Dafne
Nada más cerrar la puerta del baño, saqué el gusano que había ocultado entre el chaleco sucio y lo puse a buen recaudo en mi mochila. Eso sí, asegurándome de que lo desactivaba. Se suponía que tenía un mecanismo que detectaba por el sonido cuando la bolsa era desechada en el cubo de basura. Después, reptaría para acercarse a una fuente de datos digital, ya fuese línea telefónica, conexión de ordenador… Allí donde una persona estuviese desarrollando su trabajo. Pero no se quedaría a la vista, se aferraría al cable y lo pincharía, literalmente, para acceder a la información que pasaba por allí. Este modelo específicamente, captaba el audio ambiental a través de los micrófonos de los terminales telefónicos, y luego rebotaba la señal hacia la dirección de IP en la que estaba nuestro decodificador.
No, no soy un genio informático, pero sé cómo funcionan todos los artilugios que todo espía utiliza hoy en día. Es parte de mi trabajo. Madre se encargó de que recibiese la mejor instrucción, todas la recibimos, yo solo fui una buena alumna.
Me cambié con rapidez y me preparé para regresar. Era demasiado bonito que consiguiese encandilar al hijo de Viktor Vasiliev, o a uno de sus sobrinos más cercanos. Pero ellos dos eran mejor que nada. Muchas veces no era necesario entrar por la puerta grande, bastaba con una gatera. Y pensándolo bien, este contacto podía pasar más desapercibido.
Aún no entendía por qué madre quería ponerlos sobre aviso, porque eso dificultaba mi labor. Pero bueno, ella tampoco me lo había puesto fácil antes. No es que me gustase, pero he aprendido a vivir con ello.
Y hablando de los chicos, no encajaban en el prototipo de niño rico. No llevaban ropa de marcas de moda, no usaban perfumes de diseñador, y el reloj que llevaban en su muñeca, aunque parecía bueno, no era de alta gama. Y sobre todo, su forma de tratarme, su forma de hablar, me decía que estaban acostumbrados a relacionarse con gente normal, nada de snobs ricachones. Parecía que no toda la familia Vasiliev estaba en el mismo estatus social.
Vale, tener una peluquería en un centro comercial de lujo no era algo que todos pudiesen permitirse, pero no dejaba de ser un trabajador con un buen sueldo. Los auténticos ricos eran los que iban a cortarse el pelo allí, los que trabajaban en despachos de edificios altos, con zapatos italianos y trajes hechos a medida.
Como en todas las familias, estarían los que copan todos los puestos importantes, y los que simplemente eran Vasiliev de segunda, familiares menos importantes, de esos que no son mendigos, pero que tampoco tienen peso dentro de la organización. De todas formas, tendría que pedirle a Ivan que los investigase a fondo. Una cosa es lo que parecen ser y otra muy distinta lo que realmente son. Y lo digo por propia experiencia.
En fin, terminé de ajustarme la mochila al hombro y me dirigí hacia el lugar donde había dejado a los dos pardillos. Pero encontré que ya solo quedaba uno.
—¿Dónde está tu primo? —Pregunté mientras me acercaba.
—Ha tenido que ir a trabajar. —¿Ven? Tan joven y trabajando en vez de ir a la universidad. Estos dos no eran de los Vasiliev importantes.
—Espero que tu no tengas que irte nada más tomar el postre. —El chico era joven si no tenía que ir a trabajar, seguramente fuese porque todavía estaba en el instituto.
—Tranquila, soy todo tuyo, al menos hasta las 7. —¿Por qué hasta esa hora? ¿Tendría toque de queda en casa como un niño pequeño? Con esa edad lo más normal eran las 9. Pero no iba a decirlo en voz alta.
—Por mí bien. ¿Dónde está mi postre? —Tenía que reconocer que el chico tenía una sonrisa bonita.
—Conozco un sitio donde venden el mejor helado de la ciudad. Vamos a tomar un taxi, salvo que hayas venido en coche y prefieras que vayamos en él. —Lo dicho, el niño no tenía ni coche. El pobre debía estar gastando sus ahorros en invitar a una chica bonita. Pero yo no iba a ser la que le quitara la ilusión.
