Alex Bowman
Owen estaba intranquilo, no le gustaba quedarse fuera de este tipo de cosas, sobre todo cuando había sido él el que había intuido el peligro. Pero tenía que entender que no podía controlarlo todo personalmente. Si algún día se hacía cargo del negocio familiar, tenía que aprender a delegar. Confianza, debía encontrar a efectivos capacitas en los que poder confiar. Encontrarlos era cuestión de tiempo y de suerte. Todavía era muy joven, tenía tiempo.
Por mi parte, ya tenía un equipo humano que seguía mis directrices como una máquina bien engrasada. A veces me asombraba toda la eficacia que habían alcanzado. No podía olvidar que Chicago era grande y había mucha gente. Pero eran mis hombres, y si trabajaban para mí, no solo era porque eran buenos en su trabajo y fieles a su jefe, sino que harían su mejor esfuerzo para tenerme contento.
—¿Dónde está nuestro gato curioso? —Jonas estaba mirando su teléfono mientras contestaba.
—Según la última foto, está desayunando unos huevos revueltos con zumo y café, en la cafetería frente a su hotel. —detalló mi amigo.
—¿Tenemos pirateado su teléfono? —quise saber.
—Estamos al 67%. —Asentí conforme. El plan estaba en marcha.
—¿Crees que va a volver a darnos problemas? —Preguntó Connor sentado en el borde de mi escritorio.
—Está claro que él ha conseguido todo lo que necesitaba con la ayuda de alguien de la zona. No es él el que me interesa tener vigilado, sino a su contacto. Aunque bueno, ya puestos, no hay que descuidar a ninguna rata. —Connor asintió pensativo.
—¿Piensas que ese contacto puede estar relacionado con alguna de las otras familias? —torcí la boca ante esa pregunta.
—Me preocupa más que sea un agente libre. —Ese tipo de gente no tenía más lealtad que el dinero, y no se podían tener controlados, porque nadie podría ponerles freno.
—100%. —informó Jonas. Bien, teníamos controladas las comunicaciones del tipo. Pulsé el comunicador con el despacho de Emil, nuestro informático.
—Emil, en cuanto tengas acceso a la información del sujeto beta, necesito que compruebes si tiene algún viaje programado para hoy.
—Sí, jefe. —me encantaba este hombre.
—Y si es posible, también quiero que encuentres algún dato personal sobre él, como dónde vive, si tiene hijos, dónde estudian, el nombre de sus profesores, el dentista que le puso su primer empaste…
—Informe completo, como siempre. Ya estoy en ello. —Pude escuchar como las teclas eran golpeadas con velocidad. Cerré la comunicación para regresar con mis hombres de confianza.
—¿Tienes todo lo que necesitas sobre Ernest Williams para la reunión de esta tarde? —Sabía que Connor lo preguntaba porque se moría por estar allí, pero no podía ser, y él lo sabía. Ernest quería una reunión con Alexander Bowman el empresario, y era lo que iba a tener, más o menos. Solo con pensar en ello ya estaba sonriendo como el gato que se comió al canario.
—Podría invitarte, pero prefiero que seas tú el que se encargue de nuestro gato curioso. —Eso consiguió sacarle una sonrisa canalla.
—¿Cómo en los viejos tiempos? —Desde que había hecho de él un hombre de negocios importante, le dejaba manejar en primera persona muy pocos asuntos “comprometidos”. Pero había veces en que regresar al pasado por unos momentos le rejuvenecía a uno.
—A menos que prefieras que se encargue Jonas. —El aludido levantó la cabeza de su pantalla súbitamente muy interesado. No es que se perdiese nada de la conversación, nuestro indio iroqués tenía su fino oído puesto en todas partes. Pero estaba claro que mencionar su nombre le había hecho meterse en la conversación.
—De eso nada. Quiero comprobar si he perdido mi toque. —Sonreí ante esa observación, Connor sabía que no lo había perdido. Todavía podía conseguir persuadir a cualquiera de que le diese lo que quería. Meter el miedo en el cuerpo a un tipejo sin perder la sonrisa de niño bueno, era algo que solo él podía hacer.
