No sé si era que mi cabeza estaba colapsada por tantas preguntas a la vez, si el tipo estaba volviéndome loca con sus delirios, o si era porque el calor del desierto me estaba pasando factura. Bueno, lo último no podía ser, porque allí dentro, pese a que en el exterior debía hacer un calor abrasador, corría una agradable brisa, quizás resultado de unos buenos y caros climatizadores. Así que tenía que ser una de las dos primeras cosas, o quizás una combinación de ambas. Intenté darle sentido a aquella idea absurda, pero era complicado.
—¿Y cómo pretendes que traiga el agua hasta el desierto? – creo que soné un poco ¿desquiciada? Pero Jabah no se alteró por ello, solo sonrió levemente.
—Esta región albergó una esplendorosa ciudad, una gran población de gente que se alimentaba de pozos de agua fresca y de los frutos que cultivaban ellos mismos. Más de 3.000 años de historia que se apagaron en el siglo siete de esta era. Las aguas que captaban de la capa freática eran abundantes, lo suficiente para dar vida a algo más que un minúsculo oasis como el de Al Madam. De no ser por la barrera rocosa de que lo protege del desierto, Al Madam habría desaparecido hacía tiempo. –
—Si tanto poder y dinero tiene tu familia, ¿por qué no os construís un viaducto y traéis el agua de otra parte? –
—Ya traemos el agua potable de otra parte, pero no es suficiente para devolverle el esplendor al País de Magán. Necesito más, necesito recuperar lo que había antes, necesito tu magia para llamar al agua. – Espera, espera.
—¿Llamar al agua? ¿De qué estás hablando? – a ver, que yo puedo trabajar con la energía del agua, servirme de su poder, canalizarlo. Uso lo que está a mi alrededor, lo que me rodea, lo que existe en mi entorno. Y este tipo decía que tenía que llamar al agua para que viniese a mí. Este tío se había fumado una plantación entera de hachís.
—Un mago poderoso puede convocar a su elemento, llamarlo para que llegue a él y así poder utilizarlo. Tú eres una ninfa del agua, ¿verdad?, eres poderosa porque has manipulado el agua hasta crear la fuente milagrosa, la fuente de la eterna juventud. – no podía negar lo que era verdad, aunque no era la fuente la que daba la juventud, sino yo. Pero esa información la guardaría para mí. Ahora bien, si él poseía esos datos sobre mí, es que había estado buscando a la ninfa cuando… ¡ah, porras!, él, ellos, eran los que habían atacado a los hombres de Schullz cuando estábamos saliendo de Francia. Ellos eran los otros. Creo que mi cara de sorpresa lo decía todo sobre lo que estaba pensando. – ¿Sientes curiosidad por saber cómo sé tantas cosas de ti? –
—Pues la verdad, sí. – ¿para qué negarlo? Los únicos que sabían de la fuente, y que seguían vivos, al menos que yo supiera, eran Evan y los chicos. Al menos eran los que me habían hecho todo lo posible por recuperarme. ¿Eso quería decir que había conocido a alguno de los otros miembros de mi antigua familia? Solo los que vivieron junto a mí, y bebieron de mis aguas sabían de su poder rejuvenecedor. ¿O tal vez fue alguno de los soldados alemanes que llegaron con la expedición de Argus? Ya no sabía quién podría haber sido.
—Bien. Entonces acompáñame. – Me puse en pie, ya bastante recuperada, y empecé a caminar al lado de Jabah. Noté como un par de tipos armados nos seguían. Sí, mucho alarde de lujo y reminiscencias árabes, pero aquellos tipos vestían un uniforme militar de camuflaje, como el que llevaban las tropas americanas en la guerra del Golfo Pérsico. Y aquellas botas…sus pies debían de estar maldiciendo en siete idiomas diferentes.
