Paula
No sé por qué esperaba que la casa fuese más grande. Bueno, sí. Al ser de familia rica, pensé que la nueva casa de su madre sería más… ¿ostentosa es la palabra? Pues lo que me encontré era una casa no solo de un barrio de clase media, sino que realmente necesitaba una reforma como la que estaban haciendo en aquel momento en ella. El edificio tenía más años que yo, y por los viejos muebles de cocina que vi en el contenedor en la calle, hacía tiempo que no los habían renovado. Creo que incluso debían de ser los que llegaron con la casa.
Moverme entre los operarios me hizo sentirme un poco incómoda, más que nada porque tenía la impresión de que solo había ido a estorbar. Jordan realmente estaba metido en faena, y no era un hobby, sino algo muy serio. Por el aspecto de su ropa, él había estado metido de lleno en todo el trabajo manual.
Nunca me ha gustado interrumpir a la gente que está trabajando, porque lo que para mí es un capricho, sé que para ellos es un trastorno. Lo sé porque yo he estado al otro lado. Pero cuando vi a todos aquellos hombres haciendo cola para que les diera su vaso de café y su galleta, supe que, al igual que nos pasa a los proletarios en más de una ocasión, necesitaban una pequeña parada.
—¿No quedan más de esas galletas? —Lloriqueó uno de los hombres al revisar el interior de la caja.
—Lo siento, no sabía que erais tantos. —me disculpé.
—Se acabó. —Jordan dio una palmada al aire mientras se ponía en pie. —Todos de vuelta al trabajo. Tenemos que dejar todo terminado antes de que se vaya la luz natural.
—A mí no me mires, yo ya he terminado de pintar la habitación principal. —Jordan frunció el ceño.
—Entonces ve recogiendo los cubos y los rodillos. Hay que despejar todo esto de trastos para que pueda colgar la lámpara. Hay que comprobar que todo el alumbrado está bien antes de que Ramiro se vaya. —Miró hacia un hombre sentado sobre un enorme cubo de pintura tres pasos detrás de mí.
—¡Eh!, la instalación está perfecta. —protestó.
—Eso te lo diré cuando probemos todas las bombillas. —Le señaló Jordan con el dedo al decirlo.
—Listo, tienes agua caliente. —Anunció el recién llegado que iba secándose las manos con un trapo viejo. —¿Me guardaste lo mío? —Señaló con la mirada la caja vacía de las galletas.
—Aquí lo tienes. —Jordan le tendió la galleta que tenía junto a él, y que me había dado que no había probado. Abrió el termo y echó lo que quedaba de café en un vaso de plástico para ofrecérselo al recién llegado.
—¡Eh! —Protestó el goloso que quería otra galleta y no la consiguió. Pero Jordan lo puso en su sitio con una sola mirada.
—¿No ibas a comerte la galleta de Novac, verdad? —El goloso miró al tal Novac y reculó. Normal, era un armario de tres puertas con unas manos enormes. Cualquiera le quitaba su comida.
—El próximo día tienes que traer más. —me sugirió el goloso.
—¿Las haces con chocolate? —preguntó Carlos. De todos los nombres, era con uno de los que me había quedado, seguro que era porque fue el primero que me presentaron.
Me hizo sonreír el cambio que había surgido en ellos en tan poco tiempo. Al principio me miraban con recelo, curiosidad, hasta que vieron las galletas y el café, y todo quedó a un lado para venir a conseguir su parte. Habían charlado conmigo como si nos conociéramos de toda la vida.
—¿Ya habéis terminado? —Una mujer mayor, de unos 60, acababa de aparecer junto a nosotros, haciendo de Jordan se adentrase a la mitad de la sala si un hierro al rojo se clavase en su trasero.
—La jefa ha regresado, toto el mundo a lo suyo. —Incluso Novac, que estaba metiendo la galleta en su boa, se esfumó por uno de los pasillos sin protestar.
Como si la orden también se extendiese a mí, empecé a recoger con celeridad mis cosas para llevármelas lo antes posible. Cuando estuvo todo en mi bolsa, me topé con la mirada curiosa de la mujer.
—Mamá, esta es Paula. Paula, ella es mi madre. —Menuda encerrona. Pero no me amilané, esbocé mi sonrisa más profesional, esa que les das a los invitados que van llegando al Chatêau, y le tendí mi mano.
—Encantada de conocerla, señora Williams. —sus ojos se desviaron ligeramente hacia su hijo mientras me estrechaba la mano con educación.
—Puedes llamarme Nancy, querida. —Había algo en la forma de mirarnos a Jordan y a mí que me puso nerviosa.
