—Así que tu plan es que convoque al agua para que regrese a este lugar. – estábamos de nuevo en la sala, parados frente a un gran ventanal, admirando el árido paisaje del otro lado, protegidos por la sombra y la tecnología de las duras condiciones atmosféricas del exterior.
—Correcto. –
—Aunque quisiera ayudarte, no podría. – él se giró para apartar la vista del desierto y posar sus ojos sobre mí.
—Eres la única que tiene el suficiente poder para hacerlo. –
—Agradezco tu confianza en mis capacidades, pero el caso es que el poder no es la cuestión, si no el saber. – su ceño se frunció confundido.
—¿Qué quieres decir? –
—Reencarnación, ¿recuerdas? Mis poderes han sido transferidos a un nuevo cuerpo, y aparte de que todavía estoy familiarizándome con ellos, eso que me pides no recuerdo haberlo hecho antes. – sus ojos parecían buscar la mentira en mis palabras, pero si bien no eran totalmente ciertas, tampoco era totalmente mentira. El manejo de mi don era algo nuevo, y no había ni empezado a trabajar con todos mis recuerdos, con todo lo que había aprendido durante mi vida. Además, lo que sabía ahora, abría un número de puertas que antes ni siquiera sabía que existían. Pero estaba claro, que Jabah tenía un conocimiento del uso de la magia que era muy superior al mío.
—Un diamante en bruto. – sonrió feliz. Sí, y él quería ser el que lo tallase, eso podía verlo claro.
—Supongo. Eres tú el que ve el diamante, yo solo veo una circonita. –
—Realmente no sabes el poder que tienes. – empezó a caminar hacia el centro de la sala.
—¿Y tú lo sabes? – sus manos empezaron a dibujar una enorme circunferencia en el aire.
—Tu aura es… puro brillo, casi cegador. ¿Cómo crees que pude verte a tanta distancia?, eres como la luna llena en una noche estrellada. Imposible no verte. –
—¿Y el brillo determina el poder de un brujo o mago? –
—Ah, pequeña. La intensidad del brillo indica que hay una gran cantidad de magia en tu interior, el color señala a tu elemento. –
—Eso último creo que ya lo sabía. – no iba a darle todo el mérito a él.
—¿Tus padres no…?, Ah, perdona, casi lo olvidaba, tus progenitores en esta vida no tienen ningún don. –
—No, nada de nada. – quizás así se daría cuenta de que ellos no eran alguien a tener en cuenta. Porque, digo yo, si tenía retenido a Arsen, alguien importante en mi pasado, en vez de alguien importante de mi presente, eso quería decir que se centraba en la ninfa del pasado, no en la Viky del presente.
—¿Y los de tu anterior vida?, ¿no te adiestraron en el uso de la magia? ¿No te mostraron los misterios del poder de los elementos? –
—Tenía pocos años cuando mi padre murió, y mi madre fue mi única compañía hasta que se fue cuando tenía 17. – él pareció sopesar aquella información. Procuraba no mentirle, porque él decía que un mago podía llegar a detectar la mentira, y no quería arriesgarme a ello, porque quería ganarme su confianza.
—Una infancia difícil. – deslicé mi vista por la habitación.
—La tuya fue mejor. – una pequeña sonrisa de orgullo sobresalió en su rostro.
—Sí, fue buena. – empezó a caminar rápidamente hacia la salida. – Ven conmigo. Si lo que dices es cierto, tendrás que adiestrarte. –
—¿Vas a enseñarme a usar la magia? –
—Un mago de fuego no es el más indicado para adiestrar a un mago de agua. Nuestros elementos son incompatibles. – Eso si lo sabía, uno anulaba al otro, o, mejor dicho, uno podía destruir al otro. Y supongo, que, en un adiestramiento, ambos elementos debían converger para que el aprendiz pudiese asimilar las enseñanzas del maestro. –
—Vas a buscar un mago de otro elemento. – deduje. Él se giró hacia mí, y sonrió.
—Yo mismo adiestré a Sahira, no te preocupes, te enseñará bien. Yo te adoctrinaré con los conocimientos que debes poseer, y con ella realizarás todos los ejercicios que sean precisos. – estaba a punto de decirle eso de “Sí, sensei”, pero me contuve. Jabah no parecía del tipo de hombre que le agradara mi sentido del humor tan peculiar, no era como Evan. Evan. Sentí una pequeña punzada en el pecho ante su recuerdo.
Caminamos a paso rápido por los pasillos, hasta llegar a una zona menos…llamémosla elegante. ¿Aquello quería decir que yo estaba en un rango superior?, ¿Qué las atenciones que me dispensaba Jabah estaban en consecuencia con la importancia que tenía yo para él, para su causa?