Caminamos pausadamente entre pasillos, hasta que llegamos a unas escaleras que ascendían. Durante todo el trayecto, Jabah me iba explicando la procedencia e historia del palacio, y de los objetos y obras de arte que quedaban a nuestro paso. Sí, un buen anfitrión, salvo por el hecho de que, en vez de una buena jarra de agua, me estaba inflando a datos como lo haría el guía de un museo.
—Hemos llegado. – nos detuvimos frente a una grande y robusta puerta de madera, custodiada por un soldado o guardia. Jabah asintió con la cabeza, y el hombre procedió a abrirla. Era toda la estampa propia de una mazmorra o calabozo, solo que, en vez de estar en la parte más profunda, lúgubre y húmeda de la construcción, estaba en la parte más alta de la torre, donde, como pude percibir, hacía un calor de mil demonios. La cámara tenía techos muy altos, y en la parte más alta de las paredes, había un par de enormes ventanales por los que entraba una gran cantidad de luz solar. Gracias a eso, pude ver con claridad a la persona que estaba encadenada en la parte más alejada de la puerta. ¿Recuerdan esas imágenes de las películas, donde tienen anclado a un pobre hombre a la pared con gruesas y pesadas cadenas?, ropas sucias y harapientas, pelo y barba tan largos y sucios que parecen un… un… no me viene la palabra, pero realmente daba lástima. – Te traigo una visita. –
El pobre hombre, estaba sentado contra la pared, sus muñecas reposando en sus rodillas, con una postura más bien indolente, casi desafiante, aunque estaba claro que era el que había perdido aquella guerra, pero era como si quisiera demostrar que su orgullo y espíritu estaba intacto.
—¿Otra bruja para torturarme? No tengo más que decirte. – una carcajada cínica y cansada intentó salir de su garganta reseca. Parecía como si hubiese asumido que era el juguete de Jabah, y aunque no estaba conforme, había decidido dejar que lo hiciera porque sabía que resistirse era peor. Parecía indolente, hasta que sus cansados ojos grises se fijaron en mí. Creo que su ceño se arrugó, no sabría decirlo con tanta suciedad en su cara. Pero era… como si encontrase algo familiar en mí. – ¿De dónde la has sacado a esta? –
—Es normal que no la reconozcas, sobre todo porque tú la conociste en su otra vida. – una especie de brillo de esperanza cruzó sus ojos, pero intentó que nadie lo notara, o tal vez es que una cosa era lo que deseaba creer, y otra muy distinta los juegos a los que Jabah le había sometido hasta ahora.
—¿Intentas decirme que ella es la reencarnación de mi ninfa? – sonaba como divertido por el nuevo intento de engaño o juego de su carcelero. Mi ninfa… esas palabras no las diría un soldado alemán, esas palabras solo las diría…
—Os dejaré solos unos minutos. – Jabah salió de la habitación, y la puerta se cerró ras él, cerrojo incluido. Pero llevaba consigo esa maldita sonrisa suya de “he ganado”.
—¿Cómo te llamas? – preguntó cansado el hombre.
—Victoria, aunque puedes llamarme Viky. – caminé algunos pasos más hasta arrodillarme cerca de él. La enfermera que llevaba dentro ya estaba buscando algo con lo que curar las yagas que las cadenas habían creado en sus muñecas. Aquellas heridas solo se conseguían con años de constante abrasión. Su piel tenía varias cicatrices, que la mugre no conseguía esconder.
—¿Y tú?, ¿cómo te llamas? – podía intentar reconocerle, mis recuerdos debían de buscar alguna similitud con alguien de mi pasado, pero, fuese quién fuese, seguro que su aspecto no tenía nada que ver con el de mis recuerdos. Incluso su voz parecía como desgastada por el clima árido de la zona.
—Si eres quién él dice, bien podrías decírmelo tú. – me dijo desafiante. Y aquello me hizo recordar a alguien, aquella chulería innata, aquel desafío…
—¿Arsen? – sus grisáceos ojos se abrieron sobremanera, pero enseguida intentó dejar la sorpresa a un lado. Seguro que estaba pensando que Jabah había dado una vuelta más a su juego.
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