—Yo… Será mejor que me vaya. Ya he entretenido más de la cuenta a los obreros.
—Tonterías. Es más, me vienes estupendamente. —Me tomó del brazo como si fuésemos amigas del alma. —Necesito un poco de visión femenina que me apoye. —Con delicadeza empezó a guiarme hacia el pasillo, donde sabía que estaba la habitación principal.
—Eh…. Claro. —Miré hacia atrás buscando el apoyo de Jordan, para encontrarlo con los ojos muy abiertos, puede que algo sonrojado e incómodo.
—Verás, mi hijo se ha empeñado en poner una de esas camas con un cabecero enorme. Pero yo le he dicho, que a mi edad, es mejor pensar en poner una de esas camas que se pueden articular, como las que hay en los hospitales. —escuché un bufido a nuestra espalda.
—No necesitas una cama de esas, mamá. Todavía eres muy joven. —Nancy se giró hacia su hijo en medio de la habitación.
—No voy a hacerme más joven, cariño. Hay que pensar en el futuro. —Genial, una disputa familiar en la que no quería meterme. Pero ya que estaba aquí, no podía escapar.
—¿Y por qué no se queda en el punto medio? —ambos me miraron esperando a que me explicase. —Quiero decir, que todavía no la necesita, así que puede tener una cama preciosa y moderna, pero que en un futuro pueda modificarse para albergar un somier articulado. —Nancy sonrió como el gato que se comió al canario.
—Me gusta como piensa esta chica, cariño. No la dejes escapar. —Y luego, la muy ladina me guiñó un ojo. ¿Qué acababa de ocurrir ahí? Por el tono sonrojado de Jordan creo que acababa de caer en una treta de su madre. ¿Le habría hablado de mí?
—Está bien, buscaré nuevas opciones y te las mostraré para que elijas la que más te gusta. —Puso los ojos en blanco y escapó de la habitación como si se hubiese declarado un incendio en ella. Estaba tentada a hacer lo mismo, pero Nancy me tenía bien sujeta por el brazo, no tenía escapatoria. Cuando volvía mirarla, encontré una sonrisa cómplice en su cara.
—Sabía que algo me escondía, pero no sospeché que eras tú hasta que he visto su cara en la cocina. —Su sonrisa creció como si acabase de descubrir la combinación ganadora de la lotería.
—No, él y yo no…No estamos saliendo… Es solo…
—¿Y por qué no? ¿Acaso mi hijo todavía no te lo ha pedido? —Sus cejas se fruncieron, seguro que pensaba que no se había equivocado, pero que había algo más que se le escapaba.
—Es… complicado.
—Te gusta, sino no habrías venido hasta aquí. Y a él le gustas, sino no se habría puesto colorado como un tomate hace un momento. ¿Cuál es el problema entonces? —¿Cómo explicárselo a su madre? Sobre todo si no tenía que decirle lo que había ocurrido.
—Digamos que nos conocimos de mala manera. —Sus ojos se abrieron asustados.
—¿Tuvisteis un accidente o algo así? —dijo angustiada.
—No, no, que va, solo… —A ver cómo sales de esta, Paula.
—Déjala tranquila, mamá. O no querrá volver a quedar conmigo. —Jordan al rescate.
—Eso será culpa tuya. No se puede traer a una chica a una obra para tener una cita. ¿Porqué no la llevas a cenar? —Jordan me miró con una pequeña sonrisa.
—Es una buena idea. Conozco una heladería en el paseo marítimo que hace unos helados estupendos. —Me miró esperanzado. ¿Lo estaba diciendo en serio?
—Entones no hay más que hablar. Saca de aquí a toda esta gente. —Empezó a empujarla para que saliera de la habitación.
—Pero mamá…No hemos terminado. —Protestó Jordan mientras dejaba que su madre se saliera con la suya.
—No me importa si la obra se retrasa otro fin de semana. Has trabajado mucho últimamente, mereces un par de horas libres. —Finalmente se dio la vuelta, se encogió de hombros y alzó los brazos al cielo rindiéndose.
—Ya habéis oído a la jefa, chicos. Recoged todo, por hoy hemos terminado. —El patrón exigente e impaciente había desaparecido, para ser sustituido por el joven sonriente que deseaba escapar de allí.
—¿Pero no eras tú el que quería terminar todo hoy? —Le recordó Carlos. Antes de contestarle, Jordan me miró directamente con una sonrisa esperanzada en la cara.
—Eso era antes de tener una cita. —Le sonreí, porque de alguna manera, aquella encerrona no me disgustó. Así que asentí. Teníamos una cita.
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