Emil no tardó mucho en pasarnos los datos de nuestro curioso. Se llamaba Daniel Bolinger, era investigador privado, aunque su reputación, o mejor dicho, sus métodos, no eran muy refinados. Pero tenía clientes que pagaban bien por sus servicios, así que le iba bien. Trabajaba principalmente en Florida, por lo que recurrir a segundas personas era algo de lo que se servía cuando sus investigaciones lo llevaban fuera de su zona habitual.
Estudiamos a fondo su dosier, buscando la pieza perfecta para conseguir nuestro objetivo, y ahí estaba; una fotografía de un niño de unos 14 vestido con uniforme deportivo y una pelota de baloncesto bajo su brazo. Connor y yo nos miramos sin decir nada, ambos sabíamos cómo jugar la baza. ¿Hacer daño a un crío que apenas había salido del cascarón? La mafia irlandesa de Chicago tenía fama de dura, pero no éramos unos salvajes. Aunque eso ese tipo no lo sabía. Y esa era precisamente nuestra ventaja, nuestra mano ganadora. No recuerdo quién me dijo, que no hacía faltar lanzar una bomba contra tu enemigo para infundirle miedo, solo es necesario que sepa que la tienes y que no tienes reparos en usarla.
—Nuestro hombre tiene visita. —Aquella frase nos hizo mirar a Jonas en busca de más información.
—¿Tienes a alguien para hacerle seguimiento? —La boca de Jonas se torció.
—Seguro que sí, pero voy a confirmar. —tecleó con rapidez en su teléfono. —Si, tengo un operativo listo.
—Bien. Con un poco de suerte será el contacto que nos interesa descubrir. Pon a Emil sobre la pista, no quiero que se nos escape. —Jonas asintió y salió de mi despacho, seguro que directo al de Emil, que estaba al final del pasillo.
—Ultima reunión antes de irse. —dijo Connor mirando su reloj. Según el avión que sabíamos que iba a tomar, no tardaría mucho en ir al aeropuerto.
—Todavía le falta una. —Le miré directamente para que supiera que había llegado el momento de que se pusiera en marcha. Connor asintió antes de ponerse en pie.
—No seas muy duro con Williams, recuerda que no es de la zona. —Le sonreí de lado. Él mejor que nadie sabía que iba a divertirme con ese tipo. Jugaría con él, y después… Después le dejaría claro que el único que decidía como terminaba la partida era yo.
—Nadie le ha obligado a venir. —Connor negó con la cabeza mientras sonreía.
—Tampoco creo que quiera volver. —Y salió del despacho. Estaba convencido de que Bolinger también se lo pensaría un par de veces antes de regresar a Chicago, por si se metía en charcos en los que no querría meterse.
Ernest Williams llegó dos minutos antes de nuestra cita. Sabía que estaría algo extrañado por no ver a nadie en la oficina a aquellas horas, solo el vigilante de seguridad que lo acompañaba hasta mi puerta, nadie más. Después de tres golpes de rigor, Colton esperó a que le diera permiso para abrir.
—Señor Bowman, su visita está aquí. —Como si no me hubiesen llamado en el mismo instante en que se presentó en la recepción del edificio.
—Gracias, Colton. —Cedió el paso a Ernest y cerró la puerta a sus espaldas. Siguiendo el protocolo habitual, permanece3ría allí hasta que la visita se fuera, para acompañarla hasta la salida. No se permitían desconocidos deambulando por el edificio sin acompañamiento.
Me levanté de la silla para salir a su encuentro y saludarle formalmente con un apretón de manos.
—Señor Williams. —Él correspondió con un apretón firme y una sonrisa exagerada.
—Es un placer conocerle, señor Bowman. Agradezco que me haya recibido con tan poco tiempo. —Se sentó en la butaca que le señalé, y después regresé a mi sillón. Con alguien a quién conociese o no quisiera intimidar me hubiese sentado en la butaca frente a la silla. Pero quería impresionarle, dejarle claro con el tipo de hombre con el que trataba.
—Dijo que quería tratar conmigo un asunto interesantemente lucrativo, y no soy de los que desaprovecha ese tipo de oportunidades, Williams.
—Estoy seguro de que traigo algo que le gustará. —Odio a la gente que te hace la pelota.
—Al grano, Williams. Mi tiempo vale demasiado como para perderlo en adornos superficiales. —Aquello pareció importunarle, pero enseguida el hombre de negocios tomó el mando.
