yo no tenía al hombre que debía decirme esas cosas.
Giré el rostro hacia el otro lado, evitando mirar a aquellas dos rusas suertudas; la buena y la mala. Con lo que no contaba era con tropezar con otro de los chicos que habían participado en la performance, que estaba tratando de huir de la tía Cari.
—Ven aquí, yo también quiero mi final feliz. —Estoy totalmente convencida de que la tía no lo decía por el lado romántico, sino por el otro, ya me entienden.
Traté de identificar al chico que corría para colocarse detrás de mí, como si yo fuese un muro infranqueable que la tía no pudiese atravesar. La verdad, es que vistos aquellos abdominales, podía hacerle un buen precio por salvarle el pellejo.
—Dile que soy de la familia, que esto es incesto. —Reconocía aquella voz, aunque no conseguía encajarla con aquel cuerpazo.
—¿Fran? —Torcí la cabeza lo justo para ver volar la máscara detrás de la que se ocultaba uno de los gemelos de la tía Susan.
—¡Ayúdame! —Una de las garras de Cari pasó cerca de mi brazo para hacerse con su premio, sus uñas rasparon mi piel con más fuerza de lo debido. ¡Sí que estaba hambrienta! Con rapidez la cogí por las muñecas para detenerla.
—Tranquila tía, que es el pequeño Fanccesco. —Ella alzó la cabeza para mirarlo mejor, pero no tenía en mente detenerse. Aquellos ojos pedían carne fresca.
—A mí no me parece tan pequeño. Tiene la edad justa. —Los gemelos eran un año más pequeños que yo, concretamente nos llevábamos 15 meses.
—Tiene 21 tía, tienes más del doble que él. —En aquel momento su expresión cambió, como si le hubiese arrojado encima un cubo de agua helada.
—Gracias por recordármelo. —Su tono de voz decía otra cosa algo así como “trataba de olvidarlo, pero tú lo has arruinado”. Se giró para darme la espalda e ir junto a Bianca. Ella miraba a nuestro primo algo sorprendida, y no era para menos, Fran era el gemelo estirado, el abogado recién licenciado que se había metido un palo en el culo en cuanto se puso su primer traje. Ni de broma esperaría encontrármelo allí, y mucho menos casi desnudo. Hablando de eso… Rápidamente me giré para sacarle una foto, tenía que llenar mi recámara de munición por si algún día necesitaba los servicios de un abogado a precio barato.
—¡Eh! —Con un manotazo casi consiguió librarse de entrar a formar parte de mi galería de fotos, casi.
—Puede que algún día lo necesite. —Él se encogió de hombros.
—Siempre puedo decir que era mi hermano gemelo. —Eso podía funcionar, porque salvo por la voz, ellos dos eran clavaditos, como dos gotas de agua.
—Me arriesgaré.
Una mujer casi se tira encima de Fran, no le importó que yo estuviese en medio. Y no, a esta no la conocíamos ninguno.
—¡Drake!, tu idea nos está explotando en el trasero. —Gritó Fran casi junto a mi oído. Tenía que reconocer que estaba fuerte, porque me tomó del brazo y casi me arrastró al otro lado de una mesa para evitar que me derribaran.
—Mack, esto se está descontrolando. Necesitamos evacuación inmediata. —Drake pasó a mi lado apretándose un oído, supongo que tendría allí un auricular. En un segundo alzó de nuevo la mirada y nos señaló con un dedo hacia un lateral de la sala. —Seguidme, nos vamos.
Como si fuésemos un equipo de soldados, todos, hombres con faldita de paja, y el grupo de mujeres de la despedida de soltera de Gloria, empezamos a correr en un controlado orden hacia una señal que marcaba la salida de emergencia. No sé cuanto tiempo fue, y casi no recuerdo ni el recorrido, solo que me metí en un coche pegada a Fran y a la tía Cari. Si fuésemos un sándwich, ellos serían el pan y yo el relleno. Creo que Fran lo hizo a propósito para no quedar cerca de ella. Y le entendía, en cualquier momento el alcohol volvería a tomar el control de ella y regresaría al ataque. Y estábamos en un lugar cerrado, pequeño, y él seguía sin llevar ropa.
