Jordan
Estaba molido, pero sabía que no podía pararme precisamente en ese momento. Solo una pausa para recuperar fuerzas y volvería al trabajo de nuevo. La instalación eléctrica, la fontanería, y la calefacción ya estaba hecho. Las paredes levantadas, y el mobiliario sanitario listo para colocarse en su lugar. El alicatado estaba ya en proceso, y esperaba a que terminase para colocar la mampara de la ducha y el inodoro. Si el plan de trabajo seguía la pauta que había establecido, el suelo se pondría esta tarde, y tendría toda la noche para secar y asentarse.
—¿Te has pensado lo que te comenté el lunes? —Carlos se sentó a mi lado con un burrito tamaño familiar envuelto en papel de aluminio. Antes me habría preguntado dónde metía ese hombre todo eso. Ahora estaba tentado a pedirle que me consiguiese uno igual.
—No sé, no tengo dinero para crear una empresa como la que dices. —Él puso los ojos en blanco.
—Ninguno tenemos, pero precisamente por eso queremos meternos en ello. Lo he estado investigando. Podemos crear una cooperativa, en la que cada socio aporta su trabajo como cuota. Hay un par de almacenes de material de construcción que pueden abrirnos una cuenta, y pagar a fin de mes todas las compras. Mi madre ha sido una excelente relaciones públicas, y ya tenemos en el barrio un par de clientes. ¡Míranos!, somos un grupo muy completo de trabajadores, solo necesitamos un buen director de orquesta que nos haga sonar bien afinados.
—Y quieres que ese sea yo, pero… —Carlos puso los ojos en blanco.
—Ah, ya vale wey. Mira, lo he estado hablando con los chicos, y me han dicho que si aceptas, ellos no te cobrarán por esto. —Señaló a mi alrededor para que viera la reforma que estábamos haciendo en el apartamento de mi madre. La verdad, es que en mano de obra se llevarían un buen pico. No quería que mamá pagase por ello, por eso había decidido hacerlo con mis ahorros. —¿Qué me dices?
—Está bien. Si ellos pueden aguantar el trabajar a este ritmo los fines de semana, por mi adelante. —Carlos sonrió como si le hubiese dicho que nos íbamos a tomar unas cervezas bien fresquitas.
—¡Eh!, ha dicho que sí. —gritó en voz alta para que todos lo oyeran. Unas cantas voces se unieron a buena noticia. —Toma, Rosa me lo ha dado para ti. —Puso el burrito en mis manos.
—¿Rosa? —Carlos puso los ojos en blanco.
—Mi cuñada. Como le partas el corazón te depilo las cejas. —Aquello me dejó sorprendido.
—¡Vaya!, no sabía ni que ella estaba interesada. —Recordaba vagamente a la chica, que se pasó algunas veces por la obra para llevarnos unas colas frías. Alguien la llamó Rosita, pero no sabía más.
Pensar en que una chica podía verme como un buen candidato para novio me hizo pensar en ella. Si las cosas habrían sido diferentes… Sacudí la cabeza intentando no pensar en Paula, pero sabía que no podría sacarla de mis pensamientos en mucho, mucho tiempo. Y no pensaba engañar a una pobre muchacha dándole esperanzas, porque en este momento no podía corresponder a esos sentimientos. Se acabó el fingir.
—Está claro que le gustas. —Podía haberme callado, así conseguiría más burritos como el que tenía en la mano para llenar mi hambriento estómago. Pero la experiencia me había enseñado que era mejor honesto, por mí propio bien y por el de los demás.
—Será mejor que le digas que en este momento hay otra chica en mi cabeza. No puedo corresponderla como merece. —Carlos se puso serio.
—La chica no es fea y cocina bien, ¿por qué no le das una oportunidad? ¿Te parece acaso poca cosa? —Tuve que salir enseguida en mi defensa.
—No, nada de eso. Es que… ¿tu cambiarías a tu mujer por otra más guapa? —Carlos fingió sopesarlo con una sonrisa.
—Hombre, si tienes unas buenas tetas…—rio mientras simulaba tocarse unos grandes pechos imaginarios.
—En serio, Carlos. —Su sonrisa decreció considerablemente.
—A mi Margarita no la cambiaría ni por todo el oro del mundo. —asentí satisfecho.
—Yo he perdido a mi flor recientemente, no puedo ni pensar en poner otra en mi jarrón. —Carlos asintió.
—Vale. —Trató de quitarme el burrito, pero yo lo evité alejándolo de su alcance
—¡Eh!
—Si no quieres a la chica, tampoco te quedas con la comida. —Pude ver un atisbo de sonrisa mal disimulada en su cara.
