Paula
Ni yo misma me entendía.
Después de la reunión que mantuvimos con los nuevos contratistas. Alex decidió modificar ligeramente algunos puntos del contrato, más que nada porque le sugerí con mis anotaciones que lo hiciera. En la construcción, los plazos son importantes, y para Alex, estaba claro que mucho más. Así que añadimos una penalización si no cumplían con las fechas pactadas.
Después de firmar y darse el correspondiente apretón de manos, nos fuimos a almorzar para seguir charlando sobre algunos detalles. Alex ya no me necesitaba, estaba segura de ello, pero me incluyó en el grupo. No me pareció mal, sobre todo porque podía ver a mi prima Bianca, ya que fuimos a comer al restaurante de su novio. Mientras el edificio no estuviese terminado, ella realizaba parte de su trabajo desde casa. No me pregunten lo que hacía, solo sé que algunos equipos técnicos necesitaban encargarse con meses de antelación, y ella se encargaba de que todo estuviese listo para la fecha prevista.
Así que me disculpé con los comensales y fui a verla. Necesitaba consejo, aunque tal vez Bianca no fuese mi mejor opción. Su experiencia con los hombres era muy escasa, y encontrar a su estupendo chef fue más una suerte que un proceso de búsqueda. Pero después de pasarme todo el trayecto al restaurante mirando la pantalla de mi teléfono, necesitaba sacarme estas absurdas ideas de la cabeza, y una opinión desde un punto de vista exterior siempre venía bien. Como decía ese dicho “ves la paja en el ojo ajeno, pero no la viga en el propio”.
¿Qué que buscaba en mi teléfono? Nada. Solo estaba mirando mi lista de contactos, sopesando si debía desbloquear a Jordan o no. Lo sé, le puse ahí por algo, por eso digo que ni yo misma me entiendo.
Subí por las escaleras que comunicaban con la planta superior, y llamé al timbre del único inquilino. Medio minuto después Bianca apareció detrás de la puerta.
—¡Paula!, qué alegría verte. —Me estrujó entre sus brazos con efusividad.
—¿Qué tal te tratan por aquí? —Más que su enorme sonrisa, fue el rubor de su cara lo que me dijo que mejor de lo que esperaba al venirse.
—Genial. —Al entrar en el apartamento encontré su ordenador abierto sobre la encimera de desayuno.
—¿Te pillo en mal momento?
—Que va, has llegado justo a tiempo para hacer una parada de avituallamiento. ¿Quieres…—miró el reloj antes de continuar— comer algo? —Se encaminó hacia la nevera.
—Acabo de comer en el restaurante con el jefe, pero sí que te aceptaré el postre. —Ella sonrió mientras me amenazaba con el dedo índice y entrecerraba los ojos.
—Tu sabías que Santi me ha hecho flan, ¿verdad? —Alcé las manos en señal de rendición.
—Juro que no sabía nada. —Seguimos hablando mientras ella sacaba un plato de comida para calentarlo en el microondas, y después desmoldaba un par de flanes en sendos platillos.
—¿Alguna novedad que me haya perdido por Miami? —repase mentalmente.
—Creo que te puse al día la última vez que hablamos. —Una maravilla las video conferencias.
—Vaya, entonces no tienes cotilleos nuevos para contarme. —Esa era mi entrada. Dejé que se sentara frente a su plato humeante antes de meterme de lleno con mi dilema.
—Pues la verdad, es que había algo que si quería comentarte. —Sus ojos se centraron en mí antes de meter una carga de comida en su boca.
—Dispara. —dijo después de tragar. Súbitamente, el caramelo que se acumulaba en el borde del flan me pareció sumamente interesante.
—Verás, hay un chico con el que he salido un par de veces…—Alcé la vista para ver como su rostro se había acercado unos centímetros más hacia mí, sumamente interesado.
—Sigue.
—Descubrí que la causa por la que quiso salir conmigo no era porque yo le gustase, sino que tenía otros… motivos. —Tampoco podía decirle todo, así que algunas partes las obviaría, más que nada porque no quería preocuparla.
—¿Y?
—Creo que él trató de pedirme perdón por ello, aunque no sabe que lo descubrí.
—Interesante. —Metió otra carga de comida en su boca.
—El caso es… que bloqueé su número, y ahora tengo la duda de si debería darle la oportunidad de disculparse. —Esperé a que terminase de masticar para escuchar su respuesta.
—Te gusta. —Aquella observación me extrañó.
—Lo hizo en su momento. —confesé.
—No, te gusta ahora. Sino no estarías pensando en darle otra oportunidad. La Paula que conozco ni lo dudaría, ese tipo sería historia. —En eso tenía razón. Pero Jordan había conseguido que hiciera cosas que antes ni imaginaba que haría. ¿Invitar yo a un chico? Jamás. Me insinuaría, coquetearía, pero nunca sería yo la que iría a buscarlo para pedirle una cita.
—Prefiero no arriesgarme, porque no quiero acabar más atrapada de lo que estoy ahora. —Decirlo en voz alta me hacía comprender que me lo había estado negando demasiado hacía tiempo. El hecho estaba ahí, me gustase o no.