—Sé que tiene un edificio en construcción, y que ha contratado a Sparkling Architects para el proyecto.
—No habrá venido hasta aquí para decirme algo que ya sé. —Me incliné hacia delante con los dedos entrelazados sobre el escritorio.
—No, he venido para proponerle un cambio. —Abrió su maletín para sacar unas simulaciones y planos que me presentó con demasiada ilusión. —Como verá, nuestra propuesta es más moderna y dinámica. Espacios interiores más definidos, más iluminados, y sobre todo, mejor aprovechados. —Se habían esmerado con los dibujos, tenía que reconocer su esfuerzo. No me puse en pie para apreciar mejor los planos sobre mi mesa, solo tomé las imágenes para darles un vistazo rápido.
—Sparkling Architects ha creado un edificio que se ajusta a las especificaciones que les he pedido, el suyo no cumple con ninguna de ellas. —Escuchar eso fue como si le arrojase un vaso de agua helada a la cara.
—Si ellos lo han hecho, nosotros también podemos, y por menos dinero. —Me recliné en el sillón, dejando mis manos sobre mi abdomen, en actitud relajada.
—Ya le he dicho que mi tiempo es muy valioso. ¿Por qué lo malgastaría en hacer otra vez lo mismo?
—Por el precio. —Esa era su baza. Una lástima que no pensáramos igual.
—Voy a explicarle mi forma de trabajo, señor Williams. Me gustan las cosas tal y como las pido, que se hagan rápido, y que estén perfectas. Ya hay un equipo de construcción realizando la estructura, hacerles parar para preparar unos nuevos planos, supondrá un sobre coste en tiempo y dinero. La única manera en que usted pueda darme un mejor precio, sería abaratando costes, y eso solo puede hacerse con trabajadores menos cualificados, con menos materiales o de inferior calidad. Seguramente tendría que recurrir a todo ello a la vez, y eso es algo que no toleraría. La calidad de ese edificio ha de ser excepcional.
—Por supuesto, señor Bowman, no le quepa duda de que le daríamos lo que pide. High Cuality Enginiering se encargaría de que tanto contratistas como materiales pasaran los más altos baremos de calidad. —Negué con la cabeza.
—De los contratistas me encargo yo, Williams. Lo único que le he pedido a Sparkling Architects ha sido el diseño. —Acababa de cercenar su fuente de beneficios.
—Conocemos el trabajo de los profesionales con los que trabajamos, señor Bowman. A veces recurrir a…
—No se canse, Williams. Sé perfectamente con quién trabajo, y lo más importante, ellos me conocen a mí. Saben lo que se juegan si no me dan lo que pido. —Verle tragar saliva me hizo sonreír por dentro. Todavía no había perdido mi toque. Hacerle sudar sin proferir una amenaza era divertido.
—Pero… —Me puse en pie.
—No pierda más de mi tiempo, Williams. Lo que usted me ofrece no es lo que quiero, así que puede irse. —Dudó un par de segundos, pero su ego no dejó que le viera vencido. Se puso en pie, estiró su cuello, y me tendió la mano para despedirse.
—Siento que no hayamos podido llegar a tiempo para este proyecto, señor Bowman. Desearía que nos tuviese en cuenta para algún otro en el futuro.
—Sopesaré su oferta si se da el caso. — Ni de broma, pero eso él no tenía que saberlo.
Connor
Acababa de sentarme frente a Bolinger. Había deslizado la fotografía de su hijo sobre la mesa hasta dejarla junto a su taza de café. Podía ver el desconcierto convertirse en miedo. No necesitaba decirle mucho. Qué un desconocido se presente con la foto sin cruzar ni una palabra contigo, tenía que acojonarle pero bien.
—¿Qué…? —No se atrevió a terminar la pregunta. Era el momento de dejarle claro dónde se había metido. —Me puse en pie y me dispuse a irme, pero me giré hacia él en el último minuto. Ya saben, por el dramatismo.
—A poca gente le gusta que desconocidos curioseen en sus… asuntos. Al señor Bowman tampoco. —Ahora sí. Con todo dicho, me fui de allí. No le había proferido ninguna amenaza, él era lo suficientemente inteligente para imaginársela. ¿Sería suficiente para que no volviese a meter sus narices en nuestro territorio? Por la palidez de su cara yo diría que sí.
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