Estaba vendando su tobillo, cuando mi supervisora entró en el box. Es lo que tiene ser aún una estudiante, que tienes a alguien por encima de ti que controla todos y cada uno de tus pasos. Al sólo quedarme dos semanas de clase, ese “control” era más ligero, pero al cerrar la cortina del box, desperté el interés de la gente que trabajaba por ahí; supervisora, médicos… y como no, Pablo.
La cortina se levantó para dar paso a la cabeza de mi supervisora, Ana, a la que todas las enfermeras en prácticas, y más de alguna de sus compañeras, llamaban Anita la “ubres”. Para aquellas personas que no están familiarizadas con la palabra, decirle que una ubre es lo que se llama vulgarmente las tetas de la vaca, así que no tendré que decirles porqué la llamaban así. En esta provincia, en Cantabria, una región tradicionalmente ganadera, orgullosa de sus vacas lecheras, hablar de ubres era algo normal. Como decía, la mujer levantó la cortina de nuestro box, metió la cabeza, y como vio que yo estaba vendando un simple tobillo, corrió toda la tela hacia un costado. Lo primero que vi al otro lado, sentado en el control de médicos de urgencias, pero con la cabeza y el cuerpo vuelto hacia nuestro box, fue a Pablo, bueno, su ceño fruncido. Sus ojos me miraban de forma acusadora. Todo lo contrario a las mujeres que pululaban por allí. Pablo no era feo, pero Evan… en fin, las comparaciones son odiosas, pero era imposible no hacerlas. Evan era joven, atlético, y atractivo. Si le sumabas a todo eso sus particulares ojos azul cobalto, y su sonrisa…, al menos para mí, cualquier otro hombre saldría perdiendo.
Creo que tenía una estúpida sonrisa en mi cara, y eso llamó la atención de Pablo, que se bajó de su pedestal, o silla de médico, y vino al box. Hizo como que revisaba el vendaje, algo que él no tendría que hacer, pero que le daba la excusa para estar allí.
—Está algo flojo aquí. – Anita puso esa expresión de “pero ¿qué dices?” Aunque muy sabiamente se calló. Ya saben eso de donde manda patrón, no manda marinero. Pues, aunque ella tuviese sus buenos años de experiencia haciendo precisamente eso, vendar más de un esguince de tobillo, y él no fuese más que un médico residente de primer año, nunca, jamás, una enfermera rebatiría a un médico, cuestión de rangos.
—Volveré a hacerlo. – Pablo asintió, pero en vez de irse, se quedó allí parado de brazos cruzados. Estaba claro que estaba imponiendo su autoridad sobre mí, pero eso no me preocupaba. Y menos me preocupó cuando Eryx apareció en el box.
—Conseguí aparcar cerca. – informó a Evan, aunque lo dijo en voz alta como justificando su ausencia hasta ese momento. Pablo se movió incómodo. No es que el box fuese pequeño, pero si Evan ya era una buena competencia, sumarle a Eryx, era como descender otro peldaño más. Antes era el segundo más guapo, ahora era el tercero. Y si seguían llegando más de mis chicos… Pablo descendería más y más. Es que, no es porque sea como su mami, pero mis chicos eran todos guapos, fuertes y definitivamente sexis, y si no que se lo pregunten a las integrantes del género femenino que se deleitaban con su presencia. ¡Ja! ¡toma, ego de Pablo!
El cambio de turno estaba llegando unos minutos antes de que terminase mi trabajo. Y eso me alegró, no solo porque me fuese de allí, sino porque a Pablo le quedaban unas cuantas horas más. Es lo que tenía ser médico residente de guardia en urgencias, que sus turnos eran de 24 horas. Yo, pobre estudiante, no podía hacer esas maratones.
—Podemos acercarte cuando termines. – la cabeza de Pablo se giró como un ciclón hacia Eryx y luego hacia mi buscando una explicación.
—Estaría bien, gracias. – Recogí mis cosas, y me dispuse a guardar todo en el carro de material. Cuando estaba por meter las tijeras en su cajón, Pablo me agarró por el codo y me llevó a un lugar apartado.
—No puedes irte con un desconocido así sin más, es peligroso. – sacudí mi brazo para soltarme de su agarre.
—No es un desconocido, – estaba a punto de rebatirme eso, cuando seguí hablando – Da la casualidad de que son mis vecinos. – y ahí estaba, las cejas alzadas de Pablo, junto con una expresión acusatoria en su cara.
—Ah, así que es eso. – ¡Dios!, que manía con suponer las cosas. Bueno, sí, tenía algo con Evan, pero eso no quería decir que, sin ningún otro indicio, él ya me estuviese acusando de ser una chica de “mente distraída”, así llamaba mi abuela a las chicas que se iban con cualquiera. Así todo, él ya no era nadie para juzgarme.
—Déjame en paz. – regresé al carro de material y terminé de recoger las cosas. Después traspasé todos mis pacientes pendientes a mi relevo, y me fui de allí. Con mi chaqueta y mi bolso en la mano, pasé por el box para acompañar a Evan y Eryx hacia la salida.
El pobre Evan parecía que tenía el trasero sobre una plancha caliente, no había manera de que se estuviese quieto en la silla de ruedas en la que le había sentado la jefa de servicio para sacarle del hospital. Pero él no protestó, tan solo se quedó allí, en la puerta de urgencias, junto a mí, esperando a que Eryx apareciese con el coche. Un buen momento para hablar, ¿cómo iba a desperdiciarlo Evan?
—¿Ese era tu novio? – lo miré de soslayo, porque sabía que había personas a nuestro alrededor que nos conocían a Pablo y a mí, alguna que otra enfermera, que al igual que yo, había terminado su turno. Y otra cosa no, pero cotillas había más de una.
—Ex novio. – esperaba que, con aquella información, aquellas “lleva y trae” tuviesen bastante para cotillear en el próximo turno. No pensaba darles más, de momento …
—Ex novio. – repitió Evan.
—Qué coincidencia que te torcieras un tobillo, y que justo yo estuviese en urgencias. –intenté parecer causal, pero no pude. Evan sonrió con picardía.
—Sí, un golpe del destino. – permanecimos un minuto en silencio, hasta que Eryx llegó con el coche. Empujé la silla casi hasta la puerta del vehículo. Evan se puso en pie sin ayuda, y se metió en la parte trasera. Cerré la puerta, llevé la silla dentro, regresé al exterior y luego me acomodé en el asiento del acompañante. Eryx puso el coche en marcha, con una extraña sonrisa en su cara. Sus ojos estaban pendientes del espejo retrovisor, cuando advertí que la cabeza de Evan se había adelantado, hasta quedar entre los dos asientos delanteros.
–Ya es seguro. – dijo Eryx. No entendí que quería decir, hasta que la mano de Evan giró mi rostro con delicadeza y sus labios me besaron.
—He estado a un latido de decirle cuatro cosas a ese estúpido arrogante. – sus ojos me miraban con un anhelo, que hacían que mi corazón se derritiese.
—Gilipollas. – al escuchar aquella palabra de boca de Eryx, Evan y yo nos volvimos hacia él. – Ponte al día, Evan, se les llama gilipollas, cretinos…-
—Vale, lo he anotado. – volvió su atención hacia mí y me sonrió.
—Tengo que curarte ese pie. – dije sin apartar mis ojos de los suyos.
—El tobillo está bien. – mis ojos se abrieron sorprendidos, pero sonreí.
—Así que era una artimaña para colarte en urgencias.
—Para verte. – y volvió a besarme.
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