—Demasiado tarde para eso. Ahora solo puedes ir hacia adelante. O recibes un golpe lo suficientemente gordo como para mandarle de una vez por todas a la mierda, o le perdonas y olvidas todo lo ocurrido. —Mis cejas se alzaron sorprendidas.
—Vaya, sí que lo tienes claro. —ella se encogió de hombros.
—Es fácil ver la dinámica cuando no estás involucrada en ella. —Lo que decía, la paja en el ojo ajeno.
—Así que… le doy una oportunidad para que se explique y se disculpe. —Me mordí el labio inferior, sopesando si finalmente haría lo que me había dicho.
—O lo haces, o ese gusano te roerá los pensamientos de vez en cuando, atormentándote con los remordimientos de no haberlo hecho, o con la duda de qué habría ocurrido si lo hubieses hecho. —Respiré profundamente para tomar fuerzas.
—De acuerdo, le daré esa oportunidad. —Empecé a rebuscar entre mis contactos para desbloquear el número de Jordan. —Pero como salga mal pienso torturarte con mis lamentos durante una larga temporada.
—¿Para que son las primas? —La vi chupetear su cucharilla. ¿Ya había llegado al postre?
Jordan
El olor a café recién hecho me golpeó nada más salir del baño. Otra vez mamá se había levantado pronto para prepararlo. Caminé por el pequeño pasillo hasta encontrarla en la cocina vertiendo la leche en un bol.
—¿Otra vez haciéndome el desayuno? Te dije que no tienes que hacerlo, mamá. Soy adulto. —Ella se encogió de hombros, pero no interrumpió su tarea.
—Disculpa por querer desayunar con mi hijo antes de que se vaya a trabajar. —Se sentó frente a mí, para empezar a comer sus cereales.
—Pero no tienes que madrugar para verme, sabes que nos veremos por la noche. —Ella arrugo los labios.
—Vivo contigo y apenas te veo, Jordan. —Me recriminó.
—Ya te dije que no pasaba mucho tiempo en casa. —le recordé. Cuando le ofrecí el que se viniese a vivir conmigo, mientras arreglaba su nuevo apartamento, no pensé que la tendría detrás de mí como si fuese un adolescente.
—Ya, pero es que sino hablo contigo me volveré loca. Esto es muy aburrido. —Alcé las cejas. No podía decirme que se aburría. Se pasaba el día limpiando la casa, lavando mi ropa, reorganizando mi armario… Le había dado la vuelta a todo. Lo agradecía, pero no la había traído aquí para que fuese mi criada. Ella tenía una en su vieja casa, no estaba acostumbrada a este tipo de trabajo.
—Puedes ver la tele. No hay muchos canales, pero seguro que encontrarás algo entretenido. —Nada de televisión por cable. Esas cosas desaparecieron de mi vida, como el gimnasio, los clubs, mi coche de alta gama… Había hecho muchos cambios en mi vida, y el primero de todos fue desprenderme de todo aquello que no necesitaba y cuyo gasto me ayudaría a ahorrar. Ahora mi sueldo era el de un simple ayudante de fontanero.
—Cuando empiezas a hablar con la televisión, es el momento de buscar otro entretenimiento. —Ahí tenía que darle la razón. Poco después de terminar el desayuno me acerqué a ella para darle un beso de despedida.
—Intentaré regresar pronto. ¿Quieres que venga a recogerte para que vengas a ver como va la reforma? —Ella palmeó mi brazo.
—Esto no es lo que tenía pensado para ti. —Iba a interrumpirla antes de que me sermoneara, cuando ella se me adelantó. —Estoy muy orgullosa de ti, cariño. Aunque me cueste reconocerlo, ahora veo que lo que hiciste fue lo correcto. —Aquellas palabras me hicieron crecer por dentro. La estrujé con fuerza contra mi pecho.
—Que le den a Ernest. —Ella había perdido más que yo. El tío Ernest era parte de la familia de papá, y de alguna manera, era como si su memoria siguiera con nosotros.
—Que le den. —Repitió contra mi cuello. —Veté, no quiero que llegues tarde. —Me empujó para separarse de mí.
—Vendré a recogerte. Ponte ropa vieja. —Su apartamento era un desastre lleno de polvo y material de construcción. Llevara lo que llevara, acabaría ensuciándose.
Mientras bajaba en el ascensor busqué en la agenda de mi teléfono el número de Carlos. Tenía que pedirle al equipo una intervención rápida para el fin de semana. Si conseguíamos terminar la reforma pesada para el domingo, mamá podría regresar a su nueva casa. Yo podía ir pintando y arreglando la habitación de invitados en mi tiempo libre, pero al menos quería terminara su cuarto, el baño y la cocina para que pudiese hacer vida normal.
Estaba deslizando mi dedo entre la lista de contactos, cuando encontré algo que me llamó la atención, algo que hizo que mi respiración se cortase. No había tenido el valor de borrar el número de Paula. Quizás esperaba un milagro, y era precisamente eso lo que tenía delante. Ella me había desbloqueado.
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