No volví a abandonar el autobús. En la siguiente parada me quedé en mi asiento, durmiendo o fingiendo que lo hacía. Sabía que mis dos admiradoras cuchicheaban sobre mí, incluso escuché sus intenciones de entablar conversación conmigo, pero yo no quería eso, como dije, no quería ser su héroe.
Podían llamarme raro, podían llamarme cubito de hielo, pero que un chico de 19 no quiera flirtear con dos mujeres jóvenes y hermosas no significaba que no me gustaran, sino que no podía establecer un vínculo con ellas, y mucho menos afectivo. Primero porque en mi hoja de ruta no había sitio para una relación con una chica, y mucho menos para las complicaciones que eso traía. Estar atrapado por una mujer, amar a alguien, era lo único que no podía permitirme, y mucho menos que se supiera. Eso era una debilidad. Si el enemigo sabe que amas a otra persona, hará lo que sea por dañarte, y si a ti no puede alcanzarle, a esa persona sí.
Me había dolido como un hierro ardiente clavado en el pecho cada vez que había perdido a alguien a quién amaba, y eso había creado una costra protectora alrededor de mi corazón que impedía que me encariñara con nada ni nadie, salvo… Ella era el otro motivo por el que no podría existir ninguna otra.
Nunca perdí mi norte, siempre supe cual era mi objetivo, y el tiempo y la adversidad nunca pudieron sacarme del camino, así que no puedo decir que ella me sostuviera. Pero sí que me estaba convirtiendo en un ser al que no le importaban los sentimientos del resto de las personas, el dolor o sufrimiento que mis acciones les provocasen. Solo importaba yo, era un egoísta que solo pensaba en lo que podía conseguir de los demás. No es que fuese a lastimar a un inocente, pero si la necesidad lo requería, no vacilaría entre ellos o yo, y eso me estaba convirtiendo poco a poco en un monstruo como los que quería cazar. Hasta que tropecé con ella…
Todavía recuerdo como sucedió todo aquel día. Sabía que me venían pisando los talones, solo unos segundos de ventaja, y volverían a dar conmigo. Tenía que despistarlos, pero las opciones se acababan. Torcí a la izquierda en el primer callejón de servicio que encontré, y aminoré la carrera para fijarme mejor en lo que me rodeaba. Una puerta entre abierta con luz al otro lado. No lo pensé dos veces y me metí allí dentro. Cerré la puerta a mis espaldas y volví la vista hacia el interior. Unos ojos azules sorprendidos y asustados me observaban desde el otro lado de una mesa de madera con muchos surcos en ella. El olor a sangre, los cuchillos ordenadamente expuestos en la pared… estaba en una carnicería, o mejor dicho, en la trastienda de una carnicería. Llevé el dedo índice a mis labios para que callara, porque no quería que sus gritos alertaran a mis perseguidores.
—Sssssshhh, no voy a hacerte daño. –Intenté parecer lo más conciliador e inofensivo posible, pero era difícil cuando tenía los puños rojos y pelados por haberme liado a golpes con aquellos desgraciados, y además llevaba algo de sangre cayendo por la comisura de la boca. Notaba el sabor metálico en mi lengua, sentía el pinchazo en la carne que mis dientes habían dañado en la parte interna de mi mejilla. Y eso no era todo, pero alguno de ellos acabó peor que yo, y eso me hacía sentirme orgulloso. Solo había cometido el error de no comprobar si sus amigos estaban cerca. No volvería a ocurrir.
Los pasos de aquellos energúmenos llegaron al callejón, y en previsión de que me sorprendieran, busque con la vista un lugar donde esconderme. Había un hueco bajo una pileta con restos de huesos descarnados. Un saco de arpillera sucio y maltrecho tirado en el suelo. No necesité más, corría hacia allí, y me estaba cubriendo con él cuando sentí la puerta abrirse con violencia.
—¿Dónde está? – Reconocí esa voz autoritaria y exigente del unicejo. Se notaba que le faltaba el aire por la carrera, pero es que el tipo no estaba acostumbrado a perseguir a un chico de 15 con mucha más energía y resistencia que él. Se estaba haciendo viejo para correr detrás de sus presas. Tampoco es que antes lo hiciera, es lo que ocurre con los pistoleros, solo se preocupan de tener su arma a punto y a su víctima a tiro.
Lo que menos esperaban es que un adolescente los atacara en un club abarrotado de gente. Ese era el peligro de los reservados, la gente no podía ver lo que hacías dentro, y la música fuerte enmascaraba los gritos de auxilio. Antes de que llegara la prostituta que había solicitado, aparecí en aquel reservado, llevando conmigo una bandeja que me había apropiado en la barra, y un paño con el que me dispuse a hacer que limpiaba la mesa de las copas.