—Santa Rita, Rita, lo que se da no se quita. —Se lo había oído decir a unos cuantos de los chicos, así que me apropié de esa frase. En ese momento me vino muy bien.
—No, si tonto no eres.
Aunque no estuviese listo para abrir mi corazón, podía decir que el día estaba saliéndome redondo. La vida volvía a sonreírme. Tenía compañeros de trabajo que me valoraban, que no me miraban por encima del hombro porque pensaran que me habían colocado a dedo en un puesto que me quedaba grande. Tenía un plan para conseguir dinero extra con pequeñas obras exprés de fin de semana. Mamá tendría listo su nuevo apartamento en poco tiempo. Y lo más importante, estaba encontrando un hueco en este mundo en el que me sentía bien.
Al final, romper con Ernest y con mi vieja vida me había privado de cosas materiales, pero me había dado a cambio otras mucho más importantes. Paz, amigos y… Mi teléfono vibró en aquel momento por la llegada de un mensaje. Lo saqué de mi pantalón y miré de quién era. ¿Mamá necesitaba algo? ¿O tal vez era Kassie que había encontrado un hueco en su apretada agenda para mandarle un mensaje a su hermano?
Nada más ver el remitente sentí una sacudida eléctrica por todo mi cuerpo. Paula, tenía un mensaje de Paula. Ni lo dudé, lo abrí con toda la rapidez que mis temblorosos dedos me permitieron.
—¿Qué pasó con tu novia? —Cuando me fui de su despacho no hablamos sobre ello.
—Terminamos hace tiempo.
—Puedo darte otra oportunidad si la quieres, pero exijo sinceridad total. —Ni dudé en teclear mi respuesta.
—Sí que la quiero.
—Una mentira pequeña, una ocultación deliberada, y todo se acabó. Para siempre. —Tragué saliva nervioso. Otra oportunidad, me estaba dando otra oportunidad…
—No volverá a ocurrir, lo juro por mi vida. —Esperé impaciente su respuesta.
—Que sea por tus pelotas, porque si me fallas, te las cortaré con un alicate roñoso. —Aquella ocurrencia me hizo sonreír.
—Si fallo, tienes mi permiso para hacerme lo que quieras. —Esperé mientras ella escribía la réplica.
—Que sepas que acabo de hacer una copia de este mensaje, porque legalmente puedo utilizarlo para librarme de la cárcel si te mato. Es tu consentimiento explícito a impartir justicia por el agravio que puedas infringirme. —¿Sabía ella lo que me ponía orilla hablar con toda esa jerga de abogados? Uf, tuve que recolocar mi trasero sobre la pila de madera laminada sobre la que estaba sentado para almorzar.
—Puedo firmarlo cuando quieras. —Y no era broma. Por esta nueva oportunidad habría hecho cualquier cosa, y de ninguna manera iba a estropearlo. Con ella no.
Saber que podía intentarlo, que la posibilidad de que pudiéramos ser… No me atrevía ni siquiera a pensarlo. Pero… La esperanza de que pudiese alcanzarlo me daba fuerzas para creer.
—Te avisaré cuando tenga un rato libre para quedar a tomar un café. —Café, esa palabra iba a convertirse en mi favorita durante un tiempo, lo sabía.
—Estaré esperando.
—¿Buenas noticias? —Preguntó Carlos mientras se sentaba frente a mí con una coca-cola en la mano.
—Tu cuñada no tiene nada que hacer. —Se lo dije con una sonrisa que no me cabía en el rostro. Sentía mi pecho burbujear emocionado. Y lo siento, puede que no fuese lo correcto, pero me sentía en la necesidad de gritarlo a los cuatro vientos.
—Eso ya me lo has dicho antes. —sus ojos se entrecerraron hacia mí. Sabía que estaba tramando algo.
—¿Recuerdas que te dije que yo había perdido a mi flor? —el asintió intrigado—Pues ha vuelto.
—No te olvides de regarla todos los días. —Aquel comentario me gustó, porque demostraba que… ¡Espera!, de qué se reía. ¡Oh, mierda! En su mano se balanceaba el tesoro que me había robado por estar concentrado en mi teléfono; medio burrito.
—Serás… —Empecé a amenazarle.
—Tú céntrate en tu flor, que de atender a esta ya me encargo yo. —Me guiñó el ojo y le dio un buen mordisco a su trofeo. Pero no podía enfadarme con él, en ese momento no, porque era el hombre más feliz del mundo, ¡qué digo!, ¡de toda la galaxia!
Seguir leyendo