Apenas unos segundos después de ponernos en marcha, Bianca, que estaba en el asiento delantero junto al conductor, se giró hacia nosotros para preguntarle a su hermano.
—¿Se puede saber como has acabado vestido de troglodita en un espectáculo de estriptis? —Fran se recolocó mejor a mi izquierda.
—Pues estábamos tomando unas cervezas en la sala de billar de Phill, cuando la conversación se fue por caminos muy raros. Que si iríais a un local de estriptis de hombres, que nosotros tenemos mejor cuerpo que algunos de ellos, que no hay que ser un bailarín excepcional para poner a mil a mujeres ya recalentadas… Hugo dijo que no había huevos…Una cosa llevó a la otra, y acabamos buscando un traje que luciera pectorales y ocultara la cara para que no nos reconocierais. —Hombres cuando se juntan y se emborrachan solo saber hacer tonterías.
—Seguro que Mack os sopló el local donde estábamos. Y no quiero saber cómo habéis sobornado al encargado para colaros en el show. —Fran sonrió prepotente.
—Un hombre no traiciona a sus hermanos. —Estaba por decirle un par de cosas sobre eso, cuando la mano de la tía cari voló hacia su pierna para rebuscar debajo de la falda de paja.
—¿Y qué lleváis aquí debajo? — Fran saltó como un gato para alejarse de ese peligro.
—Ernesto, ¿podrías dejarme el primero en casa? —Creo que vi la sonrisa divertida de nuestro chofer al otro lado del espejo.
—Por supuesto.
—Mmmm, Ernesto—la tía Cari arrastró las erres cuando dijo su nombre—, ¿también vas a llevarme a mí a casa? —Madre mía, podía oler el peligro que emanaba de ella.
—Si, señora. —El hombre lo dijo todo profesional.
—Bien. A mí puedes dejarme para el final. Dejemos primero a los niños en su casita. —¡Mierda!, la tía disparaba con balas de cañón. Y el tal Ernesto cogió la indirecta, porque sus pupilas se dilataron más de lo normal.
—Sí, señora. —Acababa de hacerla feliz, muy feliz, a Cari. ¡Pero si tenía como diez años menos que ella! Mejor que me dejaran antes en casa, yo no quería ser partícipe de nada de esto.
—No seas así, Gabi. La edad no influye. —Me susurró al oído Fran.
—¿Cómo que no? —siseé hacia él.
—Si son libres y lo desean, nadie tiene que juzgarles. Ni siquiera tú. —Su rostro estaba serio, seguro. Era como si llevase ese traje de abogado estirado puesto, y no fuese medio desnudo con el cuerpo pintado con tatuajes falsos. Sí, esa era otra, sus tatuajes tribales se habían emborronado en algunas partes.
—Se te están cayendo los tatuajes. —No necesitaba que ningún niñato fuese a darme precisamente a mí lecciones de falsa moralidad. Yo más que ninguna otra de la familia era un espíritu libre con respecto a eso. Mi abuela Carmen fue madre soltera y tuvo una familia perfectamente funcional. Así que la única manera de hacerle callar era atacándole.
—Ya han cumplido su misión. Pero si te molestan, siempre puedes frotarme la espalda en la ducha para borrarlos del todo allí donde no llego. —Aquel brillo en su mirada traviesa me decía que estaba jugando conmigo. Era un chico malo, siempre lo había sido. Pero yo sabía como jugar a eso, le había visto crecer.
—Sigue soñando con eso, abogado. —él me devolvió la sonrisa. Ambos sabíamos que ese juego verbal no iba a ir a ninguna parte.
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