—Lárgate chico, espero visita. – Agaché la cabeza
—Sí, señor. – Pero en vez de retirarme, me lancé a por él. La bandeja voló hacia su garganta cortándole el aire. Su mano fue rápida en instintivamente hacia el arma bajo su axila, pero antes de que me apuntar con ella, ya estaba a su costado, inmovilizando su brazo extendido al frente, para que no pudiese apuntarme con ella. Mi puño libre voló hacia su cara, golpeándola un par de veces. El tipo se aturdió un poco, pero no soltó el agarre de su arma, aunque yo traté de hacer que esta cayera de su mano. No podía permitirme dejar aquella mano libre, porque entonces era hombre muerto.
El factor sorpresa era mi ventaja, como lo era la navaja que llevaba en mi bolsillo, pero no tuve tiempo de usarla, y mi fuerza no podía compararse con la suya. Pero sí era rápido y sabía improvisar en una pelea mejor que nadie. Alcé mi rodilla para golpear su estómago con fuerza, de la misma manera que había visto hacer en más de una ocasión a los luchadores que entrenaba Nikolay. El tipo se dobló como una hoja, yo aproveché para golpear la articulación de la muñeca, consiguiendo que soltara el arma.
Mientras él se preocupó en recuperar el aire y el arma, yo estiré su brazo para poner la mano sobre la mesa. Dos segundos me llevó sacar mi navaja, abrirla y clavársela hasta el fondo en su mano. Traspasé la carne, rasgué tendones, y estaba a punto de sacarla y asestarle otra puñalada más en otra parte de su cuerpo más vital, cuando escuché el gripo de una mujer en la puerta del reservado. La prostituta había llegado, y con aquel grito pronto lo harían los amigos de cara de perro.
Tenía que salir de allí antes de verme acorralado. La puerta no era una alternativa, pero sí que lo eran las cortinas que lo separaban del resto del club. Una barandilla de metal, un desnivel de 3 metros, y mis pies aterrizaron en mitad de la pista central donde se agolpaba la mayoría de la gente. Ahí empezó una carrera llega de obstáculos, un par de tipos en mi camino, el tipo de la puerta, pero conseguía alcanzar la calle. Correr era mi única opción, y eso hice por varios cientos de metros, pero mis opciones se acababan, sobre todo porque sabía que había algún coche que pronto se uniría a la persecución. Meterme en aquella trastienda podía ser mi única alternativa, así que la tomé.
—El dueño no está aquí. – Respondió ella.
—El chico, busco al chico que ha entrado hace un momento. – Pude ver sus piernas adentrándose en la habitación por un agujero en la tela raída.
—¿Tengo yo pintas de chico? – Entonces la voz del unicejo cambió.
—No, no la tienes. – Estaba claro que la había metido en un buen lío a la pobre chica, tendría que salir de allí y atraerle de nuevo a la persecución, y quizás asó lograría que la dejara en paz.
—Pero tampoco estoy sola, estos y yo somos buenos amigos, y te haremos cachitos si das un paso más. – Las piernas del unicejo se detuvieron en seco. Pude ver algo que brillaba en las manos de la chica, nada que ver con la escoba que antes estaba en sus manos.
—Tranquila preciosa, ya me voy. – El tipo reculó y salió por la puerta. Escuché el portazo al cerrarse, un golpe de metal contra el suelo, y ya estaba saliendo de mi escondite cuando escuché la cadena del cerrojo siendo puesta. En la mano ella llevaba un enorme cuchillo de carnicero, y el que estaba en el suelo no era mucho más pequeño. De alguna manera eso me hizo sentirme orgulloso, aquella pequeña mujer tenía agallas y sabía cómo defenderse.
—Gracias. – Lo que no esperaba fue que la enorme hoja que estaba en su mano se extendiera de forma amenazante hacia mi cuello.
—No sé los problemas que tengas con ellos, pero no puedes traerlos a mi trabajo. ¿Entendido? – Tragué saliva antes de contestar.
—Lo siento, no volverá a ocurrir. – Ella sostuvo la punta del cuchillo apuntándome un par de minutos más, hasta que decidió que era suficiente. No quería lanzarme sobre ella y desarmarla, aunque sabía que podía hacerlo con facilidad. Necesitaba quedarme allí un rato más, y para ello necesitaba de su colaboración.
—Más te vale. – Recogió el cuchillo del suelo, colocó el otro en su lugar, y se dispuso a limpiar el que había tocado el suelo.
—Me iré enseguida, no quiero causarte más problemas.
—Ya que tienes que quedarte un rato aquí hasta que los de ahí afuera se tranquilicen, será mejor que vengas a lavarte esa sangre. – Señaló con la mirada mis puños. Yo asentí y me acerqué al grifo que ella estaba usando. Con cuidado, ella dejó el cuchillo en un escurridor, y empezó a retirar la sangre de mis manos.
—Me llamo Yuri. – No sé porque le dije mi nombre, a ella seguramente le daría igual cómo me llamaba. Además, no era probable que volviésemos a vernos.
—Mirna.
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