—Yo vengo a trabajar en bus, así que lo del taxi me parece bien.
Paró un taxi en la calle principal con un potente silbido. Me abrió la puerta con cortesía, dejó que me acomodara y después tomo su sitio, sin pegarse demasiado a mí, como si me diera mi espacio. El chico sabía como tratar a una chica, eso tenía que reconocerlo. Le dio una dirección al conductor, y después me prestó toda su atención.
—No hace mucho que trabajas en el restaurante, ¿verdad? —Ya empezábamos con las preguntas del manual.
—No, empecé hace poco más de un mes. —Teníamos un informe con las rutinas del gran rey Vasiliev, así que tuve que buscarme un punto de observación donde mi presencia diaria no fuese sospechosa. Trabajar en uno de los locales era imprescindible, pero sobre todo, necesitaba que fuse en uno donde él interactuara con frecuencia.
—¿Y qué tal te va? ¿Te gusta? —Esa pregunta no la esperaba, pero tenía respuesta. Madre siempre dice: si no tienes una respuesta preparada, recurre a la verdad, pero no a toda.
—Bueno, las propinas no son tan buenas como esperaba, pero al menos trabajo en un ambiente agradable. Siempre me ha gustado el contacto con la gente.
—Tengo curiosidad, ¿cómo alguien tan joven acaba trabajando en un restaurante como ese? No es que diga que no seas capaz, solo que normalmente el personal es más mayor. —Otra pregunta que no venía en el manual. Normalmente a los americanos no les sorprendía que alguien joven ya estuviese trabajando en vez de ir a la universidad.
—Hay que comer. —Moví el hombro para quitarle importancia.
—Disculpa si me he metido donde no debía. —Él apartó la vista para mirar por la ventana. No podía permitirme el apartarlo precisamente en ese momento.
—¿Qué te parece si te hago yo a ti una pregunta sensible y tú la respondes? Así los dos estaremos igual de incómodos. —Él volvió el rostro hacia mí, pero no sonreía, estaba serio.
—Adelante. —Bien, era el momento de responder a mi primera duda.
—¿Cuántos años tienes? —Debí de tocar la tecla correcta, pero él no se tensó, tan solo asintió conforme.
—17, cumpliré 18 en unos meses. —Vale, no entraría a preguntar cuantos meses eran exactamente, porque podían ser dos o diez.
—El sexo queda descartado. —Sus ojos volvieron a mirarme con rapidez.
—¿Por qué? —Así que el pillín sí tenía eso en mente. Bien, hora de apostar todo a una carta dudosa.
—Pues porque yo tengo casi 19 y no quiero que me acusen de mantener relaciones con un menor. —Espero que mi sonrisa picarona le dejara claro que lo decía casi de broma, o al menos quería que él lo pensara. Aunque tampoco es que me vendiera a la primera de cambio, esa era una moneda que no usaría hasta el final, era mi último recurso.
—Tranquila, jamás te obligaría a hacer algo ilegal. —¿Qué? Su sonrisa creció de una manera muy parecida a la mía. Vaya, el chico era rápido con las réplicas.
Si me hubiesen dejado escoger cómo sería mi primera cita, seguramente me habría quedado con esta. El chico era agradable, con una mente audaz, y sencillo, nada de lo que se esperaba en un principio. Lástima que llegaba demasiado tarde. Madre nunca permitió que me relacionase con chicos, tenía que cumplir con sus reglas, igual que todas. Y sí, eso no quería decir que no hubiese tenido relaciones sexuales. Ivan fue muy delicado conmigo la primera vez, quizás por eso nuestra relación se volvió más íntima desde entonces. ¿Podíamos considerarnos amantes? Esporádicamente podría decirse que sé, aunque soy consciente de que yo no era el único plato en su menú. Él era uno de los escogidos para solucionar el problema de la virginidad con las nuevas incorporaciones. Las órdenes eran las órdenes, no había nada de sentimiento en ello.
Como decía, Grigor, me regaló una cita bonita. Helado, charla agradable, humor y nada de presiones. Él no era como esos estúpidos que se creían que por invitarte a comer, tenían derecho a cobrarse en carne ese favor.
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