Jabah golpeó un par de veces una puerta de madera, y acto seguido entró en la habitación. La mujer que recordaba de la pirámide estaba al otro lado poniéndose en pie.
—Mi señor. – inclinó la cabeza en señal de respeto.
—Sahira, necesito que adiestres a nuestra invitada. – aquella petición pilló por sorpresa a la muchacha. Su rostro me decía que no tendría más de 24 años.
—¿No es ella la gran ninfa, mi señor? – ¿Había algo de recochineo en sus palabras?, algo de eso había notado.
—No la subestimes, Sahira. – dijo muy serio Jabah. Parecía como si aquella manera de responder, aquella sutil punzada le hubiese sido dado a él directamente. Me estaba defendiendo. – Tiene el poder, tan solo necesita un poco de ayuda para desarrollar todo su potencial. – noté en su forma de decirlo, que era como una especie de advertencia. Algo así como “ten cuidado con lo que haces, porque si se cabrea, puede hacerte morder el polvo”, más o menos.
—Sí, mi señor. Me sentiría alagada de ser su guía. – aquello le pareció más adecuado a Jabah, porque pareció complacido.
—Bien. Mañana irás a recogerla a sus aposentos, y podéis practicar en los jardines inferiores. – ella asintió con la cabeza.
—Por supuesto, mi señor. –
—Bien. Ahora empecemos con tu adoctrinamiento. – Jabah me señaló la puerta de salida, y yo abandoné la estancia. Me guio por pasillos diferentes, hasta alcanzar un ala del palacio alejada de la de la anterior. Estaba claro que aquel lugar era enorme, y un laberinto en sí mismo. Se detuvo frente a una enorme puerta de madera dedos hojas, con unos grabados exquisitos, de esos que tus dedos pican por tocarlos. – Bienvenida a la biblioteca. – abrió las puertas con una teatralidad exagerada, pero no me reí. Mi boca estaba demasiado abierta, extasiada por el increíble despliegue de belleza, lujo y derroche extravagante. Estanterías de madera, escaleras labradas con delicadeza y robustez, un escritorio de lectura enorme y suntuoso, un enorme ventanal que dejaba pasar un raudal de luz natural, y lo más impresionante de todo, decenas, cientos, puede que más de mil libros de todo tipo de color, y encuadernación. Desde rústicos acabados, hasta volúmenes finamente decorados con filigranas de oro.
—¡Vaya! – conseguí decir. Jabah deslizó los dedos con reverencia por una hilera de volúmenes.
—Desde que la familia fue consciente de su don, se ha escrito, se ha estudiado y se han guardado sus descubrimientos para preservarlos para el futuro, para los herederos del fuego. – giré mi rostro hacia él para prestarle atención, porque sabía, que iba a narrarme su historia, la historia de su pueblo, de su legado. Y tenía que aprenderlo todo, porque para saber cómo era ese hombre, cuáles eran sus puntos fuertes y cuales los débiles, primero tenía que saber de dónde venía.
—¿Herederos del fuego? – le gustó que hiciese esa pregunta.
—Mis ancestros vivieron en estas tierras desde tiempos inmemorables. Crecieron cuando la tierra era fértil y rica, y sobrevivieron cuando el desierto devoró todo lo que nos daba vida. Pero el desierto, el calor, el sol, todo ello nos fortalecía, porque era nuestro elemento. Por eso permanecimos aquí, por eso nos hicimos fuertes en vez de sucumbir. Aprendimos, crecimos, luchamos y vencimos. Esperamos el momento en que los tiempos del hombre avanzaran lo suficiente como para volver a ser los más fuertes. Cuando el petróleo se convirtió en la piedra angular que mueve este mundo, nosotros vimos nuestra oportunidad de regresar al lugar que nos correspondía, a la cabeza de este mundo. Lo único que necesitábamos era encontrar más oro negro, más dinero que llevar a nuestras arcas, más poder. Nos servimos de magos de la tierra antaño para conseguir alimento, para hacer florecer nuestros cultivos, aunque sin agua era poco lo que podían hacer. Pero cuando llegó la era del petróleo, los magos de tierra se convirtieron en los mejores buscadores de oro negro. ¿Sabías que pueden detectar una bolsa de crudo a cientos de metros de profundidad, incluso kilómetros? Todo depende del tamaño de la bolsa. –
—Así es como hicisteis vuestra fortuna. – a costa de otros, explotando los dones de otros magos, pensé.
—El petróleo nos dio riquezas, y con ellas le devolvimos a los nuestros lo que el desierto les había arrebatado. – sí, precioso, pero seguía sin convencerme.
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